CAPÍTULO DOCE
«Brinda por mí con tus ojos,
y te responderé con los míos…».
BEN JOHNSON, A Celia
A Georgina le fallaron las piernas y Jeremy tendió los brazos instintivamente. La tomó en ellos antes de que se golpeara contra el suelo. Cuando se dio cuenta de que ella yacía inerte entre sus brazos, supo que se había desmayado.
Cargó con ella hasta el diván y la depositó allí con cuidado, colocándole bien el cuello. Mojó su pañuelo con un poco de agua de la jarra y apretó la tela contra sus mejillas y su frente. Georgina estaba muy pálida y parecía más delgada que antes. No pesaba casi nada cuando la tomó en brazos.
«Que no esté enferma —rezó para sus adentros, comenzando a sudar—. Nunca debí aceptar su rechazo. Tenía que haber estado con ella durante estas semanas».
Un errante pensamiento se abrió paso de pronto en su mente: parecía la Bella Durmiente del famoso cuento.
—Despierta, Bella Durmiente —le pidió, acariciándole la cara—. ¡Georgina, por favor, despierta! —Intentó tranquilizarse y que dejara de temblarle la voz antes de continuar. Le tomó las mejillas entre las manos y se inclinó hacia su boca. La rozó con suavidad; sus labios tocaron los de ella. Eran aterciopelados y dulces, maravillosamente tibios.
El tiempo se detuvo. O quizá se había muerto y ya estaba en el cielo. Estaba besando a un ángel. Aspiraba su aroma a rosas silvestres, que era una fragancia sobrenatural. Los alientos se mezclaban, su sabor se filtró en su sangre suscitando una increíble necesidad de amor. La acunó y la besó una y otra vez. Durante un bello instante el mundo fue un lugar perfecto. Y Georgina, quién sabe si inspirada por el cielo mismo, eligió ese momento para abrir los ojos y hablarle.
—¿Eres tú de verdad? —Su voz sonaba entrecortada y ronca.
—Te has desmayado —explicó un poco tontamente—. Te he besado y has despertado. ¿Estás bien? —No estaba seguro de que no fuera a desmayarse él mismo.
—Yo… pensaba que serías… —Ella se estremeció y sacudió la cabeza para aclarar las ideas—. Jamás creí que regresarías, que volvería a verte…
—No puedo hacer otra cosa. No me importa nada… lo que te haya ocurrido en el pasado, salvo lamentar lo mucho que te ha dolido. Te quiero. Te deseo, Georgina. Cásate conmigo. Vive a mi lado.
Él se retiró levemente sin dejar de sostenerle la mirada, como si así pudiera convencerla. Notó que sus pupilas ámbar lo observaban empañadas por las lágrimas.
Tuvo que contenerse para no implorar. La había hecho llorar.
—¿Aceptas? —Inclinó la cabeza y apoyó la frente en la de ella mientras la rodeaba con los brazos para estrecharla contra su cuerpo—. Cásate conmigo.
—Pero… ¿por qué? —Ella intentó sentarse y él la ayudó.
—No quiero oír ningún pero. No quiero hablar de esas…
Georgina lo interrumpió apretándole los labios con los dedos.
—Jeremy, te mereces a alguien mejor que yo. Alguna mujer que pueda ser realmente tu esposa, que te ame de una manera que yo no puedo.
Jeremy le besó las yemas de los dedos antes de responder.
—¿Mejor? ¿Mejor que tú? ¡No hay nadie mejor! Ni siquiera tienes que amarme, solo aguantarme. No creo ser un tipo especialmente maravilloso, pero te trataré muy bien. —«Bien, Greymont, bien, eso es lo mejor que puedes decir a la chica de tus sueños. ¡Eres tonto!».
Le tomó la mano y la apretó contra su mejilla.
—Soy un idiota por decir tales cosas. Te pido que te cases conmigo y luego añado que no soy un tipo maravilloso; como si así fuera a conseguir que me aceptaras. Dios, no creo que diciendo esas cosas contribuya a ello, ¿verdad? Parezco un absoluto imbécil. Es algo habitual cada vez que hablo contigo.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—No eres idiota, Jeremy. —Meneó la cabeza con lentitud, todavía mirándolo con tristeza—. ¿Por qué piensas que no eres maravilloso?
—Bueno, porque soy egoísta e incontrolable. No he tenido demasiada contención en mi vida, y antes o después siempre cometo un desliz, pero estoy dispuesto a controlarme si eso ayuda, Georgina. Estoy seguro de que podré llegar a ser un hombre mejor si me esmero lo suficiente.
—Lo que dices es interesante. Sobre todo porque jamás te he visto comportarte de manera egoísta ni actuar de forma irresponsable. En lo que respecta a si puedo o no amarte, estoy convencida de que en eso también te equivocas, Jeremy —aseguró, apartando la mirada con timidez.
—Me encantará equivocarme a ese respecto —se apresuró a decir.
—Así que has vuelto… —No podía ocultar que estaba maravillada.
Georgina le pasó la yema de los dedos muy despacio por la mandíbula, por lo que el hombre tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para guardar la calma y no devorarla a besos. Quería besarla otra vez. La quería en su cama, donde pudiera besarla hasta perder el sentido. Anhelaba hacerle el amor durante horas.
—Como si hubiera tenido otra posibilidad, Georgina. Me has dejado sin respiración; mi mente está tan llena de pensamientos sobre ti que no podría deshacerme de ellos aunque lo deseara.
—Entonces, ¿por qué te marchaste? —Ella dejó caer la mano y cambió el tono de su voz. La vio alzar la barbilla y mirarlo con ojos centelleantes—. Tom te contó lo que me ocurrió y te marchaste igual. No me quisiste.
Se avergonzaba de haberse comportado así. Georgina no era tímida ni vergonzosa y tenía muy buena memoria. No se le había olvidado la manera en que él salió huyendo la noche que le contó lo que le había ocurrido.
—Lamento profundamente haberme marchado, tomé la peor decisión posible… Fui un estúpido, lo sé, pero, te equivocas, no es verdad que no te quisiera. Siempre te quise; siempre te he querido. Lo que siento por ti jamás estuvo en duda. —Tragó saliva—. Tenía miedo… —Se detuvo y meneó la cabeza una vez—. No. No diré una palabra más hasta que aceptes casarte conmigo —dijo antes de apretar los dientes.
—¿Miedo de qué, Jeremy?
—Podrías no aceptarme si supieras la razón. Has sufrido un trauma por culpa del daño que te han hecho. —Se inclinó hacia ella y pasó la punta del dedo por la cicatriz que tenía junto al ojo—. Ese hombre te hizo esto. —Era una afirmación, no necesitaba que ella lo confirmara. Sabía que aquella cicatriz era consecuencia del ataque.
Georgina apartó la mirada otra vez, pero asintió con la cabeza temblorosamente. Notó que tragaba saliva y se dio cuenta de otra cosa más sobre ella; se avergonzaba de lo que le había ocurrido. «No fue culpa tuya, mi dulce Georgina». No podía soportar que ella siguiera sufriendo y lo único que quería era borrarlo de su mente.
—Y cada vez que veas esa marca te acordarás de lo que me hizo —aseguró con la voz temblorosa—. No puedo soportarlo, Jeremy.
—No, Georgina. —Apretó los labios contra la cicatriz—. Eso no ocurrirá. Cada vez que la vea me acordaré de tu valentía y me sentiré agradecido de que hayas sobrevivido a ello. No te avergüences, dulce Georgina, no fue culpa tuya.
—Jeremy, esa cicatriz es muy visible, pero mucho me temo que tengo otras mucho peores aquí dentro… —Se llevó la mano al pecho—. Y también aquí. —La subió a la cabeza.
—Déjame que te ayude a superarlo. Permíteme ser tu consuelo y tu protección. Te quiero. Nada de lo que te ha ocurrido altera el afecto que suscitas en mí. Quiero que lo sepas, Georgina; mi amor por ti no ha variado por esa confidencia, solo quiero protegerte de cualquier daño.
—No lo entiendo… Entonces, ¿por qué te marchaste? —insistió ella.
Georgina no iba a dejar de pedirle una explicación. Se dio cuenta de que ella estaba exigiéndole que expresara las razones de su apresurada partida un mes antes. Iba a tener que revelarle el verdadero porqué. ¡Maldita suerte!
—Antes tienes que prometerme que te casarás conmigo. ¡Yo también puedo ser muy testarudo! —Jeremy se dijo que, al fin y al cabo, el no ya lo tenía. Apretó los dientes y se inclinó hacia ella con rapidez. Si tenía que presionarla, usaría cada recurso a su favor. Volvió a apresar aquellos dulces labios y no con demasiada suavidad. En esa ocasión formuló la pregunta con su beso.
Sintió un puro éxtasis. En el momento en que rozó su boca, notó una ardiente sacudida en la ingle que irradió al resto de su cuerpo. Movió los labios sobre los de ella con suavidad y los tocó con la punta de la lengua, conteniéndose para no saborear el néctar de su interior, sino tomando solo una pequeña muestra.
Sin embargo, ella los abrió para dejarle entrar y, cuando percibió la lengua de la mujer en sus labios, dudó si sería capaz de detenerse. A partir de ese instante, la firme exploración erótica fue larga y concienzuda, pues él era incapaz de parar. Ella se derritió contra él, aceptando su intrusión e imitando todos sus movimientos, permitiendo que la poseyera por completo.
Georgina estaba hecha para besar, para amar. Si conseguía que lo aceptara, podría despertar en ella el deseo. Sabía que lo lograría.
Jeremy había pensado en eso repetidas veces. Sí, había obstáculos que salvar, pero tenía que lograr salvarlos, no había otra alternativa. Quería a Georgina y tenía que conseguirla. Además, si pretendía protegerla de Pellton y su sobrino, no cabían más opciones. Georgina iba a casarse con él aunque solo fuera para que pudiera protegerla de esos monstruos depravados. Jamás volverían a acercarse a ella si sabían que era su esposa. Él se encargaría de que así fuese.
Siguió diciéndose a sí mismo que debía tener paciencia con ella. Tenía que ser tan cortés y cuidadoso como para que se mostrara dispuesta a tener un heredero. Tendría que intentarlo de muchas maneras. Resultaría difícil, pues, aunque era un amante diestro, en la lentitud amatoria no tenía especial destreza. Pero merecía la pena el esfuerzo. Sería un amante muy suave con ella. Sí, sería el hombre que ella necesitaba.
Mantuvo la boca sobre sus labios.
—Georgina Russell, ¿no pensarás negar los sentimientos que hay entre nosotros? Sé que tú también los tienes porque, si no fuera así, no permitirías que te besara de esta manera. Y no quiero pasarme el resto de mi vida lamentándome; eres la mujer con la que quiero casarme. Hónrame. Sé mi mujer, pertenéceme. Déjame cuidarte. Eso es todo lo que quiero, encargarme de ti. Quiero que seas la madre de mis hijos… Nuestros hijos serán deseados y hermosos.
Ella le sostuvo la mirada durante un buen rato. Su expresión era solemne mientras pensaba en sus palabras, como si estuviera al tanto de todas las antiguas sabidurías y secretos femeninos. Como si estuviera viendo el futuro.
—Tienes que confiar en mí —la persuadió—. Te quiero, Georgina. El pasado es…, es agua que no mueve molino. Podemos empezar una nueva vida y olvidarnos de lo que pasó antes. No tengas miedo, confía en mí.
Ella parpadeó lentamente antes de decir las palabras que él quería escuchar.
—Está bien, Jeremy, me casaré contigo.
Volvió a besarla para celebrar su aceptación… Otro beso para sellar su acuerdo. Y en esta ocasión fue un poco más exigente con ella.
Ella abrió la boca y aceptó su lengua. Él dibujó remolinos sobre la perfecta suavidad del interior de los labios; le mordisqueó el inferior con un leve pellizco de sus dientes mientras pensaba que podría besarla durante horas. Si se mostraba tan dúctil como en ese momento, podría hacerlo. Georgina le dejó acceder al interior de su boca con tanta dulzura, y su aroma lo excitó de una manera tan notable, que no comprendía cómo era capaz de controlarse para no abandonarse a lo que ella, quizá sin saberlo, estaba demandando.
Cuando Georgina se apartó, estaba sonrojada por completo. La vio respirar hondo.
—Ahora tienes que decírmelo —le ordenó ella—. Me diste tu palabra. ¿Por qué te marchaste? Háblame de ese miedo al que te referiste antes. Tengo que saber la razón. —Su respiración era entrecortada y su voz lo excitaba con aquel tono ronco y sensual que él adoraba.
En su mirada vio un retazo de aquel fogoso espíritu que tanto le gustaba. Le complacía verla llena de vida; amaba su fuerza y su independencia.
—Georgina, temí que no fueras capaz de soportar mi contacto, el de cualquier hombre, por lo que te había sucedido… Si te reclamaba, te verías obligada a aceptar mis caricias —añadió en un amable susurro—. Debo tener un heredero. El nuestro deberá ser un matrimonio auténtico… en todos los aspectos.
Ella no dijo nada, solo lo miró fijamente con sus ojos color ámbar.
—Ya sabes… Cuando estemos en la cama, juntos como un hombre y una mujer… —la apremió, sabiendo que ella debía saber a qué se atenía.
—Entiendo… Sé lo que quieres decir. La verdad es que todavía me da miedo. —Se sonrojó, pero no apartó la mirada.
Él vio que sus ojos dorados centelleaban otra vez. ¡Santo Dios! ¡Era tan valiente! Debía de ser muy duro hablar de eso con él, pero lo hacía con una genuina dignidad que hacía que Jeremy se sintiera humilde.
Se acercó a ella de nuevo y le dio un suave beso bajo el ojo izquierdo, en la cicatriz. Mantuvo allí los labios mientras hablaba.
—Me sentí muy mal al marcharme, no tenía esperanzas con respecto a ti. Conseguiré… Conseguiré que te guste. Seré muy suave contigo cuando estemos juntos. Sé que todo irá bien. Entre nosotros todo estará bien. —La besó también en el pómulo derecho—. Si nos guiamos por los besos que nos damos, creo que no tendremos que preocuparnos de nada.
—¿Qué pasará si no puedo…? —Georgina le tocó los labios una segunda vez, seguramente para que se concentrara en sus palabras, pero no necesitaba hacer tal cosa, él bebía cada una de ellas, devoraba hasta sus gestos. No tenía suficiente, no parecía saciarse de ella y, posiblemente, jamás se saciaría. Se regocijaba con estar cerca de ella, saber que podría protegerla y cobijarla.
—Shhh… Calla. Claro que podrás. —Incapaz de detenerse, le besó las yemas de los dedos, que acto seguido mordisqueó y lamió. Era sagrada para él—. Sé que podrás.
—¿Por qué lo sabes? ¿Y si me pasara algo malo?
—A ti no te pasa ni te pasará nada. —Acarició un sedoso mechón de su pelo—. Sé que puedes enfrentarte a esto porque eres valiente. —Le encerró la cara entre las manos y la sostuvo con suavidad—. Georgina, jamás te haré daño, confía en mí. Te cuidaré. Solo quiero que sonrías y seas feliz. El resto vendrá por sí solo.
—¿Todavía me quieres de la misma manera? ¿A pesar de saber lo que ocurrió cuando…? —Sin duda no quería que ella recordara, así que la acalló con un beso, recreándose en sus dulces labios. Le sostuvo la cabeza con firmeza mientras aplicaba una presión suave pero implacable.
La joven se lo permitió. Incluso abrió la boca para dar acceso a su lengua, y dejó que la saboreara, dulce y suave como una pera madura.
—¿Responde eso a tu pregunta? Estoy loco por ti y lo ocurrido en el pasado no cambia ese sentimiento.
—Si lo dices así, imagino que no me queda más remedio que creerte.
—Sí, debes creer lo que digo. Y te recuerdo que ya has aceptado casarte conmigo… —Le guiñó un ojo—. Solo queda que confíes en mí. Georgina, cariño, ¿confías en mí? —Alejó la cabeza para poder mirarla a los ojos, rogándole que tuviera fe en él—. ¿Lo harás?
Ella buscó su mirada antes de bajar la vista.
—Sí —dijo con firmeza.
Jeremy no pudo contener la sonrisa que se extendió por su cara, de oreja a oreja.
—Ahora estoy realmente seguro de que acabas de aceptarme.
Georgina asintió con la cabeza suavemente.
—Llévame lejos de aquí —susurró.
—Mañana. Mañana por la mañana nos iremos.
Ella se introdujo entre sus brazos y él recibió con agrado la dulce presión de su cuerpo contra su torso. Sintió sus suaves pechos y no pudo reprimirse: se le escapó un enorme jadeo. Una repentina sensación de dicha lo atravesó de pies a cabeza y supo que por fin esa noche podría dormir tras semanas de dolorido desvelo.
—Sé que Tom no estará aquí para presenciar nuestros votos, pero podemos invitarlo a visitarnos en Hallborough si tú quieres. Creo que le encantará la idea, tu hermano quiere verte feliz. Y no tendrás que llevarte nada… Pediremos un guardarropa nuevo para ti en Somerset. Compraremos lo que quieras. Le diré a mi ama de llaves, Richards, que busque una doncella para ti y cualquier otra cosa que requieras.
Sabía que estaba balbuceando, atropellándose al hablar como si las palabras fueran incontenibles. Se calló y la miró profundamente.
—¿Te das cuenta de que quiero volver a casa tan rápido como sea posible? ¿Te importa?
—No me importa en absoluto —aseguró ella, observándolo con aquellas suaves pupilas doradas como si se sintiera excitada y tímida a la vez. Aquello le pareció muy provocativo.
Él respondió con una sonrisa. Una sonrisa tan amplia que amenazó con romperle la cara. En su corazón empezaba a tomar cuerpo una maravillosa certeza.
«Será mía. La poseeré por completo. La dulce Georgina será mía».