Carta II

Como tú sabes, Betsy, mi interés por los gitanos ha crecido tanto, que no me extrañaría llegar a ser un día una especialista de altura como Borrow, es decir, talento y biblias aparte. Yo no soy una escritora profesional, ni lo pretendo, claro.

Naturalmente, esta gente calé (calé quiere decir oscura de piel) es fascinadora. Lo serían más aún si se lavaran alguna vez, pero le tienen declarada la guerra al agua. A muchos de ellos cuando nacieron los lavaron con vino, según decía una viejecita días pasados. Con vino y no con agua. Y al vino le llaman «la gracia de Dios», «la sangre de Cristo», «la leche de la Virgen María» y otras muchas cosas. Pero esa gente es difícil de entender. No solo cuando emplean sus propios modismos, sino también cuando hablan español verdadero. Por ejemplo, llevo varias semanas buscando en todas partes el sentido de la palabra paripé. Desde las Etimologías de San Isidoro hasta el Diccionario de Autoridades y el de la Real Academia, ninguno dice nada.

Llegué a pensar si me habría equivocado en la ortografía, pero no. Este problema surgió de una fiesta gitana a la que asistí días pasados. Iba yo con mi amiga holandesa Elsa Rosenfeld. Había personas de todas clases allí, sentadas en semicírculo, y el guitarrista, en medio. Mujeres viejas demasiado gordas, la verdad, con flores en el pelo. Y otras jóvenes, delgadas y bastante sexy.

Cantaban y bailaban. Yo estaba detrás del coro de mujeres, en un extremo, con mi cámara fotográfica y mi cuaderno de notas. Apuntaba algunas canciones, aunque no todas, porque me era imposible. Apunté también algunas docenas de palabras inusuales. En eso me ayudaba Elsa, que a veces se siente de veras servicial y que sabe mucho español. Lo malo de ella es que está enamorada de uno de estos gitanos. Lo ama en silencio, y él lo sabe y creo que se ríe. La mira como diciendo: «Mucha agua en tu tierra. Demasiada agua en tu tierra».

Estos gitanos hablan un idioma de veras peculiar. Una señora calé, de aspecto serio y respetable, cantaba la siguiente canción:

Y que venga er doctó Grabié,

er der bisoñé,

er der paripé,

porque m’estoy ajogando,

y si no quié venir en el tren,

mala puñalá le den,

si es que no se la están dando.

Cuando terminó, yo le pregunté a la señora:

—¿Qué es el paripé, si me hace el favor?

Me miraba la señora sin responder.

—La niña se trae su guasita.

Guasita quiere decir pequeña broma. No pude sacarla de ahí. No creas que los otros gitanos fueron más explícitos. Y tampoco el profesor de la Universidad a quien le pregunté al día siguiente. El buen señor se encogió de hombros y dijo:

—¡El paripé! Vaya unas curiosidades que se traen ustedes los turistas.

Parecía incómodo. Yo creo que no lo sabía.

—Pero, señor…

—¿Qué le importa a usted lo que es el paripé?

—Es una palabra que he oído en una canción andaluza, señor.

—¡El paripé! ¿Y para qué quiere usted saberlo?

—Para mi tesis.

—¿Y qué necesidad hay de escribir tesis académicas sobre el paripé? ¿Por qué no lo hace sobre el pintor Murillo o sobre el poeta Herrera?

Eso decía, nervioso, el pobre profesor.

Elsa le daba la razón. Siempre se pone en contra mía Elsa. Hay mucho bluff entre los profesores aquí y en todas partes. Hazme el favor de buscar tú ahí, querida, digo en nuestra Universidad, porque la biblioteca tiene mejores diccionarios, esa palabra: paripé. Un gitano que parece más amable (del que está enamorado Elsa) me trató de explicar el significado de esa palabra y me dijo que viene de antiguo y que quiere decir «una especie de desaborisión con la que se les atraganta el embeleco a los malanges». Yo necesitaba que me explicara también todo aquello.

—¿Qué quiere decir con eso, amigo mío? ¿Qué es eso?

—¿Pues qué va a ser? Er paripé.

Es un gitano ese muy sugestivo, la verdad. Pero medio novio de Elsa. Y esas cosas yo las respeto, como es natural.

Yo preguntaba una vez y otra. Elsa, la holandesa, me daba con el codo y me decía:

—No insistas. Haz como si lo entendieras.

Y de ahí no salimos. Yo no puedo dejar palabras oscuras, tú sabes, y menos en una tesis universitaria. Desaborisión ya sé lo que es. Es, por ejemplo, llevar la manzanilla en un termo (lo que hizo Elsa un día para que se conservara fresca). Su amigo andaluz le dijo que aquello era una desaborisión. Es decir, poner las cosas en un recipiente donde pierden su sabor realmente o solo por vía imaginativa, lo que para los andaluces es lo mismo. Eso viene tal vez de desaboreado. O sin saboreable. Algo así. Atragantarse es sofocarse, como le pasaba a la señora de la canción. Embeleco no sé lo que es todavía, y malange eso es un insulto que quiere decir que se carece de sex appeal. Elsa, por ejemplo, es malange.

Como puedes suponer, desde que decidí hacer la tesis voy bastante a las fiestas gitanas. No muy a menudo, porque después de cada experiencia de esas necesito varios días para poner en claro mis anotaciones. Las canciones calés no son, en verdad, muy morales, pero tampoco son inmorales. Algunas, sin ser una cosa u otra (Dios me valga), resultan incalificables. Pero ahí se acaba todo, digo en las palabras. Por ejemplo, en la canción que citaba antes hay, como has visto, una señora que se está ahogando y llama al médico, y dice que si el médico no acude en seguida en el tren, que mala puñalada le den, si es que no se la están dando ya. En el tren. ¿Por qué en el tren? Elsa, cuando yo se lo pregunto, se encoge de hombros y dice:

—Hija, ya va siendo manía. Las cosas son porque son.

Pero tengo que escribir una tesis y ella no. Muchos son los problemas que plantean las canciones gitanas. Problemas lingüísticos, morales, filosóficos, históricos. ¿Tú ves? Mala puñalada le den. La cosa es dura, ¿verdad? Pero, en fin, también lo es que un médico no quiera asistir a una mujer que se ahoga. Y lo que yo me pregunto además es lo siguiente: mala puñalada es una expresión que revela que puede haber puñaladas buenas. No lo entendía, pero buscando pacientemente he encontrado esas puñaladas buenas en otras canciones: son unas puñalaítas así como metafóricas, no dolorosas y hasta a veces dulces, de las que hablan las coplas de amor, y las dan unas mujeres negras a las que los gitanos eran muy aficionados por lo menos en la antigüedad. Ahora no hay verdaderos negros en España, aunque hay gente muy morena. En esas canciones se oye, por ejemplo:

… Mi negra,

aunque me la dieras

la puñalaíta,

igual te quisiera.

Y luego dice esa canción que no sería trapera. En las clases de puñaladas —mala, dulce, etc.—, la peor es la que llaman con un eufemismo curioso trapera. Hay muchas clases de heridas entre los calés. Voy a copiarte algunas de las que tengo en mi cuaderno: pinchaso, gusanera, viaje, tarascada, facazo, facazo rejoneao, jabeque, chirlo, mojadura, descalabramientazo, y así. Las heridas en el pecho son tales que por mucho tiempo la víctima respira por la herida aun después de curado, lo que no entiendo, y esos son los que se vengan de un modo más terrible, según parece.

Elsa dice que no, pero ella me lleva siempre la contraria, no importa de lo que tratemos. Sabe su español, no digo que no. Pero es una mujer pérfida y más vieja que yo. Es una malange o malángela (no sé cómo se dice). Las categorías de la falta de sex appeal son tres: la primera, malasombra; la segunda, malange; la tercera, cenizo. Ella yo creo que está entre estas dos últimas. Pero nada de esto seguramente te interesa a ti, y si te lo digo es solo para que veas lo profundamente que voy entrando en los problemas del folclore gitano y, por otra parte, la confianza que tengo contigo, puesto que no me gusta hablar mal de nadie y menos de Elsa. El gitano medio novio de ella se llama Curro.

Ya te digo que esa gente calé es más complicada, difícil y oscura que los lamas del Tíbet. Aunque más alegres, por fortuna.

Y no es cuestión solo de palabras, sino de costumbres también y hasta de biología. Sin ir más lejos, en la fiesta de la que te hablaba, y que era un genuino cuadro flamenco, había un gitano bailarín vestido de corto —así dicen cuando llevan bolero como los que compramos nosotras en Méjico—, y es un bailarín famoso en toda Sevilla. Al mismo tiempo, debía de ser sacristán o cura, y me inclino a pensar lo primero, porque, aunque iba vestido rigurosamente de negro, sus bailes no parecen compatibles con la gravedad del sacerdocio. Sin embargo, hay muchos curas que antes han sido toreros, y esos son los que bautizan a los gitanos, según dicen estos en sus canciones. (No sé si creer todo lo que dicen). Elsa dice que es solo una manera de hablar. Bien, no insisto; pero yo sé lo que me digo, querida. Y ella no es más que una turista ga-gá, mientras que yo por lo menos trato de ser una scholar en la medida de mis cortos medios. Cuando le pregunté a la señora del paripé quién era aquel joven que bailaba, ella me dijo:

—¿Pero no le ha oído mentar, preciosa?

—No.

—Entonces, ¿ha estado usted sorda? Ese niño es nada más que er que administra la extremaunción.

—¿A quién? —le pregunté.

—Ay, qué guasita se trae la niña —repitió la señora.

Y se puso a reír sin ganas. Yo no pude enterarme, pero es un asunto ese de la extremaunción que espero aclarar. Aquella noche todos querían que bailara el joven vestido de negro. Y él respondía:

—Sí, eso. No hay más que soplar y hacer botellas.

—Anda, hombre —le decía el de la guitarra.

Él se ponía muy triste y decía:

—¡Cómo queréis ustés que baile!

—¡Anda, mi arma!

Porque los gitanos y las gitanas quieren tanto sus facas, dagas o navajas, que el mejor elogio que suelen decir a sus novias o novios es «mi arma», sobre todo, como dije antes, cuando sus novias son negras. Así con frecuencia se encuentra la expresión «negra de mi arma». Y algunas armas llevan escrito un letrero que dice: «¡Viva mi dueño!». Y otras llevan en la hoja otro letrero con mucho adorno que dice: «Si esta culebra te pica, no hay remedio en la botica». Las armas son algo así como cosas vivas, y Elsa tiene una que se la regaló su amigo cantaor de Alcalá de Guadaíra, en cuya hoja solo dice: Recuerdo de Albacete. Y al principio ella creía que el amigo se llamaba Albacete. Porque Elsa es bastante fantástica. Pero se llama Curro. Un gitano bastante atrayente, la verdad. Y, según Elsa —eso no lo creo—, cuando se enamoran les regalan armas. Yo digo que no lo creo. Ella lo dice por la de Albacete. Y porque quiere convencerme de que Curro está enamorado de ella. Tú ves que voy profundizando en el folclore, porque, naturalmente, quiero que mi tesis sea documentada y exacta. Yo siempre he sido responsable en estas cosas.

Bien, pues todos empujaban al gitano a bailar, y él decía:

—¿Cómo queréis ustedes que baile si tengo las carnes abiertas?

—Es verdad —dijo un viejo— que el Pobrecito las tiene abiertas desde hace una semana.

—Está viviendo de aspirina y de vino caliente, mi arma —dijo la vieja señora que había cantado.

Yo lo miraba, extrañada. ¿Abiertas las carnes? Pregunté a una pariente del bailador y ella dijo:

—Con las carnes abiertas no es posible que le salga el desplante al niño. Y sin desplante no hay baile.

—¿Qué es el desplante?

La joven alzó la cara, levantó las cejas, el brazo; arqueó la espina, me miró con un desprecio inhumano y dijo luego, sonriendo: «Ezo es er desplante». Yo no sabía qué pensar, pero al verme acongojada creyó que estaba dolida por las carnes abiertas del bailarín y me cogió del brazo y me dijo:

—No se preocupe, que eso no es grave. Es que er niño está constipado y no puede recogerse las hechuras como es preciso para salir a las tablas.

—¿Cómo? —decía yo, sin comprender.

—No se ponga usted colorá, ángel mío, por tan poca cosa.

Se reía Elsa como un ratón. Me miraba y se reía.

—Constipado —repetía.

Yo seguía colorada. Y la joven que estaba a mi lado alzó la voz para que oyeran todos:

—Aquí la niña de las Californias que se le sube er pavo al campanario porque yo le dije que el bailaor está constipado.

Ya ves, Betsy, hablar de esas cosas en público. Subirse el pavo es otro modismo bastante común y viene de una sugestión plástica. Quiere decir que el pavo —turkey— sube a algún lugar elevado, y es posible que se refiera a la humillación que con eso sufren los pollos de los gallineros; porque aquí los jóvenes son pollos, y las chicas, pollitas. Así, la edad del pavo es la edad juvenil en que los muchachos pueden trepar o correr ágilmente y atrapar la pava hembra y pelarla. Esto en Sevilla es una costumbre general. Pero esto pide explicación. Si he de decirte la verdad, yo misma no lo he entendido bien todavía. Parece que siempre que pelan la pava un muchacho y una muchacha en las cancelas de las casas y a veces en las rejas es una especie de broma antigua que frecuentemente acaba en boda. ¡Qué país este! ¡Viajar para ver y ver para vivir! Si tú vinieras aquí, con lo bonita que eres, en seguida tendrías pavas que pelar, querida. Lo que no comprendo es qué hacen con ellas después, porque aquí solo se come pavo para Navidad. Y las plumas no se ven por ninguna parte. Cuando se lo digo a Elsa, ella vuelve a reír como una ardilla y dice:

—¡La pava! ¡Pelar la pava! Yo también pelo la pava.

En algunas cosas ella sabe más que yo, pero calla esperando que yo haga el ridículo. Tú me conoces y sabes que en materias dudosas ando con pies de plomo. Porque una vez me sucedió que dije en una reunión de jóvenes en la calle de las Sierpes que cuando pasaba por delante de una terraza de café yo me sentía un poco embarazada. Y aquí embarazada quiere decir pregnant. Ya ves, hay que tener cuidado. Y un joven me preguntaba:

—¿Un poco? ¿De cuántos meses?

Yo no sabía qué responder, la verdad.

Y reían todos. Bueno, querida, las cosas no son aquí tan delicadas y de buen gusto como en otras partes. Decir en alta voz y repetir en la sala de la fiesta que el bailador estaba constipado no me parecía muy amable ni adecuado, tú comprenderás; pero yo voy acostumbrándome al famoso realismo español. Y una vez más callaba y escuchaba. De pronto el joven bailador miró hacia la izquierda por encima del hombro y dijo:

—Niñas, échenme ustedes unas palmitas a ver si se me cierran las carnes.

Palmitas son los golpes con las manos, y las llaman así porque, igual que las palmas —palmeras de Arabia—, llevan dátiles. Esto es una imagen poética. Los gitanos llaman dátiles a los dedos. Como ves, sabiendo profundizar en las cosas (confusas y todo) de los gitanos, se llega a ver que hay una lógica bastante natural. Todo consiste en no precipitarse y en buscar la verdad. Mi amiga Elsa, que cuando bebe se pone bastante pesada, reía a carcajadas y decía:

—¡Constipado!

Las mujeres comenzaron a palmotear, y el joven a quien le sucedían tantas cosas incómodas salió a bailar de un brinco. Yo le pregunté a mi vecina:

—¿Usted cree que se le habrán cerrado las carnes?

Y ella me dijo:

—Sí, mi vida; pero no es bastante. Hay que esperar a que se enfade. Si llega esta noche el Faraón, es posible que se enfade el niño, y entonces verá usted lo que es bueno.

Naturalmente, yo esperaba que llegara el Faraón y se enfadara el niño. Pero, según decían, el Faraón llegaba a veces muy tarde.

Volvían a hablar las mujeres aquí y allá, impertinentemente, del estado de salud del bailarín, y yo, bajando la voz, pregunté a la señora:

—¿Y qué tiene eso que ver con el baile?

—¡Mucho tiene que ver!

—¿Cómo?

Elsa reía a mi lado como un chimpancé, y la gitana la miró indignada antes de responder. Luego explicó:

—Er niño no puede recogerse las hechuras, usted comprende.

Tres días me ha costado enterarme de lo que son las hechuras. Mi diccionario dice que es el trabajo del sastre o de la modista. La confección. Pero estoy acostumbrada a que esas palabras tengan varios sentidos. Luego me han explicado que es también la pose. Así es más lógico. Parece que el bailarín que administra la unción llevaba ya algunos días con las «carnes abiertas» y sin poder recogerse las «poses».

Mira si es difícil a veces entender el sentido críptico de ese pueblo artista y misterioso. Pero, como te iba diciendo, seguía la fiesta. ¿Qué creerás tú que sucedió entonces? Pues la mujer que había cantado antes alzó la cara y lanzó otra copla (yo las apunté todas y las pondré en un apéndice de mi tesis) así:

Mira si tendré talento

que puse una barbería

enfrente l’Ayuntamiento.

Esta copla es un verdadero descubrimiento, porque pertenece a un género poco frecuente entre los gitanos. Tienen una diversidad enloquecedora de estilos, querida. Ya no era el paripé ni la mala puñalada, sino el más puro y plausible sentido práctico y mercantil, como en Chicago o en Pensilvania. Ayuntamiento es la casa donde se reúne la municipality. Ayuntamiento. Una de las pocas palabras del idioma español que tienen las cinco vocales. (Otra es murciélago). Quiere decir ligadura y unión, ayuntamiento. Por eso es —supongo— el lugar de las bodas, y de ahí le viene tal vez el nombre. Yo he hallado la palabra en textos literarios antiguos con ese sentido, como el Arcipreste de Hita cuando dice:

… y haber ayuntamiento

con fembra placentera.

Seguramente, pues, es el lugar donde se casan. (Esto me servirá para una bonita nota erudita al pie de la página). El que pone la barbería frente al ayuntamiento demuestra talento práctico, ¿verdad? Los clercs de las oficinas son los únicos que aquí se afeitan cada día. Eso le ofende siempre a Elsa. Anda diciendo que los hombres tienen aire patibulario y que su amigo el cantador de Alcalá de Guadaíra le ha dicho que «el hombre y el oso cuanto más feo más hermoso». Por cierto que ese cantador baila también, pero no profesionalmente, sino como aficionado y «para los amigos». Cuando Elsa dice que las mujeres no se bañan, el de Alcalá responde: «Ni falta que hace; porque si se bañan demasiado, se les quita la sal».

Estos gitanos tienen respuestas para todo. Y el de Alcalá tiene prestancia y estilo. Pero ya digo que yo respeto los «romances» ajenos. Lo que no esperaba, la verdad, es hallar en los gitanos sentido práctico. Otras canciones he oído a veces en las que se revela esa misma cualidad, aunque no de un modo tan manifiesto. Por ejemplo, aquella que dice:

Por la Virgen del Rocío,

que tu ropita y la mía

las lleven juntas al río.

Porque aquí los problemas del laundry son más serios que ahí. Digo que el sentido práctico no es tan evidente en el presente caso, porque es posible que exista una intención sentimental más o menos oculta y que al llevar la ropa del joven a la casa de su amiga para que la laven con la de la familia de la muchacha, sea el primer paso y pretexto para una relación más directa y estrecha. Todo podría ser. Los andaluces inventan muchas extravagancias cuando están enamorados y quieren acercarse a su amada y sobre todo entrar en relación con la familia. ¡A quién se le ocurre complicar el laundry con el amor!

Sin embargo, como decía, estas cosas del sentido práctico son muy escasas en el folclore andaluz. Yo creo que soy la primera en recogerlas.

Aquella noche de la fiesta mucho aprendí, la verdad; pero no comprendí ni la cuarta parte de las cosas que anoté. Aquí delante tengo mi cuaderno. Tú dirás: ¿Por qué no te documentas en los libros que se han escrito sobre los gitanos?

No, hija mía. Si yo he venido a España, ha sido por algo. Ya que gasto mi dinero, siquiera que se vea el provecho y que mi tesis tenga el valor de una investigación de primera mano hecha sobre el terreno. Para sacar mi tesis de los libros no necesitaba venir aquí.

Pero si no te fatiga esta carta tan larga, permíteme que siga hablando de la fiesta de la otra noche. Uno de los que más se entusiasmaban con el baile gritaba:

—Venga, salero.

A la cuarta o quinta vez que lo dijo, pregunté a un camarero por qué no traía dos o tres saleros, y él soltó a reír y me explicó: «Señorita, eso del salero lo dicen para jalear al artista». Y el mismo camarero, al ver que el bailarín se golpeaba la bota y la pierna, gritó:

—Ahí le duele al rey Faraón.

¿Qué rey sería ese? ¿O era una alusión al rival? No es que yo pretenda que hay que entender lo que dicen los gitanos al pie de la letra. No. Pero en sus imágenes y metáforas hay a veces antecedentes históricos que quiero aclarar. Tú comprendes, hija mía.

Al parecer, se trataba de aludir al rival del bailador, que tardaba mucho en llegar.

Poco a poco iré penetrando en el sentido críptico del idioma de los gitanos. Eso requiere tiempo, tú comprendes.

Algunas expresiones no puedo aclararlas, porque la verdad es que me llevarían demasiado lejos. Pero los gitanos saben de los faraones y hablan de ellos con entusiasmo. La vieja cantadora, bastante gorda, que me dice siempre que estoy de guasita, tiene de apodo la Faraona. Es la mujer del Faraón, que siempre llega tarde. Por cierto que de vez en cuando me pedía un dólar y me decía: «Es la confianza que te voy teniendo, resalá». Así se hizo bastante amiga mía.

El guitarrista tocaba muy bien, y cuando yo se lo dije a la Faraona, ella respondió sin mirarme:

—Ezo no es una guitarra. Ezo es la catedral de Toledo.

Aquí es donde yo no puedo seguirles a los gitanos. ¿Qué relación puede haber entre una guitarra y una catedral gótica? ¿Quieres tú decírmelo? Las expresiones de esa clase deben tener algún género de congruencia secreta o aparente, y yo no la veo todavía.

—De guitarras y de catedrales no entiendo mucho —dije yo—, pero el tocador es excelente.

—¡Qué me dice usted a mí!

Otro gitano viejo se acercó al tocador, le puso la mano en el hombro y dijo llorando de emoción:

—Bendita sea la gitana que te parió, hijo de mala madre.

Los otros aplaudían. El tocador hizo un gesto y dijo entre dientes:

—Se estima.

La Faraona comentó:

—¡Toque de catedrático!

Creía al principio que había dicho de catedral también. Como vio que no lo entendía, la Faraona repitió:

—¡De catedrático!

—Ah, sí. De profesor. ¿En qué se nota?

—En er punteao. Y el pobresito estuvo muy malo hace pocas semanas.

—¿De qué? —pregunté yo recordando de paso la indisposición del bailarín.

—De un orsequio, señorita.

Quería decir obsequio y yo no lo entendía al principio. Elsa reía otra vez como un conejo. Había bebido bastante y tenía los ojos medio desenfocados.

Yo no comprendía lo del orsequio:

—¿Cómo?

—De un convite. De una fineza. Es el más estimao del señorío. Quisieron orsequiarlo y el mismo día habría arternao en tres juergas más. Le dio un torzón y estuvo en las últimas. Sacramentao que lo tuvimos na más, al pobresito.

Pero la Faraona me señalaba a otro gitano que estaba entre el público y llevaba un clavel rojo en la oreja:

—Mírelo a mi compadre. Ese estuvo peor, de un puñalón, el año pasao. Pero Dios quiere que la mala hierba viva.

Yo apunté la palabra puñalón como una variante de puñalá, puñalaíta, etc. Y pregunté:

—¿Un puñalón trapero?

—Y tan trapero, niña. Pero ya digo, mala hierba nunca muere.

Contaba la Faraona que el «accidente» lo tuvo tres meses en el hospital y que el día de la operación, al volver de la anestesia, el pobre compadre vio en la mesita de noche un Niño Jesús que le habían puesto las monjas, sonriente y sonrosado. El compadre llamó y le dijo a la hermana de servicio:

—Hermanita, con el puñalón que yo llevo, ese Niño no pué haser nada. Tráigame un Cristo de cuerpo entero con unas barbas que le lleguen a las rodillas.

Y le llevaron el Cristo con barbas y se curó. El compadre de la Faraona atribuía aquella curación al cambio de imagen. Y la Faraona, también. Son supersticiosos los gitanos. ¿Qué diferencia puede haber entre una imagen y otra? ¿Y qué tiene que ver la edad aparente de Jesús y su barba con la gravedad de la herida? Eso es lo que yo digo. Estos gitanos viven en la confusión y con una superstición tratan de explicar otra, lo que a veces los lleva a un caos tremendo. Pero Curro es todo un tipo de gitano fino. Porque hay aristocracia entre ellos. Mi amiga Elsa dice pedantemente: «Son personalidades estéticas». Ya ves: «estéticas». Pero yo te aseguro que voy entendiéndolos poco a poco. Tardaré sin embargo bastante todavía en llegar a ese grado de perfección que aquí llaman la fetén. Por lo menos, mi tesis quiero que se acerque a la fetén en lo que sea académicamente posible.

Volviendo a lo del sentido práctico, como decía antes, los calés lo tienen. Lo demuestran a veces hasta en sus expresiones religiosas. Un viejo decía a otro aquella noche, cerca de mí:

—¡Máteme Dios con monedillas de cinco duros!

Yo traté de hacerme amiga de él y le pregunté si era católico:

—¡Más católico que er mengue, señorita!

Luego supe que el mengue es el diablo. Mira qué delicadeza y qué exactitud considerar católico al diablo. Eso no lo ha hecho sino el Dante y últimamente en Italia Giovanni Papini. Es una verdad que nadie negaría. Le pregunté si rezaba oraciones y qué le pedía a Dios en ellas.

—¿Yo? No, señorita. Rezar, rezo, pero no le pido nada a Dios. Nozotros no le pedimos nunca nada a Dios.

—¿Entonces?

—Entendamos, señorita. Nozotros le desimos a Dios nuestro Señó: Dios mío, no te pido que me des nada. Solo te pido que me pongas donde lo haya.

Ya ves si eso es noble. No quieren que Dios les regale nada, sino que les ponga cerca de donde esté para ganarlo y conquistarlo ellos por sus medios. En ese sentido, cada gitano es un self made man. ¿No es admirable? ¡Y luego hablan los americanos!

Invité al hombre a un chato —así llaman al vaso de manzanilla—, y él lo olió y dijo antes de beber: «Este es sanluqueño y tiene siete primaveritas». Yo pregunté:

—¿Cómo es eso?

Y el viejo dijo sonriendo con media boca:

—A mí con esas. Mi padre era un mosquito.

Los otros afirmaban. «Un mosquito de Cuba», decían muy serios. Otro problema. ¿Qué diferencias hay entre un mosquito de Cuba y otro de Sevilla? ¿Y por qué un mosquito ha de ser el padre de nadie? Luego me dijo Elsa que cuba quería decir en aquel caso barril. Podía haberlo dicho antes, pero ella espera a que alguien se ría de mí y luego me dice lo que sabe cuando lo sabe, que no es siempre.

A veces la odio a Elsa. Y yo creo que Curro, el gitano fino de Alcalá, se burla un poco de ella.

La fiesta se interrumpió hacia las once y se pusieron todos a comer y a beber. El viejo miró el reloj y dijo que era la hora de la carpanta. Al parecer, llaman así a las once de la noche. Además de la hora del gusanillo, y del almuerzo, y de la comida, y la merienda, y la cena, tienen la carpanta de las once. Y luego dicen que los gitanos no comen. Mira los sinónimos que tienen para comer, que ya los he apuntado: tragelar, englutir, jalar, manducar, mascar, engullir, jamar, devorar, zampar, embaular, atracar, hartar, escudillar, embuchar, cebar, atiborrar; dedicarse a la bucólica, a la jamancia, a la manducancia, y muchas más expresiones que no recuerdo.

Hay mucho gourmet en este país, y entre los gitanos, muchos de ellos a las once de la mañana comienzan con cañas y tapas y así cultivan su apetito y lo desarrollan con conocimiento de causa. Pero al parecer los mejores gourmet del país son, según he oído, los chicos de los esquiladores.

El gitano viejo me decía que no pasaba por delante de un colmao sin entrar a echar un vaso y una tapita siempre que hubiera conquibus. Esta palabra latina supongo que quiere decir tener crédito en el colmado o taberna. No es frecuente que los gitanos empleen palabras latinas. Los más cultos, tal vez. Solo recuerdo haber oído otra palabra culta de ese origen: de bóbilis bóbilis, que quiere decir conseguir una mercancía a crédito o a plazos.

De aquellos gitanos, pocos había que hicieran una vida regular, digo de ciudadanos respetables. Curro era el único, quizá, a quien podríamos tú y yo presentar a nuestras familias. Unos habían sido heridos en riña. Otros habían estado en la cárcel. El marido de la Faraona había estado quince días en una cárcel especial que llaman Chirona porque los guardias le pidieron la cédula —un papelito de identidad— y el Faraón la buscaba por un bolsillo y por otro y no la encontraba. Mientras la buscaba, un guardia, receloso, decía:

Hum, hum…

Y el Faraón seguía buscando, y aburrido sin encontrarla y viendo que el guardia seguía receloso (hum, hum…) dijo de mal humor:

—Ni hum, hum…, ni na, señor guardia. ¿No se perdió el Reina Regente?

El Reina Regente era un acorazado que salió de Cádiz en 1908 o 1909 (tengo que comprobar la fecha) y desapareció, probablemente en una tormenta, sin que se haya vuelto a saber nada de él ni de sus tripulantes. El gitano tenía razón. Si se pierde un acorazado, ¿no se puede perder ese papelito que llaman la cédula? Pero los guardias entendieron aquello como una falta de respeto. Y fue a la Chirona. Más tarde parece que le llevaron a otra cárcel más moderna que se llama El Estaripén.

Y la noche de la fiesta le esperaban y no llegaba, y el bailarín bailaba con estilo y arte, pero no se enfadaba según decían a su alrededor, con aire de lamentarlo mucho.

Curro, que de perfil parece un emperador romano, decía: «El Faraón vendrá, que me lo ha dicho a mí».

Yo preguntaba a la gitana vieja si la riña del compadre del clavel había sido solo entre dos hombres o entre toda la familia (porque los calés pelean por tribus a veces), y ella me dijo que había sido de hombre a hombre, y que el otro había tenido que pelear después con un sobrino del compadre y que ese sobrino le dio mulé.

—¿Cómo?

—Que lo despachó.

Yo le pedí que me lo explicara. Y ella dijo: «La cosa no pué ser más clara: er que le había dao el pinchaso a mi compadre mordió er polvo». Viendo que yo seguía sin entender, y con la expresión congelada, ella añadió: «Que palmó, niña. ¿Está claro? La lio, la diñó, espichó (date cuenta de las variedades de raíces, querida); que estiró la pata, que hincó el pico».

No entendía yo todavía, y ella, como el que da la explicación final, dijo: «En fin, hija, que lo dejó seco en el sitio». Yo apuntaba todas aquellas palabras, y cuando Elsa se hubo reído de mí me dijo que el sobrino de su compadre había matado al agresor para vengar a su tío. Así son estos andaluces.

Elsa a todo trance quería cantar. Es tímida, pero tiene el vino expansivo. Su amigo de Alcalá de Guadaíra, que una vez más debo confesar que me gusta, le decía: «Vamos, vamos, que hay bastantes grillos ya en el parque de María Luisa». Y la tonta de Elsa creía que eso era un piropo, porque en Holanda el grillo es poético.

Yo, que a veces confundo las expresiones del argot, le dije a la gitana para mostrarle que sabía por dónde andaba:

—Total, señora, que el muerto se quedó a dos velas.

Y hubieras visto a la Faraona contemplarme como si yo fuera un monstruo. Yo creía que estar a dos velas era estar muerto con un cirio a cada lado, y resulta que es (quién iba a pensarlo) lo mismo que en Méjico estar bruja. Es decir, estar sin un cent. Entonces la Faraona dijo que un muerto es un muerto y que no hay bromas con ellos. Y que un muerto no está nunca a dos velas, y que hablar de las velas de los muertos daba mal vahío, en todo caso. Mal vahío o vagío es el aliento de las personas que tienen la digestión difícil o los dientes estropeados. Una vez más, ¿qué tendrá que ver lo uno con lo otro?

La fiesta de aquella noche duró bastante, y cantaron toda clase de coplas y canciones. En una decía una muchacha que tenía a su amante debajo de la hoja del perejil. Yo miraba de vez en cuando al medio novio de Elsa y él se daba cuenta, me guiñaba el ojo y cantaba:

En un cuartito los dos,

veneno que tú me dieras,

veneno tomara yo.

Elsa se enfadó. Me dijo con sarcasmo:

—Vaya, tienes suerte.

—¿Yo? Yo no le voy a dar veneno a nadie.

—Pero tienes suerte. Más vale llegar a tiempo que rondar un año, como dicen en Sevilla.

Creía la holandesa borracha que el cantaor me había hecho una proposición de matrimonio por soleares. Yo prefería no pensar en nada. En esas fiestas o juergas se dicen muchas cosas sin sentido. Estoy trabajando en mi tesis y no me gusta confundir mi vida sentimental —digámoslo así— con mi vida académica; tú sabes como soy. Aunque el joven es atractivo.

Ya me conoces y creo haberte dicho antes que acostumbro respetar los romances ajenos. No soy una rompedora de idilios como mi abuela, que tú conoces, y que casi le quitó el novio a su nieta, mi hermana mayor. No. Yo en eso he salido a mi madre.

Así es que… Pero el bailarín se ponía a cantar también. Y cantó cosas muy hermosas sin paripés ni bisoñés. Aunque casi todos comían y bebían, la hora de la carpanta es compatible con la fiesta, y no faltaba quien tocara la guitarra y quien lanzara aquí y allá una canción. El de Alcalá de Guadaíra hizo un gesto al de la guitarra y cantó mirando a Elsa con ironía:

Tonta tú, tonta tu madre,

tonta tu abuela y tu tía;

anda, que ya no te quiero,

que eres de la tontería.

Yo no sabía qué hacer, porque la holandesa no es tonta, aunque lo parece cuando bebe. Y para remate de pleito el cantador de Alcalá de Guadaíra me miró, bebió a mi salud y cantó esta canción que pongo aquí y que no sé si te gustará, pero que a mí me parece maravillosa. (Ya ves tú lo que esos gitanos pueden hacer cuando quieren en materia de finura).

La luz de la luna

todo lo blanquea,

pero de sus rayos algo se le pierde

y entra en la arbolea…

Creo es un poco cursi (corny), pero en aquel momento y con la emoción de la fiesta y un poco de manzanilla en las venas, sonaba como una canción de ángeles. Al menos para mí.

Desde aquel momento yo me propuse no mirar a aquel hombre, que al fin era más o menos amante de Elsa. Pero cuanto menos le miraba, más parecía interesarse en mí. ¿Qué podía hacer yo?

Y el hombre cantaba:

¿Por qué vuelves la cara

cuando te miro?

En fin, que yo pensé: ¿Mi buen deseo falla? Pues entonces en la guerra como en la guerra, digo, en el amor como en el amor.

Levanté mi copa y bebí por el amigo de Elsa. No hay duda de que aquel joven me hacía la corte. Elsa dijo, por molestarme:

—Esa canción me la cantó también a mí la noche que nos conocimos.

Y rio como un grillo. Mi amigo dijo que era verdad, pero que aquella noche de Elsa en el claro de la luna había lechuzas y buitres. Como hombre con experiencia de la vida, antes de tratar de serme agradable a mí quiso ser desagradable a mi amiga. No me dirás que eso no es inteligente, hija.

En aquel momento apareció en la puerta del salón el Faraón, es decir, el rival del bailarín. Este irguió el espinazo y dijo al guitarrista:

—Vamos con unas seguiriyas de Triana.

Pero un camarero que salía con una bandeja tropezó con el Faraón, le derribó encima la bandeja y le puso perdido. El Faraón se sacudió como un perro mojado, entró contoneándose y dijo sonriente:

—Vaya, señores. Llego tarde, pero llego a tiempo.

Elsa soltó a reír esta vez como un caballo, es decir, como una yegua. Y yo iba a salir con ella, cuando vino el cantador de Alcalá de Guadaíra y se puso a mi lado:

—¿No le gustan a usted los paisajes de luna?

—Mucho.

—El alcázar está esperándonos a usted y a mí, prenda.

Eso de prenda es aquí como darling. Y hay que entenderlo. Yo dije que quería ir al alcázar porque quería copiar su canción para mi tesis sobre los rayos de la luna que se pierden y entran en la arboleda, y que el parque de María Luisa debía de estar hermoso. Salimos a la calle. De la Giralda caían las campanadas de la medianoche, y el cantador decía:

—¿Hay nada más bonito en el mundo que esta noche con esa luna y esas campanas? ¿Qué dice usted, Elsa?

Ella dijo secamente:

—Las doce.

—Digo las campanas. ¿No son la cosa más gitana der mundo?

—Las doce.

—Sí; la niña es de repetición —dijo el cantador.

—¡Esas campanas! —dije yo, encantada y aduladora—. Nunca las he oído más hermosas. Quedan vibrando un rato en el aire, como una bendición del cielo.

Echamos a andar despacio, y el amigo de Elsa me miró por detrás de ella y me dijo con un guiño de picardía:

—Las doce, la hora de las brujas. A ver si es verdá que vuelan.

Bueno, pues a consecuencia de todo eso, te digo, Betsy —si no lo has sospechado ya—, que tengo novio. El de Alcalá de Guadaíra. No es un cantador profesional, sino que el canto es un hobby para él, como te decía antes. Y no es gitano, en realidad. Tiene solo un cuarto de sangre gitana, por su abuela. Se baña a diario y además vamos a nadar a un club. Cuando lleva dos horas nadando pierde el color agitanado. Pero no es blanco, sino verde.

Tú dirás: ¿por qué no he dicho al principio de la carta eso de que tengo novio? Pero es que comencé a escribirla hace dos semanas, y entonces no sabía aún lo que iba a suceder. Estas cartas tan largas las escribo en varios días.

Tengo novio. No creas que lo hago para quitárselo a Elsa. Es que necesito un auxiliar genuino y nativo para mi tesis. Por otra parte, yo creo de veras que a nosotras las americanas nos convendría por algún tiempo un novio gitano, aunque solo fuera para aprender a caminar. Él me está enseñando a mí. ¿Crees tú que sabía? Pues no. Tú tampoco sabes. Dice que las mocitas deben caminar con música. Mucho tendría que decirte de esto, pero una de las maneras de explicarlo es «caminar mucho y avanzar poco». Caminar por caminar o, como dice mi novio: el arte por el arte. Nosotros lo hacemos eso en Pensilvania, solo que en automóvil. (Esto sería lo que aquí llaman malange).

Además, mi novio me explica muchas cosas. Ya sé lo que es el paripé. Es lo que hace Elsa cuando se nos acerca y sabe que tiene que ser amable sin poder ser amable. Se le atraganta el embeleco. Y también sé que el bailarín del cuadro flamenco estaba solo resfriado. Tenía las «carnes abiertas» —es una manera suya de hablar— porque tenía un tremendo resfriado. Nunca le agradeceré bastante a mi amigo esta aclaración. Mi interpretación era bastante desgraciada, entre el malange y el cenizo.