Terminar esta tarea fue la última prueba que Toni me obligó a aceptar antes de que muriese asfixiado por el cáncer que se lo comía por dentro. Yo no quería, e incluso puse cierta resistencia no muy firme, pero hay cosas que no puedes negarle a un moribundo si te las pide cogiéndote de las manos. Le dije que sí y aquí estoy, con unos calzoncillos que no me he cambiado en tres días, refrescado por un ventilador y con los riñones palpitando como los pistones de un motor.
No tengo intención de elaborar una obra maestra; solo hacer algo digno de nosotros tres. Soy un hombre que cumple con rigor sus compromisos y me he tomado muy en serio el cometido que acepté en el lecho de mi último amigo muerto.
Aunque sea un poco pretencioso por mi parte, considero adecuado empezar por mi propia historia. Si atendemos a la pura realidad, la idea de fundar el club fue de Toni, aunque me considero parte esencial en su gestación y, como miembro fundador, reclamo el derecho a contar en primer lugar lo que mejor conozco.
Al lector que tenga entre sus manos este manuscrito tengo que avisarle que la obra que he pretendido crear no es una biografía. Por lo tanto, tendrá que olvidarse de la búsqueda de exactitud en fechas y hechos. No, una biografía no haría honor a la amistad que nos unió y que permaneció constante hasta el final, por mucho que en algunos momentos me dieron ganas de mandarla a paseo. Ese supuesto lector podrá encontrar en estas páginas una dramatización de los hechos que he vivido y de aquellos otros que mis amigos me contaron en persona. Reitero que no tienen por qué coincidir temporalmente con la narración que expongo.
Lo que sí garantizo es absoluta honestidad. Creo que es comprensible no pretender una transcripción literal de los diálogos que mantuvimos. En el momento en que iniciamos el club no éramos conscientes de lo lejos que podría llegar ni del encargo que iba a recibir como última prueba de su existencia. Puedo asegurar que no añadiré nada de mi propia cosecha y que haré un esfuerzo ímprobo para plasmar la esencia de lo que hablamos, respetando la personalidad y expresiones de cada uno de mis amigos.
Mi objetivo es escribirlo sin pausa, deteniéndome lo estrictamente imprescindible para comer y dormir. El tiempo apremia.
Tengo en mi poder todo lo necesario para completar mi objetivo. Varios kilos de comida precocinada, tres docenas de latas de Red Bull y cuatro cajas de Ritalín. Y, por supuesto, el botiquín que no puede faltar en la vida de un canceroso: omeoprazol, antieméticos y variantes de opiáceos legales.
Si este libro fuese cine, sería una de esas películas rodadas con cámara subjetiva en mano y poca banda sonora. También podría ser un documental novelado. En cualquier caso, será realista y cruel como lo ha sido el destino con nosotros.
A los que buscáis un libro donde apoyaros en los malos momentos de vuestra enfermedad, ya os adelanto que estáis equivocando el tipo de lectura. Mejor acercaros a vuestra librería preferida y comprad un ejemplar de «Sanación con remedios naturales» o alguna idiotez semejante.
Pero si estáis cabreados con la enfermedad que os está matando, pasad la página y elevad al aire una buena jarra de cerveza fría en honor de todos los que nos morimos exprimiendo hasta la última gota de esta vida.