Aniceto

Teníamos un mozo de servicio que se llamaba Aniceto. La viruela había dejado en su cara hoyos semejantes a los de la piel del cerdo. Desde que mis recuerdos comenzaban, ya él estaba ahí, en la casa. Llegué a imaginar alguna vez que también había sido plantado por mi bisabuelo.

Contaba historias de brujas. Cuando él tenía una labor en el plan de Salaices, las veía todas las noches pasar volando sobre las matas de maíz. No les disparaba ni les gritaba para ahuyentarlas, ni siquiera ponía imágenes de santos entre las ropas viejas de los espantajos. A veces, cuando el viento soplaba hacia él, las oía cantar: «Lunes y martes y miércoles, tres; jueves y viernes y sábado, seis».

—¿Por qué cantan así las brujas, Aniceto?

—Porque una vez había en un pueblo dos jorobados, uno malo y el otro bueno. El bueno se fue a acostar una noche al bosque, porque no había encontrado en el pueblo un lugar para dormir; y estaba tendido al pie de un árbol, cuando llegaron las brujas y comenzaron a bailar, cantando: «Lunes y martes y miércoles, tres; lunes y martes y miércoles, tres». Entonces el jorobadito bueno les cantó: «Lunes y martes y miércoles, tres; jueves y viernes y sábado, seis». «¡Qué bonito! —dijeron las brujas—. ¿Quién nos arregló nuestro verso?» Vieron al jorobado, y en premio le quitaron la joroba y la dejaron colgada en las ramas del árbol. Al día siguiente que entró en el pueblo sin joroba, el malo le preguntó cómo se la había quitado, y él le platicó todo. «¿Por qué te la quitaron a ti y no me la han de quitar a mí también?», dijo muy envidioso y le pidió la señal para saber dónde bailaban las brujas. El bueno le dijo: «Es abajo de un árbol donde está colgada mi joroba». Al oscurecer se fue el envidioso, encontró el sitio, se tendió al pie del árbol, y esperó sin dormirse hasta la medianoche, que salieron las brujas bailando y cantando su nueva canción: «Lunes y martes y miércoles, tres; jueves y viernes y sábado, seis». Entonces, el jorobado malo gritó: «Y domingo siete». Las brujas se enojaron: «¿Quién nos desarregló nuestro verso?». Encontraron al jorobado, y en castigo le pusieron arriba de su joroba la otra que estaba colgada en las ramas del árbol. Y cuando volvió al pueblo, todos se rieron de él, por envidioso…

Con este y otros relatos, Aniceto me dormía al anochecer, cuando yo era niño; me levantaba en sus brazos y me llevaba a acostar. Años después él fue quien se encargó de enseñarme a montar a caballo. Vivía en un cuartito junto a la caballeriza.

Le dije: «Ya se fue mi padre, porque va a haber otra guerra…».

Se puso triste: «Ahora sí nos van a quitar los caballos…».