Capítulo 41
Miércoles, 18 de agosto de 1999, 2:57 AM
Interestatal 84
Centro de Connecticut
El teléfono sonó tres veces antes de que alguien contestase. Hubo algunos ruidos, y finalmente alguien susurró con voz ronca:
—¿Dígame?
—¿Tengo el placer de hablar con la secretaria personal del señor Schreck? —Lucita estaba de buen humor: circulaba hacia el este por la I-84, con la capota bajada, el viento en el pelo y un encargo finalizado más.
La Nosferatu (pues Lucita había reconocido la voz como la de la "mujer" del sótano en Baltimore) al otro lado de la línea soltó una breve risita.
—Si es así como quiere llamarme por el momento. Buenas noches, Lucita. ¿Qué tal va el descapotable?
—El coche es estupendo, gracias. De lo más satisfactorio —contestó Lucita. La Nosferatu iba a decir algo, pero ella siguió hablando—. ¿Ha terminado ya con la cháchara sin sentido y puedo presentar mi informe, o quiere seguir fingiendo que de verdad le gusta hablar conmigo?
A la derecha, un cartel señalizador de la salida para la I-691 y Middletown pasó como un destello en la noche. Lucita lo ignoró y giró a la izquierda, haciendo un rizo.
Hubo un momento de silencio en la línea.
—Y yo que suponía que todos los Lasombra apreciaban las gracias sociales...
—La cortesía, sí. Un cierto sentido de lo adecuado, también... incluso aunque uno ya no sea bienvenido entre los cariñosos brazos de su clan. Pero la familiaridad no ganada es algo muy distinto. No suponga en una relación de negocios, y no pretenda que me conoce a mí o a los míos. Ahora, ¿quiere el informe de esta noche, o cuelgo el teléfono y me limito a disfrutar de este maravilloso coche que me han dado?
El viento hizo difícil oírla respuesta de la Nosferatu, pero Lucila estuvo segura de que se trataba de algo muy grosero. Siguió un silencio expectante, así que se pasó el teléfono a la mano izquierda, sujetándolo bajo la barbilla, y enumeró los detalles de la noche.
—Torres ha muerto. La información de su observador era correcta, y una vez en Waterbury pude encontrarle con facilidad. Su hombre no mencionó que Torres tuviese secuaces, pero me lo esperaba. También me he ocupado de ellos, pero dejé sus cuerpos como un mensaje.
—¿No lo sabía? —La Nosferatu sonaba sorprendida—. Hubiese debido constar en la última transmisión.
—Ya no importa a estas alturas. Los dos están muertos. —Tocó el claxon al acercarse hasta casi rozarlo a un Infiniti, que tardó un momento en pasar al carril de la derecha—. Y no, no oí nada de eso. Interesante.
—Resulta curioso. Bien, maldita sea. ¿Dice que acabó con los dos?
—En efecto. Como muestra de mi buen corazón, ni siquiera los incluiré en la factura. —Lucita hizo una pausa—. Debo admitir que me sorprendió ver a Rey precisamente allí.
—Fue un golpe de suerte —admitió distraídamente la Nosferatu—. Sabíamos que habrían enviado exploradores, así que pusimos gente para observar las autopistas y carreteras principales. Uno de nuestros centinelas volantes de la interestatal se fijó en él por accidente en Duchess County y llamó. Desde entonces, ha sido cosa sencilla. ¿Sigue a por los otros dos blancos?
La expresión de Lucita se deshizo en un ceño fruncido. El siguiente objetivo era insignificante, pero en cuanto al arzobispo, había sido contratada no una, sino dos veces para eliminar a aquel blanco, y Talley, malditos fuesen él y su "cortesía profesional", se opondría a ella. En el fondo, el dinero carecía de importancia: era cuestión de principios. Nadie impedía a Lucita que cogiese lo que había reclamado para sí. Nadie.
Ya no.
—¿Lucita? ¿Sigue ahí? ¿Lucita?
—¿Mmmh? Sí. Es sólo... el tráfico se ha complicado.
Hubo una deliberada pausa al otro extremo de la línea.
—¿Está segura de que podrá manejar a Talley? —preguntó la Nosferatu, como si estuviese leyendo la mente de Lucita a larga distancia—. Le podemos enviar ayuda si hace falta.
La frente de la Lasombra se oscureció de ira.
—Buenas noches —dijo, cortando después la conexión.
Ya cerca, las luces de Hartford oscurecían las estrellas y volvían el cielo nocturno de un enfermizo tono púrpura. La ciudad seguía por el momento en manos de la Camarilla. Se quedaría allí unas cuantas noches, preparándose, y después seguiría adelante. Un encargo más, y después llegaría el turno del grande.
Por no mencionar, pensó, a Talley.