Capítulo 20

Martes, 10 de agosto de 1999,10:42 PM

Bajo el Paseo Marítimo

Buffalo, Nueva York

Muchos Vástagos de Buffalo se hubiesen sorprendido al descubrir que el refugio de Tomasz el Nosferatu no estaba cubierto de agua cenagosa hasta la altura de los tobillos. Tampoco había olor a basura o desechos fecales, ni siquiera un mueble roto y rescatado del vertedero. La cara de Tomasz podía parecer un animal atropellado una semana atrás, pero le gustaban las comodidades, y su refugio principal era una prueba de ello.

El refugio estaba en un conducto de desagüe, cierto, pero se trataba de una cámara lateral elevada por encima del nivel del túnel que llevaba hasta ella. Hongos fosforescentes marcaban el corredor: algunos señalaban trampas que Tomasz había ido disponiendo laboriosa mente a lo largo de los años, y otras rutas seguras. Sólo él y algunos de sus chiquillos sabían distinguir unos de otros. En la oscuridad, los atentos ojos de las ratas centinela reflejaban la tenue luz. Nadie, mortal, Vástago u otra cosa, podía acercarse al refugio de Tomasz sin que él lo supiese.

El tiempo de respuesta era algo importante para el inmóvil corazón del Nosferatu, y siempre intentaba asegurarse de tener suficiente. Pero por el momento no tenía nada, y aquello no le gustaba en absoluto. Y se encontraba atendiendo a un visitante que incluso él encontraba incómodo en su refugio. No era que Dustin fuese particularmente feo. Para tratarse de un Nosferatu era casi guapo, capaz de pasar por normal con poca luz. En aquel momento estaba sentado en una de las elaboradas sillas talladas a mano de Tomasz (llegadas desde Cracovia con muchas dificultades y a un precio muy alto), siendo un perfecto invitado y atendiendo a cuanto decía su anfitrión.

No, la causa de la ligeramente perturbadora reputación de Dustin, hasta entre sus compañeros de clan, era que le gustaba jugar con fuego, y aquello era el tipo de cosas que preocupaba incluso a los demás Nosferatu.

—No me gusta esto, no me gusta nada. —Tomasz se paseaba arriba y abajo sobre una alfombra persa que tenía cincuenta años y no mostraba ni una hebra fuera de su sitio. Detrás de él, la luz brillaba sobre una colección de plata vienesa amorosamente reunida a lo largo de un siglo—. Hay algo que no está bien. Dustin, te necesito.

El joven Nosferatu se removió incómodo en su silla.

—¿Por qué a mí? ¿Dónde está Phoebe?

Tomasz hizo una mueca.

—Está en... tiene otros asuntos. Pero esto es algo que entra más en tu especialidad.

Dustin sonrió, mostrando unos dientes que salían en todas direcciones.

—¿Quiere decir que necesita que alguien muera, y la pequeña y dulce Phoebe no puede hacer el trabajo sucio?

Tomasz meneó la deforme cabeza.

—No, no exactamente. Necesito que observes por mí. Que mates si es necesario, pero sobre todo que observes.

—No lo entiendo. —Dustin se levantó y limpió cuidadosamente el polvo de la silla, con movimientos justo al borde de la exageración—. Así que necesita que alguien vigile algo. Envíe a sus ratas y déjeme al margen.

—No, las ratas no sirven para esto —dijo Tomasz moviendo un dedo como gesto de aviso—. Necesito unos ojos agudos, pero también una mente despierta tras ellos. Si hubieses estudiado más, sabrías que las ratas son algo limitadas en algunos aspectos, aspectos muy importantes.

Dustin no logró disimular su expresión de aburrimiento, y dio un paso hacia el túnel de salida.

—Qué bien. ¿Y entonces?

—Entonces te quedarás cuando Phoebe y yo nos marchemos, y te mantendrás vivo para poder contarme lo que ocurre. No me fío de esto.

—Supongo que no tengo la opción de negarme.

—El rechazo siempre es una opción, pero parte de esa opción es aceptar las consecuencias del rechazo.

—Ah. —Dustin abrió la boca y la cerró de nuevo—. Capto. ¿Puedo al menos defenderme si me descubren?

Tomasz abrió las manos en un gesto de generosidad.

—Por supuesto. Muerto no nos sirves de nada, así que haz lo que debas. Tan sólo recuerda por qué estás allí. Tienes una reputación de... excesivo entusiasmo. No te será útil en esto.

El joven Nosferatu soltó una risita.

—Oh, no se preocupe. Me gusta mi pellejo, y he preparado unas cuantas sorpresas. Saldré de aquí en una pieza.

—Más vale, Dustin. Confío en ti. Y supongo que encontrarás adecuadas las recompensas por tu tarea.

—Ciertamente. Bien, tendremos que discutir eso cuando nos veamos de nuevo. Haga que las ratas me señalen el punto de encuentro. Tengo trabajo que hacer.

Dustin se escurrió en la oscuridad. Tomasz musitó algo que pudo tratarse de una maldición o una despedida, y se puso a hacer el equipaje. En la negrura fuera de su hogar, las ratas intercambiaron suaves chillidos.