Capítulo 34
Viernes, 13 de agosto de 1999, 2:19 AM
Cruce de las calles Hamburg y South Park
Buffalo, Nueva York
Dustin se sentía acalorado, y aquello no era muy bueno para un Vástago cargado con varios litros de gasóleo a la espalda. Después de achicharrar a los dos payasos que le habían estado buscando, había seguido buscando diversión, pero sin encontrar nada. Todos los soldaditos de papel dejados allí por Lladislas habían sido aplastados a aquellas alturas. Había visto los cadáveres de los Nosferatu creados por Phoebe, y no tenía muchas esperanzas en cuanto a los Brujah que estaban al norte y al oeste.
Consultó su reloj: habían pasado cuatro horas desde el comienzo del asalto, y por lo que podía ver, era el único defensor de Buffalo que seguía en pie. La lógica dictaba que saliese de allí a toda prisa, se reuniese con Tomasz en Syracuse, contase a Phoebe unas cuantas mentiras piadosas sobre lo bien que habían luchado sus chiquillos, y se fuesen a Baltimore. Eran sus órdenes, y ya había visto lo bastante para saber que algo no estaba claro. Por las instrucciones de Tomasz, Dustin había esperado docenas, si no cientos de oponentes —ghouls de guerra avanzando atronadores por la calle, manadas de antitribu a la caza, arrasando refugios e incendiando edificios, caos generalizado—, llevando el lanzallamas sólo como último recurso para salir de una situación apurada.
En lugar de aquello, había visto más o menos a una docena de invasores en total. Estaba claro que alguien había jugado sucio. Nada concordaba, y aunque no era su misión descubrir por qué, Dustin tenía la molesta sensación de que sí lo era llevar esa información a alguien que pudiese sumar dos y dos y decir algo más que "las mates son duras".
Dustin miró a su alrededor. Podía ver a lo lejos el humo de los numerosos incendios elevándose en el cielo nocturno. Las sirenas sonaban en cada rincón de la ciudad. Una escopeta ladró, una vez, hacia el noreste. No había duda de que la lucha había terminado. Era el momento de marcharse.
—De acuerdo, una última mirada a esos dos para asegurarme de que están bien muertos, y me desvanezco como el humo.
La noche se negó a hacer comentarios sobre su ingenio, y Dustin suspiró. Consideró la idea de meterse en las cloacas para ir más seguro, pero decidió no hacerlo. Supuso que perdería más tiempo abriendo las jodidas bocas de alcantarilla del que ahorraría gracias a aquel atajo. Además, era condenadamente difícil levantar una enorme pieza de metal en medio de la calle de forma discreta y silenciosa.
Con aquello en mente, se limitó a cerrar los ojos por un segundo e imaginar que era invisible, y después empezó a andar calle abajo, dejando atrás los coches abandonados (y un deportivo negro extremadamente incongruente que no tenía nada que hacer en aquel vecindario salvo ser desguazado). Tomasz decía usar una técnica distinta para desvanecerse, pero Dustin prefería usar la suya. Desaparecer no hacía que él se sintiese distinto, pero te dejaba ver los efectos en el mundo que le rodeaba, y le gustaba hacerlo.
Le gustaba especialmente cuando le permitía mearse a unos tarugos como aquella pareja de cazadores que había flambeado unas horas antes.
Sonriente y satisfecho de sí mismo, Dustin dobló la esquina tras la que había dejado las carbonizadas formas de sus víctimas. Por desgracia, ya había alguien allí.
Era una mujer esbelta y llena de cicatrices, con largo pelo negro y unos auriculares. Vestía de negro, por supuesto, y tenía una cara que decía claramente "he aquí una mujer que ha estado cabreada desde el día en que nació". Estaba agachada junto a un montón de carne ennegrecida que Dustin reconoció de inmediato como una de sus víctimas, y llamaba a alguien que estaba cerca pero no a la vista.
Dustin se preguntó si se trataría de otro Nosferatu, y recordó una serie de tópicos acerca de la mejor parte del valor. Además, si esperaba un minuto, el socio de la vampira podía hartarse de sus graznidos y aparecer aunque sólo fuera para que se callase.
Pero no hubo esa suerte, y tras un eterno minuto o dos, empezó a acercarse a la mujer. Era obvio que pertenecía al enemigo, y también que era tan brillante como un saco terrero. Además seguía sin haber señales de su colega, lo que significaba que podía tostarla y desaparecer sin ser visto.
La otra posibilidad, por supuesto, era que su compañero estuviese oculto, esperando a que Dustin se mostrase. Aquello, con todas sus variantes, era estrategia básica Nosferatu, pero así era la no vida en la gran ciudad. Dustin decidió arriesgarse. La vampira se había puesto de pie y seguía lanzando maldiciones al aire. Dustin se acercó y puso el aspersor en posición. La mujer no tenía la menor idea de su presencia. Preparó el encendedor y echó una última mirada en busca de su otra presa. No había un alma en la calle. Sonriendo, dejó caer su manto de invisibilidad —estaba demasiado excitado para mantener la concentración— y dejó que las llamas cobrasen vida entre rugidos.