Capítulo 26
Miércoles, 11 de agosto de 1999, 5:29 AM
Stone Hedge Commons
Lancaster, Nueva York
El sótano era condenadamente oscuro, una de las razones por las que le gustaba a Tomasz. Desde su posición en lo alto de las escaleras, podía ver cuerpos en el suelo. Algunos se movían y otros no: eran los primeros los que le preocupaban. Los otros habían sido arrojados allí por algunos de los matones de Lladislas para que los nuevos chiquillos tuviesen con qué alimentarse: de lo contrario, se hubiesen descuartizado unos a otros, arruinando la operación. Por un momento, se preguntó quiénes serían las víctimas. Vagabundos quizá, o gente a la que Lladislas quería fuera de la circulación por uno u otro motivo. No tenía mucha importancia en el conjunto, ya no.
Tomasz había visto a Phoebe a la vuelta de su última cacería: parecía cansada, y no había forma de que pudiese seguir. Se alegraba de que su parte hubiese concluido, pero no le gustaba que la suya propia estuviese a punto de empezar.. Pero alea jacta est, como hubiese dicho el Padre Andreas allá en la vieja patria.
Tomasz miró a la oscuridad, todavía envuelto en las sombras de la mente. Estaba acostumbrado a la oscuridad, acostumbrado a detectar pequeños detalles en ella, y podía ver claramente la escena ante él. Había diez figuras en movimiento, algunas más activas que otras. Dos estaban acurrucadas en rincones, meciéndose hacia delante y hacia atrás como si fuesen presa del terror. Otras chupaban en silencio de los cadáveres del suelo, como monstruosos bebés amamantados por una madre muerta. Uno se lanzaba contra una pared sin descanso, sin objeto, sin sentido. Otro se tambaleaba sobre manos y rodillas, llorando quedamente y prometiendo a quien pudiese oírle que nunca volvería a hacerlo. Bajo la escasa luz, a Tomasz le recordaron a gusanos, degradados e inhumanos.
Cuanto antes acabase con aquello, mejor, decidió. Así que dejó caer su máscara de invisibilidad. Preparándose para hacer frente al grupo, pulsó el interruptor de la pared y parpadeó furiosamente cuando los tubos fluorescentes el techo cobraron vida. Ante el súbito destello de luz, las cosas bestiales del suelo del sótano se detuvieron y alzaron la mirada. Tomasz pudo ver miedo en sus ojos, y también un frío odio. No había hecho ningún esfuerzo por disfrazarse, así que su repulsiva fealdad estaba al descubierto. Esperaba que aquello bastase para hacerse escuchar, o al menos para impedir que su audiencia cometiese alguna estupidez. La luz revelaba las primeras verrugas que empezaban a florecer sobre la piel de los vampiros, las primeras señales de su monstruosidad.
Se sentó sobre los escalones y sonrió tan amablemente como pudo.
—Hola —dijo—. Me llamo Tomasz, y estoy aquí para ayudaros.
Todos le miraron con una repentina y terrible esperanza en sus ojos. Le creían, comprendió Tomasz. Le creían porque no tenían más opción que creerle. No creerle era aceptar una verdad demasiado horrible para soportarla. No creerle era admitir que se habían convertido en monstruos como Phoebe.
O como él.
Tomó aire profunda e innecesariamente, y soltó la historia que había fraguado a regañadientes con Lladislas mientras Phoebe hacía el trabajo sucio del príncipe. Le parecía torpe, incoherente e increíble, pero él ya sabía la verdad y, a diferencia de los hombres del sótano, no estaba desesperado.
Al fin y al cabo, los hombres desesperados creían casi cualquier cosa.
A las pocas frases, Tomasz supo que los tenía atrapados. Una parle de él se alegró, pero otra parte le hizo pensar: Lucharán por nosotros. Morirán por nosotros, y no puedo sino decirme que será lo mejor para ellos.
No faltaba mucho para el amanecer cuando Tomasz acabó con su historia, y prometió a los hombres que alguien volvería a la noche siguiente para ayudarles. Les dijo que iban a quedarse en el sótano para resguardarse del mortífero sol, y que dormirían sin sueños. Después dejó que se tendiesen entre los demás cadáveres y cerró la puerta. Dos ghouls se quedaron montando guardia con escopetas, supuestamente para evitar intentos de fuga. Tomasz asintió al pasar junto a ellos.
—No creo que vayan a dar problemas —dijo.
Escaleras arriba había un dormitorio a prueba de la luz del sol. Lladislas se lo había ofrecido generosamente a Tomasz, y el amanecer estaba tan cerca que el Nosferatu había tenido que aceptar la invitación.
La habitación era cómoda, con una gran cama de limpias sábanas blancas y ventanas selladas. No había más muebles. Tomasz se sintió un tanto decepcionado por la decoración mientras cerraba la puerta y se tendía en la cama.
Mañana cogeré a Phoebe y mis tesoros y nos marcharemos de aquí. Nadie sabrá jamás lo de esta noche.