Capítulo 19

Martes, 10 de agosto de 1999,10:14 PM

Edificio Guaranty

Buffalo, Nueva York

—No puedo hacerlo, Lladislas. No hay forma de que pueda hacer eso.

Quien hablaba tenía una de las mejores narices de coliflor de todos los tiempos, y aquello era su mejor rasgo. Su piel era del color de una bolsa de papel húmeda, excepto por las verrugas de la calva, que tenían un imposible tono verdoso. Sus ojos eran porcinos y pequeños, encajados en profundas cuencas y ocultos por la piel arrugada. En la barbilla tenía un irregular matojo de algo que en tiempos hubiese podido ser una barba, pero que ahora servía para disimular una costrosa herida que nunca parecía curarse. Llevaba una chaqueta azul de anchas solapas sobre los ruinosos restos de lo que había sido un perfecto conjunto de mono y camisa de trabajo. Sólo sus brillantes botas negras, altas hasta la rodilla, parecían nuevas. Se llamaba Tomasz, era el representante Nosferatu en el consejo de primogenitura de Lladislas y estaba profundamente disgustado.

—No puedo, sencillamente no apoyaré esta parodia de plan. No ofreceré mi clan para la matanza.

—¡Por última vez, Tomasz, no es tu clan! —El príncipe estrelló su fuerte puño sobre la mesa. Una fina telaraña de grietas se extendió por la madera—. Tú y tus chiquillos y sus miserables chiquillos seréis evacuados si seguís mis instrucciones. Si no, os dejaré aquí para que muráis, y enviaré un ramo de margaritas todos los años a la tumba del Nosferatu Desconocido. ¡Maldita sea!

Lladislas cogió un cáliz medio lleno y lo lanzó contra la pared; la sangre dejó una mancha dentada. Los ghouls se disponían a limpiarla cuando Lladislas hizo que desapareciesen con un gruñido.

Tomasz cogió su propia copa, que seguía llena, y sorbió ruidosamente.

—Vigila ese temperamento, Lladislas. No vas a impresionarme rompiendo los muebles, no vas a impresionarme nada. Ahora, a menos que puedas decirme algo, lo que sea, para convencerme de que ese plan idiota va a funcionar, me iré y haré mis propios arreglos.

—¿Y qué demonios se supone que significa eso?

El príncipe Brujah se inclinó sobre la mesa, su cuerpo estremecido por una furia apenas contenida. Tomasz vio cómo los dedos se hundían en la madera y decidió mostrarse conciliador.

—Sólo significa que... no estoy convencido, nada convencido de que este plan vaya a funcionar, y esperaba que pudieses hacerme cambiar de idea.

Lladislas hizo retroceder sus labios en una sonrisa que mostró demasiados dientes.

—Te lo he dicho: es muy sencillo. Y, antes de que empieces a quejarte, no ha sido idea mía, así que insistir no te servirá de nada. Tenemos que evacuar la ciudad. Nada de "si", nada de "y", nada de "pero". Estoy seguro de que habrás leído los informes desde Atlanta, y también de que tienes mejores fuentes que yo. Siempre las tienes. Y, habiendo leído esos informes, ¿qué posibilidades crees que tenemos frente a lo que se avecina?

Tomasz frunció los labios.

—Entre ninguna y ninguna.

—Exactamente. Y como tú, no tengo ninguna intención de dejarme matar. Y tampoco quiero que el Sabbat se aproveche de mi ciudad. Quiero que Buffalo sea un clavo en su neumático, una espina en su costado. Quiero que pierdan tanto tiempo aquí para conseguir tan poca sangre que consuman a sus recipientes pensando en el mal negocio que han hecho. ¿Te gusta la idea?

—Por supuesto. Pero no veo cómo piensas conseguirlo.

—En realidad es idea de Bell, pero creo que es brillante. La versión resumida es: cogemos a tu neonata más joven... ¿cómo se llama, Ashleigh?

—Phoebe Ashleigh, sí. ¿Qué tiene ella que ver con todo esto?

—Va a vivir la fantasía de muchos antiguos: derecho de creación casi ilimitado.

—¡Pero eso es absurdo! Apenas ha sobrevivido a... Quiero decir, ¿por qué vas a... —Una súbita luz de comprensión brilló en los ojos del Nosferatu—. Aja. Muy inteligente.

—Como ya te he dicho, el mérito es de Bell. Ashleigh es sólo la candidata más conveniente.

Tomasz se encogió de hombros.

—¿Qué quieres hacer con Phoebe? ¿Simplemente dejarla suelta? Me parece una mala idea, muy mala.

—Ya lo he pensado. Le decimos que vaya a las discotecas y escoja a media docena... no, una docena de chicos y chicas guapos, del tipo que antes era ella. Phoebe los lleva a una casa segura que yo proporcionaré. Los Abraza a todos, y entonces una misteriosa y sombría figura... en realidad había pensado en ti para el papel, pero si no quieres, yo mismo lo haré... puede aparecer y decir a los niños que su única esperanza de recuperar la humanidad es derrotar a los monstruos invasores, y bla bla bla... —Lladislas alzó una mano para acallar la inevitable explosión—. ¿Y qué vas a hacer, decirles la verdad? Una mitad huirá a la carrera y la otra se unirá al Sabbat. Si no les mentimos, no tendrán incentivos para luchar por nosotros, y todas las razones para no hacerlo. Además, si les enseñamos la zanahoria de devolverles su humanidad, conseguiremos que respeten la Mascarada. Y ahí los tienes, dispuestos y ansiosos de luchar.

—Iba a decir —acotó Tomasz con un tonillo ácido— que no estoy muy seguro de su preparación para el combate, si el ataque va a producirse tan pronto como dices.

La expresión de Lladislas siguió fría.

—Sinceramente, Tomasz, no importa que estén en forma o no. No se espera que venzan. —Adoptó un tono más amable—. Ni siquiera se espera que sobrevivan.

—¿Y si lo hacen? —preguntó el Nosferatu. Lladislas se limitó a mirarle—. Ah, ya veo.

—No hay otra opción. Sólo necesitamos a esos Vástagos como badén, para que el Sabbat reduzca la velocidad, se detenga y empiece a mirar a su alrededor, tomándose su tiempo para establecerse aquí antes de avanzar a la siguiente ciudad. Eso nos dará tiempo para mejorar nuestras defensas. Voy a hablarte claro, Tomasz: no me gustas especialmente. Por mí, me daría igual que tú o Ashleigh os cayeseis por una boca de alcantarilla y os comiese uno de vuestros cocodrilos mutantes. Pero soy el Príncipe, y tengo un deber, un deber que me tomo muy en serio. Es el de responsabilizarme de la ciudad y los Vástagos que la habitan, y por ahora eres parte de esa responsabilidad. Cuando salgamos de aquí eso habrá terminado, al menos temporalmente: tendrás libertad para escupir en mi cerveza, vomitar en mis zapatos y decirle al resto del mundo lo malo que he sido. Pero por el momento soy el Príncipe. Esto es lo que vamos a hacer, porque lo dice el Príncipe y porque es la única posibilidad que tenemos de recuperar la ciudad alguna vez.

Tomasz alzó la mirada.

—Apesta, supongo que te habrás dado cuenta. Apesta hasta el cielo, y habrá muchas cosas que arreglar, incluso aunque funcione.

—Ya te has ocupado de desapariciones masivas antes. ¿O es que no recuerdas el noventa y seis?

—¿Mil ochocientos o mil novecientos?

—¿Importa eso?

—No, la verdad. Pero alguien tendrá que rendir cuentas por esto.

Lladislas hizo un gesto despectivo.

—Tomasz, somos Vástagos. Hay una cuenta pendiente por cada cosa que hacemos, y otra cuenta pendiente para esa cuenta, y así sucesivamente a lo largo de los siglos. Lo sabes tan bien como yo. Así que haz una anotación en tus libros, deja que Ashleigh haga la suya, y que el ajuste de cuentas llegue cuando tenga que llegar. Pero mientras tanto, haz lo que te digo o no tendrás tiempo de hacer esa anotación. —El Príncipe de Buffalo cerró los ojos por un momento—. Ten en cuenta que, aunque te niegues, el plan seguirá adelante. Baughman también va a hacerlo; incluso ha accedido a quedarse atrás y supervisar la fase inicial con Haraszty. Puedo hacer esto sin ti, pero preferiría hacerlo contigo: hará que todo tenga mejor aspecto desde fuera, lo que facilitaría mi trabajo. Y la verdad es que no necesito nada que pueda complicarlo. ¿Nos entendemos, Tomasz?

—Sí, nos entendemos. A la perfección. Si me disculpas... —El Nosferatu se puso en pie y se alejó hacia la puerta. Al llegar a ella, hizo una pausa y miró por encima del hombro—. Te enviaré a Phoebe dentro de una hora: tendrá una cierta idea de lo que está pasando, pero no creo que vaya a encajar bien el golpe de que todos sus chiquillos sean exterminados. Quizá también debas dejarla aquí. Por el bien del plan, por supuesto.

Tomasz salió, con la espalda tan erguida como le fue posible. Uno de los ghouls cerró la puerta tras él, y Lladislas se encontró solo en la sala, sin más distracción que el tenue olor de la sangre derramada.

Se quedó allí sentado durante un cuarto de hora, hasta que el ghoul de la puerta llamó tímidamente, asomando la cabeza.

—¿Majestad? Me dijo que le avisara cuando llegase el señor Baughman, y, uh, ya ha...

Lladislas se volvió sin molestarse en ocultar su expresión, y el ghoul se puso pálido y empezó a tartamudear.

—Que pase.

El ghoul se apresuró a obedecer. Volvió a los pocos minutos, escoltando a un Vástago bajo y nervudo vestido con vaqueros y una camisa de un repulsivo color naranja.

—Señor Baughman, me alegro de que haya podido venir. Tengo un pequeño trabajo para usted, algo que espero encuentre interesante. Por supuesto, si no está interesado lo comprenderé: ya he hablado con Tomasz, acerca de su parte del mismo y puede hacerse cargo de todo. Pero si quiere, hay sitio para usted. Francamente, este asunto necesita la mano de un Brujah, si entiende lo que quiero decir.

Baughman volvió la mirada hacia la puerta, que acababa de cerrarse. El ghoul había desaparecido. Estaba a solas con el príncipe. El mismo príncipe, le recordó una vocecita interior, contra el que había pasado quince años agitando a la oposición. Había vuelto a la rutina de la Camarilla, más o menos asentado, pero aquella situación se parecía demasiado a una trampa...

—Por supuesto, Majestad —dijo mientras tomaba asiento—. ¿En qué puedo servirle?