La preparación para el Eclesiastés

Poco después de cenar, para evitar el sonido de las ranas, al que ahora se aplicaban en serio desde el primer matiz del atardecer, decidí llevar mis pedos y eructos a la intimidad de mi cabaña y leer el Eclesiastés.

—Creo que me voy a sentar aquí y leer las ranas —dijo Lee Mellon con pedo.

—¿Qué has dicho, Lee? No te oigo. Las ranas. Chilla más fuerte —contesté con pedo.

Lee Mellon se puso en pie, arrojó una piedra grande al estanque y chilló:

—¡Sopa Campbell’s!

Las ranas se callaron al instante. Aquello funcionó unos momentos, pero enseguida volvieron a empezar. Lee Mellon tenía un montón de piedras en la habitación. Las ranas siempre comenzaban con el croar de una, al que se unía una segunda, y así hasta que se sumaba la que hacía 7.452.

De todos modos era bastante raro, eso de que Lee Mellon les chillara: «¡Sopa Campbell’s!» a las ranas mientras arrojaba diversos proyectiles al estanque. Les había gritado todas las obscenidades posibles, hasta que decidió experimentar con sílabas sin sentido para ver si producían algún efecto, acompañadas de alguna piedra bien dirigida.

Lee Mellon tenía una mente inquisitiva, y a base de probar dio con la expresión «¡Sopa Campbell’s!» como la que más miedo les daba a las ranas. Así que ahora, en lugar de chillar alguna aburrida obscenidad, gritaba «¡Sopa Campbell’s!» a pleno pulmón en medio de la noche de Big Sur.

—Y ahora contesta, ¿qué has dicho? —pregunté con pedo.

—Que creo que voy a sentarme aquí y leer las ranas. ¿Qué tiene de malo? ¿No te gustan las ranas? —Pedo de Lee Mellon—. Eso es lo que he dicho. ¿Dónde está tu espíritu patriótico? Después de todo, en la bandera americana hay una rana.

—Me voy a mi cabaña —dije con pedo—. A leer el Eclesiastés.

—Últimamente lees mucho el Eclesiastés. —Pedo de Lee Mellon—. Y por lo que recuerdo, tampoco es una gran lectura. Mejor que te andes con ojo, chaval.

—Es sólo para pasar el rato —dije.

—Creo que la dinamita es demasiado buena para estas ranas —dijo Lee Mellon—. Voy a trabajar en algo especial. La dinamita es demasiado rápida. Se me está ocurriendo una gran idea.

Lee Mellon había intentado silenciar a las ranas de diversas maneras. Les había tirado piedras. Había azotado el estanque con una escoba. Les había arrojado cazos de agua caliente. Había vertido en el estanque siete litros de vino tinto agrio.

Durante una época, atrapaba las ranas cuando aparecían al crepúsculo y las arrojaba cañón abajo. Cogía más o menos una docena y las tiraba por el cañón. Eso duró una semana.

A Lee Mellon se le ocurrió de repente que las ranas regresaban arrastrándose por el cañón. Dijo que eso les llevaba un par de días.

—Malditas sean. Es mucho trecho, pero lo están consiguiendo.

Se puso tan furioso que la siguiente rana que cogió la echó a la chimenea. La rana se puso negra, formó como unos hilos y al final ya no hubo rana. Me quedé mirando a Lee Mellon. Él me miró a mí.

—Tienes razón. Probaré otra cosa.

Cogió un par de docenas de piedras y se pasó la tarde atándoles una cuerda alrededor, y aquella tarde, cuando atrapó las ranas, las ató a las piedras y las arrojó cañón abajo.

—Con eso deberían subir más lentamente. Debería costarles más volver —dijo.

Pero aquello no funcionó, pues había demasiadas ranas para que el mecanismo resultara eficaz, y al cabo de otra semana se cansó de su nuevo invento y siguió tirando piedras al estanque y gritando: «¡Sopa Campbell’s!».

Al menos en el estanque no vimos ninguna rana con una piedra atada a la espalda. Eso habría sido demasiado.

En el estanque había un par de pequeñas culebras de agua, pero sólo podían comerse una rana o dos al día. Las serpientes no eran de gran ayuda. Necesitábamos anacondas. Las serpientes que teníamos eran más ornamentales que funcionales.

—Bueno, te dejo con la ranas —dije con pedo.

Acababa de croar la primera, y ahora todas las demás se le sumarían, y aquel estanque sería un infierno.

—Fíjate en lo que te digo, Jesse. Tengo un plan en marcha.

Pedo de Lee Mellon. A continuación se dio unos golpecitos en la cabeza con el dedo, igual que hace la gente para comprobar si una sandía está madura. Lo estaba. Un escalofrío me recorrió la espalda.

—Buenas noches —dije con otro pedo.

—Ya lo creo que sí —afirmó Lee Mellon con pedo.