El día que conocí a Lee Mellon
Conocí a Lee Mellon hace cinco años, en San Francisco. Era primavera. El acababa de llegar en autostop de Big Sur. Por el camino, un marica rico paró y recogió a Lee Mellon en su deportivo. El marica rico le ofreció a Lee Mellon diez dólares por cometer un perverso acto oral.
Lee Mellon dijo que de acuerdo, y se detuvieron en un lugar solitario donde había unos árboles que subían por las montañas, uniéndose a un bosque que había a lo lejos, y ese bosque alcanzaba la cumbre de las montañas.
—Después de usted —dijo Lee Mellon, y se adentraron en la arboleda, el marica rico al frente.
Lee Mellon cogió una piedra y golpeó al marica rico en la cabeza.
—¡Au! —exclamó el marica rico, y cayó al suelo.
Eso dolió, y el marica rico comenzó a suplicar que le perdonara la vida.
—¡Piedad! ¡Piedad! No soy más que un pobre y solitario marica rico que quería pasarlo bien. Nunca le he hecho daño a nadie.
—Deja de lloriquear —dijo Lee Mellon—. Y dame todo tu dinero y las llaves del coche. Eso es todo lo que quiero, marica rico.
El marica rico le dio a Lee Mellon 235 dólares, las llaves del coche y su reloj.
Lee Mellon no había dicho en ningún momento que quisiera el reloj del marica rico, pero recordando que pronto sería su cumpleaños, y que cumpliría veintitrés, Lee Mellon cogió el reloj y se lo metió en el bolsillo.
El marica rico se lo estaba pasando bomba. Un atracador alto, joven, guapo, gallardo y sin dientes le estaba quitando el dinero, el coche y el reloj.
Sería una maravillosa historia que contar a sus otros amigos maricas ricos. Podría mostrarles el chichón que tenía en la cabeza y señalar el lugar donde había llevado el reloj.
El marica rico levantó el brazo y se tocó el chichón. Abultaba como una galleta. El marica rico se dijo que ojalá aquel chichón no se le fuera en mucho tiempo.
—Ahora me voy —dijo Lee Mellon—. Y tú te quedas aquí sentado donde estás hasta mañana por la mañana. Si te mueves un pelo, volveré y te atropellaré un par de veces con mi coche. Soy un hombre desesperado, y nada me gusta más en este mundo que atropellar a maricas ricos.
—No me moveré hasta mañana por la mañana —contestó el marica rico.
Lo había entendido. Después de todo, Lee Mellon parecía un tipo malvado, a pesar de ser guapo.
—No me moveré un pelo —le prometió el marica rico.
—Así me gusta. Eres un buen marica rico —dijo Lee Mellon.
Abandonó el coche en Monterrey y cogió un autobús hasta San Francisco.
El día que conocí al joven atracador, llevaba borracho cuatro días gracias a los fondos que había confiscado. Compró una botella de whisky y se metió en un callejón a bebérsela. Así es como se hacen las cosas en San Francisco.
Lee Mellon y yo charlamos por los codos y nos hicimos buenos amigos de inmediato. Me dijo que buscaba un lugar para vivir. Todavía le quedaba algo del dinero del marica rico.
Le dije que había una habitación para alquilar debajo del desván en el que vivía, en Leavenworth Street, y Lee Mellon dijo: qué tal, vecino.
Lee Mellon sabía que no había peligro de que el marica rico acudiera a la policía.
—El marica rico probablemente sigue todavía sentado en Big Sur —dijo Lee Mellon—. Espero que no se muera de hambre.