EL PLUMÍN PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA

FUE hasta Chemault, que está en el este de Oregón, para cortar árboles de Navidad. Trabajaba para una empresa muy pequeña. Talaba los árboles, cocinaba y dormía en el suelo de la cocina. Hacía frío y había nieve sobre el terreno. El suelo estaba duro. En algún momento encontró una antigua cazadora de aviador militar. Le vino de perlas frente al frío.

La única mujer que supo encontrar por allí era una squaw india de ciento treinta kilos. Tenía dos hijas gemelas quinceañeras, y a él le habría gustado darles un tiento. Pero la squaw se las arregló para que el único tiento se lo diera a ella. No era tonta, no.

La gente para la que trabajaba no quiso pagarle mientras estuviese allí arriba. Le dijeron que le darían todo el dinero de golpe cuando volviese a San Francisco. Había aceptado el trabajo porque estaba sin blanca, verdaderamente sin blanca.

Esperó y fue cortando árboles, tirándose a la india, cocinando comida de la mala (el presupuesto era muy ajustado) y fregando los platos. Luego dormía en el suelo con su chaqueta de aviador militar.

Cuando al fin regresó a la ciudad con los árboles, los de la empresa no tenían dinero para pagarle.

Tuvo que quedarse rondando por el solar de Oakland hasta que vendieron suficientes árboles para darle el dinero.

—Mire qué árbol tan bonito, señora.

—¿Cuánto?

—Diez dólares.

—Es demasiado.

—Tengo aquí un árbol precioso por dos dólares, señora. En realidad es sólo medio árbol, pero puede apoyarlo contra la pared y quedará muy bien, señora.

—Me lo llevo. Puedo ponerlo al lado del barómetro.

El árbol es del mismo color que el vestido de la reina.

Me lo llevo. ¿Ha dicho dos dólares?

—Eso es, señora.

—Buenos días, caballero. Sí... Ajá... Sí... ¿Dice que quiere enterrar a su tía con un árbol de Navidad en el ataúd? Ajá... Que es lo que ella quería... Veré qué puedo hacer, caballero. Ah, ¿no tendrá por ahí las medidas del ataúd? Perfecto... Tenemos los árboles de tamaño ataúd aquí mismo, caballero.

Por fin le pagaron y vino a San Francisco y cenó bien, un buen bistec en Le Boeuf con bebida de la buena, Jack Daniels, y luego fue hasta el Fillmore y se buscó una puta guapa y negra y echó un polvo en el Albert Bacon Fall Hotel.

Al día siguiente se acercó a una elegante papelería de Market Street y se compró una pluma de treinta dólares con plumín dorado.

Me la enseñó y me dijo: "Escribe con esto, pero no escribas muy fuerte porque la pluma tiene un plumín de oro y un plumín de oro es una cosa muy impresionable. Al cabo del tiempo asume la personalidad del escritor. Nadie más puede escribir con ella. Esta pluma se convierte en algo así como la sombra de la persona. No se podría tener otra. Pero ve con cuidado."

Para mis adentro pensé en lo hermoso que sería un plumín de pesca de la trucha en América, con una pincelada de árboles verdes junto a la orilla del río, las flores silvestres y las aletas oscuras prietas contra el papel.