TOM MARTIN CREEK

UN día salí a pie de Steelhead siguiendo el río Klamath, que bajaba turbio y revuelto y tenía la inteligencia de un dinosaurio. Tom Martin Creek era un arroyo de agua fría y clara que manaba de un cañón y atravesaba un conducto subterráneo bajo la carretera antes de desembocar en el Klamath.

Eché una mosca en un pequeño remanso justo debajo del punto en que el arroyo manaba del conducto subterráneo y saqué una trucha de cuatro kilos largos. Era un pez hermoso, que en su forcejeo chapoteó por todo el remanso.

Pese a que el arroyo era muy corto y surgía de un empinado cañón cubierto de matojos y repleto de robles venenosos, quise remontar un poco el curso porque me gustaban las sensaciones y el movimiento del arroyo.

Además, me gustaba el nombre.

Tom Martin Creek.

Está bien eso de poner a un arroyo el nombre de una persona y luego seguir su curso un rato para ver qué tiene que ofrecer, qué sabe y en qué se ha convertido.

Pero aquel arroyo resultó ser un hijo-de-la-gran-puta. Me pasé todo el puñetero camino peleando: maleza, robles venenosos y apenas un buen espacio para pescar, aparte de que el cañón era a veces tan estrecho que el agua manaba como de un grifo. A ratos la cosa se puso tan mala que me quedaba parado, sin saber hacia dónde saltar.

Había que ser fontanero para pescar en aquel arroyo. Después de la primera trucha me quedé completamente solo. Pero eso no lo supe hasta después.