PRÓLOGO
15 de Ches. Año de los Magos de Ámbar
(1466 CV)
El estridente entrechocar de aceros despertó a Geran Hulmaster cuando todavía no había amanecido. Se incorporó en la cama, apoyándose sobre un codo, escuchando con expresión intrigada en la oscuridad de su habitación. Oyó gritos de alarma que se propagaban por todo el castillo de Griffonwatch, hogar ancestral de su familia. Durante un buen rato estuvo dudando de si se trataría de uno de esos sueños extraños en los que uno tiene una ilusoria sensación de realidad. Eso hasta que los gritos y la conmoción volvieron a empezar y se despertó del todo.
De un tirón apartó los cobertores y saltó de la cama; lo sorprendió el frío de las losas del suelo bajo sus pies descalzos. «¿Un combate en Griffonwatch?», se preguntó. Había vivido en el castillo de los Hulmaster hasta que cumplió los diecisiete años y jamás había soportado un solo ataque. Cierto, había riñas ocasionales en los barracones de la Guardia del Escudo, pero eso era en la parte baja de la muralla, donde estaban los alojamientos de los soldados y la servidumbre. Esa vez tenía la sensación de que no se trataba de una refriega de borrachos. Sonaba a cosa grave y mortal.
Se metió los faldones de la camisa dentro de los finos calzones que siempre usaba para dormir y se calzó las botas que estaban al pie de la cama. Era un joven alto, enjuto, de brazos y piernas excesivamente largos tal vez, y una rebelde mata de pelo negro pugnaba por tapar los penetrantes ojos grises. Al golpear con los pies en el suelo para calzar bien las botas, tropezó con el cinto de la espada y se lo colocó en torno a la delgada cintura. Geran había empezado a entrenarse en el uso de las armas al cumplir doce años y en sus manos se advertían las callosidades que tanto tardaban en formársele a un espadachín consumado. Fuera cual fuese el origen de la conmoción desatada en Griffonwatch lo encontraría preparado para luchar.
Geran volvió a pisar con fuerza antes de dirigirse a toda prisa a la puerta de su habitación y abrirla de un tirón. Al otro lado, el pasillo estaba vacío, pero se oía el eco de la lucha proveniente de los niveles inferiores del castillo. Se preguntó si los atacantes serían orcos o goblins de Thar. ¿Acaso bandidos de los Altos Páramos? ¿Cómo podían haberse introducido en el castillo? ¿Y por qué habrían de atacar a los soldados del harmach en su propia fortaleza? Jamás había oído de atacantes orcos ni de bandidos humanos que hubiesen intentado algo así.
Puesto que las habitaciones de la familia Hulmaster parecían tranquilas por el momento, se lanzó escaleras abajo, hacia la estancia inferior de la torre. Allí se encontró a su prima Kara, que estaba junto a la puerta que daba al patio superior. La puerta estaba abierta, y ella, sosteniendo una espada corta en la mano, trataba de ver lo que sucedía fuera, mirando cautelosamente con esos extraños ojos que llevaban la marca del conjuro y que relucían con un brillo levemente azul en la penumbra. Era un año más joven que Geran, pero casi tan diestra como él en el uso de la espada. Al igual que él, iba vestida con la ropa de dormir, pero se había ajustado la camisa a la cintura para que no le estorbara. Le lanzó a su primo una rápida mirada y volvió a centrarse en lo que ocurría en el patio.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Geran apenas en un susurro.
—No lo sé, pero he oído ruido de lucha —respondió—. ¿Qué debemos hacer?
Geran frunció el entrecejo y echó a su vez una mirada al patio. Una lluvia fría y persistente enturbiaba aún más la noche, y él se estremeció vestido como estaba con su fina camisa de dormir. Los guardias del Escudo, que normalmente vigilaban las habitaciones de los Hulmaster, no estaban en sus puestos. De repente, se dio cuenta de que no tenía muchas ganas de responder a la pregunta de Kara; su curiosidad se iba transformando rápidamente en miedo. Había algo que estaba terriblemente fuera de lugar en la casa de los Hulmaster esa noche. Geran creía saber lo que era estar en un combate. Después de todo, se había defendido en una o dos escaramuzas en los Altos Páramos, enfrentándose contra los orcos y otros salvajes por el estilo junto con la Guardia del Escudo. Sin embargo, era algo diferente despertarse y encontrarse con una batalla en la propia casa, preguntándose cuáles de los soldados o sirvientes a los que uno conocía yacerían ya muertos en los pasillos.
Varias figuras armadas salieron de las puertas que comunicaban el patio con el gran salón. Geran se puso en tensión, y llevó la mano a la empuñadura de la espada, pero Kara le hizo un gesto negativo. Ella veía como un gato en la oscuridad, un don que había recibido con la marca del conjuro.
—Es tu padre —dijo.
Bernov Hulmaster atravesó el patio a grandes zancadas seguido por varios guardias. Geran y Kara se retiraron de la puerta al verlos entrar. El padre de Geran era sólo unos centímetros más alto que éste, pero tenía la corpulencia de un oso y una barba castaña en la que se mezclaban algunas canas. Bernov llevaba puesta su armadura de batalla y una capa pesada para protegerse del mal tiempo, y llenaba toda la puerta con sus anchos hombros y las hombreras que los cubrían. Su cara tenía una expresión dura.
—¡Ah!, estáis despiertos —dijo Bernov—. ¿Estáis bien los dos?
—Sí, papá —respondió Geran—. Estamos bien, pero hemos oído ruido de combate.
—Ya lo sé. —Bernov echó una mirada por la sala de la familia, como si esperara ver salir enemigos de entre las sombras en cualquier momento—. Quiero que tú y Kara os quedéis aquí. Atrancad la puerta en cuanto yo salga, y no dejéis pasar a los aposentos de los Hulmaster a nadie que no sea el harmach o yo mismo. Y tampoco permitáis la salida de nadie. Mantén a tu madre, a tu tía y a Sergen aquí hasta que te comunique que no hay peligro. ¿Me entiendes?
Geran no entendía nada, pero asintió débilmente.
—¿Qué está pasando? ¿Nos están atacando?
La expresión de Bernov se endureció más aún.
—Es tu tío Kamoth. Ha tratado de asesinar al harmach y de apoderarse de Griffonwatch. El harmach ha sobrevivido al ataque, pero el castillo no está seguro. Me temo que algunos de los guardias del Escudo están de su parte, de modo que no se puede confiar en nadie.
¿Kamoth había tratado de matar al harmach? Geran se quedó mirando a su padre. Kamoth Kastelmar estaba casado con la tía de Geran, Terena, hermana de Bernov. Su hermano mayor, Grigor, era el harmach de Hulburg, señor de la ciudad y de las tierras circundantes. Geran sabía que su padre no tenía en gran estima a Kamoth, pero no podía creer que éste fuera capaz de semejante traición. A él le caía bien Kamoth. El noble de Hillsfar había entrado en la familia como consorte de su tía dos años atrás, y había traído consigo a su hijo, Sergen, y aunque Geran y Sergen no se llevaban bien, Kamoth jamás había tenido una palabra dura para Geran. Kamoth tenía un malicioso sentido del humor y el encanto de un pícaro de nacimiento, pero de ahí a ser capaz de traicionar y asesinar…
—Tiene que haber algún error —dijo Geran.
—Ningún error. Kamoth y sus hombres han matado a los guardias que había junto a la puerta de Grigor, pero otro guardia los ha descubierto. También lo han matado, pero no antes de que sus gritos dieran la alarma. —Bernov le puso una mano en el hombro a Geran y su expresión se suavizó—. Sé que Kamoth te resulta simpático, Geran, pero se ha vuelto en contra de nosotros, y se propone matar a todos los Hulmaster y apropiarse de Hulburg. Ahora es nuestro enemigo.
Volvió a oírse entrechocar de espadas en los niveles inferiores del castillo, y Bernov miró por encima del hombro.
—Tengo que irme. Quédate aquí y deja la puerta atrancada.
—¡Espera! Voy contigo —dijo Geran—. Puedo ayudar. —Todavía no podía compararse con su padre, ni tampoco con Kamoth, pero era capaz de superar a muchos de los mejores guardias del Escudo en el campo de prácticas.
Bernov sonrió y le dio un apretón en el hombro en un rudo gesto de afecto.
—Lo sé, hijo, pero me preocupan tu madre y el resto de la familia, y me quedaría mucho más tranquilo sabiendo que tú y Kara estáis aquí para guardar esta puerta y aseguraros de que todos estén a salvo.
Geran sabía que su padre simplemente trataba de mantenerlo al margen de la lucha, pero asintió de todos modos.
—Lo entiendo —respondió.
Bernov hizo un gesto afirmativo y volvió al patio castigado por la lluvia. Kara aseguró la puerta con la pesada barra de hierro.
Esperaron en silencio durante un cuarto de hora o más, aguzando el oído para oír algo que les diera la clave de lo que estaba sucediendo fuera de la Torre del Harmach. De vez en cuando, resonaba algún grito en los pasillos de abajo, mezclado con voces crispadas o el choque de acero contra acero. Sin embargo, los ruidos de la lucha fueron disminuyendo de forma constante; Geran pensó que unos u otros llevaban las de ganar. Deseó no haber accedido a quedarse dentro de la torre. Si hubiera ido con su padre podría haber inclinado la balanza a su favor en alguna escaramuza. Tenía edad y pericia suficientes para combatir por el harmach.
La puerta de la torre se sacudió, obstruida por la tranca. Geran y Kara saltaron al oír el ruido y se volvieron. Era una puerta sólida, de gruesos tablones de roble unidos por pesadas barras de hierro, pero siguió sacudiéndose contra el marco.
—¡Ah, de la torre! ¡Abrid la puerta! —llamó una voz de hombre desde fuera.
—¡Es Kamoth! —dijo Kara.
Geran asintió. Los dos desenfundaron la espada y se quedaron esperando de cara a la puerta. La tranca era lo bastante fuerte como para que sólo un ariete pudiera derribarla. Se oyó como si estuvieran arañando el armazón con algo… y el ventanillo se abrió de golpe, empujado por la hoja de una daga. El postigo tenía apenas el tamaño de una mano, pero fue suficiente para que Geran reconociera las facciones de su tío, que espiaba desde fuera. Los ojos de un color azul brillante de Kamoth se posaron en él y se entrecerraron ligeramente al esbozar una cálida sonrisa.
—¡Ah, estás ahí, Geran, muchacho! ¡Y Kara, querida! Abrid la puerta, ¿queréis?
Geran echó una mirada a Kara, pero ella no se movió. Kamoth era el padrastro de la muchacha, pero Kara conocía a su tío Bernov de toda la vida. Kamoth frunció el entrecejo.
—¿Es que no he sido lo bastante claro? Desatrancad la puerta que quiero entrar en la torre.
—No podemos hacerlo —respondió Geran.
—¿Ah, no? ¿Y se puede saber por qué?
—Mi padre nos ha dicho que la mantuviéramos atrancada a menos que él o el harmach nos ordenaran lo contrario.
Kamoth miró hacia otro lado y dijo algo entre dientes, pero volvió al ventanillo después de un instante, con mirada bondadosa.
—Sea como sea, no creo que le importe que me dejéis entrar un momento. Tengo que recoger algunas cosas de mis habitaciones y después me marcharé enseguida.
Geran se puso firme y miró a su tío a los ojos.
—Mi padre nos ha dicho que has tratado de matar al harmach esta noche. ¿Es cierto?
—Todo ha sido un terrible malentendido, muchacho. Tengo algunas cartas importantes en mis habitaciones que debo mostrarle a tu padre para aclarar todo esto. Ahora oídme bien: será mejor que abráis esa puerta antes de que todo esto se convierta en algo trágico. Es peligroso para mí estar aquí fuera hablando con vosotros.
Geran sintió que empezaba a flaquear. Quería darle a Kamoth la ocasión de explicarse, aunque sabía exactamente lo que su padre le había dicho que hiciera; pero sintió la presencia de Kara a su lado.
—No lo hagas, Geran —susurró—. Hay más hombres detrás de él.
Geran cerró los ojos y negó con la cabeza.
—No te dejaremos entrar; no, contra las órdenes de mi padre. Si eres inocente, debes entregarte.
La ira brilló en los ojos de Kamoth, pero se disipó rápidamente.
—Bueno, nunca te he creído tonto, muchacho. Que así sea, entonces; será mejor que me ponga en camino. Kara, dale recuerdos a tu madre. Te juro que voy a echarla de menos.
Se oyó un movimiento en el exterior y luego la cara de Kamoth desapareció del postigo.
Geran esperó un momento y después se acercó a la puerta para espiar lo que sucedía al otro lado. El patio, empapado por la lluvia, estaba vacío.
—¿Qué está pasando aquí?
Al pie de la escalera que llevaba a los aposentos de la familia apareció Sergen, el primo de Geran, en camisa de dormir. Miró a Geran y a Kara, y entornó los ojos con gesto desconfiado.
—¿Era mi padre el que estaba en la puerta?
Geran y Kara se miraron.
—Será mejor que se lo digas tú —le dijo Geran a Kara—. A mí seguro que no va a creerme.
—¿Creer qué? —inquirió Sergen.
Era un joven de quince años, de pelo oscuro, musculoso como su padre, pero unos buenos diez centímetros más bajo que Geran. Había llegado a Griffonwatch hacía dos años, al casarse Kamoth con Terena Hulmaster. Geran no le tenía simpatía. Según su experiencia, Sergen siempre estaba dispuesto a culpar a los demás y se ofendía aún con más rapidez cuando alguien lo culpaba a él.
Kara hizo una mueca de disgusto y miró a Sergen.
—Tu padre trató de matar al harmach. Tiene hombres dentro del castillo.
—¿Qué? ¡Eso no tiene sentido!
—¿No oyes el ruido? —le espetó Geran—. Ésos son los hombres de Kamoth luchando contra la Guardia del Escudo. Tu padre es un traidor.
—¡Eso es mentira! —le lanzó Sergen—. ¡Eres un maldito embustero!
—No, no lo soy —dijo Geran con frialdad—. En realidad, me pregunto si no andarás tú también metido en esto.
Dio dos pasos hacia Sergen y lo miró con gesto avieso. No le había gustado precisamente que Sergen lo llamara embustero sólo por decir algo que el otro no quería oír. Ya otras veces se había metido en más de un problemilla por querer enseñarle modales a Sergen con los puños, pero eso no le iba a impedir hacerlo de nuevo si su primo postizo no retiraba la ofensa.
—¡Mi padre no es ningún traidor! —gritó Sergen, que cerró los puños y le plantó cara.
Geran frunció el entrecejo. Jamás había visto a Sergen desafiarlo tan directamente.
—¡Y yo tampoco! ¡Vuelve a decir eso y te saco los dientes, mentiroso bastardo!
Geran dio un paso adelante con la intención de arrancarle una disculpa al otro, pero Kara lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.
—Espera, Geran —dijo—. Está convencido de que estás mintiendo. No sabe nada de todo esto. Kamoth no se lo ha dicho.
—¡Deja de decir eso! —A los ojos de Sergen asomaron lágrimas de rabia—. ¡Mi padre no es ningún traidor!
Kara no respondió. Geran miró a su medio primo, pero para sorpresa suya un atisbo de compasión por Sergen le impidió dedicarle otra dura réplica. Al amanecer, Sergen se enteraría de la verdad de los hechos. De haber estado él en su lugar, sabía que le había resultado insoportable la vergüenza de las acciones de su padre. ¿Qué más daba dejar que Sergen disfrutara un poco más de su ignorancia?
—Muy bien —dijo—. No diré nada más sobre esto.
Sergen miró con desconfianza primero a Geran y después a Kara.
—¿Dónde está mi padre, entonces?
Kara suspiró y su voz se suavizó.
—Se ha ido. Creo que se marcha de Hulburg.
—¿Que se marcha?
Sergen se quedó mirando a Kara un momento. Luego, sin una palabra más, se pasó la mano por los ojos, se volvió, y salió corriendo escaleras arriba hacia su habitación.
Geran supuso que no quería que viesen lo herido que estaba. Observó cómo se retiraba y se pasó una mano por el pelo. Ni siquiera podía imaginar lo que significaría todo eso para Sergen, para su tía Terena…, para todos los Hulmaster. Era muy probable que Sergen jamás llegara a creérselo. Si Geran había sentido algún placer al ver humillado a Sergen, rápidamente se había transformado en amargura. Ni siquiera Sergen se merecía lo que había hecho su padre.
Kara ladeó la cabeza y se puso a escuchar.
—Creo que la lucha ha cesado —dijo—. Ya no oigo entrechocar de espadas.
—Entonces, Kamoth se ha ido. —Geran pensó en las instrucciones de su padre y decidió que lo mejor era seguirlas al pie de la letra—. Ve a ver cómo está tu madre. Y será mejor que vigiles a Sergen, por si acaso. Vigila su puerta y asegúrate de que no se marche. Yo me quedo aquí montando guardia.
—Está bien —aceptó Kara. Empezó a subir la escalera, pero se volvió para mirar a Geran al llegar arriba—. ¿Adónde crees que irá Kamoth ahora?
Geran meneó la cabeza.
—Tal vez vuelva a Hillsfar. O quizá a Mulmaster.
Fuera lo que fuese lo que había hecho Kamoth, Geran casi esperaba que consiguiera escapar. No le gustaba la idea de ver a Kamoth respondiendo por lo que había hecho en Griffonwatch esa noche.
—No creo que volvamos a verlo. No es muy probable que regrese después de esta noche.
—No, supongo que no puede —reconoció Kara, que siguió subiendo la escalera.
Geran se quedó vigilando junto a la puerta. Echó una mirada hacia afuera. Ya apenas llovía, y una luna clara y brillante relucía sobre las aguas del Mar de la Luna. No faltaba mucho para el amanecer, y pronto sabría más acerca de la traición de Kamoth.