TREINTA

20 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Era una despejada tarde de otoño cuando el Dragón Marino pasó orgulloso entre los imponentes Arcos de Hulburg y comenzó a arriar las velas. El día estaba fresco, brillaba el sol, y la brisa traía consigo suficiente frío invernal como para que Geran se alegrase de llevar puesta su estupenda capa de lana. Respiró profundamente, deleitándose con el olor familiar del aire. Y es que a pesar de todas las maravillas que encerraba el Mar de la Noche, estaba tremendamente contento de tener bajo la quilla las aguas purpúreas del Mar de la Luna, y las orillas rocosas y despejadas de su tierra natal ante sus ojos. Llegaría el día en que volvería a partir rumbo a los cielos estrellados, pero por ahora estaba satisfecho con las vistas y los sonidos comunes de Hulburg. La Hermandad de la Luna Negra se había deshecho, sus barcos habían sido destruidos y sus miembros se habían dispersado. Sergen Hulmaster, traidor y aspirante a usurpador, había muerto por su mano y jamás volvería a ocasionarle problemas a la familia Hulmaster. Y Mirya y Selsha Erstenwold estaban a su lado en cubierta, todavía más contentas que él de ver su hogar.

—Hubo un momento en el que creí que no volvería a ver Hulburg —dijo Mirya con voz queda—. Tenía el convencimiento de que pasaríamos el resto de nuestras vidas encadenadas en alguna tierra lejana.

Geran meneó la cabeza.

—Yo os encontré.

—¿Por qué, Geran? Ésa es la pregunta que me ha estado rondando durante días. —Lo miró a los ojos—. ¿Qué soy yo para ti, como para que navegues hasta la luna para salvarme?

—No lo sé —admitió él antes incluso de saberlo que estaba diciendo—. Quiero decir que tú y Selsha me importáis mucho. Tenía que encontraros, para asegurarme de que estabais a salvo en casa. —Buscó palabras con las que seguir durante un instante—. En su momento cometí varios errores. Supongo que todo el mundo lo hace. No puedo volver atrás y cambiar mis elecciones, pero cuidaros a ti y a Selsha… me hace sentir que hay cosas que puedo arreglar. En mi corazón reina la oscuridad, pero al veros sanas y salvas lo invade la luz.

Mirya no contestó durante un rato. Después, suspiró.

—No soy tu penitencia, Geran Hulmaster.

—No, no se trata de eso. Si lo fueras…, es decir, si fuera así como te veo…, me arrepentiría del tiempo que he pasado contigo. Pero no es así, Mirya. —Bajó la vista hacia ella y trató de encontrar una sonrisa—. Poco a poco creo que me estás curando de heridas que ni siquiera sabía que tenía. Por eso debía ir a buscarte.

—En todos los años que hace que te conozco, ésta es la primera vez que creo que me has permitido vislumbrar parte de lo que realmente llevas en el corazón. —Ella frunció el entrecejo y se apartó, desviando la mirada—. No tengo nada de especial, ¿sabes? También guardo mi propia oscuridad, y algunos días está a punto de ahogarme. Ni siquiera sé si tengo poder para curar a nadie.

Él no supo qué más decir, así que volvió a dirigir su atención a la ciudad. Los familiares muelles de Hulburg se acercaban cada vez más, y pudieron ver el espeso tráfico de carros y viandantes que se habían detenido y miraban hacia el mar para ver qué barco estaba arribando. Los maltrechos cascos del Lobo de Mar y del Audaz descansaban en el fondo de las aguas del puerto, junto al muelle que daba al centro de la ciudad, con los mástiles y los aparejos enredados e inclinados sobresaliendo del agua.

—¡Arriad todas las velas! ¡Sacad los remos! —gritó Worthel desde la toldilla.

Geran echaba de menos la brusca habilidad de Andurth Galehand, pero Worthel era un contramaestre capaz, y había servido como oficial de derrota y como primer oficial del Dragón Marino. Muchos de los marineros del barco habían tenido que realizar varias tareas en el viaje de vuelta desde la escondida fortaleza pirata. Faltaba mucha gente después de la lucha encarnizada en las Lágrimas de Selene, ya que habían sufrido lo peor del atrevido intento de Sergen de robar el Dragón Marino delante de sus propias narices, así que los guardias del Escudo y los mercenarios se pusieron a los remos para echar una mano.

—¡Mirad! ¡Los soldados están formando para darnos la bienvenida! —señaló Selsha Erstenwold, que estaba de pie a poca distancia de Mirya y Geran, mirando por encima de la barandilla mientras saltaba excitada—. ¡Y mirad cuánta gente!

Geran siguió la dirección de su mirada. Habían aparecido en los muelles varias unidades de combatientes, con los colores de distintas compañías mercantiles, y estaban formando.

—Supongo que les han llegado rumores de nuestra victoria en el Mar de la Noche —dijo, pensando en voz alta—. Pero no tengo ni idea de cómo se habrán enterado.

—¿Quizá una adivinación, o algún mensaje? —Sarth se unió a Geran y Mirya junto a la borda, seguido de cerca por Hamil. El tiflin frunció el ceño, confundido ante la pregunta.

—No, no ha sido un mensaje. No quedó nadie en la fortaleza que pudiera realizar ese conjuro. ¿Por qué habrían de hacerlo? Debe de haber sido algún tipo de adivinación. Algún mago perteneciente a una Casa mercantil habrá visto nuestro regreso en sus escrutinios.

—Entonces, ¿dónde está la Guardia del Escudo? —preguntó Hamil en voz baja—. ¿Dónde están el harmach Grigor y Kara? —Su expresión era ceñuda—. No, no me gusta cómo pinta esto, Geran. ¡Ten cuidado!

El Dragón Marino recogió los remos y se deslizó por el muelle; los marineros dejaron caer las estacas de amarre y detuvieron el avance de la carabela, arribando suavemente al muelle. Tan pronto como los marineros abrieron el portalón, un destacamento de combatientes que llevaba el tabardo rojo y amarillo de la Casa Marstel subió rápidamente a bordo y se fue directo hacia Geran. Su capitán era un damarano de corta estatura y hombros anchos, con una perilla rubia y ojos acerados.

—¿Geran Hulmaster? —preguntó—. Estás convocado para comparecer ante el harmach. Acompáñanos de buen grado; de lo contrario, te someteremos por la fuerza si es necesario.

—¿Quién eres? —exigió saber Mirya—. ¿Y desde cuándo envía el harmach a un hombre de Marstel para entregar sus mensajes?

—Desde que Maroth Marstel es el harmach —contestó el capitán—. Soy Edelmark, capitán de la Guardia de Hulburg. Ahora, si sois tan amables, el harmach Maroth espera.

Geran se quedó mirando a aquel hombre un buen rato, demasiado aturdido como para poder hablar. Harmach Maroth… ¿Maroth Marstel? ¿Su tío, Grigor, ya no era el soberano de Hulburg? ¡Sólo había estado fuera de la ciudad algo más de diez días! Finalmente, pudo hablar de nuevo.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está el harmach Grigor? ¿Dónde está Kara Hulmaster?

—Todos los Hulmaster han huido —dijo el capitán Edelmark con voz neutra—. Lord Marstel es ahora el harmach de Hulburg, y quiere que os conduzcamos a Griffonwatch sin dilación. Estoy harto de repetirlo.

—¿Estás arrestando a Geran? —preguntó Hamil. Tenía las manos apoyadas sobre las empuñaduras de sus dagas.

—Haré lo que tenga que hacer para cumplir con las instrucciones de mi señor —dijo el oficial—. Yo en tu lugar, apartaría las manos de las empuñaduras de esas dagas, hombrecillo. Hay doscientos hombres armados en el muelle detrás de mí.

—En este barco hay cincuenta —dijo Worthel. El primer oficial de la Vela Roja estaba cerca, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Geran no irá a ningún sitio al que no quiera ir, capitán.

Geran alzó la mano. Lo último que quería ver era una batalla en el amarradero del Dragón Marino. Muchos hombres buenos morirían, y Hulburg ya había perdido suficientes.

—Puedes escoltarme hasta Marstel, capitán —dijo. Su voz lo hacía parecer más calmado de lo que realmente estaba—. Pero nadie a bordo de este barco debe ser molestado. Han luchado y sangrado por Hulburg en lugares extraños y lejanos, y merecen la bienvenida de un héroe.

—Mis órdenes sólo te conciernen a ti —dijo Edelmark. Le hizo señas a Geran para que lo precediera.

Sarth miró a los combatientes reunidos en el muelle, y después volvió a mirar a Geran. El tiflin entornó la mirada.

—Yo también voy —dijo—. Cualquiera que se atreva a ponerle una sola mano encima a Geran tendrá que vérselas conmigo.

—Y yo —dijo Hamil, que le lanzó una mirada de hielo al capitán y dejó una mano descansando sobre la empuñadura de una daga para que pudiera verlo—. Puedes llevar a diez hombres contigo, capitán. El resto de tu pequeño ejército se quedará aquí, o si no Geran no irá a ninguna parte contigo.

—De acuerdo —dijo el capitán con brusquedad—. ¿Podemos irnos ya?

—Un momento —dijo Geran. Se volvió hacia Mirya y la cogió de la mano—. Vamos, llévate a Selsha a casa. Todo irá bien. Yo me pasaré más tarde, tan pronto como aclare todo esto.

Ella asintió, aunque no pudo evitar mirar a los guardias que esperaban en el muelle.

—Ten cuidado por dónde pisas, Geran Hulmaster. Y gracias por todo lo que has hecho por nosotras. —Se acercó y lo besó en la mejilla. Luego, cogió a Selsha de la mano y la condujo hacia el muelle.

Después de eso, Geran miró a Sarth y a Hamil, y siguió a Mirya en dirección al embarcadero. Edelmark ordenó a diez de sus hombres que lo acompañaran, despidió al resto de su compañía, y dejó a una fuerza simbólica en el muelle. A continuación, los guardias de Hulburg —un ejército formado por los combatientes de las Casas mercantiles pertenecientes al Consejo, hasta donde Geran sabía— escoltaron a los tres compañeros por las calles de la ciudad hasta el pie de Griffonwatch. Fue una caminata tensa y silenciosa, con poca conversación. Edelmark se negó a decir nada que no hubiera dicho antes, y sus hombres no se atrevían a hablar estando su capitán delante. Pero las señales recientes de lucha en las calles lo decían todo. Más edificios quemados, tiendas familiares cerradas con tablas, pequeños grupos de Guardias de Hulburg apostados en las esquinas, y ni rastro de la Guardia del Escudo ni de las milicias locales que se habían encargado de mantener la paz durante meses.

Se dirigieron hacia la puerta del castillo, y Edelmark los condujo directamente al gran salón. El Consejo del Harmach se había reunido para esperarlo, pero a medida que Geran se acercaba, se dio cuenta de que aquél no era el Consejo que él conocía. En los lugares que antes habían estado reservados para los consejeros de Grigor Hulmaster y los oficiales del reino, ahora estaban sentados los jefes de las grandes compañías mercantiles: la Doble Luna, el Anillo de Hierro, la Casa Jannarsk y, por supuesto, Nimessa Sokol, que tenía el entrecejo fruncido y una expresión de pocos amigos. El antiguo asiento de Marstel estaba vacío; en su lugar, ahora el viejo lord estaba tirado en el asiento de madera del harmach Grigor. Wulreth Keltor aún conservaba su lugar como guardián de las Llaves, pero ningún otro consejero que hubiera servido bajo el mandato de Grigor se encontraba a la mesa. Geran se preguntó cuántos de los otros se habrían visto obligados a huir, o cuántos estarían muertos. A medida que se acercaba, se fueron acallando los susurros en la sala, y los hombres y las mujeres reunidos en el salón de Griffonwatch lo observaron en silencio.

El capitán Edelmark dio un paso al frente y se dirigió a Marstel.

—Milord, he traído a Geran Hulmaster —dijo.

Marstel se incorporó y miró atentamente a Geran.

—Ciertamente —dijo—. Muy bien. Tenemos algunos asuntos importantes que discutir, según creo. ¿Qué hay del Dragón Marino?

—Está atracado en el viejo embarcadero de Veruna. Dejé una compañía para custodiar el barco. —Edelmark frunció el entrecejo—. Hay un destacamento de casi cincuenta guardias del Escudo a bordo, mi señor. Deberíamos desarmarlos inmediatamente, y el barco debería ser puesto bajo vigilancia.

—No te lo aconsejo —dijo Geran—. A menos que yo les ordene lo contrario, la compañía del Dragón Marino se resistirá a semejante acción.

—Los superamos en número por cinco a uno —dijo el capitán—. Si no se lo ordenas, serás responsable de sus muertes.

Geran inclinó ligeramente la cabeza y le lanzó una única mirada a Edelmark.

—No respondo ante ti —le dijo con firmeza.

A continuación, volvió a mirar a Marstel. Su sorpresa ante tal situación estaba dejando paso rápidamente a un creciente enfado. Marstel estaba sentado en el trono de su tío, haciéndose llamar harmach. ¡Y actuaba como si siempre hubiera estado ahí! Avanzó dos pasos.

—Lord Marstel, ¿qué está ocurriendo aquí? —preguntó—. ¿Por qué estás ocupando el asiento de mi tío? ¿Dónde está el harmach Grigor?

—Los Hulmaster ya no gobiernan en Hulburg —dijo Marstel. Se enderezó y una chispa brilló en sus ojos—. ¡Ya no! El mal gobierno de tu tío estuvo a punto de destruir este reino. El Consejo Mercantil intervino… No tuvimos elección. Nuestros combatientes tuvieron que salir a restaurar el orden, y Grigor Hulmaster se opuso a nuestras acciones. Se lo ha despojado de su poder. Como par de mayor rango en Hulburg, he asumido debidamente el título de harmach.

—¿Debidamente? —repitió Geran, cuya ira creció como una llamarada incandescente que amenazaba con barrerlo de la faz de la tierra, y apretó los puños mientras hablaba, aunque se contuvo por el momento—. ¿Con qué autoridad reclamas el poder, Marstel? ¡No hay paridad en Hulburg, ni ningún precedente establecido! No tienes derecho a hacerte llamar harmach. Hasta donde yo sé, eres un usurpador, simple y llanamente. Ahora dime: ¿Qué has hecho con mi familia?

Tranquilízate, Geran —le advirtió Hamil—. Controla tu ira. Habrá un momento para enfadarse, y otro para la acción más tarde. No convenzas a Marstel de que no puede permitir que sigas viviendo.

El rostro de Marstel se ensombreció y prácticamente se levantó de su sitio.

—¡No permitiré que me hablen en ese tono! —rugió.

—¡Merece una respuesta! —dijo Nimessa Sokol en voz alta. Haciendo caso omiso del ataque de rabia de Marstel, se levantó y miró a Geran a los ojos—. Tu familia está viva, Geran. Se han refugiado en Thentia…, o eso hemos oído.

Geran respiró profundamente. Nimessa debía lealtad a la Casa Sokol, por supuesto, pero no podía imaginar que hubiera formado parte voluntariamente de la destitución de su tío, Grigor. En otras circunstancias habría disfrutado enormemente de la oportunidad de hablarle de la destrucción del Reina Kraken, y de la pequeña cantidad de justicia que había podido impartir a la Hermandad de la Luna Negra de parte de todos sus amigos y sirvientes que habían resultado muertos a bordo del Alablanca, pero eso tendría que esperar.

—Dime, Nimessa, ¿qué ha sucedido?

—Tal y como ha dicho lord Marstel, el Consejo Mercantil se dispuso a restaurar el orden desarmando a todas las milicias —dijo—. Yo me opuse a ello, pero el Consejo estaba decidido; la Casa Sokol no tuvo otro remedio. Harmach Grigor se resistió, así que el Consejo decidió reconocer a lord Marstel como harmach. Los combatientes del Consejo y las milicias elegidas por éste vencieron a la Guardia del Escudo y los condujeron de vuelta a Griffonwatch. Al parecer, lady Kara encontró un modo de sacar a tu tío y al resto de la familia de la fortaleza y alejarlos de Hulburg.

—Un acto desesperado realizado por un hombre débil que se aferraba al poder, sin importarle el bienestar de su reino —rugió Marstel—. Si realmente se hubiera preocupado por Hulburg, Grigor habría abdicado de manera honorable. Yo me hubiera ocupado de que se estableciera confortablemente en alguna tierra vecina. Pero ya que no ha renunciado de forma honorable a su pretensión todavía, los Hulmaster han sido declarados proscritos en todas las tierras y posesiones bajo el gobierno del harmach.

—¿Proscritos? —preguntó Geran—. Hulburg recibió el nombre de la familia Hulmaster, por si lo has olvidado. ¿Pretendes decirme que toda mi familia ha sido exiliada del reino que los Hulmaster han gobernado durante doscientos años?

Marstel se volvió a sentar en el trono robado y sonrió para sí mismo.

—Mi edicto se mantiene. Ningún Hulmaster debe poner un pie en Hulburg, so pena de muerte. Por supuesto, tú no podías saberlo mientras estabas de viaje, así que, a pesar de tu falta de educación y tu actitud hostil…, suspendo mi propio edicto hasta que seas escoltado hasta la frontera del reino. Después de todo, soy un hombre razonable.

La advertencia de Esperus empieza a aclararse —comentó Hamil—. Seguiste el rumbo que tenías pensado, y Hulburg cayó en manos de los enemigos del Harmach, pero ¿quién es el enemigo olvidado?

—Mi señor se equivoca al ser compasivo —dijo el capitán Edelmark—. Geran Hulmaster es un conocido pirata, agitador, asesino y cosas peores. Es mejor ocuparse de él aquí y ahora que dejarlo en libertad.

Geran hizo caso omiso del capitán y miró a los demás líderes de las Casas, a sus consejeros y capitanes, y lo único que vio fue cautela y preocupación. Nimessa Sokol bajó la vista hacia el suelo, incapaz de sostenerle la mirada. Entonces, sus ojos se posaron sobre una figura que antes había pasado por alto, un hombre esbelto, vestido con una larga casaca gris oscuro con capucha, que estaba sentado en el lugar que antes había pertenecido al mago mayor del reino. La capucha ocultaba la cara del hombre, pero una oscura sospecha invadió el corazón de Geran. Conocía a todos los que estaban sentados alrededor de la mesa del Consejo, aunque no hubiera tenido trato con todos, pero nada sabía del hombre encapuchado, aunque sintió que era menester.

Como si hubiera notado el peso de la mirada de Geran, el hombre levantó las manos —una hecha de plata grabada con runas, en vez de carne— y se bajó la capucha. Geran dio un paso atrás, reprimiendo un grito, y se sintió momentáneamente abrumado por el asombro y la náusea.

—¡Rhovann! —susurró—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Yo? Pues resulta que soy el mago mayor de Hulburg —contestó el elfo de la luna. Sonrió con frialdad—. Lastannor el turmishano decidió que sus servicios ya no eran necesarios. He sido contratado en su lugar.

—¿De veras? —Sarth estudió al mago burlón, con una expresión severa en su rostro rubicundo—. ¿Quién es éste, Geran?

—¡Oh!, ¿no te ha hablado de mí? —El mago fingió sorprenderse—. Geran y yo hace años que nos conocemos. Intimamos en Myth Drannor. Soy Rhovann Disarnnyl, de la Casa Disarnnyl. —El falso humor de sus ojos se desvaneció, y levantó la mano de plata—. Hace dos años, tu amigo Geran me dio esto para que lo recordara. Déjame asegurarte que he pensado mucho en qué regalo podría ofrecerle yo.

Geran miró fijamente a su viejo rival, prácticamente incapaz de concretar ningún pensamiento en su cabeza. Rhovann estaba allí, en la casa en la que había crecido, y en pago por la mutilación que había sufrido a manos de Geran y su propio exilio de Myth Drannor, había ido a Hulburg a hacer leña del árbol caído. Rhovann sencillamente sonrió y le dio la espalda a Geran de un modo despectivo para dirigirse a Marstel.

—Milord, por favor, disculpa mi interrupción. Como ves, Geran Hulmaster y yo nos conocemos. Estabas a punto de desterrarlo, según creo.

—Sí, por supuesto —rugió Marstel. Se levantó y señaló la puerta—. Geran Hulmaster, por la presente quedas desterrado del reino de Hulburg. ¡No vuelvas, so pena de muerte! Capitán Edelmark, conducirás un destacamento de guardias y escoltarás a este hombre a las afueras de la ciudad de inmediato.

Edelmark apoyó la mano en la empuñadura de su espada e hizo una reverencia.

—De inmediato. —Por señas convocó a una docena de soldados que había en la sala para llevar a cabo la orden.

Geran permaneció inmóvil un instante. Por un momento, pensó en desenvainar la espada y atravesar a Rhovann, con la esperanza de que acabando con el mago resentido pondría fin a la locura que había invadido Griffonwatch. Pero incluso si tenía éxito, se las vería con todos los guardias de Marstel, además de los magos y capitanes de las diversas Casas mercantiles. Moriría con la espada en la mano, y lo más probable era que Hamil y Sarth fueran detrás. Ése fue el pensamiento que detuvo su mano; destruirse a sí mismo para acabar con los enemigos de Hulburg era una cosa, y otra muy distinta era condenar también a sus amigos. Estaba claro que Rhovann pretendía deleitarse con la ironía de organizar el destierro de Geran de su tierra natal, al igual que Geran había provocado su destierro de Myth Drannor hacía dos años. Realmente, era un duro golpe. Pero si se rebelaba contra su destino para luchar contra Edelmark o lanzarse a ciegas contra sus enemigos…, lo único que conseguiría sería darle a Rhovann la satisfacción de ver cuánto daño le había hecho. Geran respiró hondamente y decidió no darle a su viejo enemigo tal satisfacción.

—Espero que se trate bien a la tripulación y a los combatientes del Dragón Marino —le dijo a Marstel—. Han luchado valientemente por Hulburg. No tendréis que preocuparos por los piratas de la Luna Negra nunca más. Ordenaré a mi tripulación que se disperse de forma pacífica y reconoceré la autoridad de lord Marstel, si juráis ante Amaunator que quedarán libres para ir y venir como les plazca.

Marstel frunció el entrecejo, pero accedió.

—De acuerdo —dijo el viejo señor.

Geran miró a Sarth y a Hamil.

—Cuidad de Mirya y de Selsha por mí —dijo en voz baja.

Después, cuadró los hombros, le dio la espalda a Marstel, a Rhovann y a todos los miembros de la corte del usurpador, y fue al encuentro de su exilio.