ONCE

4 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

Geran se enteró muy pronto de lo mucho que había crecido la estima del resto de la tripulación por él. A primera hora de la mañana siguiente, cuando una vez más ayudaba a Tao Zhe con el trabajo de la cocina, Murkelmor se acercó por allí y se sentó en la tapa de una escotilla, observándolo mientras fregaba. El áspero enano estuvo estudiándolo largo rato sin hablar, mientras rascaba el hollín amontonado de una vieja pipa.

—Si te interesan las potas, puedes buscar un cepillo y ayudar —le dijo Geran por fin.

Murkelmor no hizo el menor intento de ayudarle, pero le dedicó una sonrisa hosca.

—Fue una buena gresca la de ayer —dijo—. Nadie había conseguido superar a Kronn armado sólo con sus propias manos. Jamás pensé que vería tal cosa.

—Podría haber resultado al revés si Dagger no me hubiera arrojado su cuchillo.

—Sí, pero supiste imponerte hasta que el ogro le dio a tu amigo motivos para ayudar. —Murkelmor se inclinó hacia adelante—. Eres un luchador duro, no cabe duda, y puede que los otros dos también lo sean, pero tres no son suficientes para cubrirse las espaldas. Vas a necesitar más aliados, Aram.

Geran dejó de fregar y se enderezó. Había otros tres enanos a bordo. Murkelmor y sus compinches formaban una banda muy unida y callada, y se cubrían mutuamente. Y había visto que varios de los tripulantes humanos —en su mayoría, teshanos, hombres y mujeres de las tierras del Mar de la Luna— andaban siempre cerca de los enanos. La banda de Murkelmor contaba así con unos ocho o nueve miembros, y la anexión de Geran y sus amigos la reforzaría de una manera importante.

—Aceptaríamos aliados con gusto —dijo después de pensárselo un momento—, pero no buscamos un jefe. Yo soy mi propio jefe.

—Te entiendo —concedió el enano—. Suelo hablar en nombre de mi puño las más de las veces, pero no soy un reyezuelo como Skamang. No trataré de decirte lo que debes hacer. Me basta con tener un aliado. Protege a los míos, y nosotros haremos lo mismo por vosotros.

—Hecho —le dijo Geran.

Tendría que hablarlo con Hamil y Sarth, pero Murkelmor era exactamente el tipo de aliado que los tres estaban buscando. El enano asintió y se marchó con su andar despreocupado.

Al atardecer de la quinta jornada, dos días después del duelo de Geran con Kronn, el Tiburón de la Luna entró en el puerto fortificado de Mulmaster un poco antes de la puesta del sol. El humo de docenas de forjas y fundiciones llenaba las calles empinadas y se pegaba a los tejados; como la mayoría de los asentamientos del Mar de la Luna, Mulmaster era una ciudad que vivía del trabajo del hierro y de la extracción de metales preciosos de las montañas cercanas. Un conjunto diferente de barcos mercantes se mecía suavemente con el oleaje, pero por lo demás, casi nada había cambiado desde la anterior visita de Geran a bordo del Dragón Marino.

—Otra vez Mulmaster —comentó Hamil mientras movían los remos rítmicamente—. Bueno, ahora sabemos que al menos un barco de la Luna Negra visita este puerto. Uno de esos tipos con los que hablamos hace unos días nos mintió.

—Es posible —dijo Geran—. Pero también es posible que la Reina Kraken no haya estado jamás aquí. Puede ser que Kamoth envíe a otros barcos a hacer sus recados en los puertos más grandes.

No sorprendió en absoluto a Geran que no se produjera la menor alarma por la llegada del Tiburón de la Luna al puerto de la ciudad. Un práctico se acercó en un bote de remos y guió a la galera mientras entraba en la estrecha bahía. Narsk no se dejó ver, pero Sorsil habló con el hombre y le entregó un pequeño soborno. Realizada la transacción, el práctico le indicó al Tiburón de la Luna un amarradero vacante en el muelle de piedra de la ciudad y se marchó. Sorsil se puso al timón y gobernó el barco corsario con mano experta hasta el muelle, donde los marineros amarraron con cuatro pesadas maromas.

En cuanto el barco quedó amarrado, Narsk salió de su camarote vestido con una pesada capa con capucha que ocultaba sus bestiales facciones. Era posible ver a un número reducido de las llamadas razas salvajes en cualquier ciudad grande de Faerun, pero en su mayoría eran goblins u orcos… Un gnoll no podía por menos que llamar la atención. Escogió a varios marineros del puño de Skamang entre los que estaban amarrando el barco.

—Vosotros tres —dijo con un gruñido—, armaos y venid conmigo. Tengo cosas que hacer en tierra. Sorsil, no dejes que nadie baje del barco hasta que yo vuelva. No tardaré mucho.

—Bien, capitán —replicó la segunda de a bordo.

Sorsil ocupó un puesto junto al portalón mientras Narsk y sus guardias bajaban a tierra y se encaminaban hacia la ciudad.

Geran observó al gnoll, que desaparecía en las estrechas calles, mientras Hamil y Sarth se ocupaban de sujetar los remos del barco.

—Creo que ésta es mi oportunidad —les dijo a sus compañeros—. Si quiero echar un vistazo en el camarote de Narsk, éste es el momento.

—De acuerdo —dijo Hamil—. El plan del que hablamos.

Geran asintió.

—Es mejor que actuemos con rapidez. No creo que Narsk esté fuera del barco mucho tiempo.

Hamil subió a la toldilla y empezó a enrollar los cabos por allí. Su misión era actuar como vigía y advertir a Geran si venía alguien. Geran y Sarth se encaminaron abajo, a los camarotes de la tripulación, y desde allí fueron avanzando hasta la bodega que quedaba directamente debajo del camarote de Narsk. Sarth cerró la puerta después de entrar y apoyó la espalda en ella. También actuaría como vigía. Geran necesitaba que la bodega permaneciera vacía, y a Sarth le correspondía asegurarse de que ningún marinero anduviera por allí en un momento inoportuno.

—Supongo que tendrás claro que tal vez tengamos que salir del barco combatiendo si esto sale mal —le dijo el tiflin.

—Lo sé —respondió Geran.

A pesar de todo, ésa era la primera ocasión que se le había presentado en días de averiguar qué había en el sobre que Sergen le había entregado a Narsk. Sólo esperaba que el gnoll no se lo hubiese llevado consigo al bajar a tierra.

Antes de poder volverse atrás, centró su mente preparándose de la manera calma y silenciosa que había aprendido bajo las hojas de Myth Drannor. Puso por delante de cualquier otro pensamiento las palabras místicas del conjuro de teletransportación, sintiendo el poder que encerraban las sílabas arcanas. Empuñó la daga de Hamil en la mano derecha para estar preparado por si aparecía en medio de una pelea. Entonces, el mago de la espada impulsó toda su fuerza de voluntad hacia las sílabas arcanas arraigadas en su mente mientras pronunciaba una sola palabra en elfo:

¡Seiroch!

Hubo un instante de oscuridad vertiginosa, una sensación de frío intenso, y Geran se encontró de pie en el camarote, justo encima del lugar de la bodega donde estaba antes. Se volvió rápidamente, daga en mano, pero no había nadie más en la habitación. El camarote de Narsk estaba vacío por el momento. Con un pequeño suspiro de alivio, enfundó la daga y estudió el entorno más concienzudamente.

Estaba oscuro y lleno de cosas, y en el aire se respiraba un fuerte olor animal. Geran frunció la nariz en un gesto de desagrado; era evidente que Narsk no era muy escrupuloso con la higiene de su camarote. Se dio cuenta de que iba a necesitar un poco de claridad para ver, de modo que sacó una moneda de cobre del bolsillo y pronunció en silencio las palabras de un conjuro de luz. La moneda empezó a relumbrar con un brillo cálido. Geran se apresuró a envolverla en un trozo de tela para amortiguar la luz todo lo que pudo. No quería que su brillo se viera por las ventanas que ocupaban la popa del barco. Bajo la endeble luz estudió el entorno. Había ropa tirada por todos lados, donde Narsk la había dejado, platos con restos de cenas de varios días, y por doquier se veían los más variados objetos —copas de oro, cubiertos con mangos de madreperla, pequeños ídolos y demás efectos productos del pillaje de una docena de barcos—, junto con lo que parecía media armería.

—¿Dónde habrá puesto Narsk esa carpeta? —se preguntó Geran en voz baja.

Se acercó al pequeño escritorio del camarote y buscó entre las viejas cartas marinas y manifiestos de carga allí esparcidos. Al igual que los objetos valiosos, debían de pertenecer también a presas del Tiburón de la Luna. Al no encontrar nada allí, Geran empezó a buscar en los cajones. Luego, pasó a las estanterías con libros —le resultaba difícil creer que Narsk fuera capaz de leer, pues jamás había oído de ningún gnoll que supiera leer—, pero tampoco allí encontró nada. Cada vez se convencía más de que iba a tener que revisar a conciencia todo el camarote.

Le llevó un cuarto de hora, pero por fin encontró la carpeta de cuero debajo del colchón de Narsk. Confiando en que el capitán fuera a estar ocupado en tierra un poco más, Geran se sentó en el escritorio y sacó con cuidado el contenido de la carpeta: dos cartas escritas sobre pergamino, una breve y la otra larga. Leyó primero la más corta.

Narsk:

Dirígete a Mulmaster y no llegues a puerto más tarde del 5 de Marpenoth. Ve a la concesión de los Magos Rojos y pregunta por Iomauld. Dile que vas a por la brújula estelar y que el capitán supremo realizará el pago como de costumbre. Iomauld te explicará el funcionamiento del aparato. Instálalo y acude al lugar de encuentro. Si los Magos Rojos desean el pago inmediato, págales lo que te pidan por la brújula; después te lo compensaré. Si la brújula estelar no está lista o si tienes alguna dificultad, no pierdas tiempo en Mulmaster. Debes acudir al lugar de encuentro sin falta.

KAMOTH

—¿Brújula estelar? ¿Qué es eso? —se preguntó Geran.

Al parecer, era algún tipo de dispositivo mágico. Los Magos Rojos tenían fama como proveedores de artilugios encantados. Tenían fortalezas por todas las ciudades del Mar Interior, lugares imponentes, donde los misteriosos expatriados de la antigua Thay realizaban sus siniestros conjuros para todo el que pudiera pagar sus servicios. En cualquier caso, eso era probablemente lo que Narsk estaba haciendo en ese preciso momento.

Geran dejó a un lado la carta y cogió la segunda. No había hecho más que desplegarla cuando oyó en su mente la voz de Hamil.

¡Narsk ya viene de regreso, Geran! Más te vale salir deprisa de ahí.

—¡Maldita sea! —dijo Geran para sí, y se puso a leer a toda prisa la segunda carta.

Narsk:

Como máximo tres horas después de la puesta del sol del 7 de Marpenoth, acude con el Tiburón de la Luna a un punto tres millas al sur de las ruinas de Seawave, sobre la línea costera, a unos treinta y cinco kilómetros al oeste de Hulburg. Habrá una gran hoguera en la costa para facilitar la llegada al punto de encuentro. No llegues demasiado pronto porque no queremos que puedan avistar la flota mientras se reúne. Permanece en alta mar hasta que se haga de noche si es necesario. Cuando la Luna Negra se haya reunido, nos dirigiremos a Hulburg y atacaremos la ciudad a primera hora del día 8. Tu misión consiste en desembarcar a la tripulación del Tiburón de la Luna en los muelles, junto a la concesión de la Casa Sokol. Es el astillero más occidental de la ciudad, al lado de los promontorios del cabo Keldon. El Wyvern desembarcará en los muelles de la Doble Luna, justo a tu derecha.

Tu gente debe incendiar el edificio del Consejo, donde se reúne el Consejo Mercantil de Hulburg. Después de eso, queda en libertad de saquear, matar o incendiar a su antojo. Habrá hombres de la Luna Negra apostados delante de los lugares que hay que respetar; asegúrate de que tus hombres sepan que deben hacer caso de cualquier hombre que lleve un brazalete negro. Con el resto de la ciudad y de sus gentes pueden hacer lo que les dé la gana.

Todos los barcos de la Luna Negra se retirarán en cuanto salga el sol, a menos que el capitán supremo en persona indique lo contrario. Asegúrate de que tu tripulación entienda que los rezagados se quedarán en tierra. Si tienes en tus manos la brújula estelar, acompañarás al Reina Kraken a Neshuldaar, es el undécimo islote. De lo contrario, debes acudir al río Lis y al Mar Interior.

Ningún pirata ha realizado jamás una incursión de cinco barcos en el Mar de la Luna. Golpead con dureza y rápidamente, y el harmach ni siquiera llegará a saber quién los atacó.

KAMOTH

—¡Misericordioso Ilmater! —dijo Geran con voz entrecortada.

¡La Luna Negra tenía intención de atacar Hulburg y sólo faltaban cuatro días para la fecha fijada! Con cinco barcos podían llevar fácilmente quinientos o seiscientos hombres. Contando con el factor sorpresa, podrían causar daños incalculables. Tenía que encontrar una manera de advertir al harmach Grigor. Los corsarios pensaban atacar una ciudad dormida, totalmente ajena al peligro que la acechaba desde el mar; pero si el harmach convocaba a la Hermandad de la Lanza y reunía a los mercenarios de todas las compañías mercantes para hacer frente al ataque pirata en los muelles, Hulburg podría vencer a la Luna Negra con escasos daños.

¡Geran, Narsk está subiendo a bordo! —gritó la voz de Hamil en su mente—. ¡Tienes que salir de ahí ahora mismo!

Geran metió las dos cartas en la carpeta, y luego puso ésta debajo del colchón, donde la había encontrado. Ya se oía la voz crispada de Narsk al otro lado de la puerta del camarote. Echó otra rápida mirada en derredor para asegurarse de que no hubiera dejado nada muy fuera de lugar; después se metió la moneda luminosa en el bolsillo y despejó su mente. Ya se oía la llave en la cerradura cuando cerró los ojos y susurró:

¡Seiroch!

Hubo un instante de negrura helada y, acto seguido, apareció tambaleándose en la oscuridad de la bodega, debajo del camarote de Narsk. Sarth lo sujetó para que no cayera.

—Estoy aquí, Geran —susurró el tiflin—. ¿Has encontrado las instrucciones de Kamoth?

—Las he encontrado.

Geran se disponía a decir algo más, pero oyó que se abría la puerta del camarote y las pisadas de Narsk resonaron encima de sus cabezas. Los correajes del gnoll tintinearon y se oyó el ruido amortiguado de algo que dejaban caer sobre la cama y de la pesada capa sobre el suelo. Después, Narsk hizo una pausa y lanzó un hondo rugido, como un lobo furioso. Unos pasos rápidos recorrieron el camarote de un lado a otro varias veces y, a continuación, el gnoll volvió a salir a toda prisa a la cubierta.

—¿Te has dejado algo? —le preguntó Sarth a Geran.

—No lo creo, tal vez haya dejado algo fuera de su lugar. —Hizo una mueca. Ya no se podía hacer nada. Sólo podía reunirse con la tripulación y comportarse como si nada hubiera ocurrido.

Cogieron dos barriles de cerdo en salazón del almacén y atravesaron con ellos la zona de los camarotes de la tripulación hacia la cocina; por el camino se encontraron con varios marineros. Tao Zhe no estaba allí. Geran dio un suspiro de alivio. Realmente no se le había ocurrido ningún motivo creíble para presentarse ante el cocinero shou con algo que él no había pedido, pero tenían que explicar de alguna manera su presencia en el almacén, que quedaba debajo del camarote del capitán.

Volvieron a subir a la cubierta principal y encontraron a Hamil esperándolos allí.

—Hay problemas —dijo Hamil en voz baja—. Creo que Narsk ha captado tu olor.

—¿Mi olor?

Geran se volvió a mirar hacia el camarote del capitán. Narsk estaba en la puerta, olisqueando el aire. Geran ignoraba lo agudo que podía ser el olfato de un gnoll, pero considerando el hocico de hiena de Narsk, tenía que llegar a la conclusión de que debía de ser más agudo que el suyo. La cuestión era si tenía o no una idea suficiente del olor de Geran como para identificarlo.

—Si has encontrado lo que necesitabas en el camarote de Narsk, éste podría ser el momento indicado para saltar del barco —murmuró Sarth—. ¿Qué más puedes ganar quedándote a bordo?

Geran pensó con rapidez, Necesitaba encontrar una manera de advertir a Hulburg de lo que se les venía encima. Eso era lo más importante. Le gustaría averiguar más sobre la brújula estelar y para qué servía, o seguir adelante con su carrera de Corsario y ver qué más podía averiguar sobre la Hermandad de la Luna Negra, pero ésos eran objetivos secundarios.

—¿Ha traído Narsk algo a bordo al volver? —preguntó mirando a Hamil—. ¿Tal vez algún envoltorio?

—Sí, algo del tamaño aproximado de una sombrerera. Me ha resultado extraño que lo llevara él en lugar de uno de los hombres que lo acompañaban. ¿Por qué? ¿Qué es?

—Creo que es algo llamado brújula estelar. Puede ser importante. —Geran se volvió luego hacia Sarth—. ¿Conoces algún conjuro de envío? —preguntó.

—No tengo mis libros conmigo —respondió el tiflin—. Siguen a bordo del Dragón Marino.

—Entonces, tenemos que permanecer a bordo del Tiburón de la Luna. Los barcos de la Luna Negra se están reuniendo para atacar Hulburg dentro de dos días. No daremos con ningún barco que nos lleve a Hulburg antes de esa fecha. Tendremos que encontrar una manera de advertir al harmach del ataque de la Luna Negra.

Hamil hizo una mueca.

—El aviso no les va a servir de mucho. ¿No vamos a llegar al mismo tiempo que los demás barcos de la Luna Negra?

—Puede ser que encontremos alguna forma de advertir a Hulburg de nuestra presencia —dijo Geran—. Por lo menos, Sarth podrá adelantarse y darles unos cuantos minutos de ventaja.

—En ese caso, me parece que vamos a seguir como corsarios un poco más —dijo Sarth—. Y eso significa que tenemos que desviar las sospechas de Narsk. Tiene que haber una manera de disimular tu olor, Geran. No sé cómo.

¡Sorrsil! Reúne a la trripulación —gritó Narsk—. ¡Los quiero a todos ante el palo mayorr ahora mismo!

—¡De acuerdo, capitán! —respondió la mujer, y a voces empezó a convocar a todos a la cubierta principal.

Geran se quedó petrificado un momento. Estaba seguro de que tenía que permanecer a bordo, pero si Narsk se daba cuenta de que había estado en su camarote…

—¡Deprisa, Geran! —dijo Hamil—. Ve abajo, al armario de Sarth. Cambia tus ropas por su muda limpia y tira las tuyas por la borda. Puede ser que eso reduzca tu olor.

Valía la pena intentarlo. Geran se metió en la cocina y de allí, bajo cubierta, llegó hasta los camarotes de la tripulación. Los demás marineros se quejaban mientras abandonaban sus cois y trataban de subir a la cubierta principal; nadie le prestó demasiada atención. Encontró el armario de Sarth, sacó una túnica y unos pantalones, y volvió a la cocina. Se quitó la ropa, se roció con agua del gran barril que allí había y se frotó rápidamente con un puñado de arena que Tao Zhe guardaba en un cubo. Acto seguido, se puso las prendas de Sarth, volvió a subir a la cubierta principal, donde ya estaban casi todos reunidos, y tiró su propia ropa por la borda antes de colocarse al lado de los demás.

Sorsil lo sorprendió tratando de meterse subrepticiamente entre los últimos.

—¡Lerdo! —lo recriminó—. ¡Espero que la próxima vez no llegues el último!

Geran vio las estrellas. Se cogió el brazo y miró a Sorsil con rabia, pero la segunda de a bordo ya había avanzado. «Después de todo, tal vez habría sido mejor abandonar el barco en Mulmaster», pensó.

Antes de que pudiera reconsiderar su plan, Narsk avanzó hasta colocarse en medio de los marineros.

—Silencio y quietos —gruñó el gnoll.

Fue pasando de una persona a otra, dominándolos a casi todos con su estatura y con el brillo feroz de sus ojos rojos. Olfateaba ostensiblemente de vez en cuando, deteniéndose delante de alguien, y luego seguía. Geran trató de calmarse. Si empezaba a sudar perdería la ventaja temporal de haberse vestido con la ropa de Sarth, pero, por si acaso, mantenía la mano pegada a la empuñadura de la daga que le había dado Hamil.

Narsk llegó a él y olfateó varias veces. Geran lo miró de frente sin pestañear. Narsk no esperaba que diera muestras de tener miedo, de modo que no lo hizo. El gnoll entornó los ojos.

—¿Dónde estabas, Aram? —le preguntó.

—En la cocina. Quería algo de comer.

El gnoll lo estudió un momento más y pasó de largo. Geran se contuvo para no suspirar, aliviado. Cuando el gnoll acabó con la tripulación volvió hacia la toldilla murmurando entre dientes.

Geran se dio cuenta de que los demás tripulantes se miraban, extrañados. Sin duda, se estarían preguntando qué estaba buscando Narsk, pero nadie dijo nada. Buscó a Hamil y a Sarth, y vio que lo estaban mirando. Habían estado cerca.

Sorrsil, prrepara la partida —le gritó Narsk a su segunda—. Nos marrchamos.

Un murmullo recorrió la tripulación, y dio la impresión de que Sorsil tenía intención de protestar, pero se lo pensó mejor. Pocos barcos abandonaban un puerto después de oscurecer. En primer lugar solía ser mejor contar con la luz del día para sacar con todo cuidado el barco del puerto, pero lo más importante era que las tripulaciones esperaban cualquier oportunidad para bajar a tierra y gastarse las monedas conseguidas con tanto trabajo en mujeres y bebida. Los marineros del Tiburón de la Luna estaban que hervían por escaparse un rato del barco, y Narsk les estaba negando la diversión. Por supuesto, no sabían lo que sabía Geran: el capitán gnoll tenía que acudir a una cita en aguas próximas a Hulburg en apenas dos días.

En cuestión de un cuarto de hora, Sorsil dio la orden de levar anclas, y la tripulación volvió a ponerse a los remos. La pálida luna asomó en medio de las nubes mientras salían remando silenciosamente del puerto de Mulmaster; esa vez la segunda de a bordo no gritó ni pegó a los marineros que iban a los remos. Remaron hasta estar a unas buenas dos millas de la bocana del puerto; entonces, Sorsil les dio la orden de recoger los remos.

—Permaneced en vuestros puestos con la boca cerrada —les dijo—. El capitán quiere hablaros.

Narsk se colocó en la corta escala que llevaba a la toldilla. El gnoll mostró los colmillos y en su cara canina se dibujó algo que podía pasar por una sonrisa.

—¡Es hora de deciros hacia dónde navegamos! —dijo—. Al anochecerr de pasado mañana estaremos a cinco kilómetros de las ruinas de Seawave. Allí nos rreuniremos con el Rreina Kraken, el Wyvern, el Audaz y el Lobo de Marr. ¡Los cinco barrcos de la Luna Negra rreunidos en una flota! ¡Juntos pondrremos rrumbo al este y atacaremos la ciudad de Hulburg en la oscuridad de la noche!

Eso arrancó vítores entusiastas a los marineros que rodeaban a Geran. Con un poco de retraso, el mago de la espada se unió a ellos, levantando el puño al aire. Narsk continuó:

—Tenemos que incendiar el Consejo Merrcantil y, a continuación, podrremos hacer lo que nos plazca. ¡Prretendo llenar la bodega con el prroducto del pillaje y con cautivos! ¡Todos vosotrros, hasta el último perrro, seréis rricos si sois capaces de cogerr lo que queráis de los gorrdos y estúpidos habitantes!

Eso arrancó más vítores.

Narsk volvió a sonreír.

—Los hulburrgueses no querrrán separarrse de sus tesoros —dijo—. En cuanto se den cuenta de lo que pasa lucharán contrra nosotrros, de modo que no bebáis, permaneced en grupos de cinco o más, y matad a todo el que se os ponga por delante. Podemos dedícarrnos a saquearr y beberr después de haber combatido, pero antes tenemos una batalla que ganarr. ¡Que Umberrlee se apiade del perrro que vuelva a mi barrco sin sangrre en la espada!

La tripulación pirata volvió a rugir. El gnoll lanzó una risotada salvaje.

—¡Pasado mañana porr la noche! ¡Hulburrg tarrdará muchos años en olvidarr el nombre del Tiburón de la Luna, os lo prrometo! —Los saludó agitando la peluda garra y bajó los últimos peldaños de la escala, dejando que Sorsil despidiera a la tripulación.

Hamil se volvió en su bancada para mirar a Geran.

Bueno, ahí lo tienes —le dijo con su habla silenciosa—. ¿Cómo piensas evitar esto, Geran?

El mago de la espada miró a los piratas reunidos en la cubierta, vanagloriándose por adelantado de lo que iban a hacer en Hulburg. Frunció el entrecejo y miró a Hamil a los ojos, la única manera de que el halfling pudiera oír a su vez sus pensamientos.

No se me ocurre ninguna manera —respondió—. Tenemos que llegar a Hulburg mañana por la noche, aunque para ello tengamos que apoderarnos del barco y hacerlo navegar nosotros mismos.