VEINTICINCO
17 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)
El Dragón Marino descendió desde los cielos negros de la luna como un halcón, abalanzándose sobre su presa. La brújula estelar brillaba con una luz plateada en la parte delantera del timón, mientras sus extraños símbolos giraban a gran velocidad por lo precipitado del descenso. Geran estaba al timón, con una sonrisa feroz en los labios, sintiendo cómo las velas se hinchaban con los extraños vientos de la oscura luna y cómo la cubierta temblaba por el rápido descenso de las zapatas de hierro. No tenía ni idea de lo que lo esperaba bajo las almenas del bastión de ébano, pero pretendía enfrentarse a ello con el más fino acero élfico en la mano y conjuros destructivos en su espada. Pasara lo que pasase, le daría una o dos lecciones a la Luna Negra sobre eso de acosar a Hulburg…, y si Sergen se encontraba en algún lugar de la oscura fortaleza, no escaparía una segunda vez a la ira de Geran.
—¡Lord Geran! ¡Descendemos demasiado deprisa! —le gritó al oído Andurth Galehand.
El bauprés señalaba directamente hacia el centro de la cubierta del Reina Kraken, amarrado a su embarcadero, bajo las negras almenas, y el Dragón Marino se lanzaba al encuentro del barco pirata con tal velocidad que a Geran le dio un vuelco el estómago.
—¡Aminora la velocidad de aproximación, te lo ruego!
—¡La velocidad y el factor sorpresa son nuestras mejores armas! —contestó Geran.
Pudo ver cómo la tripulación del barco pirata se dirigía apresurada y desesperadamente a sus puestos, incluso mientras otros salían en tropel por las puertas de la fortaleza o corrían a situarse en lo alto de las almenas. El Dragón Marino había descendido tanto que parecía navegar a través de los cielos de aquel extraño y pequeño mundo en vez de pasar rozando la vacía negrura del Mar de la Noche. La fortaleza pirata se erguía sobre una escarpada colina que dominaba el lago; alrededor de éste y por toda la orilla se agrupaban extraños árboles y gruesas enredaderas que trazaban espirales en múltiples tonos de rojo, violeta y azul. Una extraña niebla plateada, fría y húmeda, parecía cubrirlo todo, y algunos jirones de nubes borboteaban por las faldas de las colinas que rodeaban el lago.
—Hay ruinas en la selva —dijo Hamil.
El halfling señaló hacia la orilla más cercana de aquel lago azul brillante. Geran vislumbró los restos de algunas torres de piedra negra, medio escondidas en los valles cercanos a la orilla.
—¿Crees que la Luna Negra tiene aliados en las proximidades?
—No lo sé, pero cuanto antes tomemos el barco y nos introduzcamos en la fortaleza, menos probabilidades hay de que alguien pueda interferir. —Geran miró brevemente a Hamil—. Como ya he dicho…, velocidad y factor sorpresa.
Volvió la vista nuevamente hacia el Reina Kraken y se dio cuenta de que realmente se acercaban a demasiada velocidad.
—¡Aminorad la velocidad de descenso! —dijo en voz alta.
El barco respondió, elevó un poco la proa y se estabilizó. La compañía del Dragón Marino —casi setenta guardias del Escudo y mercenarios veteranos de las compañías mercantiles, además de casi cuarenta marineros que estaban dispuestos a pelear— se agolpaba a lo largo de las barandillas. Los hombres estaban armados y dispuestos a presentar batalla a los piratas de la Luna Negra.
—¡Garfios preparados! —le dijo a la tripulación—. ¡Arqueros, fuego a discreción!
La tripulación entonó un coro de gritos de guerra y exclamaciones de desafío. Las cuerdas de los arcos vibraron, cantarinas, y las ballestas emitieron un sonido brusco y seco antes de barrer la cubierta del barco pirata que tenían debajo. Sarth acabó con un grupo de piratas que trataba de cargar una de las catapultas del Reina Kraken con una bola crepitante de rayos verdes. Geran mantuvo el rumbo todo lo que pudo antes de girar bruscamente el timón en el último momento para subir la proa y bajar la popa.
—¡Listos para arriar las velas! —exclamó—. ¡Preparaos para el impacto!
El barco viró sin control antes de aterrizar en las aguas color zafiro del lago lunar y levantar agua en todas las direcciones. A pesar de la advertencia de Geran, la mitad de los hombres que estaban en cubierta fueron derribados… Pero entonces el Dragón Marino avanzó bajo las aguas, emergiendo precisamente junto a su presa por el lado de proa. Los hulburgueses se incorporaron de un salto, y los marineros de cubierta subieron en tropel para ayudar a bajar las velas del navío de guerra mientras Geran hacía girar el timón hacia el otro lado para alinear la proa del barco con la del Reina Kraken. Los encargados de lanzar los garfios hicieron lo propio. El barco hulburgués se paró en seco, enganchado a la galera de la Luna Negra.
—¡Por el lateral! —exclamó Andurth Galehand.
Fue innecesario, ya que la compañía del Dragón Marino ya acudía en tropel al abordaje del Reina Kraken. Hamil saltó a la borda, se agarró a un cabo suelto y se columpió hacia la toldilla del barco pirata. Geran lo siguió un instante después mediante un conjuro de teletransportación, salvando la distancia con un único y valiente paso. Inmediatamente se encontró en medio de una lucha encarnizada junto al tercer mástil de popa del Reina Kraken.
Una multitud de piratas, procedentes de cada escotilla y escala imaginables, acudieron en tropel a cubierta, desesperados por repeler el ataque.
—¡Arvan sannoghan! —gritó Geran.
Las palabras místicas cubrieron de llamas el filo de la espada. Se lanzó contra los piratas, dando estocadas que dejaban a su paso amplios arcos trazados con la fina estela de fuego. Rajó a un hombre desde el hombro hasta la cadera con un corte abrasador, decapitó a un goblin que avanzaba a rastras por su flanco derecho y empujó a otro hombre hacia la cubierta con la fuerza de su ataque antes de rematarlo con una estocada en el abdomen. Hamil luchaba junto a él, con una daga en cada mano, cubriéndole las espaldas o saliendo disparado para eliminar a algún enemigo desprevenido. Sarth estaba junto al mástil principal del Reina Kraken; abrasaba enemigos con bolas de fuego provenientes de su cetro de runas, o los lanzaba por la borda con palabras de poder arcano.
—¡Los tenemos! —exclamó Hamil.
—¡Creo que tienes razón! —respondió Geran.
La súbita aparición del Dragón Marino realmente había cogido a los piratas por sorpresa; muchos de ellos estaban dentro de la fortaleza, lo cual dejaba tan sólo a media tripulación en el barco pirata. Los piratas que se encontraban cerca para defender el barco estaban mal organizados y apenas tenían armas. Algunos llevaban petos de cuero, mientras que otros ni siquiera disponían de armadura, y muchos luchaban con hachas de carpintero, cabillas de maniobra o dagas. Por el contrario, los miembros de la Guardia del Escudo y los combatientes de las compañías mercantiles iban con cota de malla, espadas y escudos. Además, los hulburgueses tenían ganas de pelea. Con los conjuros destructivos de Sarth y la magia de la espada de Geran a la cabeza, sus filas disciplinadas barrieron la cubierta del Reina Kraken e hicieron pedazos a los piratas.
Geran se dio cuenta de que no tenía enemigos cerca, y se detuvo para evaluar la batalla. Los combatientes del Dragón Marino controlaban el Reina Kraken…, por el momento. Pero por la puerta de la fortaleza salían atropelladamente más piratas, apresurándose para incorporarse a la batalla. Otros tomaron posiciones en las almenas que daban a los muelles, refugiándose tras ellas mientras disparaban a los invasores con sus ballestas. Un combatiente de la Casa Jannarsk que estaba cerca gritó de dolor y cayó a cubierta, cubriendo con las manos un virote que tenía clavado en la cara, y un guardia del Escudo gruñó mientras se tambaleaba hacia atrás cuando uno de los piratas le atravesó el escudo de un puñetazo y le dejó paralizado el brazo que tenía debajo. A continuación, los piratas de la fortaleza subieron en tropel a bordo del Reina Kraken, procedentes del muelle.
—Me precipité al decirlo… ¡Ahí vienen! —dijo Hamil.
Se agachó tras la regala y enfundó las dagas, descolgándose el arco corto del hombro. Después, se levantó rápidamente y disparó una flecha hacia las almenas que daban al muelle. Un arquero de la Luna Negra gritó y cayó desde la muralla.
—Hubieran hecho mejor en atrincherarse dentro de la fortaleza —dijo Geran, que se agachó junto a la regala y trató de evaluar hasta qué punto los refuerzos piratas habían cambiado el curso de la batalla. Por ahora los hulburgueses resistían—. ¿No tenemos ninguna arma de asedio?
—No pueden permitir que les quitemos el barco. Es el único modo que tienen de volver a Faerun.
Geran se dio cuenta de que Hamil tenía razón; los piratas debían retomar el barco si no querían correr el riesgo de que los hulburgueses se alejaran con él y los dejaran abandonados en su fortaleza lunar. De repente, tuvo un arranque de inspiración y echó un vistazo a la cubierta de popa del barco pirata. La brújula estelar del Reina Kraken estaba sobre un soporte cubierto justo enfrente del puesto de mando. Se parecía mucho a la del Tiburón de la Luna, aunque era de un tono violeta más intenso. Cogió un hacha de abordaje de manos de un pirata muerto y rompió el marco del aparato con varios golpes contundentes. A continuación, sacó el orbe.
—Esto debería bastar. Por ahora el Reina Kraken no va a ir a ningún sitio.
Hamil enarcó una ceja.
—¿Estás robando la brújula mágica de Kamoth?
—No veo por qué debería tener una. Si la lucha se vuelve en nuestra contra, podemos retirarnos y se quedarán aquí atrapados para siempre.
La brújula estelar también podría convertirse en un valioso objeto con el que negociar si a Kamoth se le ocurría ponerle un cuchillo al cuello a Mirya. No podía estar seguro, pero se veía obligado a creer que el señor pirata liberaría a sus rehenes a cambio de volver a tener el artificio. Geran le tendió el orbe a Hamil.
—Toma, llévate esto al Dragón Marino y guárdalo en lugar seguro. Podría resultarnos muy útil. Veré qué puedo hacer para salir de este punto muerto.
—Hecho —dijo Hamil.
Se metió la esfera bajo el brazo y avanzó rápidamente, buscando un buen sitio para cruzar de vuelta al buque de guerra hulburgués.
Geran volvió a prestar atención a la batalla. Un virote de ballesta rebotó gracias a los conjuros protectores invisibles que lo envolvían y salió dando vueltas por los aires. La batalla se había vuelto más encarnizada mientras saboteaba la brújula mágica del barco: varias decenas de piratas convertidos en una turba aullante trataban por todos los medios de recuperar el navío. El Reina Kraken estaba en manos de los hulburgueses, pero la lucha se había trasladado al muelle que estaba entre la fortaleza y el barco atracado. En ese instante, el ataque del Dragón Marino estaba estancado. Por el momento parecían estar a la par en cuanto a número de tropas, y si los hulburgueses contaban con la ventaja que les proporcionaban las armaduras y la disciplina, a los piratas los asistía el hecho de contar con la fortaleza y la pura desesperación que los quemaba por dentro. Entonces, vio la figura que encabezaba el contraataque de los piratas, un hombre con barba vestido con una armadura escarlata que parecía hecha de escamas. Tras él, los piratas de la Luna Negra se lanzaban a la batalla con fuerzas renovadas.
—Kamoth —susurró Geran.
Descendió desde la cubierta de popa hasta el muelle y se abrió paso entre grupos de soldados y corsarios en plena lucha. Esquivó o paró varios ataques dirigidos a él mientras corría a enfrentarse con el señor pirata.
Kamoth iba en cabeza con un alfanje en una mano y una hachuela en la otra, en tanto los piratas se abrían paso luchando hacia su barco insignia. Les hizo sendos tajos a dos marineros hulburgueses que se enfrentaron a él y, a continuación, se volvió rápidamente para enfrentarse al ataque de Geran. Sus espadas brillaron y chocaron con un ruido metálico en medio de la encarnizada lucha cuerpo a cuerpo que tenía lugar a los pies del portalón. Geran le lanzó un tajo a la cara a Kamoth, pero el señor pirata paró el ataque y contraatacó con un furioso tajo del hacha que llevaba en la mano izquierda. Avanzó, presionando a Geran, acercándose y manteniendo las espadas enganchadas mientras trataba de alcanzar al mago de la espada con la hachuela. Éste cedió unos tres metros de terreno a lo largo del muelle ensangrentado antes de lograr desenganchar la espada y aumentar nuevamente la distancia entre ambos. Los dos hombres se movieron de forma cautelosa en círculos mientras la batalla se desarrollaba a su alrededor.
—¡Te conozco, Geran! —dijo el señor pirata con una risa feroz—. Pero te recuerdo como un muchacho de unos quince años. Has aprendido a manejarte bien con la espada, por lo que veo.
—Estudié cuatro años en Myth Drannor. —Geran tuvo cuidado de no bajar la guardia—. Gané esta espada en la Guardia de la Coronal.
—¡Bien hecho, muchacho! —dijo Kamoth.
Sonreía con la misma fiereza que recordaba Geran de hacía años, como si lo único que se interpusiera entre ellos incluso en ese momento fuera que lo habían pillado cometiendo algunas travesuras infantiles y esperase librarse con un par de gracias.
—Yo no pude beneficiarme de estudios formales en lo que a manejo de la espada se refiere.
Y atacó repentinamente con una furiosa embestida. Era rápido, y Geran comprendió de dónde había sacado Sergen su velocidad. Tenía un estilo poco ortodoxo y carente de técnica, tal y como había dicho. Cuando Geran paró la estocada de Kamoth, el señor pirata enganchó la espada de Geran con la hoja curva de su hachuela, atrapándola, y prácticamente se la arrancó de la mano. Geran giró la hoja hacia un lado y la liberó, para a continuación agacharse, esquivando un golpe feroz que iba dirigido a su cabeza mientras giraban uno alrededor del otro antes de volver a separarse.
—Ése es el Dragón Marino, ¿verdad? —preguntó Kamoth, respirando pesadamente—. ¿Cómo te las has arreglado para seguirme hasta aquí, muchacho?
—Tengo la brújula estelar del Tiburón de la Luna —contestó Geran, que comenzó a trazar círculos con cautela, buscando un punto débil—. Y las cartas de Narsk me guiaron hasta aquí.
—¡Maldita sea! —rugió el señor pirata—. Eras tú el que estaba en el puesto de mando del Tiburón de la Luna en Hulburg, ¿no? ¡Me hiciste perder tres barcos en una sola noche!
Por toda respuesta, Geran le lanzó una estocada a Kamoth. El señor pirata esquivó varias embestidas rápidas, y cuando Geran repitió el mismo ataque, volvió a intentar atrapar la espada de Geran con sus propias armas. Pero éste lo estaba esperando. En el mismo instante en que las hojas quedaron atrapadas rugió, pronunciando las palabras de uno de los conjuros de su espada:
—¡Ilyeith sannoghan!
De la hoja elfa salieron rayos, que pasaron al alfanje y la hachuela de Kamoth y se extendieron hasta sus manos. Éste aulló y dejó caer las armas, sobresaltado y aturdido. Antes de que pudiera recuperarse, Geran le lanzó un tajo a la cara con la espada crepitante. El casco del señor pirata absorbió la mayor parte del impacto, pero el golpe vibrante lo hizo salir despedido hacia atrás y caer sobre las planchas de madera, mientras de la raja de la parte lateral de su casco asomaron sangre y volutas de humo. Se removió débilmente y se quedó inmóvil. Geran no sabía si estaba muerto o inconsciente.
—¡El capitán supremo ha caído! —exclamó uno de los piratas cercanos, y hubo más que lo repitieron.
Algunos piratas comenzaron a retirarse, mientras que otros se apresuraron a acudir al lugar para proteger a su líder caído. Varios arremetieron a la vez contra Geran, y el mago de la espada se vio de nuevo inmerso en una lucha cuerpo a cuerpo, peleando frenéticamente. La fiereza del ataque lo hizo retroceder de nuevo por el muelle, hasta que las fulminantes bolas de fuego de Sarth sofocaron el último intento desesperado de la Luna Negra por recuperar su barco. Geran intentó abrirse paso hasta donde estaba Kamoth mientras los hulburgueses se replegaban y hacían recular a los piratas que quedaban hacia la puerta del castillo. Pudo ver fugazmente cómo varios piratas arrastraban a Kamoth hacia la fortaleza, mientras la Luna Negra renunciaba a luchar por el puerto. El muelle estaba lleno de cadáveres y moribundos, casi todos de la Luna Negra. Bajó la espada, respirando con dificultad, y se dio cuenta de que durante la batalla había recibido un corte superficial en la parte superior del brazo izquierdo, aunque sangraba mucho.
Hamil apareció a su lado con las dagas ensangrentadas y un fino corte en el cráneo. Geran ni siquiera se había dado cuenta de que su pequeño camarada había vuelto a unirse a la lucha.
—¡Cuidado con los ballesteros! —le dijo a Geran, tirando de él hacia abajo, junto a un montón de cajas que los cubrían mínimamente de los proyectiles procedentes de las almenas—. La brújula del Reina Kraken está guardada bajo llave en tu camarote. ¿Intentamos tomar la fortaleza? ¿O les ofrecemos una rendición? Seguramente los hombres de la Luna Negra no tendrán ya demasiadas fuerzas para seguir luchando.
Geran pensó con rapidez. Mirya y Selsha estaban en algún lugar en el interior del castillo; si no entraban inmediatamente, era posible que comenzaran a levantar barricadas. Los hulburgueses tenían bien controlado el Reina Kraken y también los muelles. Los líderes de la Luna Negra que estaban en el interior también eran conscientes de ello, y las puertas de la fortaleza estaban empezando a cerrarse para impedirles el paso a los atacantes. Se puso de nuevo de pie y levantó la espada por encima de la cabeza.
—¡A la fortaleza! —gritó. Vio a Sarth cerca del castillo de proa del barco, y le hizo señas—. ¡Sarth, ábrenos las puertas!
El tiflin lo miró y asintió rápidamente tras comprender su orden. Saltó desde la cubierta del Reina Kraken, elevándose en el aire al mismo tiempo. Limpió de enemigos la zona de las almenas que quedaba sobre la puerta de la fortaleza, por medio de bolas de fuego y cadenas de relámpagos, y a continuación, lanzó una gota brillante de color anaranjado al interior de la garita de la entrada por una de las troneras. Un instante más tarde surgió una enorme llamarada de cada una de las ventanas de la misma, y la torre se sacudió por la fuerza de la explosión. Las puertas que estaban debajo dejaron de moverse. La bola de fuego del hechicero había destrozado los tornos ocultos, y seguramente habría matado a los piratas que los accionaban de manera frenética. Las puertas permanecieron a medio abrir, y los guardias del Escudo se introdujeron en tropel en la fortaleza.
Geran miró a su alrededor, buscando a alguno de los oficiales del Dragón Marino, y encontró a Andurth Galehand apostado en una de las balistas de la barandilla de popa.
—¡Maese Galehand! ¡Deja a la mitad de tus marineros aquí y vigila los barcos!
El oficial de derrota del Dragón Marino frunció el entrecejo, decepcionado.
—Haré lo que dices, lord Geran, ¡pero sólo si me prometes que me guardarás algunos para después!
—En este momento, estás sobre el único medio de huida de la Luna Negra que existe —le respondió Geran—. A menos que me equivoque, presenciarás una lucha antes de que terminemos en el interior.
—¡Sí, señor!
Galehand dejó la ballesta en manos de uno de los miembros de la tripulación y comenzó a gritar órdenes para organizar a sus marineros.
Geran dejó que su oficial de derrota se hiciera cargo y se dirigió apresuradamente hacia la fortaleza. Hamil iba un paso por detrás de él, mientras Sarth se deslizaba por el aire, haciendo explotar sistemáticamente cualquier tronera de la que saliera un virote de ballesta. Geran podía oír el entrechocar de metal contra metal, resonando entre los muros de la fortaleza pirata, los gritos y aullidos furiosos de los hombres en plena lucha, los alaridos de los heridos. Mientras corría invocó su velo de platacero, el aura plateada que giraba velozmente a su alrededor, y que podría salvarlo de alguna estocada inesperada o un disparo por la espalda. El aire estaba lleno de un humo denso y del extraño aroma dulzón que venía de la oscura selva de aquella luna. En lo alto, las Lágrimas de Selene se elevaron en el cielo como islas de sombra y luz plateada, deslizándose por la negrura junto con un número inimaginable de estrellas brillantes. «¡Qué lugar tan extraño para librar una batalla!», pensó. Había intervenido en escaramuzas en el Mar de las Estrellas Caídas, en emboscadas en las sombras de Cormanthyr, y en refriegas desesperadas en el interior de horribles y profundas mazmorras donde acechaban los monstruos, pero nunca había participado en una batalla como aquélla.
—¡Seguidme, guerreros de Hulburg! —exclamó Geran.
Atravesó corriendo las puertas y entró en la sala inferior de la fortaleza lunar. Los combatientes y los marineros cargaron tras él. Una docena de hombres de la Luna Negra estaban intentando contener el ataque. Varios virotes de ballesta pasaron junto a Geran, y uno le rozó la cadera y lo alcanzó en el coselete de cuero, a pesar de sus conjuros protectores. Un guardia del Escudo que estaba junto a él se desplomó en el suelo, asiendo un virote que se le había clavado en el abdomen…, pero a continuación Geran se vio metido entre los defensores de la fortaleza, con el resto de los atacantes un paso por detrás. Acabó con uno de los ballesteros de un tajo y pasó rápidamente junto a él para enfrentarse a un fornido semiorco que parecía estar liderando a los piratas de la sala. Apenas intercambió un par de golpes de espada con él antes de que un marinero del Dragón Marino le clavase un hacha de abordaje entre los omoplatos. El mago de la espada buscó otro enemigo al que enfrentarse, pero la sala inferior de la fortaleza estaba dominada por los guardias del Escudo, y los únicos piratas que quedaban estaban muertos sobre el suelo. Los hulburgueses dejaron escapar gritos de alegría.
—¿Adónde debemos dirigirnos ahora? —preguntó Hamil—. Seguramente habrá más tipos como éstos escondidos por aquí.
Geran se detuvo un momento, estudiando la sala. Había varios corredores que salían de ella, incluido un tramo de peldaños ascendentes junto a la puerta. La fortaleza lunar, al igual que el castillo de Griffonwatch en el que Geran se había criado, estaba parcialmente excavada en la roca de la empinada colina. Allí, al pie de la misma, había pasadizos que conducían a cámaras subterráneas, mientras que las escaleras llevaban a pisos superiores y murallas que estaban en las partes más altas de la colina.
—Nos separaremos para registrar el lugar —decidió—. Maese Worthel, lleva a tus guerreros y registra los pisos inferiores. Yo me llevaré a un escuadrón de soldados a los pisos superiores. Busca prisioneros, y captura o mata a cualquier pirata que encuentres. Que tus muchachos se mantengan juntos, por si acaso encontráis oposición. Sargento Xela, llévate a tus hombres de Sokol y de Marstel, e id con Sarth. Todavía puedo oírlo ahí fuera. Larken, permanece aquí con el resto de los soldados y defended esta garita. Sois nuestra reserva. Cubrid nuestra retirada y estad listos para ayudar en el caso de que uno de los grupos de búsqueda se encuentre con una fuerte oposición en algún lugar. ¡Vámonos!
Los hulburgueses se distribuyeron tal y como Geran había ordenado, dirigiéndose unos apresuradamente hacia los pasadizos subterráneos, y volviendo otros a la refriega que tenía lugar en el exterior, mientras que los demás se desplegaron para tomar el control de la garita y mantener lo que habían conquistado. Geran les hizo señas a los combatientes que tenía detrás y los condujo al interior de la fortaleza. El corredor principal ascendía por un amplio tramo de escalera hacia una gran sala, adornada con docenas de banderas y estandartes capturados. A lo lejos podía oír el entrechocar de metal contra metal proveniente de las otras partidas de búsqueda, y el eco de los gritos que recorrían los pasillos. Los combatientes que lo acompañaban se desplegaron para registrar la habitación; Geran se dirigió al primer corredor amplio que salía de la misma y echó un vistazo, preguntándose qué tamaño tendría realmente la fortaleza. La parte que estaba construida sobre la colina no parecía muy grande, al menos no mucho más que la parte intramuros superior de Griffonwatch, pero era imposible saber hasta dónde se extendían las salas y cámaras subterráneas. Incluso, dependiendo de cuánto tiempo hubiera permanecido allí la Hermandad de la Luna Negra y lo laboriosos que hubieran sido, podría haber varios túneles de huida bajo tierra que llevaran a salidas secretas hacia la selva… posiblemente con embarcaciones voladoras en las cercanías. Incluso Sergen podría estar escapando en ese mismo momento.
Sus meditaciones se vieron interrumpidas por la llamada de uno de los guardias del Escudo.
—¿Lord Geran? Hemos encontrado a varios prisioneros aquí.
—¿Mirya y su hija?
El soldado meneó la cabeza.
—No, pero una mujer dice que hay más prisioneros en las mazmorras.
Geran se dirigió rápidamente hacia donde estaba el hombre, junto a la entrada de las cocinas que daban servicio a la gran sala. Siete u ocho personas con ropas raídas de sirviente formaban un grupo confuso que miraba fijamente a sus inesperados salvadores.
El soldado hizo una seña a una de las prisioneras.
—Aquí está —dijo—. Ésta es Olana. La raptaron hace cuatro años cerca de Phlan.
Una mujer de rostro severo, de mediana edad, dio un paso adelante.
—Llevo mucho tiempo soñando con este día, mis señores, pero jamás pensé que lo vería con mis propios ojos. Sois una grata visión, a fe mía.
—Te llevaremos a casa tan pronto hayamos terminado, Olana —le dijo Geran—. Pero antes… ¿hay aquí una mujer llamada Mirya Erstenwold? Es alta y esbelta, con cabellos negros y ojos azules. Su hija también podría estar con ella, una muchacha de nueve años, de cabellos oscuros. ¿Las has visto?
—Sí que las he visto, mi señor. Les he estado llevando comida y agua los últimos dos días, y lord Kamoth también me hizo proporcionarles ropa nueva. Estaban prisioneras en las mazmorras de abajo. Pero… ya no están aquí —Olana se quedó callada.
—Bueno, ¿y dónde están? —preguntó Geran.
—Han escapado, mi señor. Cuando he ido a su celda a llevarles el desayuno y he descubierto que los barrotes estaban lo bastante separados como para que hubieran podido salir.
—¿Cuándo ha sido eso?
—Hace tan sólo una o dos horas, mi señor. No creo que los hombres de la Luna Negra sepan todavía que se han marchado. No se lo iba a decir, al menos no hasta que hubieran tenido tiempo suficiente para escabullirse.
—Eres una buena mujer —dijo Hamil con aprobación—. Pero ¿adónde pueden haber huido?
La mujer frunció el ceño.
—Supongo que Mirya y su hija habrán huido hacia la selva.
Otro sirviente, un anciano encorvado de espesa barba blanca, habló entonces.
—Disculpadme, señores, pero creo que eso es precisamente lo que han hecho. Esta mañana he sido enviado con un grupo para cortar leña. Hemos encontrado la puerta trasera abierta cuando hemos regresado. Apostaría a que vuestras amigas se han ido por ahí.
—¿Los piratas de la Luna Negra les han seguido?
—No, mi señor. Han creído que uno de nosotros la habría dejado abierta cuando hemos salido por la mañana. Además, sólo se aventuran en la selva cuando van en grupos numerosos y bien armados.
Geran asió la empuñadura de su espada y se volvió con los dientes apretados por la frustración. Si tan sólo hubieran llegado una o dos horas antes, podrían haber encontrado a Mirya y Selsha antes de que hubieran huido de su celda. ¡Ahora tendrían que buscarlas por toda la isla! Respiró hondo para calmarse y después se volvió de nuevo hacia Olana y el sirviente más anciano.
—Necesito que me enseñéis esa puerta, y deprisa —dijo.
Olana hizo una reverencia.
—Por supuesto, mi señor.
—Hamil, quédate aquí. Asegúrate de registrar hasta el último rincón de esta fortaleza, y mantente alerta por si ves a Sergen. Todavía anda por aquí, y ya sabes qué tipos de problemas puede llegar a causar.
—Lo lamento, Geran, pero no puedo hacer eso —dijo Hamil—. Voy contigo. Mirya también es mi amiga, y lucharía con una luna entera llena de monstruos para evitar que Selsha sufriera algún daño.
Geran comenzó a replicarle, pero se lo pensó mejor. Podría usar a Hamil en la retaguardia, y las cosas parecían estar controladas en la fortaleza pirata.
—Bien. Entonces, sargento Xela, envía mensajeros para encontrar a Sarth y a Larken. Dile a Sarth que está al mando hasta que regresemos. Confío en que haréis lo que haya que hacer aquí.
El guardia del Escudo asintió.
—Sí, nos ocuparemos de todo, lord Geran. Tan pronto como podamos enviaremos soldados detrás de ti y de maese Alderheart.
—Bien. —Geran le dio una palmadita en la espalda y después volvió a mirar a Olana—. Enséñanos el camino más rápido hasta la puerta trasera, Olana.
La mujer hizo una reverencia.
—Por supuesto, mi señor. Espero que la encuentres; la selva de la Luna Negra no es lugar para andar deambulando. Es por aquí.
Bajó rápidamente por una de las escaleras de la servidumbre que salían de la gran sala. Geran y Hamil la siguieron por los laberínticos corredores de la fortaleza.