VEINTIOCHO
17 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)
Las extrañas y viejas ruinas resultaron ser más vastas de lo que Geran había imaginado al verlas desde lo alto de la colina. A lo largo de cientos de metros se extendían muros y plazas, torres derruidas y palacios laberínticos bajo la exuberante vegetación de la extraña selva de Neshuldaar, coronada por la niebla. Bajo la cima de la colina, las ruinas se convertían en un raro laberinto amurallado (alguna antigua fortaleza, monasterio o ciudad fortificada, pero que no había sido levantada por manos humanas). Los umbrales de las puertas apenas tenían un metro veinte de altura, no había ventanas, y los edificios en forma de celdilla estaban apilados unos sobre otros, conectados por lo que Geran adivinó que serían trampillas en techos y suelos. Las pequeñas plazas estaban marcadas por enormes monolitos, cada uno de los cuales se veía cubierto de tallas que representaban criaturas monstruosas y grotescas. Había muy pocas calles, y todo aquel lugar parecía un laberinto, incluso sin la presencia de los árboles y las plantas trepadoras que lo habían invadido.
Geran, Mirya y Hamil eligieron cuidadosamente el camino que debían seguir a través de las ruinas, descendiendo y adentrándose aún más en la selva. De vez en cuando llamaban a Selsha, pero la extraña niebla de aquella luna se hacía cada vez más espesa a medida que los árboles se iban juntando. Sus gritos no parecían llegar muy lejos, y Geran comenzó a preguntarse si Selsha podría oírlos incluso en el caso de que llegaran a pasar cerca del lugar donde se escondía. La idea de peinar las ruinas durante horas no resultaba precisamente apetecible.
Hamil iba en cabeza, con Mirya justo detrás. Llevaba el arco y el carcaj de Hamil. Geran sabía que tenía buena puntería con el arco; o al menos era bastante buena en la época en la que los había acompañado a su hermano Jarad y a él en sus incursiones a los Altos Páramos. No disparaba con la misma precisión o velocidad que Hamil, pero se sentía mejor si iba armada. Geran iba en la retaguardia, vigilando atentamente por encima del hombro por si aparecían más monstruos de la selva. Intentó hacer caso omiso de la grácil curva de la cadera de Mirya bajo la capa prestada y el fino vestido de seda, pero no fue del todo capaz. No era difícil ver a la muchacha a la que había amado hacía diez años en el paso seguro y confiado de la mujer que caminaba frente a él. En cierto modo, dudaba de que su amor perdido, Alliere, hubiera mostrado el valor y la inventiva de Mirya en circunstancias parecidas. Pensó que resultaba extraño comparar a una mujer corriente, que procedía del Hulburg rústico, con una dama de alta cuna, perteneciente a una familia de la nobleza elfa y pensar que la princesa de los Tel’Quessir no daba la talla.
Tras media hora de dar vueltas por las ruinas, Mirya miró por encima del hombro y justo lo pilló admirándola. Geran levantó la vista rápidamente para encontrarse con una mirada severa, pero esbozó una leve sonrisa antes de hablar.
—Me gustaría saber cómo encontrasteis este lugar —dijo—. Estamos muy lejos de Hulburg, no hay duda.
—Te seguimos, por supuesto —dijo él—. Nos enteramos de que te habían secuestrado apenas una hora o dos después de la incursión de la Luna Negra en Hulburg. Partí en tu busca tan pronto como fue posible. Perseguimos a Kamoth y el Reina Kraken por medio Mar de la Luna…
—Y entonces, Kamoth se elevó por los aires —intervino Hamil—. No teníamos ni idea de que estaba utilizando la magia de ese modo para ir y venir desde el Mar de la Luna.
—Tuvimos que encontrar una brújula encantada para poder navegar hacia el Mar de la Noche. Tan pronto lo hicimos, la acoplamos al Dragón Marino y seguimos a Kamoth hasta aquí —continuó Geran. Sonrió amargamente—. Hemos estado buscando la guarida secreta de la Luna Negra durante diez días, pero jamás imaginamos que no estaba en el Mar de la Luna, ni siquiera en Toril. En cualquier caso, hemos tomado el Reina Kraken y la fortaleza. La Hermandad de la Luna Negra está acabada. Tan pronto encontremos a Selsha, podemos abandonar este lugar para siempre.
—¿Fue tan terrible la incursión de la Luna Negra?
—No tan mala como podría haber sido —le dijo—. Sarth, Hamil y yo íbamos a bordo del Tiburón de la Luna, uno de los barcos piratas, disfrazados. Sarth se las arregló para enviar una advertencia al harmach justo antes de que los barcos de la Luna Negra entraran en el puerto. Después de eso introdujimos nuestro barco (para entonces ya controlábamos el Tiburón de la Luna) y ayudamos a hundir otros dos barcos antes de que nuestra tripulación nos tirara por la borda. —Hizo una pausa, pensando en lo que ocurrió aquella noche—. Sólo permanecimos en Hulburg unas horas antes de volver a partir en el Dragón Marino, así que únicamente sé lo que presencié por mí mismo. Se quemaron partes del distrito del puerto, y murió mucha gente. Pero la Guardia del Escudo, la Hermandad de la Lanza y los soldados de las compañías mercantiles rechazaron el ataque tras una hora o dos de ardua lucha. Pude ver que Erstenwold parecía bastante entero.
—Me alegra oírlo, pero Hulburg debería haber estado preparada. Con un aviso más…
—Hice lo que pude, Mirya —dijo Geran—. Aquella noche hacía un tiempo horrible, y nos dirigimos hacia Hulburg lo más deprisa posible. Fue lo único que pudimos hacer para advertir de algún modo al harmach.
—No se trata de eso, Geran —dijo Mirya. Se detuvo y se volvió hacia él—. Yo sabía que la incursión se iba a producir. Espié al líder de los Puños Cenicientos y escuché cómo conspiraba con el mago mayor, días antes de que atacara la Luna Negra. Pensé que me había librado, y pretendía contárselo al harmach a la mañana siguiente, a primera hora. Pero vinieron a mi casa y nos cogieron a Selsha y a mí. —Bajó la vista hacia el suelo—. Sólo los dioses saben cuánta gente murió porque no acudí directamente a Griffonwatch.
—¿El mago mayor? —preguntó Hamil—. ¿El mago de la casa Marstel?
—Sí, Lastannor. Informó al líder de los Puños Cenicientos acerca del ataque. Éste es un sacerdote de Cyric llamado Valdarsel. Los estuve espiando en Las Tres Coronas. —Mirya se estremeció—. El mago vino a por mí más tarde, acompañado por su horrendo sirviente, una cosa enorme y pálida, con apariencia humana pero de piel y mirada frías. El sirviente echó abajo mi puerta, y Lastannor me dejó inconsciente con sus conjuros. Me mantuvo así hasta que me desperté en el barco de Kamoth.
—¿Qué diablos te llevó a jugar a los espías con los magos y los Puños Cenicientos? —preguntó Geran— ¡Te jugaste la vida!
—Selsha se topó con el santuario de Valdarsel. Él la encontró. Tuve miedo de que fuera a hacerle algo para asegurarse de que no le contaría a nadie más lo que había descubierto. La Guardia del Escudo no podía ayudarme, ya que no tenían ni idea acerca de quién era él o dónde se escondía. Yo…, yo oí algo acerca de su paradero, pero tenía que ir a echar un vistazo para asegurarme de ello antes de acudir a la Guardia del Escudo.
Geran frunció el entrecejo. Estuvo a punto de decir «deberías habérmelo contado», pero, por supuesto, él llevaba ausente diez días, infiltrado en la Luna Negra haciéndose pasar por un pirata. Aun así, Mirya le acababa de dar mucho que pensar. Si tenía razón, entonces la casa Marstel —o al menos su mago principal— estaba aliada tanto con la Hermandad de la Luna Negra como con las bandas de los Puños Cenicientos. Y él se había marchado en pos del Reina Kraken, desconociendo absolutamente a qué enemigos había dejado atrás. ¿Acaso era eso lo que Esperus le había insinuado con la críptica advertencia del Murkelmor muerto, entregado en las ruinas de Sulasspryn? Todavía no tenía ni idea de cuáles eran los intereses del rey lich en todo aquel asunto, pero de repente estaba mucho menos seguro que antes de que aventurarse en el Mar de la Noche para perseguir a Kamoth hubiera sido una buena idea.
«Ya está hecho —se dijo—. Y si no hubiera venido, ¿qué habría sido de Mirya y Selsha? Pase lo que pase en casa mientras estoy lejos, al menos he liberado a Mirya del destino que Kamoth y Sergen tenían reservado para ella».
—Tan pronto como volvamos a Hulburg, nos ocuparemos de Lastannor y de ese tal Valdarsel —le dijo—. Conspiraron con la Luna Negra y os secuestraron a ti y a Selsha. Eso es razón suficiente para que el harmach los exilie a ambos, en el peor de los casos. No deberías preocuparte…
Un grito a lo lejos lo interrumpió. Era un grito infantil aterrorizado, que procedía de algún punto de las ruinas que tenían delante.
—¡Oh, Señora mía! —susurró Mirya—. ¡Selsha! —Echó a correr calle abajo, saltándose los escalones.
Geran y Hamil intercambiaron una mirada llena de preocupación. Mirya se había marchado sin dudarlo un instante, reaccionando según sus instintos maternales sin importarle lo que podría estar esperándola en las sombras de los bosques y las ruinas de Neshuldaar.
—¡Vayamos tras ella! ¡Deprisa! —dijo bruscamente Geran.
Salió corriendo en pos de Mirya, decidido a no volver a perderla. Hamil lo seguía de cerca mientras corrían directamente hacia las siniestras ruinas negras, pisándole los talones a Mirya.
El grito de Selsha resonó en el aire mientras Geran y Hamil descendían a la carrera los estrechos escalones del laberinto de callejuelas. Mirya aparecía y desaparecía en la oscuridad que tenían delante, pudiéndose vislumbrar apenas unas pálidas extremidades de seda roja ondeando al viento entre las piedras negras. Dio varias vueltas rápidas y se desvió varias veces, y Geran a punto estuvo de perderla de vista. Esperaba que estuviera dirigiéndose hacia Selsha con una seguridad mayor que la suya, así que sencillamente la siguió a dondequiera que estuviera yendo. Hamil lo seguía a todo correr a poca distancia, haciendo lo posible por llevar el ritmo. Los halflings eran rápidos a pesar de sus cortas zancadas, pero pocos podían mantener el ritmo de un humano de piernas largas durante mucho rato.
—¡No pierdas a Mirya de vista! —le dijo Hamil—. Yo ya te alcanzaré.
Geran dobló la velocidad. Vio a Mirya dar la vuelta en una esquina justo por delante de él, y salió en veloz carrera para alcanzarla…, sólo para detenerse bruscamente al otro lado, a punto de tirarla al suelo. Estaban frente a otra plaza, pero ésa era más grande y no tenía torres. En su lugar, parecía haber una plazoleta justo en el interior de la muralla que rodeaba las ruinas, con una garita de varios pisos en ruinas que vigilaba una antigua arcada que conducía a la jungla.
Selsha Erstenwold estaba colgando a duras penas de la parte más alta de la vieja garita, que era poco más que un montón de piedras de unos cuatro metros y medio de alto. En la plaza que tenía debajo había varios monstruos arácnidos, con cuellos largos y estrechos y caparazones peludos teñidos con extrañas espirales y marcas, que bufaban y parloteaban entre ellos, mirando a la niña con ojos voraces. Detrás de los monstruos arácnidos caminaban pesadamente unas criaturas similares a enormes insectos humanoides que Geran reconoció como moles sombrías. Ya se había encontrado con ellos anteriormente en una expedición que había hecho hacía mucho a la Antípoda Oscura, como miembro de la Compañía del Escudo del Dragón. Las moles iban cargadas con pesados arcones.
Mirya dejó escapar un juramento, sorprendida.
—¡Los monstruos de la fortaleza! —exclamó.
Los monstruos arácnidos que estaban bajo la garita en ruinas bufaron, sorprendidos, ante la súbita aparición de los tres adultos, y después comenzaron a gritar órdenes en su propia y extraña lengua. Las moles que los seguían dejaron los arcones y avanzaron pesadamente.
Geran miró a las moles sombrías y a continuación a los pequeños arácnidos. Si era lo bastante rápido, podría alcanzar a Selsha antes que las moles…, pero tendría que ahuyentar a los monstruos arácnidos rápidamente. Decidió que era mejor no pensárselo mucho.
—¡Apartaos de ella! —les gritó a los arácnidos, y cargó directamente contra ellos, de manera temeraria. Hamil gritó y fue tras él.
—¡Geran! ¡Hamil! —gritó Selsha, que logró avanzar unos centímetros para apartarse de los monstruos, mientras los escombros se escurrían entre sus pies—. ¡Cuidado con los monstruos!
Los arácnidos retrocedieron agitadamente, al parecer sin demasiadas ganas de que Geran los tuviera al alcance de su espada, pero las moles sombrías ya estaban acudiendo rápidamente a asistir a sus pequeños amos. Geran voló por encima de las viejas piedras cubiertas de musgo, y alzó la espada para descargar el primer golpe. Pero, de repente, un oscuro e inevitable malestar se cernió sobre él, una desesperanza tan intensa y absoluta que se detuvo bruscamente, cayó de rodillas y bajó la espada. Sabía que tenía que ahuyentar a los monstruos arácnidos antes de que sus inmensos sirvientes los alcanzaran, pero el esfuerzo le parecía sencillamente imposible. Por mucho que lo intentara, no podía reunir la voluntad para dar un solo paso hacia los pequeños arácnidos. Tres de las criaturas estaban de pie frente a la garita, agitando los brazos de forma extraña mientras sus ojillos negros, que permanecían fijos en él, emitían un brillo malicioso. Se dio cuenta de que eran algún tipo de lanzadores de conjuros. Pero aun sabiendo que de algún modo habían conjurado el sopor que lo hacía incapaz de moverse mientras sus sirvientes monstruosos corrían en su ayuda, no fue capaz de escapar a su control.
—Geran, ¿qué sucede? —lo llamó Selsha. Se resbaló y cayó unos cuantos centímetros; aunque se desprendieron más escombros, logró estabilizarse y miró a su madre—. ¡Mamá! ¡Algo malo le pasa a Geran!
Hamil no se lo pensó dos veces. Pasó junto a Geran a gran velocidad, empuñando las dagas, y atacó con la rapidez de una serpiente al monstruo arácnido más cercano. La criatura chilló, asustada y furiosa, y se escabulló para evitar el ataque del halfling.
—¡Geran! —le gritó telepáticamente—. ¡Están usando magia para controlarte! ¡Lucha contra ella!
El mago de la espada intentó reunir toda su fuerza de voluntad contra aquel insidioso ataque, intentó convocar la ira, o la negación, o alguna emoción que le permitiera comenzar a resistirse. Luchó, buscando algo mientras aquellas cosas estrechaban el círculo y sus moles sombrías entraban rápidamente en la vieja plaza. Se preguntó si les ordenarían a las moles despedazarlo, si lo matarían con sus propios dientes afilados, o simplemente lo desarmarían y lo dejarían indefenso en el sitio donde estaba, incapaz de hacer nada para protegerse contra el primer monstruo de la jungla que pasara por allí.
—¡Cogedlos vivos! —siseó una de las pequeñas criaturas—. ¡Podrían ser esclavos valiosos!
Se oyó el tañido de un arco a espaldas de Geran. Notó una ligera ráfaga de aire en la mejilla al pasar la flecha junto a él, antes de hundirse profundamente en el cuerpo de una de las tres criaturas arácnidas que lo tenían atrapado con su encantamiento. La criatura saltó con un grito agónico y cayó de espaldas, moviendo frenéticamente las piernas…, y el malestar que lo tenía atrapado se desvaneció como si jamás hubiera existido.
Geran gritó súbitamente, arremetiendo contra el monstruo arácnido más cercano; se acercó y casi le cortó el cuello de una estocada.
—¡No miréis a las moles a los ojos! —exclamó Geran.
Eso era lo único que recordaba acerca de las criaturas; las moles sombrías podían volver loco a un humano con su mirada mágica. El resto de los monstruos arácnidos huyeron de inmediato, escupiendo y emitiendo furiosos rugidos. Una mole sombría le lanzó un zarpazo al mago de la espada, chasqueando sus afiladas mandíbulas, pero ahora Geran tenía libertad de movimiento. Le dio la espalda al monstruo, negándose a mirarlo a la cara, y se dirigió rápidamente hacia el lugar donde Selsha estaba colgando de las paredes semiderruidas de la garita.
—¡Salta, Selsha! —exclamó—. ¡Te tengo!
Selsha echó un vistazo a los monstruos que avanzaban hacia ella y saltó a los brazos de Geran. Él se tambaleó por el peso —era una buena caída, y tan sólo tenía una mano libre—, pero consiguió agarrarla y la dejó en el suelo. Hamil ahuyentó a otro de los monstruos arácnidos, pero a continuación tuvo que ceder terreno al ver que Geran estaba retrocediendo ante las terribles moles sombrías. Mirya disparó otra flecha, que rebotó en la gruesa quitina que protegía el torso de una mole; la criatura rugió y se volvió hacia ella.
Tal y como estaban las cosas, la discreción era la solución más valiente.
—¡Deprisa, por la puerta! —gritó Geran—. ¡Los dejaremos atrás!
Mirya sacó otra flecha y apuntó, pero Hamil la cogió por el brazo.
—¡Deja eso! —dijo el halfling. La empujó por delante de sí, hacia el camino—. ¡Corre!
Geran cogió a Selsha por el brazo y la condujo a través de la puerta y carretera abajo, saliendo de las viejas murallas de la ciudad. Las mandíbulas de las moles emitieron un chasquido ansioso mientras se lanzaban a por su presa. Durante los primeros veinticinco metros los siguieron de cerca, pero después Hamil, Mirya, Geran y Selsha comenzaron a dejarlos atrás. Las moles sombrías tenían el tamaño y la fuerza necesarios como para apisonar la maleza que se interponía en su camino o para arrancar lianas y plantas trepadoras, pero cada vez que lo hacían, sus pequeñas presas avanzaban un paso o dos más que ellas. Geran se sintió tentado durante un instante de intentar conducir a sus perseguidores a las profundidades del bosque, pero descartó la idea de inmediato. Lo último que quería era separarse de los demás ahora que finalmente había encontrado a todo el mundo, y siempre existía la posibilidad de que las moles sombrías y sus pequeños amos no cayeran en la trampa. Si podían dejar atrás a las moles sombrías, dudaba de que las criaturas más pequeñas estuvieran demasiado deseosas de seguirlos muy de cerca.
Tras unos doscientos metros, llegaron a un cruce.
—¡A la derecha! —le gritó Geran a Hamil.
Si sus cálculos eran correctos, eso debería conducirlos de vuelta a la orilla del lago y a la fortaleza de la Luna Negra. Corrieron durante largo rato en la nueva dirección, hasta que el sendero comenzó a ascender lentamente de nuevo por otra colina. Allí se detuvieron a descansar. Sus perseguidores no parecían estar cerca, al menos por el momento.
Hamil miró a Geran con una sonrisa irónica.
—Supongo que a los pequeños no les gustará la idea de alcanzarnos sin que esos enormes monstruos les echen una mano —dijo.
—¡Mamá!
Selsha se arrojó a los brazos de su madre. Mirya la cogió a mitad de camino, arrodillándose para rodear a su hija con los brazos y hundir la cabeza en sus cabellos entre sollozos.
—¡Tenía tanto miedo! ¡Los monstruos me perseguían!
—Lo sé, cariño mío, lo sé —dijo Mirya con suavidad—. Pero ahora estás conmigo, y te protegeré de ellos.
Las dos Erstenwold se quedaron así durante largo rato. Geran podía oír a lo lejos el estruendo que provocaban las moles sombrías al avanzar por el bosque que tenían a sus espaldas, pero de todos modos sonrió al ver juntas a Mirya y a su hija. Al infierno con Esperus y sus palabras de advertencia. Sabía que rescatar a Mirya y a Selsha de aquel terrible lugar no podía haber sido una elección equivocada. Más tarde aceptaría gustosamente las consecuencias de su decisión, fueran las que fuesen.
Hamil miró a las Erstenwold, y también sonrió. Pero cruzó una mirada atribulada con Geran.
—Deberíamos ponernos en marcha, Geran —le dijo telepáticamente—. No sabemos si hay más criaturas por aquí como los monstruos de un solo ojo. Cuanto antes estemos todos fuera de este maldito bosque, más feliz seré.
—De acuerdo —contestó Geran—. Y debemos volver a la fortaleza. La situación parecía estar controlada cuando nos fuimos, pero me gustaría asegurarme.
Geran se dirigió a las Erstenwold y carraspeó:
—Deberíamos ponernos en marcha lo antes posible —les dijo—. Podemos celebrar vuestro rescate a bordo del Dragón Marino cuando estemos de camino a casa.
Selsha lo miró y sonrió. Soltó a Mirya y se arrojó a los brazos de Geran, abrazándolo con fuerza.
—¡Gracias por venir a rescatarnos, Geran! —dijo—. Mami dijo que lo harías. ¡Y así fue! Pero ahora quiero irme a casa.
Geran miró a Mirya. Ella se ruborizó ligeramente, pero le dedicó una cálida sonrisa. Él se arrodilló para devolverle a Selsha el abrazo y le dio unos golpecitos en la espalda.
—Me alegra haber podido ayudar —le dijo—. Pero también estoy listo para volver a casa. Será mejor que nos vayamos.
Recorrieron el camino lo más rápidamente que podía Selsha. Los giros y los desvíos pronto desorientaron a Geran, pero le dio la impresión de que el camino serpenteaba en dirección a la fortaleza. Cada vez que se detenía, podía oír el ruido que hacían las moles sombrías a medida que se abrían paso por el bosque de la luna, a través del camino que iban dejando atrás; pero Geran y sus compañeros les iban ganando cada vez más terreno.
El camino comenzó a ascender abruptamente, y Geran se dio cuenta de que los estaba llevando a la cima de la colina. Comenzaron a aparecer escalones de piedra negra y gastada bajo sus pies, marcando otra antigua carretera; era una escalinata que trepaba por la colina.
Hamil se detuvo junto al pie de la escalera.
—¿Seguimos, o salimos del camino y nos dirigimos hacia la fortaleza? —preguntó—. No creo que este camino nos conduzca al lugar que queremos.
—Bueno, no sería muy recomendable volver. —Geran señaló con la cabeza la dirección por la que habían venido. Todavía podía oír a las moles sombrías tras ellos—. Creo que por ahora deberíamos seguir avanzando. Quizás encontremos otro camino que descienda de la siguiente colina.
—Quizá encontremos más ruinas plagadas de monstruos —comentó Hamil con amargura.
Pero siguió adelante, a la cabeza del grupo, mientras ascendían con dificultad por la vieja escalera de piedra y llegaban a otro claro en lo alto de la colina. Éste estaba ocupado por un enorme edificio circular, cuya cúpula se había derrumbado hacía tiempo. A Geran le pareció un observatorio, el tipo de lugar donde sacerdotes y sabios estudiaban las estrellas y elaboraban horóscopos. Comenzó a buscar otro camino por el que bajar de la colina, al igual que Hamil y Mirya.
—¿Geran? —lo llamó Hamil. Había trepado a un lugar más alto, en la terraza que rodeaba al viejo observatorio—. Será mejor que vengas.
El mago de la espada subió de un salto a donde estaba Hamil, y miró en la dirección que le señalaba. Vio que se encontraban más cerca de la fortaleza que antes; no estaba a más de un kilómetro y medio de allí. Una enorme columna de humo subía desde los muelles, donde el Reina Kraken estaba envuelto en llamas, pero el Dragón Marino no estaba.
—¿Qué demonios está pasando ahí abajo? —preguntó en voz alta—. No nos habrán dejado en tierra, ¿verdad?
—Bueno, si lo han hecho, no han llegado muy lejos —contestó Hamil.
Señaló en la otra dirección. En la falda de la misma colina donde estaban, un poco más abajo, quizá a unos quinientos metros de distancia, estaba el Dragón Marino enredado en las copas de los árboles. La cubierta se veía inclinada hacia un lado, y un puñado de hombres se afanaban en liberarlo de las ramas.
Cuando Geran se detuvo a escuchar atentamente, pudo oír el sonido de las hachas y el viento golpeando la vela del barco.
—¿Llegas a distinguir quién está en el barco?
Hamil negó con la cabeza.
—No desde esta distancia. Tengo buena vista, pero no tanta.
—Si el Reina Kraken se ha incendiado, puede ser que Galehand haya despegado para evitar las llamas. Podría haberlo elevado para aumentar la distancia.
—O los piratas de la Luna Negra tomaron el barco y lo hundieron. —Hamil meneó la cabeza—. No hay manera de saberlo desde aquí.
—Los monstruos de la fortaleza no están muy lejos —dijo Mirya en voz baja—. No podemos quedarnos aquí mucho más tiempo.
Geran miró a la carabela, que estaba atrapada en las copas de los árboles como una enorme cometa. O bien estaba en manos amigas, en cuyo caso tendrían aliados allí y podrían echarles una mano para liberar el Dragón Marino…, o estaba en manos enemigas, en cuyo caso su única vía de escape de Neshuldaar estaba a punto de desaparecer en el Mar de la Noche, dejándolos allí sin modo de volver a casa. Tenían que bajar el barco, y cuanto antes mejor.
—Iremos hacia el Dragón Marino —dijo.
Anotó mentalmente la posición del barco, eligió un camino que parecía conducir en esa dirección y se puso en marcha una vez más por la siniestra selva de la luna.