OCHO

30 de Eleint, Año del Intemporal (1479 CV)

El Tiburón de la Luna zarpó al amanecer, tal como Narsk había prometido. Antes de que el borde inferior del sol se hubiera despegado del horizonte, la galera menor recogió amarras y se impulsó lentamente con los remos hacia el este con la corriente del Tesh. Con la luz del día, las tabernas y los tugurios nacidos en las ruinas de Zhentil Keep le parecieron a Geran escuálidos y pequeños. Ni una sola de las personas que allí vivían salió a presenciar la partida del barco pirata.

Mientras doblaba el espinazo sobre uno de los remos, Geran empezó a meditar su estrategia. En cuanto el barco se puso en camino, Narsk y Sorsil abandonaron toda apariencia de amabilidad. La robusta segunda de a bordo se armó con una pequeña porra y empezó a recorrer la cubierta a voluntad empleando el arma contra cualquiera que diera la impresión de escurrir el bulto. Narsk comenzó a rondar por la toldilla gritando salvajemente sus órdenes. Y lo peor era que los nuevos camaradas de Geran parecían un atajo de individuos despiadados. La mayor parte de los tripulantes eran humanos de tierras de lo más diversas, pero también había enanos, algunos semiorcos, goblins o parientes de los goblins, y había hasta un ogro, una criatura enorme y lerda llamada Kronn que manejaba a solas uno de los remos del barco. Todos iban vestidos con túnicas andrajosas, restos de armaduras, capas deshechas y capuchas empapadas o sombreros inconcebibles. Geran sorprendió a más de uno estudiándolos a él y a sus amigos con mirada calculadora. Algunos le sonrieron, amenazadores, cuando cruzó con ellos la mirada. Si no había una docena dispuestos a cortarle el gaznate por un talento de plata, era un milagro.

—¡Remad, penosos bastardos! —rugía Sorsil—. ¡El capitán no quiere mecerse en el río todo el maldito día! ¡Cuanto antes lleguemos a la bocana, antes izaremos las velas! ¡Ahora remad como si os fuera la vida en ello!

El hombre sentado junto a Geran en el remo rió entre dientes. Era un shou viejo y curtido, con una cara que parecía cuero cosido y un moño de pelo negro entrecano.

—Cada vez que abandonamos puerto es la misma historia —dijo entre uno y otro golpe de remo—. ¡Remad más fuerte! ¡Remad más deprisa! Pero no te preocupes, extranjero, Narsk sabe que a la tripulación no le gusta remar y pronto recogerá los remos.

—¿Llevas mucho tiempo navegando con Narsk? —preguntó Geran.

—Me enrolé en el Tiburón de la Luna hace tres años. Por entonces el capitán era Zaroun y el barco cazaba en el Mar de las Estrellas Caídas. —El shou le dedicó a Geran una sonrisa amarga—. Zaroun era un buen capitán, pero no sabía juzgar a los hombres. O a los gnolls. Enroló a Narsk en Impiltur mientras navegábamos hacia el este, hacia la Cuenca del Dragón, y al cabo de un mes estaba muerto y Narsk era el capitán. Eso fue hace un año.

Geran alzó la vista hacia la toldilla, donde el gnoll se paseaba de un lado para otro.

—¿Narsk desafió a Zaroun o se limitó a asesinarlo?

—Lo desafió, por supuesto. Así se hace en la Luna Negra, pero deberías saber, extranjero, que un capitán tiene derecho a hacer matar al desafiador. Si la tripulación piensa que el desafiador no es apto para apoderarse del barco, se ocupará de él. No, uno debe estar seguro de tener a la tripulación de su parte antes de desafiar al capitán.

—Ya veo.

A Geran no le sorprendía que los piratas de la Luna Negra eligieran así a sus líderes, ni que el proceso de desafío no ofreciera ninguna garantía al desafiador. Muchas bandas de forajidos y grupos de bandidos funcionaban de una manera muy parecida. El capitán podía contar con la protección de la tripulación contra muchos desafíos, pero sólo mientras conservara su confianza.

—¿Se ha enfrentado Narsk a muchos desafíos?

—A algunos. —El shou echó a Geran una mirada taimada—. Hablas como alguien que tiene interés en llegar a capitán.

Geran dio un bufido.

—No lo creo. Narsk no me da miedo, pero sí todos vosotros.

El shou lanzó una sonora carcajada que atrajo la atención de Sorsil. La primera oficial gruñó y le dio un buen golpe en los hombros que alcanzó también a Geran.

—¿Parece que lleváis bien la mañana, muchachos? —se burló—. ¡Ahora a remar!

Geran vio las estrellas. Tuvo intención de levantarse de su asiento, pero se contuvo. Era demasiado pronto para pensar en pelear con nadie, y sabía que la mujer le había dado el golpe sólo a modo de advertencia. En lugar de eso, el mago de la espada apretó los dientes y prefirió dedicarle una mirada dura a la segunda de a bordo.

Hamil y Sarth, sentados en el banco frente a él, vacilaron un instante, y Hamil se volvió para mirarlo a los ojos.

¿Estás seguro de querer continuar? —preguntó, silencioso—. Podemos despachar a unos cuantos villanos y tratar de huir en cualquier momento.

Geran sacudió levemente la cabeza y volvió al remo mientras Sorsil se desplazaba para gritarle a otro. Él estaba allí para averiguar más sobre los corsarios de la Luna Negra, y si sacaba la espada a la primera contrariedad, no llegaría lejos. Hamil se encogió de hombros y se centró de nuevo en su propio remo.

—Hiciste bien en contener tu enfado —dijo el shou en voz baja—. Si le hubieras devuelto el golpe a Sorsil, Narsk habría ordenado que te azotaran o te habría matado. —Hizo una pausa y luego añadió—: Soy Tao Zhe, el cocinero del barco.

—Llámame Aram. Los dos que están delante de nosotros son Vorr y Dagger. —Geran señaló con la cabeza a Sarth y a Hamil—. ¿Qué más debería saber sobre lo de navegar bajo la bandera de la Luna Negra?

—Lo prudente sería unirte a un puño.

—¿A un puño?

—Una banda, un grupo. Aquí los llaman «puños» —respondió el shou—. Un hombre solo lo pasa mal a bordo de un barco de la Luna Negra. Tus compañeros te robarán, te asediarán, te darán a hacer los peores trabajos. La mejor protección es un puño fuerte. Si tu puño es lo bastante fuerte, hasta el capitán y el segundo de a bordo se lo pensarán dos veces antes de aplicarte un castigo duro. Por último, puedes desafiar al capitán, y si tu puño es muy fuerte, la tripulación se abstendrá de intervenir. Veo que ya tienes un pequeño puño, tú y tus dos camaradas de ahí, pero no es suficiente. Nadie tiene motivos para temer a un puño tan pequeño.

—¿Cuántos puños hay en el Tiburón de la Luna? —preguntó Geran.

—De importancia, cuatro: Skamang y sus impilturianos, los enanos y teshanos, los mulmasteritas que siguen a Khefen, el contramaestre, y los goblins y sus parientes. Recuerda, si te metes en una pelea, estás luchando contra todo el puño de tu contrincante.

—¡Arriba los remos! —gritó Sorsil.

Geran y Tao Zhe empujaron el extremo del pesado remo, alzando la pala del agua, mientras los otros pares de remeros de ese lado del barco hicieron lo mismo. Sorsil esperó un momento hasta asegurarse de que todos los remeros habían obedecido.

—¡Meted dentro los remos y aseguradlos! —dijo luego.

Subieron los remos a bordo, los metieron en calzos sujetos a la cubierta y cerraron los pasadores de hierro que los mantenían en su lugar. El resto de la tripulación se puso de pie y se apartó de la trayectoria de los remos. Sorsil dio a la tripulación del Tiburón de la Luna orden de largar velas.

—Debo ocuparme de la despensa antes de preparar la comida de mediodía —dijo Tao Zhe, que estudió a Geran por un momento—. Tal vez no necesites mis consejos, pero de todos modos te los daré: no te fíes de Sorsil, no es amiga de nadie, y cuídate las espaldas de Skamang, aquel de allí. —El cocinero señaló con la cabeza a un norteño alto, un poco cargado de hombros y con unas espirales azules tatuadas en la cara—. Tiene un puño con el que ni siquiera Sorsil quiere toparse, y es el único hombre de este barco, aparte de Narsk, al que no quisiera tener por enemigo.

—Recordaré lo que me has dicho —respondió Geran.

El cocinero asintió y se dirigió a la cocina.

Geran fue a echar una mano con las velas. Algunas galeras tenían mástiles que podían desmontarse y colocarse a lo largo del interior del casco, pero el Tiburón de la Luna estaba hecho sobre todo para navegar a vela; sus dos mástiles eran fijos y llevaba un característico aparejo de proa a popa. La tripulación pirata realizó la maniobra con no excesiva destreza y muchos golpes de porra por parte de la segunda de a bordo; muchos de los marineros no estaban más familiarizados que Sarth con la navegación. Tal vez el Tiburón de la Luna fuera capaz de superar con las velas desplegadas a una galera de proa redondeada, o que los remos bastaran para adelantar a un barco de cabotaje con un viento ligero, pero su tripulación necesitaba más práctica para manipular adecuadamente las velas. Geran se dio cuenta de que Narsk había traído a bordo a cuanto maleante y forajido había podido reunir en los tugurios más sórdidos del Mar de la Luna, sin tener en cuenta que supieran o no de marinería.

Pasaron el resto del día trabajando en las docenas de tareas que mantenían ocupada a una tripulación. Geran les contó en voz baja a Sarth y a Hamil todo lo que le había dicho Tao Zhe, y los tres se comprometieron a cuidar los unos de los otros. El tiempo era bueno y fresco, con un viento ligero pero sostenido del oeste que impulsaba al Tiburón de la Luna con un lento balanceo. El barco pirata llevaba muchos más marineros de los que necesitaba. Cuatro o cinco hombres podrían haberse hecho cargo de las guardias, pero hacía falta una tripulación mayor para remar y luchar. En consecuencia, la mayoría de los tripulantes trabajaban poco mientras el barco navegaba a vela, y sólo asumían tareas de rutina cuando no podían trasladárselas a otros menos afortunados, por ejemplo, a los tres últimos marineros incorporados en Zhentil Keep.

Skamang, el norteño de aspecto hosco, recibía en audiencia la mayor parte del día junto al palo mayor, rodeado de su puño de siete u ocho marineros, que no hacían nada en todo el día, por lo que Geran podía ver. En un momento dado, Skamang llamó a Geran cuando éste estaba transportando agua dulce de los barriles del barco a la cocina para Tao Zhe.

—Eh, tú, el nuevo —dijo con voz ronca—. ¿Cómo te llamas?

Geran dejó con cuidado los cubos, que estaban llenos, antes de responder.

—Aram.

—Tengo entendido que tú y tus amigos disteis buena cuenta de un par de tipos de Robidar allá en Zhentil Keep. ¿Es cierto?

—Eso fue lo que sucedió.

Skamang esbozó una sonrisa desabrida.

—Dicen que eran seis. Tú, el mercenario mareado del bigote y el pequeño. Me resulta difícil de creer. Vosotros tres debéis de pelear bien.

Geran se encogió de hombros.

—Pregúntale a Sorsil si no me crees. Ella lo vio todo. —Recogió el cubo y siguió su camino.

Sólo le cabía esperar que Skamang pensara que él y sus amigos podían representar más problemas de lo que merecía la pena, pero en cierto modo dudaba de que fueran a tener tanta suerte. No necesitaba la advertencia de Tao Zhe para darse cuenta de que aquel norteño tatuado les iba a causar molestias tarde o temprano.

Pasaron el resto del día con relativa paz, y también la noche. A última hora de la tarde del segundo día de navegación, el Tiburón de la Luna avistó un grupo de rocas negras y escarpadas que sobresalían en el Mar de la Luna. Geran las reconoció; eran las torres como lanzas de tierra cambiante conocidas como las Garras de Umberlee, y servían como útiles puntos de referencia para los barcos que navegaban en la cuenca occidental de ese mar. La mayor parte de los barcos las rodeaban dejando un ancho margen. No era que las escarpadas rocas representaran un gran peligro para el casco de un navío, pero el lugar tenía mala fama. Se decía que estaban encantadas o malditas, o que ocultaban la guarida de un poderoso monstruo marino, o una combinación de las tres cosas, dependiendo del relato de taberna que uno prefiriese. Narsk tomó rumbo directamente hacia los amenazadores islotes, y ninguno de los demás marineros dio muestras de gran preocupación cuando lo hizo.

Sarth estaba al lado de la barandilla junto a Geran, observando las siniestras piedras; Hamil se había quedado abajo, durmiendo después de haber estado de guardia casi toda la noche. Algunas de las rocas sobresalían sus buenos sesenta metros del agua, pero no había aves sobrevolándolas ni posadas sobre las escarpadas laderas.

—¿Será éste el refugio secreto de la Luna Negra? —preguntó el tiflin en voz baja.

—Lo dudo —respondió Geran—. Las Garras son muy conocidas en estas aguas. Supongo que de haber habido algo en estos islotes desiertos ya se habría corrido la voz.

—¿Podría haber algún atracadero oculto en este lugar? ¿Algo que no se viera a simple vista?

—Sé tanto como tú —respondió el mago de la espada, encogiéndose de hombros.

Geran contempló las Garras con más detenimiento a medida que el Tiburón de la Luna se acercaba. Si había algún tipo de plaza fuerte o puerto secreto escondido en su centro, no lo pudo ver. Sorsil no tardó mucho en hacer arriar las velas y en mandar a la tripulación que se pusiese a los remos. Empezó a pasearse por la estrecha escala que quedaba entre las bancadas de remeros, porra en mano, mientras Narsk pilotaba cuidadosamente el barco por entre las altas rocas hasta un punto de aguas despejadas que le pareció oportuno. Echaron el ancla y se dispusieron a esperar.

Al ponerse el sol, el viento roló hacia el este y se hizo más fuerte. El Tiburón de la Luna, anclado, empezó a cabecear, y la brisa producía un lúgubre quejido al rozar los bordes afilados de las rocas que se cernían sobre el barco. Sarth y Geran se miraron; había algo de sutil hechicería en el aire, un hálito sobrenatural, y tanto el hechicero como el mago de la espada podían percibirlo en el viento.

—Se acerca algo —dijo Sarth.

—El capitán supremo viene de camino —dijo un enano sentado cerca de ellos en el cabrestante.

El nombre del enano era Murkelmor y fumaba en una simple pipa de arcilla. A Geran le había parecido del tipo de los reservados en las pocas horas que llevaban a bordo.

—Aquí es donde nos reunimos con él. Da la impresión de que el viento cambia cuando él está cerca.

Sarth miró al enano.

—¿Por qué aquí? ¿Hay algún puerto cerca?

Murkelmor sacudió la cabeza.

—Nada digno de mención. No, lo digo como lo he oído. Hay una isla negra que sólo el capitán supremo sabe cómo encontrar. Este viento del este es el viento que necesita para hacerse a la mar.

—¿Una isla negra? —preguntó Geran.

Era evidente que los barcos de la Luna Negra contaban con alguna manera de permanecer ocultos cuando no querían que los vieran; estaba casi seguro de que habría encontrado algo más que una sola galera menor escondida en las ruinas de Zhentil Keep si la Luna Negra recalara en los puertos conocidos del Mar de la Luna. Sin embargo, jamás había oído hablar de una isla negra en ese mar.

—Yo no la he visto nunca, oye —dijo el enano con un encogimiento de hombros—, pero eso es lo que se dice.

—¡Barco a la vista a estribor! —gritó el vigía junto a la proa.

Geran se volvió a mirar por encima de la barandilla de estribor, esperando atisbar una vela en el horizonte, pero se quedó perplejo al ver el largo casco negro de una galera que se deslizaba por entre las Garras, a no más de cuatrocientos metros de distancia.

—¿De dónde ha salido? —dijo entre dientes.

Había estado mirando en esa dirección hacía apenas un momento, y habría jurado que ningún barco podría haber pasado tan cerca del Tiburón de la Luna sin que lo notara. Su aproximación podría haber quedado oculta por una de las Garras más grandes, pero no lo creía.

—Es el Reina Kraken —volvió a llamar el vigía—. ¡Ya puedo distinguir su mascarón de proa!

Murkelmor sonrió y vació la cazoleta de su pipa.

—¿Lo ves? El capitán supremo, tal como te había dicho.

Geran se asomó a la barandilla mirando hacia el crepúsculo. Era indudable, la figura de la sirena con los tentáculos en lugar de la cola de pez relucía a la luz de la luna que salía.

—Esto es un hecho interesante —le murmuró a Sarth—. Ahora sabemos qué era lo que estaba esperando Narsk.

El gnoll salió de su camarote sobre la toldilla.

—Haz bajarrr el bote, Sorrrsil —gritó.

Volvió a pasearse por la toldilla con los ojos entornados para ver bien al Reina Kraken entre las Garras.

—Sí, capitán —le respondió Sorsil, y se volvió hacia los marineros que estaban en cubierta en ese momento—. ¡Ya habéis oído al capitán, perros miserables! —gritó—. Deprisa u os desollaré a todos.

Geran se dirigió al bote que estaba en mitad del barco, sobre una cubierta elevada. No le preocupaban demasiado las amenazas de Sorsil, pero si Narsk quería ir al Reina Kraken, él quería formar parte de la partida. Cabía la posibilidad de que alguno de los del otro barco pirata lo reconociera de la escaramuza en la playa, pero la última vez que lo habían visto había sido a la luz de una hoguera, y él no iba vestido como un corriente hombre de mar y no llevaba una perilla incipiente. Además, sinceramente no creía que ninguno de los marineros del otro barco esperara verlo de nuevo, esta vez como miembro de la tripulación de un barco de la Luna Negra. Unos cuantos marineros se unieron a él al lado del bote, y juntos lo levantaron del bastidor, lo pusieron boca arriba y lo llevaron hasta el riel para fijar amarras de elevación en la proa y en la popa. Bajo la mirada vigilante de Sorsil, bajaron el bote al agua.

—Bien, necesito remeros —dijo la segunda de a bordo.

Geran se aseguró de estar bien a la vista, y un momento después Sorsil lo señaló.

—¡Eh, tú!

El mago de la espada fingió una mueca de fastidio, pero pasó la pierna por encima de la barandilla y se dejó caer sobre la estrecha varenga fijada a un lado del barco para coger uno de los remos. Lo siguieron más marineros. Alzó la mirada hacia la barandilla, que ahora se balanceaba por encima de su cabeza, y vio que Hamil lo estaba mirando.

Bien pensado, Geran —le dijo el halfling—, pero quítate la capucha. Parece que estés tramando algo.

No muy convencido, Geran se echó atrás la capucha y esperó junto a su remo. Un momento después, Narsk bajó por la escala y se sentó en el asiento del timonel. Iba vestido con una pesada chaqueta negra y un gran sombrero de a la ancha, que quedaba extrañamente fuera de lugar sobre sus facciones bestiales.

—En marcha —ordenó el gnoll.

La tripulación del bote soltó las amarras y se apartó del Tiburón de la Luna, cogiendo enseguida un ritmo constante de remo mientras el propio Narsk los orientaba hacia el otro barco. Daba la impresión de que las Garras recogían el leve chapoteo de las aguas circundantes y lo transformaban en confusos remolinos; Geran pensó que no le gustaría acercar demasiado un barco a las altísimas rocas.

Llegaron al Reina Kraken y cogieron un cabo que les habían arrojado por la borda; la tripulación del otro barco se apiñaba en torno a la barandilla, ofreciendo oportunidades de negocio o haciendo bromas bienintencionadas a expensas del Tiburón de la Luna.

—Esperadme aquí —gruñó Narsk cuando se pegaron al casco del barco más grande, y trepó por la escala.

—¡Eh, Narsk! ¡Eres el primero en llegar!

Geran se dio cuenta de que conocía esa voz. Se volvió en su asiento y miró a la toldilla del Reina Kraken. Allí estaba el capitán del otro barco, un hombre enjuto, de mediana edad, con una barba entrecana rodeando su cara arrugada y una gran capa escarlata bordada con hilo de oro.

—Kamoth —susurró—. No puedo creerlo.

Se suponía que Kamoth Kastelmar estaba muerto. Lo último que había oído era que se había hundido con una galera pirata acorralada por barcos de guerra mulmanos hacía años. Pero no había duda: el capitán del Reina Kraken era el mismo hombre que se había casado con su tía, Terena, hacía quince años y había traído a su hijo Sergen a vivir a Griffonwatch con los Hulmaster. «Un caballero de fortuna», como gustaba de hacerse llamar, Kamoth era el vástago de una familia de la nobleza menor de la ciudad de Hillsfar, un partido razonable para la hermana del harmach; pero apenas dos años después, el padre de Geran había descubierto que Kamoth estaba tramando todo tipo de iniquidades contra el harmach Grigor y había mandado al traidor al exilio. Kamoth había dejado a su hijo adolescente, Sergen, no se sabía si por casualidad o por secreto designio, y el harmach Grigor había decidido que el chico no era responsable de las fechorías de su padre y lo había criado como un miembro más de su propia familia.

—¿A ti qué te pasa? —le gruñó Murkelmor a Geran. El enano ocupaba el asiento próximo al suyo—. Ése está tan loco como Manshoon. Es capaz de matarte en cuanto te pone el ojo encima. Si lo miras directamente puede llegar a pensar que lo estás desafiando.

Geran meneó la cabeza y le dio la espalda. Dudaba de que Kamoth pudiera reconocerlo. Era un muchacho de diecisiete años la última vez que lo había visto. Lo más extraño de todo era que Kamoth siempre le había caído bien. Durante la breve temporada que había pasado en Hulburg, Geran sólo había visto al hombre alegre y al pícaro encantador. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que descubriera lo mucho que había engañado a toda su familia.

—¿Quién es? —le preguntó al enano.

—Es el capitán supremo de la Luna Negra —le respondió Murkelmor—. Todos los demás capitanes, incluido Narsk, el nuestro, navegan a sus órdenes. Kamoth es su nombre, y el Reina Kraken es suyo.

Geran se arriesgó a echarle otro vistazo. Narsk y Kamoth estaban muy enfrascados en su conversación. El gnoll era mucho más alto que el lord pirata, pero asentía con la cabeza en respuesta a todo lo que decía Kamoth. Éste se hizo a un lado, llamando a alguien que tenía cerca…, y apareció Sergen Hulmaster. Llevaba una carpeta de cuero en una mano y se la pasó a Kamoth para que se la diera al gnoll. Sergen miró hacia el Tiburón de la Luna y luego hacia el bote que cabeceaba al lado del barco del capitán supremo. En el último momento, Geran apartó los ojos y dio la espalda a la toldilla. No era probable que Kamoth lo reconociera, pero Sergen sí que lo conocía bien. Un atisbo de reconocimiento, una mera sospecha, podía hacer que cien espadas amenazaran la garganta de Geran. Sin saber qué hacer, Geran siguió mirando hacia el Tiburón de la Luna, manteniéndose de espaldas a la toldilla, e imaginaba que los ojos de Sergen le taladraban la espalda mientras en su rostro se dibujaba una expresión altiva y lanzaba una carcajada burlona.

Bueno, ahora ya sabía por qué los piratas de la Luna Negra iban tras los barcos de Hulburg. Eso lo puso furioso. Sergen se valía de la flota pirata de su padre para continuar con su esfuerzo de destronar a los Hulmaster. ¿O acaso sería al revés? ¿No habría sido Kamoth el que había orquestado las maniobras y traiciones de Sergen todo el tiempo?

Un movimiento repentino en la escala que subía al barco le llamó la atención. Miró hacia arriba, esperando ver a algunos piratas que bajaban a arrancarlo de su asiento, pero no era más que Narsk que volvía al bote. El gnoll se metió bajo la chaqueta la carpeta de cuero y se sentó al timón. A Sergen no se lo veía por ninguna parte, pero Kamoth todavía estaba inclinado sobre la barandilla.

—¡Siete noches, Narsk! —gritó—. No te entretengas en ninguna otra cosa mientras tanto.

—El Tiburón de la Luna acudirá puntual, capitán supremo —respondió el gnoll.

Les hizo una señal a los remeros, y Geran empezó a remar con los demás, manteniendo la vista fija en el fondo del bote.

El mago de la espada no volvió a alzar la vista hasta que el Reina Kraken estuvo a cien metros de distancia. Todavía podía distinguir la capa escarlata de Kamoth en la toldilla y le pareció ver la chaqueta negra de Sergen cerca de él. Dio un suspiro de alivio y volvió al remo. Por ahora, parecía que estaba a salvo y que ninguno de los dos traidores sospechaba que un Hulmaster había estado en un bote que cabeceaba a algo más de diez metros de su toldilla. Había albergado la esperanza de oír algo más de la conversación entre Narsk y Kamoth, pero por el momento se alegraba de haber evitado que lo descubrieran.

—Remad, perros —les soltó Narsk—. Tengo intención de levar anclas en media hora y voy a desollar a los diez primeros hombres que se me pongan por delante si no lo consigo.

Geran se unió a los demás remeros, que se pusieron a la labor con todas sus fuerzas. Le ardían las manos y le dolían los hombros, pero sonrió para sus adentros cuando reparó en la carpeta de cuero que sobresalía del bolsillo de la chaqueta de Narsk. Después de todo, tal vez no había perdido la oportunidad de escuchar si podía examinar la carta de Narsk. Todo lo que tenía que hacer era encontrar la ocasión de entrar en el camarote del gnoll y robarla sin que lo pillaran.