EPÍLOGO

29 de Marpenoth, Año del Intemporal (1479 CV)

La nieve cubría el pie de las Montañas Galena, a unos dieciocho kilómetros al nordeste de Hulburg. En las tierras bajas, algunos arces y alisos empapados conservaban aún sus vestimentas otoñales de amarillo y ocre, pero las colinas cubiertas de vegetación y los profundos valles estaban a unos seiscientos cincuenta metros por encima del valle del Winterspear, y sus cumbres rocosas se veían veteadas de blanco hacía ya diez días. Kardhel Terov, caballero brujo de Vaasa, estaba junto a una de las ventanas de su torre de hierro y estudiaba la nieve de las laderas con expresión ceñuda. Era un hombre severo, de unos cincuenta años, con el pelo gris muy corto y una mandíbula fuerte y bien afeitada. Sus ojos tenían un sorprendente tono carmesí, la marca de un pacto que había hecho hacía mucho a cambio de poder. Allí, en el santuario de su torre de hierro, no se molestaba en ponerse su imponente armadura negra de placas; ésta descansaba en un expositor contra la pared opuesta. En su lugar, llevaba una túnica larga de color rojo y negro, bordada con diseños draconianos.

Miró hacia el cielo encapotado y frunció aún más el entrecejo. No le hacía falta la magia para ver que pronto llegaría más nieve. No había un verdadero paso entre Vaasa, en la parte este de las Montañas Galena, y Thar y las tierras habitadas del norte del Mar de la Luna en la parte oeste. Los pasos más bajos entre los imponentes picos de las Galena permanecían bloqueados por el hielo y la nieve durante todo el año. Pero había viajeros de increíble resolución que podían hacer el viaje en verano y en los primeros meses del otoño. Por desgracia, el tiempo parecía sugerir que, a menos que Terov volviera pronto a Vaasa, se vería obligado a regresar a casa por otro camino…, o bien haciendo el largo y tedioso viaje a través del Mar de las Estrellas Caídas, y de vuelta a través del reino de Impiltur, o bien por la oscura y peligrosa ruta que había bajo las montañas, atravesando las minas de los bastiones olvidados de los enanos y las guaridas de las fieras tribus orcas. Ni siquiera un caballero brujo y su séquito tenían garantizado un paso seguro por ese camino. No, sería mucho más conveniente concluir sus negocios en aquellas tierras y partir cuanto antes.

Alguien llamó suavemente a su puerta, interrumpiendo sus cavilaciones. Terov giró la cabeza.

—Adelante —dijo.

Una mujer pálida, de cabellos rojos, con un sencillo hábito gris y un manto más oscuro, entró en la habitación por detrás de él. Llevaba un fino velo negro cubriéndole los ojos.

—Lord Terov, el sacerdote de Hulburg acaba de llegar.

—Ya era hora —murmuró el señor de Vaasa—. Muy bien. Condúcelo a la gran sala. Yo bajaré de inmediato.

La mujer del velo asintió y se retiró. Terov miró una última vez por la ventana —la nieve de las montañas era increíblemente hermosa, aun cuando le supusiera un gran inconveniente—, esperó unos instantes para hacerle ver a su invitado que no estaba esperando su llegada, y después dejó la habitación. Un único tramo de escaleras de caracol hechas de hierro remachado conducía a los pisos inferiores de la torre. La torre en sí no parecía mucho más grande que el silo de un granjero desde el exterior, pero su interior era mucho más espacioso, y Terov lo mantenía bien provisto de muebles confortables y una pequeña plantilla de guardias y sirvientes. Era su posesión más preciada, una pequeña fortaleza mágica que podía invocar en cualquier lugar al que viajara. La torre de hierro podía alojar fácilmente a media docena de invitados en condiciones muy confortables, y a unos veinte guardias y sirvientes (o más) en habitaciones más corrientes, y virtualmente era inmune a cualquier ataque.

La gran sala de la torre estaba dominada por una gran chimenea y una fila de ventanas estrechas y abovedadas, protegidas por contraventanas de hierro. Terov la usaba como sala de estar y como comedor, y de vez en cuando como sala de audiencias. El caballero de Warlock encontró a su invitado esperándolo.

—Bienvenido, Valdarsel —dijo—. Espero que tu viaje no haya sido difícil.

El sacerdote de Cyric meneó la cabeza.

—No, mi señor, en absoluto. El viaje a caballo duró unas tres horas, aproximadamente.

—Bien. Sé que te convoqué con poca antelación, pero pensé que sería más práctico hablar cara a cara.

Durante meses, Terov había confiado en los mensajes mágicos ocasionales o en las cartas cuidadosamente guardadas para mantenerse en contacto con su sirviente en Hulburg. Confiaba en la ambición de Valdarsel, y en su eficiencia, y estaba muy complacido hasta el momento con los resultados conseguidos por el cyricista en su misión de organizar una facción en Hulburg que pudiera servir a los propósitos de Vaasa sin darse cuenta. Aun así, de vez en cuando, resultaba útil asegurarse de que Valdarsel recordaba para quién trabajaba; de ahí la visita de Terov a las fronteras de los dominios del harmach.

—Así que, cuéntame, Valdarsel: ¿cómo van las cosas por Hulburg?

—Bastante bien, mi señor. Tal y como pediste, he obtenido un asiento en el Consejo del Harmach. Las bandas que controlo están impacientes, pero hasta ahora he logrado contenerlas con promesas de propiedades expropiadas a los hulburgueses nativos. El harmach Marstel no puede ni rascarse la nariz si no se lo manda el mago Rhovann, Podría haber algunos problemas con eso muy pronto; a pesar de sus títulos nobiliarios y los consejos de Rhovann, Maroth Marstel no sirve como harmach, y supongo que será difícil ocultar este hecho durante mucho más tiempo.

Terov meneó la cabeza.

—Las únicas opiniones que cuentan son las de las compañías mercantiles, y si Marstel sigue renovándoles los arriendos y las regalías de que disfrutaban con Sergen Hulmaster, no se preocuparán de qué tipo de gobernante es.

—Continúa.

—Los Hulmaster se han refugiado en una pequeña propiedad —al parecer, una vieja casa de los tiempos del abuelo de Grigor— en las tierras de Tenthia. Un pequeño número de guardias y sirvientes los acompañaron al exilio. No carecen de recursos monetarios, mi señor, pero dudo de que posean medios para organizar algo que suponga una amenaza para el gobierno de Marstel de aquí a poco tiempo.

Terov le dirigió una mirada llena de dureza a Valdarsel.

—No comprendo aún por qué se les permite siquiera vivir.

—Yo también estoy desconcertado. Es cierto que sería mucho más inteligente eliminar cualquier posibilidad de que una dinastía depuesta pueda volver a reclamar sus derechos en un futuro. Pero el mago Rhovann no ha tomado medidas para corregir ese pequeño detalle, al menos que yo haya visto. —Valdarsel se encogió de hombros—. Si os soy sincero, mi señor, creo que Rhovann prefiere que los Hulmaster vivan con su derrota, y no le importa demasiado si el gobierno de Marstel es sólido o no. Odia a Geran Hulmaster mucho más de lo que disfruta ejerciendo el poder a través de ese desventurado viejo patán de Maroth Marstel.

—¡Mmmm! —El señor de Vaasa reflexionó acerca de las palabras del sacerdote durante un largo instante—. Si Rhovann no siente inclinación por actuar, entonces deberás hacerlo tú, Valdarsel. Quiero que los Hulmaster sean eliminados…, todos ellos. Y si puedes organizarlo para que Maroth Marstel resulte implicado, mucho mejor.

—Eso no será muy difícil, mi señor. —Valdarsel sonrió con frialdad—. Si algún desafortunado incidente sobreviene al harmach en el exilio, las sospechas recaerán indefectiblemente sobre el hombre que le arrebató su trono. Pero me aseguraré de que haya pruebas sólidas de su implicación para confirmar lo que todos sospecharán igualmente.

—Bien. Con algo de trabajo, supongo que podremos derrocar a Marstel y a su Consejo Mercantil también, lo cual, por supuesto, dejará a Hulburg con una crisis de liderazgo como mínimo. Deberías estar bien posicionado para aprovecharlo. Pretendo que Hulburg esté bajo el control de Vaasa en primavera. —Terov le dedicó a su invitado una sonrisa depredadora—. Serás ampliamente recompensado ese día, Valdarsel. Te lo prometo por mi anillo de hierro.

El cyricista inclinó la cabeza.

—Mi señor me honra con su confianza.

—Hasta ahora lo has hecho bien. Acaba con los Hulmaster, y el resto debería llegar solo. —Terov le puso una mano en el hombro a Valdarsel—. Ahora me temo que debo volver a enviarte al exterior. Vuelvo a Vaasa hoy mismo, y no puedo retrasarme mucho más ni dejar aquí la torre.

Valdarsel volvió a hacer una reverencia.

—La incomodidad ocasional es buena para el carácter, mi señor. Además, eres tú el que debe hacer el viaje más difícil. Que el Sol Negro proteja tus pasos mientras regresas a casa.

—Y los tuyos, amigo mío —contestó Terov. Acompañó a Valdarsel hasta el vestíbulo que había junto a la puerta de la torre, y esperó mientras un sirviente le daba una capa seca para reemplazar la que había llevado en su viaje a caballo desde Hulburg, que estaba empapada. Otro sirviente esperaba bajo la llovizna, sosteniendo las riendas del caballo del sacerdote. Valdarsel montó, se tocó la frente e hizo una reverencia ante Terov, para después salir al galope por el solitario sendero que conducía de vuelta a Hulburg.

Terov no perdió el tiempo observando cómo se alejaba su subordinado. Posó la mirada sobre los sirvientes que estaban en el vestíbulo y dijo:

—Informad al personal y a los guardias de que deben prepararse para partir. Vamos a volver a Vaasa, y deseo que todo esté listo dentro de una hora.

El brujo les dedicó una última mirada al cielo encapotado y a los altos picos que se cernían amenazantes, y a continuación se dirigió a hacer los preparativos de su viaje de regreso a casa. Había intentado una vez más que Hulburg cayera en sus brazos presa del pánico, con la amenaza de los orcos de los Cráneos Sangrientos. Donde la violencia y el miedo habían fallado en la consecución de sus objetivos, tendrían éxito la mentira y la ambición.