32
Me senté en el salón de la mansión con April y las chicas. Habría que hablar también con más gente: las dos oficinistas, la camarera del bar, la cocinera y la encargada de la limpieza. Pero April se mantuvo inflexible en su decisión de no mezclar las dos categorías de empleadas. Así pues, hablé primero con las profesionales.
Formaban un grupo atractivo, iban moderadamente maquilladas. El vestuario de día consistía, en general, en falda y jersey. Algunas calzaban mocasines. Me pareció estar en 1957, en una reunión de Tupperware.
Les hablé del asesinato de Ollie DeMars y les recordé quién era el difunto.
—El comandante de Homicidios —dije—, un poli llamado Martin Quirk, sabe que una investigación completa tendría que incluir al personal de la mansión, con el compromiso y las graves molestias que comportaría para todas ustedes.
Las chicas se pusieron en tensión.
—Sin embargo —proseguí—, de momento prefiere dejarlas al margen y me ha encomendado la investigación aquí.
La tensión general disminuyó un poco. Varias chicas estaban tomando café en tazón, y lo sujetaban con ambas manos.
—Pero no me malinterpreten —maticé—, esto no es una tapadera. Si descubro alguna relación con el caso, se lo comunicaré a Quirk.
Las chicas volvieron a ponerse en tensión.
—Según la policía —continué—, murió alrededor de la medianoche del lunes. ¿Quién tiene coartada?
Todas me miraban fijamente.
—¿Cree usted que lo ha podido matar alguna de nosotras? —preguntó una rubia platino que llevaba una cinta azul en el pelo.
—Sólo quiero descartar a todas las que tengan coartada —contesté.
—Eso significa que si tengo coartada, quedo descartada.
—Significa que no pensaremos que fue usted —puntualicé—. No que usted no sepa nada.
—No sospecharían de nosotras si fuéramos maestras de escuela —replicó la rubia platino.
—¿Cómo se llama usted?
—Darleen.
—Darleen, no sospecharé de usted si tiene coartada —dije—. ¿La tiene?
Darleen asintió.
—Cuéntemela —dije.
—No puedo.
—Porque...
—Estaba con mi marido. Fuimos a una reunión de padres del colegio y mi marido acompañó a la niñera a casa en coche. El lunes a medianoche estábamos juntos en la cama viendo Charlie Rose.
—Comprendo su problema —dije.
—Aquí no hay putillas callejeras —dijo April—. La mayoría de mis chicas tienen vida familiar propia; precisamente es uno de los motivos por el que las he contratado.
—Y si la vida de aquí salpica a la otra —dije—, será causa de mucho sufrimiento para mucha gente que no lo merece.
April asintió.
—A menos que alguna haya matado a Ollie DeMars —rematé.
—Ninguna de mis chicas ha matado a nadie.
—Ya —asentí—, y si estaban con un cliente, el problema es el mismo.
—Si no respetamos la confidencialidad —dijo April—, nos quedamos sin negocio.
Las mujeres, repartidas por toda la habitación, estaban atentas. Las miré de una en una.
—¿Hay alguien que tenga coartada y quiera contármela? —pregunté.
Silencio total.
—¡Caray! —exclamé.
Nadie dijo una palabra.
—De acuerdo —dije al cabo de un momento—, dejemos el tema de momento. Quizá volvamos luego sobre él, pero ahora, hablemos un poco.
—¿De qué? —preguntó otra mujer. Llevaba camisa blanca y falda escocesa roja y tenía una melena oscura corta, al estilo de Dorothy Hamill.
—De todo, de nada. ¿Cómo se llama usted?
—Amy.
—Hábleme de usted. ¿Está casada?
—Sí.
—¿Tiene hijos?
—Sí.
—¿Dónde vive?
—En una urbanización de las afueras.
—¿Y cómo empezó en esto?
—¿Pregunta en serio? —replicó Amy.
—No lo dude. A lo mejor llego a conocerla.
Sólo pretendía que empezaran a hablar. No hay cosa que guste más a la gente que hablar de sí misma. Y Susan me recordaba con frecuencia que nunca se sabía lo que podía surgir en una conversación sobre cualquier cosa.
—Pregunta en serio —dijo Amy.
Asentí.
—Quiere saber cómo es que una madre casada de barrio residencial termina en un prostíbulo.
Asentí de nuevo. Amy miró a las demás. Las demás la miraron a ella. Ella miró a April. April se encogió de hombros. Amy volvió a mirar a sus compañeras.
—Suéltale el rollo de una vez —dijo Darleen—. A lo mejor aprende algo.
Dos mujeres soltaron una risita. Amy asintió.
—Si cuento lo mío, ¿después contarás tú lo tuyo? —preguntó a Darleen.
—Empieza tú —le contestó.