12
April y yo estábamos tomando café y mirando una partida de ajedrez entre Hawk y Tedy Sapp en la sala de estar de la mansión. Unos años antes, ambos habían pasado juntos una pequeña guerra en el oeste y, dentro de sus respectivos límites emocionales, se tenían un aprecio recíproco. En algunos aspectos, eran polos opuestos: blanco y negro, gay y hetero. Pero en esencia eran prácticamente iguales: listos, de palabra, temibles. Y lo sabían. Ambos estaban seguros de su capacidad para patear el culo a cualquiera en este mundo, y eso les confería una especie de serenidad irónica... aunque yo no diría tanto, quizá.
—Bev se despide —dijo April. Asentí—. Las chicas están hablando mucho de despedirse —añadió.
—Podemos protegerlas —contesté—, pero...
—Me voy a quedar sin negocio, si se van muchas —me interrumpió April. Llevaba un jersey negro de cachemira con el cuello en pico y unos vaqueros—. Encontrar chicas nuevas no es fácil. No puedo ir sin más a cualquier macarra y comprarle diez de reserva. Mis chicas no son prostitutas profesionales, en realidad.
—¿No te parece que «prostituta aficionada» es un oxímoron? —dije.
—Este sitio no es como otros —replicó April—. Aquí hay licenciadas, maestras, amas de casa con marido viajante. Hay incluso una azafata de vuelo y una agente inmobiliaria. Son mujeres de buena posición.
—Pero hacen esto, ¿por qué? —pregunté. April se encogió de hombros.
—Les gusta el dinero. Les gusta el sexo. Les gusta la aventura. Ganan mucho por hacer lo que han hecho tantas veces a cambio de nada.
—¿Dónde las encuentras? —le pregunté.
—No hace falta buscar mucho. En cuanto se da el primer paso, se inicia una especie de cadena —dijo April—. Digamos que la cosa empieza por responder a anuncios personales en internet o en publicaciones de buena reputación. Les enviamos una pregunta discreta: «¿Le interesaría trabajar de acompañante?». A veces también mandamos a alguien a bares de citas a que seleccione a mujeres con la apariencia adecuada y les haga esa misma pregunta discreta.
—Elimináis a las que no son... «de nuestra clase».
—No te rías de mí —dijo—. Aquí no se apelotona la gente a sudar como cerdos ni se oyen gruñidos en la oscuridad. Esto es un club privado de primera categoría. Quiero que mis chicas disfruten del sexo, quiero que los clientes dispongan de chicas que disfrutan del sexo.
—El auténtico —apostillé.
—Exactamente, ésa es la palabra justa: el auténtico.
—Entonces, ¿por qué los clientes no se buscan mujeres así por su cuenta, sin tener que pagar? Las hay a montones.
—Porque es problemático, porque tendrían que hacer todo el proceso de selección que nosotras les damos hecho. Seleccionamos con mucho cuidado.
—¿De verdad?
—Sí —dijo April—. Cuando un hombre viene aquí, sabe que va a pasar un rato de sexo y afecto con una mujer atractiva, inteligente y culta.
—¿Y el Sida? —pregunté.
—Es un riesgo que se corre siempre en todo intercambio sexual —respondió April—, salvo en las relaciones monógamas de larga duración. Aparte de eso, tomamos todas las precauciones posibles. Nuestras chicas se someten a revisiones con regularidad, y nuestros clientes son de un estrato social menos expuesto al Sida.
—¿Y los servicios personales? —pregunté.
—Pero ¡qué entrometido eres!
—Deformación profesional —dije—. Puedo retirar la pregunta.
—Algunas veces, en circunstancias especiales.
—Me parece que no voy a ahondar en las circunstancias especiales —dije.
April se encogió de hombros.
—¡Hum! —dijo—, no son gran cosa. A veces, el cliente quiere follar con la jefa.
—Con la madre de la casa, podríamos decir.
—¿Me estás psicoanalizando? —preguntó mirándome fijamente.
—No, se me ha ocurrido sin más —dije.
—Bueno, ya sé que estás con Susan y todo eso, pero a mí ese rollo no me convence.
—No quiero convencerte de nada —dije.
—Lo siento —dijo April—. Es que... lo intenté una temporada... La mayoría de los psiquiatras con los que hablé estaban más locos que yo.
Nos quedamos en silencio. Tedy cogió una ficha de ajedrez y la movió. Hawk estudió el movimiento. La concentración de los jugadores se palpaba en el aire.
—¿Juegas al ajedrez? —me preguntó April.
—No.
—¿Pero sabes jugar?
—No.
—Yo tampoco —dijo ella.
Hawk movió pieza. Tedy asintió lentamente, como dando la jugada por buena.
—¿Puedes venir un momento a mi despacho? —preguntó April.
—Claro.
Salimos del salón, pasamos por la recepción y seguimos por el pasillo hasta el despacho. Las empleadas trabajaban en los ordenadores.
—Cuéntame algo más de Tedy Sapp —dijo.
—¿Qué más? —dije.
—Parece..., no sé..., diferente.
—Es que es diferente —dije—. Y Hawk también, y yo. Todos somos diferentes. Por eso hacemos lo que hacemos.
—Pero, ¿qué le pasa en el pelo?
—¿Te parece demasiado platino? —repliqué.
—Y artificial. Parece un luchador ridículo, o un musculitos de gimnasio o algo así.
—Tedy es gay —dije—. Luchó contra ello mucho tiempo. Ese pelo tan llamativo es una especie de bandera: «No pretendo disimular».
—¿Pero está preparado de verdad para hacer lo que tiene que hacer?
Me quedé en silencio un momento. Podía decirle muchas cosas, pero no le dije ninguna. Me limité a responder a la pregunta.
—Mejor que cualquier otro, o casi —dije.