31

Estaba en el despacho tomando café con un bollo de maíz y leyendo el periódico, con la ventana abierta y los pies encima de la mesa. A mediados de febrero, estábamos a diez grados y medio de temperatura y la nieve se estaba derritiendo rápidamente. Acababa de leer la tira cómica de Arlo y Janis cuando entró Quirk.

—Un tiroteo en Andrews Square —dijo—, a lo mejor quiere echar un vistazo.

Cogí el periódico, el café y el bollo y me fui con él.

Había ocho o diez coches de policía, entre patrullas y camuflados, que prácticamente colapsaban el tráfico por la zona del club de Ollie DeMars. Belson se acercó al coche cuando paramos. Miró al interior y me vio.

—¡Ah, estupendo! —dijo—. Vienes con refuerzos.

Salimos del coche.

—El deber de todo ciudadano —dije— es dar un paso adelante cuando hay necesidad.

—Procure no pisotear las pistas —dijo Quirk al dirigirnos al edificio.

No vi a ningún hombre de Ollie por allí. Ollie estaba solo, sentado a la mesa de despacho, con la cabeza inerte sobre el pecho y la camisa ensangrentada. Un par de agentes hacían fotos del escenario del crimen y tomaban notas y medidas.

—¿Qué han encontrado? —preguntó Quirk a uno de ellos.

—Un tiro en la frente, capitán, de calibre pequeño. La cabeza se le fue hacia atrás y luego hacia adelante.

El agente que tomaba los datos ilustró la explicación echando la cabeza atrás y luego adelante.

—Seguramente murió antes de que la cabeza rebotara —añadió—. Y así es como lo encontramos. No hay orificio de salida, de modo que recuperaremos la bala. Puede que esté algo deformada, si ha rebotado dentro del cráneo.

Quirk hizo un gesto de asentimiento.

—El disparo fue de cerca, hay quemaduras en la frente.

Quirk asintió de nuevo.

—Hay un revólver en el cajón de la mesa, cargado —continuó el agente—. No ha sido disparado recientemente. El cajón estaba cerrado cuando encontramos a la víctima.

—¿Alguna idea sobre la hora de la muerte? —preguntó Quirk.

—Con exactitud, no —dijo el agente—. Pero tuvo que ser anoche, en algún momento. Lo sabremos cuando lo abran.

—Téngame informado —le dijo, y después miró a Belson—. ¿Quién encontró el cadáver? —preguntó.

—Llamada anónima al nueve, uno, uno —dijo Belson—, desde un teléfono público de Watertown. El primer coche que se presentó fue el de Garvey y Nelson.

Belson señaló con la cabeza a un corpulento policía uniformado que se encontraba cerca de la puerta del despacho.

—Es Garvey —dijo Belson.

—¿Qué? —le dijo Quirk.

—Como ve, capitán, aquí no hay nadie más que el fiambre. Está exactamente como lo encontramos. Nelson y yo acordonamos la zona y avisamos a los investigadores.

Quirk asintió. La habitación estaba llena de polis, hombres endurecidos que pasaban la mayor parte de su jornada laboral en el lado crudo de la vida. Pero todos andaban con pies de plomo en presencia de Quirk. Excepto Belson, quizá... y yo.

—¿Hay testigos? —preguntó Quirk.

Belson negó con un gesto.

—Entonces, ¿quién hizo la llamada al nueve, uno, uno? —preguntó Quirk.

—¿La persona que disparó? —dijo Belson.

—¿Por qué? —preguntó Quirk.

—Ni idea —dijo Belson.

Quirk me miró.

—¿Tiene algo que decir? —me preguntó.

—He estado aquí dos veces —dije—. Siempre había alguien en la habitación que da a la calle.

—En tal caso, ¿dónde estaban cuando se cargaron a Ollie?

Belson hizo un gesto negativo con la cabeza. Quirk me miró y yo también hice un gesto negativo con la cabeza.

—¿Y por qué estaba la pistola de Ollie en el cajón? —preguntó Quirk.

—¿Porque conocía a quien lo mató? —dije.

—O porque el asesino entró y lo mató tan rápidamente que ni siquiera le dio tiempo —dijo Belson.

—Los tipos como Ollie no suelen quedarse nunca sin protección —dijo Quirk.

—Quien quisiera matar a un individuo como Ollie —dije—, seguro que no entraría aquí tranquilamente mientras estuvieran sus guardaespaldas.

—Quizá supieran que estaría solo —dijo Belson.

—O que los guardaespaldas no intervendrían —completó Quirk.

—Alguien dio el aviso —dije yo.

—Uno de los socios de Ollie entra, lo ve y no quiere verse envuelto —dijo Belson—. Entonces desaparece. Pero piensa, ¿y si Ollie no está muerto? Se detiene en cualquier sitio y llama al nueve, uno, uno.

Quirk asintió sin comentarios.

—O alguien quería que se supiera que había muerto —dije.

—¿Una especie de advertencia? —dijo Quirk.

—Puede ser —dije.

Quirk asintió de nuevo. Echó una ojeada a la habitación. Luego miró a Belson. Después, a mí.

—Siempre es un lujo encontrarlo mezclado en un bonito homicidio —me dijo.

—Imagínese el placer que es para mí —dije.

Quirk no respondió inmediatamente, se quedó mirando el escenario del crimen. Después se dirigió a mí de nuevo.

—Frank me ha informado —dijo, señalando a Belson con un gesto de la cabeza— de algunos detalles de su participación. Pero, de todos modos, sentémonos en mi coche y repasémoslo todo.

—El deber de todo ciudadano... —dije.

—Eso —dijo Quirk—, eso, eso, eso.