29

La «conversación informal» de Tom con Laura había sido interrumpida más de una vez, con una mezcla de buenas y malas noticias.

La primera interrupción fue de Kate. Normalmente Tom no habría respondido a una llamada personal, pero aquello era demasiado importante. Tom había hecho caso de las sabias palabras de Laura, y por mucho que amara a su hija tenía claro que él no podía volver a vivir con su madre. La noche anterior habían tenido una discusión emocional sobre el tema, pero él se había mostrado decidido. Kate llamaba para decir que se marchaba a Manchester a pasar el fin de semana «para pensar». Tom tendría que esperar a ver qué sucedía a continuación. Le habría gustado hablar con Laura de eso, pero sabía que ya había ido demasiado lejos.

Después había llamado James Sinclair y había salido al pasillo a contestar. Ahora estaba seguro de que Laura sabía más de lo que decía, y no podía evitar una sensación de remordimiento por las difíciles preguntas que se vería obligado a hacerle.

Pero fue la tercera llamada la que realmente lo animó.

Por la expresión de Tom cuando volvió a la sala, Laura supo que traía novedades. Empezaba a sentirse muy incómoda: se esforzaba por mantener el dominio de sí misma, pero cada vez le apetecía menos mentir al inspector jefe. Él no había hecho más que mostrar compasión y consideración, y era obvio que tampoco era feliz. Había observado su rostro cuando hablaba con Kate, y lo único que pudo pensar fue: ¿por qué tiene que haber tanto dolor en el mundo?

Tom se sentó en su posición habitual, frente a ella.

—Laura, ¿quieres que alguien te haga compañía mientras formulo algunas preguntas?

—No, estoy bien. Pregúntame lo que sea —respondió, deseosa de acabar cuanto antes.

—Antes hemos hablado de tu enfermedad, y describiste lo que dio lugar a tu primera estancia en el hospital. Pero tenemos motivos para creer que la segunda vez fue distinto. Los periódicos publicaron algo sobre algún tipo de trastorno delirante, aunque por supuesto podían estar equivocados. También sabemos que uno de nuestros jefes de Policía, Theo Hodder, estuvo involucrado de algún modo, y estamos intentando localizarlo para entender cuál fue su papel. Pero preferiría que me lo explicaras tú.

Era lo que Laura se temía. Sabía que su respuesta tendría que ser plausible, pero gracias a que Tom había planteado el asunto la vez anterior, había estado ensayando. Le ofrecería los hechos, pero intentaría mantener fuera las emociones. No obstante, notó que la voz le temblaba ligeramente.

—Si bien las cosas se estabilizaron un poco entre Hugo y yo cuando regresé de mi primer ingreso en la clínica, noté que de una forma sutil algo había cambiado. Di por supuesto que tenía una amante, y quizá era comprensible ya que yo había estado fuera dos años. Entonces Danika vino a verme porque una amiga suya, Alina, había desaparecido, y se me metió en la cabeza que algo podría estar ocurriéndoles a las chicas. Creía que Hugo podría estar implicado, y me imaginé toda una conspiración. Pensaba que las embaucaba para que dejaran sus casas. Quizá por sexo, o tal vez para venderlas de nuevo. No sé en qué estaba pensando. —Laura se dijo que en aquel asunto había alcanzado la cima del dominio del eufemismo—. En fin, yo conocía al señor Hodder de las cenas benéficas, de modo que fui a explicarle mi teoría. Para él estaba claro que no lo había pensado bien, y que mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Me di cuenta de que estaba quedando como una loca. Él era una de las pocas personas que sabían que yo había estado enferma, y estaba claro que creía que estaba sufriendo una recaída. Entonces llamó a Hugo. Yo no fui capaz de olvidarme de mi idea, así que me diagnosticaron delirios y él aportó algunas pruebas que lo apoyaban. Eso es todo, en realidad.

Laura, como siempre, evitaba los ojos de Tom, pero se arriesgó a mirarlo fugazmente. Vio preocupación, pero no solo eso. Vio una chispa de excitación en sus ojos, y se dio cuenta de que no había sido lo bastante convincente.

—Mira, Tom, sé que ahora parece ridículo. Quedé como una idiota. Por lo visto, el señor Hodder y su familia habían tenido a una de las chicas de Allium en acogida. Creo que no fue demasiado bien, pero solo tenía palabras de elogio para Hugo. Me da mucha vergüenza, ¿podemos olvidarlo?

—¿Sabías que Hugo le pidió a Jessica que destruyera todos los documentos relacionados con las chicas desaparecidas? —Laura se quedó estupefacta. No lo sabía, pero tenía mucho sentido. Hugo era un cabrón, pero era un cabrón inteligente. Tom tomó nota de su expresión—. ¿No lo sabías? También empezó a pagarle a Jessica ocho mil libras mensuales en concepto de bonificación por hacer algo para él que ella no quiere divulgar de ninguna manera. Le pagaba en efectivo, lo que explica adónde iba a parar una buena parte de las veinte mil libras mensuales. Y entonces tú contrataste a un detective privado para que siguiera a Hugo. Tu marido lo descubrió y sin duda te aterrorizó. Entonces fuiste a hablar con el jefe de Policía. ¿Por ahora voy bien?

Demasiado bien, pensó Laura. Demasiado. Pero no dijo nada y lo miró sin expresión alguna, tratando de ocultar la sorpresa de que ya hubiera explicación para gran parte de las diez mil libras para las que antes no había.

—Bueno, estas son las buenas noticias. He recibido una llamada de uno de mis colegas que está en las oficinas de Allium. La encantadora aunque perezosa Rosie acaba de reconocer que los expedientes de las chicas eran demasiados como para triturarlos todos, y que se limitó a esconder las cajas. Los están examinando en este momento, empezando por los últimos cinco años.

La cara de Tom era un poema. Creía que eso le daría todas las respuestas; Laura lo veía. Casi sintió lástima por él, pero no había terminado.

—Laura, necesito que me lo digas. ¿Todavía crees que fue un delirio? No lo crees, ¿verdad? Nunca lo creíste. Pero hay algo que no comprendo: si pensabas que algo les estaba ocurriendo a las chicas, ¿por qué no me dijiste nada cuando te enteraste de que Danika había desaparecido?

Laura no sabía cuántas mentiras más sería capaz de decirle. Pero él tenía una hija. Quizá lo comprendería.

—No vi la necesidad de contártelo, pensé que haría más mal que bien. Hugo está muerto, de modo que era demasiado tarde para cualquiera de las chicas que ya habían desaparecido, y él ya no puede volver a hacerlo, ¿no es así? Era mucho mejor si no lo investigabas. Tenía que proteger a Alexa. Callé por su bien. Ella debía ser mi prioridad. Y ahora las chicas están a salvo. Tienen que estarlo.

De repente la asaltó la culpa. Sabía mucho, pero no lo suficiente. Meses atrás había creído que la Policía actuaría, pero había acabado en una institución mental. Podría haberles dicho lo que sospechaba cuando se enteró de que Danika había desaparecido, pero dio por sentado que era demasiado tarde, o que la chica estaría a salvo ahora que Hugo estaba muerto. Decidió callar para proteger a Alexa. Tom era demasiado listo para no descubrirlo.

—Espera, Laura. Antes has dicho que en tus delirios imaginabas que algo «podría» estar ocurriéndoles a las chicas, y que Hugo «podría» estar implicado. Pero a mí me parece que sabías con seguridad que estaba pasando algo. Cuando apareció, Danika nos contó la razón por la que se había ausentado. Otra de sus amigas, Mirela Tinescy, acaba de desaparecer. Y dejó una nota, una nota que nadie ha creído. Sigue desaparecida, Laura. Si Hugo se la llevó, ¿qué crees que ha hecho con ella?

—Entonces, ¿das por supuesto que yo tenía razón, que no se trataba de un delirio? Piensas que no estaba loca, ¿no es así?

Tom la miraba con tal simpatía que Laura sintió ganas de llorar. Sus ojos desbordaban compasión, y Laura supo que se estaba imaginando su vida con Hugo y los años en la institución mental. Tom se levantó y fue a sentarse a su lado en el sofá, girando el cuerpo para mirarla a la cara. Tomó sus manos frías entre las suyas.

—Laura, James Sinclair le ha pedido a Becky que fuera a buscar el portátil de Imogen a su habitación. Al lado, sobre la cama, había una carta. Tuya, Laura.

Sin dejar de mirarla con expresión compasiva, Tom le frotó las manos para darles un poco de calor.

—Y sé lo que dice.