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Laura puso el intermitente y dio un volantazo brusco para entrar en la calle no iluminada que llevaba a Ashbury Park. Pisó el pedal de freno y el coche se fue deteniendo mientras ella miraba nerviosamente la extraña luz blanca que iluminaba el cielo por encima de los árboles. Se desvió con cautela hacia la verja de su casa y se topó con una visión demoledora.

—¡Oh, Dios mío! —susurró.

No había escapatoria. Al oír el zumbido sordo del Mercedes cupé, las hordas de periodistas volvieron las cámaras rápidamente hacia ella. Los equipos de televisión apuntaron rápidamente al coche con los focos, cuya potente luz penetró en el interior con su áspero brillo, cegándola por un momento. No era raro ver fotógrafos ante la verja, y prácticamente podía mascarse su excitación. A fin de cuentas, la fama y la posición de celebridad de Hugo la habían construido prácticamente los medios, a los que alimentaba con la información justa sobre su trabajo para mantener su interés.

Pero esto era diferente. Era un frenesí.

Y solo había una forma de acceder a la casa. Hugo había insistido para que la verja eléctrica se abriera con un teclado y no con un mando a distancia. De este modo podía cambiar el código con regularidad; los mandos podían perderse o incluso venderse al mejor postor.

Cuando detuvo el coche no pudo evitar exponer su angustia ante la crudeza de las cámaras, y al bajar la ventanilla para teclear el código oyó los gritos frenéticos de los periodistas, que hacían lo posible por asegurarse la mejor foto.

—Mire hacia aquí, lady Fletcher.

—¿Ya le han comunicado la noticia, lady Fletcher?

—¿Tiene algo que decir, Laura?

Como si usar su nombre de pila les garantizara una respuesta más favorable. Aun así, nadie dijo cuál era la noticia. Solo esto ya lo decía todo.

Una multitud de cámaras captó su expresión de absoluta desesperación al bajar la ventanilla. Estaba segura de que por la mañana su imagen saldría en la primera plana de varios periódicos.

Mientras hacía maniobras con el coche lo más rápidamente posible entre los arbustos demasiado crecidos en dirección a la puerta principal de la casa, sintió náuseas. Sabía que la Policía la esperaba en la casa. Tenían el código de la verja por motivos de seguridad, y estaba segura de que ya estarían allí. ¿Qué querrían de ella? Hacía mucho tiempo que Laura se sentía incapaz de reaccionar instintivamente a la vida.

La sorprendió bastante ver solo a un policía haciendo guardia en los escalones de la entrada de Ashbury Park. Lo observó un momento a la luz de los faros, pequeño frente a las enormes puertas negras, y reparó en que parecía nervioso e incómodo y en que hablaba por radio con alguien en tono apremiante. Era evidente que no esperaba tener que hacer aquello solo.

Laura detuvo el coche frente a los escalones. El policía se guardó la radio y corrió a abrir la puerta, pero llegó tarde.

¿Lady Fletcher? Lo siento, señora, pero no la esperábamos tan pronto. Yo estaba aquí por si acaso, pero los oficiales se encuentran en camino. Habían ido a recibirla a Stansted, pero…

Respirando hondo, Laura lo interrumpió con una voz ligeramente temblorosa debido a la tensión.

—Está bien, agente. Cuénteme qué ha ocurrido.

—Hemos intentado mantener a las fieras a raya en la verja, señora. Se ha prohibido a la prensa que hablara con usted, y ellos saben que no deben decir nada. Espero que no le hayan dicho nada.

—Suficiente. Lo suficiente para saber que ha ocurrido algo grave. Cuénteme.

—¿No cree que deberíamos entrar, señora, y quizá esperar a que llegue un policía de rango superior?

Laura quería acabar de una vez y que la dejaran sola lo antes posible. Intentó controlar el pánico.

—Se trata de mi marido, ¿verdad? Si hubiera sido otra cosa, él me habría llamado. Y no lo ha hecho. La realidad no puede ser peor de lo que me estoy imaginando, de modo que dígamelo, por el amor de Dios. Se lo ruego.

El joven policía respiró hondo.

—Lo único que sé, señora, y no sabe cuánto lamento tener que decirle esto, es que su marido ha sido hallado muerto en su casa de Londres en algún momento del día de hoy. Me doy cuenta de que esto tiene que ser muy angustioso para usted. ¿Quiere que entremos? ¿No cree que sería lo mejor?

Laura no se sentía capaz de hablar. Miró en silencio al policía unos segundos, y después se volvió de espaldas a él y caminó hacia la casa sin decir palabra. No era culpa suya, pero no podía soportar estar con nadie en aquel momento. Obligándose a poner un pie delante del otro, subió los escalones hasta la puerta, como si sus piernas supieran qué tenían que hacer aunque su mente estuviera completamente vacía. Se sentía como si hubiera abandonado su cuerpo y observara una representación desde arriba, aunque fuera una mala representación. Estaba claro que el policía no sabía qué decir y que ella no sabía qué debía hacer, o cómo debía comportarse. Un grito rondaba bajo la superficie, pero de algún modo logró contenerlo. No podía desmoronarse todavía.

Al llegar arriba oyó un ruido desagradable. Los periodistas de la verja no estaban a la vista, pero un rugido constante que subía de volumen indicaba que se acercaba un helicóptero. Ante su horror, cuando introdujo la llave en la cerradura un foco enorme iluminó toda la zona desde el aire, tanto a ella como al desafortunado policía. El hechizo se rompió.

Giró precipitadamente la llave y empujó la puerta, aliviada de poder escapar del potente foco del equipo de televisión que sobrevolaba la casa. Dio un portazo y se apoyó en la puerta, y solo entonces liberó las lágrimas. Fluían formando canales interminables por sus mejillas, pero el suyo era un llanto silencioso. Las piernas comenzaron a fallarle y resbaló lentamente hacia el frío suelo de mármol, con la espalda apoyada todavía contra la puerta. Se inclinó hacia delante y descansó la frente sobre las rodillas, con los brazos apretados con fuerza a ambos lados de la cabeza, intentando desesperadamente no desmoronarse por completo.

Su cabeza estaba llena de imágenes de Hugo y del aspecto que ofrecía cuando lo vio por primera vez. Tan guapo y seguro de sí mismo. Y ella había sido tan libre como una mariposa, aleteando por la vida sin ninguna preocupación, sintiendo amor por su trabajo, su familia y sus amigos. ¿Cómo había podido acabar así?

Las silenciosas lágrimas se convirtieron en profundos y desgarradores sollozos de angustia, y quince minutos después seguía acurrucada en el suelo cuando oyó el sonido inconfundible de un coche acercándose a la entrada. Escuchó el sonido de una puerta que se abría casi al mismo tiempo que se apagaba el motor, y luego unas voces sofocadas que hablaban con el policía, aunque no entendió lo que decían. Sacó precipitadamente un pañuelo de papel usado de la manga —una costumbre que nunca había conseguido superar, a pesar de que Hugo la consideraba el colmo de la vulgaridad— y se secó las lágrimas de la cara. Se puso de pie temblorosamente, y antes de que los recién llegados tuvieran tiempo de llamar a la puerta, la abrió.

Tenía ante ella a un hombre de unos cuarenta años que vestía una chaqueta de piel, corbata estrecha negra y vaqueros. Se fijó vagamente en que era alto y tenía los cabellos rubios oscuros y un poco despeinados. No sabía cómo se habría imaginado que sería un inspector jefe, pero sin duda no así.

Después de aparcar el coche en el extremo más alejado del camino, una chica morena con un traje pantalón negro clásico se dirigió rápidamente hacia los escalones por el camino de grava.

Mientras esperaba frente a la puerta abierta, Laura sintió que perdía el equilibrio. El policía subió de un salto los dos últimos escalones y la agarró por el antebrazo con firmeza.

—Vamos, lady Fletcher. Vamos a sentarnos.

Vio que el policía hacía una seña con un movimiento de cabeza a la chica, que pasó discretamente a su lado y desapareció en el pasillo.

—Lo siento mucho —dijo Laura—. Normalmente no soy tan débil. Se me pasará enseguida.

—No es débil. Ha sufrido un shock. ¿Por dónde se va al salón?

Curiosamente, a Laura la complació oír un acento del norte. Era como si hubiera pasado un millón de años desde que todas las personas de su vida hablaban así. Era un recordatorio de una vida sin preocupaciones.

Con el policía sujetándola por el codo derecho, visiblemente temeroso de que fuera a desmayarse, caminaron por el pasillo de losas de piedra hasta el salón. Nunca había sido su habitación preferida, con esos revestimientos oscuros y tétricos y el mobiliario parduzco, pero parecía el lugar más apropiado para la ocasión. La chica había encontrado la cocina y se acercaba con un vaso de agua en la mano.

El policía acompañó a Laura al sofá y esperó a que se sentara. Alguien dejó un vaso en la mesa, a su lado. Tenía mucho frío pero, aunque estaba preparada, no sentía ganas de hacer el esfuerzo de encender la chimenea.

Lady Fletcher, soy el inspector jefe Tom Douglas y ella es la sargento Becky Robinson, de la Policía Metropolitana. Esperamos la llegada del comisario Sinclair, pero está atascado en la M40. Estará aquí dentro de unos diez minutos.

Los dos policías se sentaron en el sofá de enfrente, y Tom Douglas respiró hondo. Estaba claro que no disfrutaba en absoluto.

—Lamento mucho que no estuviéramos aquí cuando llegó a casa, y que haya tenido que enfrentarse sola a los periodistas. Habrá sido una experiencia muy estresante, y no me sorprende que esté un tanto aturdida. Sé que le han comunicado que esta tarde han hallado muerto a su esposo en la casa de Londres, y la acompañamos en el sentimiento.

Laura cerró los ojos y apretó el labio superior entre los dientes para impedir que le temblara. Dejó caer la barbilla sobre el pecho, en un intento vano de ocultar su falta de dominio. El pañuelo de papel que tenía apretado en la mano estaba hecho jirones en su regazo. No recordaba haberlo desgarrado, y la nariz empezaba a moquearle otra vez. Juntó los pedazos en una bola e intentó secarse los ojos y la nariz. Luego sintió que le ponían un pañuelo limpio en la mano, y supo que estaba siendo descortés por no dar las gracias a la sargento. Pero no era capaz de mirarlos ni de hablar; se limitó a apretarse el pañuelo sobre los ojos y la nariz.

El inspector jefe empezó a hablar otra vez, y ella trató de concentrarse en lo que decía.

—En torno a las dos de la tarde, la Policía ha respondido a una llamada efectuada desde el apartamento de Egerton Crescent por la señora Beryl Stubbs, quien había descubierto el cadáver de su marido aproximadamente una hora antes.

Ella levantó la cabeza de golpe y dejó caer las manos sobre el regazo.

—¿Beryl? ¿Y qué hacía ella allí un sábado por la tarde?

Respondió la sargento:

—Fue a recoger su bolso, y la verdad es que fue una suerte que estuviera allí. Nos ayudó a averiguar dónde se encontraba usted. Intentamos recogerla en el aeropuerto; se suponía que debían llamarla en el avión, pero supongo que usted no lo oyó. Siento que llegáramos tarde. Quizá le habríamos ahorrado un poco de angustia.

Laura logró responder con una voz apenas audible:

—Me temo que he dormido durante todo el viaje. No he oído que me llamaran.

En aquel momento, el sonido estridente del timbre quebró el silencio de la casa.

—Ya voy yo —dijo Becky.

Laura sentía los ojos del inspector jefe sobre ella, pero no dijo nada. Ni siquiera cuando la sargento y el comisario entraron en el salón se sintió capaz de hablar. Se limitó a mirar fugazmente al recién llegado, y volvió a mirarse las manos, que apretaban con fuerza la bola de papel húmeda.

Lady Fletcher. Soy James Sinclair. Discúlpeme por llegar tan tarde. Permítame que le exprese mi más sentido pésame. Su esposo era un gran hombre, y era muy querido en este país y en todo el mundo.

Laura sintió que su cuerpo se sacudía al oír las palabras del policía.

—También lamento decirle que en el momento en que cruzó la verja hizo una señal a los medios para que publicaran la noticia. Dada la posición de su marido, me temo que tendrá una repercusión enorme. Informaremos a la exesposa de sir Hugo, pero ¿hay alguien más a quien debamos notificárselo en su nombre?

Laura sabía que debía responder, pero no le salían las palabras. Solo pudo sacudir la cabeza.

—Sé que mis colegas no han tenido tiempo de conversar con usted, pero necesitamos hacerle algunas preguntas.

El comisario calló y miró a sus colegas.

—Todavía no sabemos exactamente cómo murió su marido, pero debemos tratar su muerte como sospechosa. Tendremos que esperar a los resultados de la autopsia, pero han surgido nuevas pruebas que sugieren indicios de delito. Probablemente es consciente de que cuanto antes actuemos en un caso así, más probabilidades tendremos de encontrar al responsable de este crimen monstruoso.

Haciendo un esfuerzo por mantener a raya los sentimientos, Laura levantó la cabeza un momento. Era consciente de que los dos policías miraban al comisario con interés.

En aquel momento, una agente de policía abrió la puerta y entró con una bandeja de té. La conversación se detuvo un momento mientras se servía el té, y ella agradeció la pausa. Necesitaba mantener un mínimo vestigio de dominio de sí misma hasta que se marcharan, y al menos ya no temblaba.

James Sinclair fue el primero en romper el silencio.

—Lo siento, lady Fletcher, pero también necesitaremos que identifique el cadáver. No es más que una formalidad, pero debe hacerse. La autopsia está programada para mañana. Preferiría que lo viera antes, lo que significa que debería acudir a primera hora.

—Apenas duermo, comisario. Dígame dónde y a qué hora. —Laura sentía que estaba a punto de desmayarse; la tensión le estaba pasando factura. Mantenía a raya las emociones, pero le costaba mucho hacerlo. Necesitaba que se marcharan.

—Podemos mandarle un coche a las seis y media, si no es demasiado temprano. Y después querríamos que nos dedicara un rato para contarnos cuanto sea posible sobre su marido. Creemos que, si ha sido asesinado, lo ha hecho alguien a quien conocía. Estoy seguro de que nos podrá ayudar con esto.

—Haré lo que pueda —respondió Laura con un hilo de voz.

—¿Sabe de alguien que amenazara a su marido, o alguien que le guardara algún rencor?

—Nadie. Bueno, nadie que yo sepa. Debido a su trabajo siempre se sentía amenazado, pero nunca me dijo nada concreto. Lo siento.

—Sabemos el trabajo que hacía, lady Fletcher. ¿Quién no? Lo investigaremos en profundidad, por supuesto. Piénselo esta noche, y quizá mañana podamos hablar un poco más.

El policía calló. Cuando volvió a hablar, su tono se había suavizado.

—Lamento tener que preguntarle esto, pero no tengo más remedio. ¿Cree que su marido mantenía relaciones con otras mujeres fuera del matrimonio?

Laura no pudo evitar que un estremecimiento recorriera todo su cuerpo. Esperó una fracción de segundo, y entonces levantó la cabeza.

—No lo sé, lo siento —contestó de nuevo, casi en un susurro.

—¿Quiere que llamemos a alguien para que le haga compañía, lady Fletcher? —preguntó la joven sargento.

—No quiero que venga nadie, gracias. Preferiría estar sola. —Laura hizo una pausa y miró con preocupación hacia la ventana con las cortinas todavía descorridas—. Pero, si no es mucha molestia, ¿cree que podría mandar a alguien a buscar mi maleta al portaequipajes del coche? Prefiero no salir mientras el helicóptero siga sobrevolando la casa.

La eficiente sargento se levantó de un salto.

—Iré yo.

Laura fue vagamente consciente de que el inspector jefe le preguntaba si quería que llamaran a un médico, pero ella desconectó de la conversación y se fue a otro lugar, en otro momento. El sonido de sus voces resonaba hueco en su cabeza, pero las palabras ya no llegaban hasta ella.

Sintió alivio cuando reapareció la sargento, cargada con una maleta pequeña.

—Disculpe, lady Fletcher, ha venido una señora a verla. El policía le ha permitido la entrada porque ella asegura ser familiar de usted. ¿La hago pasar?

Antes de que Laura pudiera serenarse lo suficiente como para poder contestar, la puerta se abrió un poco más. En el umbral permanecía una mujer esbelta, con los cabellos rubios rojizos brillando a la luz de la araña.

—Laura, acabo de enterarme. Lo siento. Tenía que venir. No podía dejar que pasaras sola por esto.

El ligero pero inconfundible acento norteamericano era lo último que Laura esperaba oír.

Sintió que el corazón empezaba a latirle con fuerza, y se levantó de un salto. No pudo reprimirse, y todas las emociones contenidas salieron de sus labios como despedidas por una explosión.

—¡¿Qué coño haces tú aquí?!