24

Los intentos de Tom por regresar a Oxfordshire se vieron obstaculizados por una serie de asuntos que parecían a punto de ofrecer alguna pista prometedora.

Un dibujo de la mujer que se había visto saliendo de la casa de Hugo Fletcher se había publicado en varios periódicos, y ya habían recibido varias llamadas. La que parecía más fiable era la de alguien que había visto a una mujer que se ajustaba a la descripción alejándose de Egerton Crescent. Se dirigía a la estación de metro de South Kensington. Por desgracia, desde allí podía haber tomado, en cualquier dirección, las líneas de Piccadilly, District o Circle. Pero la hora coincidía, y ahora intentaban cotejar la información con otras pistas y con grabaciones de cámaras de seguridad para tratar de dilucidar hacia dónde se había dirigido. Por supuesto podía haber cambiado de metro varias veces, pero nunca se sabía.

Un par de miembros del equipo estaban estudiando a fondo la organización benéfica de Hugo, y Tom estaba deseando recibir su informe. Algo se les escapaba. Lo sabía. Mientras tanto, Ajay estaba encargado de localizar a la chica desaparecida, Danika Bojin, y acababa de darle a Tom la buena noticia de que había conseguido la dirección de la amiga de Danika, Mirela Tinescy, cuando esa información se hizo superflua. Recordaba que Ajay había hablado con Peter Gregson, el hombre que había dejado el mensaje en el contestador de Laura. Por lo visto, el señor Gregson se había presentado inesperadamente y aguardaba en recepción para hablar con el oficial encargado del caso.

Tom le pidió a Ajay que fuera a buscar a Gregson y que lo llevara a una sala de interrogatorios y le ofreciera algo de beber; él iría enseguida. Todavía no había podido hablar con Laura de la visita de Danika, ni comprobar si la chica desaparecida originalmente, Alina Cozma, había reaparecido. Por el momento, no obstante, necesitaba escuchar qué tenía que decir el señor Gregson. Danika era una de las sospechosas principales.

Abrió la puerta de la sala de interrogatorios y le sorprendió ver que Peter Gregson no se encontraba solo. Lo acompañaba una muchacha, tan menuda que parecía no tener más de catorce años. Gregson se levantó para estrechar la mano de Tom.

—Inspector jefe Douglas, siento presentarme así pero, como puede ver, Danika ha vuelto a casa, y creo que usted deseará oír lo que tiene que decir.

Tom se quedó bastante sorprendido de que la chica que estaba con Peter Gregson fuera Danika Bojin, que por lo que sabía tenía casi diecinueve años.

—Me alegro de ver que estás bien, Danika —dijo Tom—. Nos tenías un poco preocupados.

—Tal vez sea mejor que le explique la situación —dijo Peter Gregson—. El otro día, cuando hablé con su compañero, le expliqué la norma estricta de sir Hugo de que las chicas no tengan ningún contacto entre ellas. ¿Está enterado de esto? —Tom asintió—. Bueno, lo cierto es que Danika se saltó esa norma. Fue así como ella y Mirela Tinescy se dieron cuenta de que Alina Cozma había desaparecido, porque no se presentó a sus encuentros regulares. Sir Hugo se enfureció cuando se enteró de que las chicas habían estado citándose, y a pesar de que nunca descubrieron qué había sido de Alina, Danika prometió que no volvería a desobedecerlo. Y ha cumplido su palabra, hasta ahora: por desgracia, acaba de descubrir que Mirela ha desaparecido también. Creo que es mejor que lo explique ella.

Cuando Danika empezó a hablar, Tom sintió una subida de adrenalina.

Como habían prometido, ella y Mirela no mantuvieron el contacto; la chica creía que le debía la vida a sir Hugo y, por muy doloroso que le resultara, sabía que debía acatar las reglas. Pero ahora todo había cambiado.

—El jueves voy al parque y oigo a una chica que hablaba en rumano con un niño. Le hablo y dice que es una chica de Allium. Vive con una buena familia, pero solo porque la última chica de Allium se marchó para volver a ser una profesional. Dice, en rumano, por supuesto, «Gracias, Mirela. Malo para ti, bueno para mí». Le hago más preguntas, claro, y es mi Mirela. Lo sé. Me dice que Mirela se fue hace ocho semanas. Deja una nota. Dice que tiene una oportunidad de ser una chica de alterne de lujo y ganar mucho dinero. No hago bien saliendo a buscarla sin decírselo a Peter, pero si sabe lo que pienso hacer, me lo habría impedido. Cuando vuelvo hoy, Peter dice que debemos venir aquí y hablar con usted.

Tom miró con simpatía a la chica que parecía tan preocupada por su amiga.

—¿Por qué intentaste encontrarla, Danika?

—Porque no creo que Mirela hacer una cosa así. Estaba…, como dicen aquí, asqueada. Sí, asqueada de su vida de prostituta. —Nadie le corrigió el lenguaje, porque el significado estaba perfectamente claro—. Siempre lloraba y decía que los hombres le hacían daño. Decía que no quería hacerlo nunca más. Solo para marido o hombre bueno que la cuidara bien y le demostrara amor. No creo que haya vuelto a trabajar en eso. Así que intento encontrarla. Tenía que intentarlo, Peter. ¿Lo entiendes?

Danika volvió su cara angustiada hacia Peter, obviamente apenada por haber traicionado su confianza otra vez. Tom se dirigió amablemente a la chica, que al fin y al cabo solo pensaba en el bien de su amiga.

—¿Adónde fuiste, Danika? ¿Cómo intentaste encontrarla?

—Primero intenté encontrar a sir Hugo. No podía ir a oficina, porque la chica de allí no fue muy simpática conmigo la última vez. Espero que llegue, pero no lo veo, e intento otra cosa. Intento descubrir cómo encontrar trabajo como prostituta de lujo, como dice Mirela. No creo que sea fea. Los hombres siempre dicen que le gusta mi cuerpo, y hablo inglés. Bien no, pero lo hablo.

Desgraciadamente, Tom sabía que para algunos hombres su cuerpo delgado e infantil resultaba muy atractivo.

—Pues me dicen que no. Que nunca podré ser de lujo. Dicen que todos saben que somos sucias, y que nadie nos quiere tocar. No consiguen dinero a lo grande con chicas del Este.

—¿Por qué dicen que sois sucias, Danika?

Danika miró al suelo y se ruborizó.

—Permitían que los hombres estuvieran con nosotras sin protección. Decían que les gustaba más así. No lo queríamos, pero no podíamos escoger. Pero yo me he hecho todos los análisis. Peter me ha llevado. No estoy sucia, de verdad.

Tom sintió una inmensa vergüenza de que hubiera hombres —tal vez algunos conocidos— que trataran a una chica tan dulce con semejante crueldad. Tampoco pudo evitar sentir cierta decepción. Hasta que la había conocido, ella había estado entre los primeros puestos de la lista de sospechosos. Hugo muere, chica desaparece… Parecía demasiada casualidad.

—Estoy seguro de que no estás sucia, Danika, pero ¿significa esto que no encontraste ni rastro de Mirela?

—No, no encontré. Fui incluso a buscarla donde solíamos estar, pero tenía mucho miedo de que volvieran a pillarme. Por suerte la ropa que Grace me ha comprado era buena. Nadie supo que antes era prostituta.

Tom supuso que Grace sería la esposa de Peter Gregson; al menos había ocurrido algo bueno en la vida de aquella chica. Pero si pensaban que la mujer que habían visto salir de la casa en Londres de Hugo era la asesina, no era posible que fuera Danika. Aunque se pusiera una tonelada de maquillaje, nunca tendría el aspecto de una mujer. Tenía los brazos delgados de una niña y no parecía pesar mucho más que su hija Lucy, que contaba cinco años.

Al cabo de un rato la dejó a cargo de uno de sus colegas para que la interrogara. Danika no encajaba con el perfil de la sospechosa, pero era posible que Mirela, la otra chica, sí lo hiciera.

De momento, necesitaba volver a Oxfordshire. Cada vez había más preguntas que hacerle a Laura. Sabía que en Ashbury Park esperaban a Brian Smedley, director ejecutivo de la inmobiliaria de Hugo y uno de sus albaceas. Tom estaba deseando conocer los detalles del testamento, y quería estar cerca para observar la reacción de Laura ante los últimos deseos de Hugo.

Eran cerca de las dos y media cuando el coche paró por fin en el sombrío patio de Ashbury Park y Tom subió los escalones hasta la imponente puerta principal. De camino había avisado de su llegada a Becky, quien le abrió la puerta antes de que tuviera tiempo de llamar al timbre.

—¿Me has traído las listas de pasajeros? Me muero de aburrimiento.

—Hola, Tom, me alegro de verte —dijo él en tono burlón. Sí, tengo las listas. Dado el número de pasajeros que hubo durante el período que nos interesa, pronto estarás aún más aburrida. ¿Ha pasado algo por aquí?

—Nada desde esta mañana. Hemos almorzado juntas, pero ha sido Stella la que ha llevado el peso de la conversación. Parecía que Imogen había llorado, en realidad. Nadie habla conmigo. O se encierran en su habitación o van de dos en dos, no sé si me entiendes. Muchas miradas de complicidad, pero nada que pueda concretar. ¿Y tú?

Tom la puso al día de lo que se había hablado en la comisaría. No podía dejar de pensar que no era mucho.

—¿Crees que Danika ha tenido algo que ver? —preguntó Becky.

—Estoy seguro de que no, pero Mirela Tinescy ha desaparecido, y es posible que ella sí tenga alguna relación con el caso. Creo que deberíamos entrevistarnos con todas, al menos con las que Hugo ayudó en los últimos doce meses. Y con todos los empleados de la organización, por si alguno de ellos alberga algún rencor. Por lo visto, todas las chicas juran querer a Hugo, pero todas lo han pasado mal; es posible que una de ellas se haya sentido tentada por una buena paga. Se ha formado un equipo para llevar a cabo los interrogatorios, y tenemos que averiguar todo lo posible sobre Mirela Tinescy. Ajay está en ello.

—¿Crees que Hugo se acostaría con una de sus prostitutas?

—Bueno, muchos hombres lo hacen, aunque yo personalmente no lo incluya en uno de los objetivos de mi vida. Puede que para Hugo fuera una de las ventajas de su trabajo.

—Tom, eso es asqueroso y despreciable. No puedo creer que seas tan cínico.

Tom observó la nariz respingona de Becky, arrugada de disgusto. Si supiera lo que sabía él sobre las tendencias perversas de Hugo, pensaría que acostarse con las prostitutas de la organización era casi normal. Lo sucedido la noche anterior con Kate le había hecho olvidar temporalmente la conversación con Annabel, pero en ese momento regresó a su mente de improviso. Estaba seguro de que era importante.

Becky acompañó a Tom al comedor, donde había montado un despacho provisional con permiso de Laura. La sala estaba empapelada en relieve en tonos de barro, y una de las paredes estaba casi cubierta por un enorme tapiz descolorido; Tom pensó que podía haber sido bonito si se le hubiera prestado un poco de atención. En el centro de la estancia estaba la mesa de comedor más grande que había visto en su vida, en la que podrían sentarse cómodamente hasta treinta personas. Aparte de la gran chimenea de piedra y de las gruesas cortinas de terciopelo, no había más muebles. Otra habitación poco acogedora.

—¡Por Dios, Becky! ¿No podías haber escogido un lugar un poco más alegre? ¿Y por qué te has sentado al otro extremo de la mesa? ¡Está a tres kilómetros de la puerta!

—Precisamente. Así, tenga lo que tenga en la pantalla, tengo tiempo de sobra para ocultarlo antes de que lleguen a mi lado. No me fío de ellas, Tom. Me caen bien pero, aunque sean inocentes del asesinato de Hugo, ocultan algo. Sobre todo Imogen. Sabe mucho más de lo que dice. Lo veo en sus ojos.

Tenía razón, claro, y Tom lo sabía. Ese día Becky tenía esa expresión de bulldog que mostraba a veces, cuando su bonito rostro expresaba determinación e impaciencia. Tom sabía que ella pensaba que él trabajaba demasiado despacio. Pero no tenían donde agarrarse, y menos aún algo concreto que implicara a Laura o a Imogen. Ni siquiera se trataba de un caso de pruebas circunstanciales; no había ninguna prueba en absoluto.

—Si te soy sincero, no le encuentro sentido —dijo—. Tengo que meterme un poco más bajo su piel. Aquí hace un frío que pela. ¿No hay calefacción?

Tom se había quitado la americana para conducir, y rápidamente se la volvió a poner. No solía llevar traje, pero era parte del trabajo y en ese momento agradecía el calor que le proporcionaba.

—Te acostumbrarás. Creía que los del norte erais más resistentes. —Becky sonrió—. Bueno, mientras estaba aquí enloqueciendo de aburrimiento he buscado algo de información acerca del Rohypnol. Debido a mi tierna edad pensaba que siempre había circulado, pero la primera referencia que he podido encontrar en Internet es de 1999. Por lo visto ya estaba disponible mucho antes como fármaco, pero fue en esa fecha cuando se identificó como una droga que se empleaba en casos de violación. Richard Baker, el violador en serie, fue el primero de quien se tuvo constancia de que la utilizara en este país. Se le localizó tras una llamada de colaboración en el programa de televisión Crime Watch. En fin, es el nombre comercial del flunitrazepam, y es diez veces más potente que el Valium. En la calle lo llaman «rufi». Según Internet, y es mejor que lea, es «una droga hipnótica muy potente que actúa como un fuerte relajante muscular y posee propiedades sedantes, ansiolíticas, sea lo que sea esto, y amnésicas». Laura dijo que creía que también lo había utilizado con ella, pero no para violarla. Tienes que aclarar este punto, Tom.

—Lo haré cuando crea que va a decirme la verdad. Es muy hábil esquivando preguntas, y bombardearla no servirá para nada.

Becky lo miró indignada. Sabía que era impaciente, pero estaba deseando encarar el caso como hacía frente a un embotellamiento: sin limitaciones y sin miedo a fastidiar a alguien por el camino. Él estaba convencido de que aquello no serviría con Laura. No se dejaría embaucar; tenía que ganarse su confianza.

—Cuéntame qué has oído exactamente esta mañana —dijo Tom—. A ver si me das algo sólido que pueda preguntarles luego.

Becky tomó el cuaderno de la mesa y recitó.

—Lo he apuntado todo, palabra por palabra, hasta donde recordaba. Pero deberías haberlas oído: se podía cortar el aire con un cuchillo. —Becky se inclinó entusiasmada sobre sus notas y leyó los retazos de conversación que había podido escuchar—. Tom…, no eran solo las palabras. Deberías haber oído el tono de voz de Laura. Era tan frío… Me ha quedado totalmente claro que odiaba a Hugo. Casi tanto como Imogen.

La conversación sobre drogas y odios cesó bruscamente cuando sonó el timbre de la puerta, anunciando la llegada de Brian Smedley y un abogado. Becky se llevó sus listas a su despacho improvisado en el extremo más alejado de la mesa y Tom salió al recibidor, donde Laura estaba saludando a los recién llegados. Notó que Laura tenía mejor aspecto. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey de color fresa bastante escotado cuyo alegre tono contrastaba como un faro con el beis sucio de las paredes.

Se volvió hacia él y se sobresaltó al verlo.

—¿Tom? Perdona, no sabía que habías llegado. ¿Te han ofrecido un té o un café?

Algo que en aquella casa no parecía faltar era un suministro constante de bebidas calientes, pero Tom sabía que eso era bastante normal en los hogares golpeados por una tragedia; al menos les daba algo que hacer.

—Perdona, Laura, debería haberte dicho que estaba aquí. Becky me ha abierto la puerta y no quería molestarte. ¿Te importa que me quede y escuche los términos del testamento? Me sería útil para la investigación.

Tom observó a Laura con atención. Se había dejado el pelo suelto y ondulado otra vez. Veía las raíces oscuras, y se preguntó por qué se teñiría alguien el pelo con un tono tan ratonil. También mostraba algo más de color en las mejillas, y en apariencia la confianza en sí misma había aumentado. Sin embargo, parecía crispada; sin duda estaba pensando en las sorpresas que podía contener el testamento de Hugo. Teniendo en cuenta lo que había oído acerca de él en las últimas horas, a Tom no le extrañaba nada.

Ignorando el escrutinio de Tom, Laura los guio al salón y pidió a la señora Bennett que preparase té para todos; también ofreció una copa de una bebida más fuerte si lo preferían. Solo el abogado aceptó; Tom advirtió que parecía necesitarlo.

Cuando por fin se sentaron y llegaron las bebidas, Brian tosió con nerviosismo. Como albacea había sacado la pajita más corta y le tocaba dar la noticia. Laura sonrió sin energía.

—Tranquilo, Brian. Conocía muy bien a Hugo, y nada de lo que haya incluido en el testamento me puede sorprender. Hazme un resumen; no necesito más.

—Gracias, Laura —respondió Brian—. Como sabes, Hugo era inmensamente rico, pero tuvo la previsión de invertir la mayoría de sus bienes en distintos fondos. Estos fondos le proporcionaban cerca de un millón de libras anuales para sus gastos personales, aunque por supuesto un gran porcentaje se iba en impuestos. Pero dado que Ashbury Park está vinculado a un fondo, este asume todos los gastos de mantenimiento y servicios de esta casa y de la propiedad de Egerton Crescent, de modo que lo que quedaba era básicamente para vuestros gastos.

Tom no pudo evitar preguntarse cómo se las habían arreglado para gastar centenares de miles de libras al año, especialmente si no tenían que pagar facturas. Por la cara que puso, Laura parecía estar pensando lo mismo.

—¿Y todo ese dinero se gastaba cada año o se ahorraba una parte? —preguntó.

—Los gastos mensuales eran de unas treinta mil libras al mes. Ropa, comida, viajes, mantenimiento de la casa en Italia… Y, por supuesto, las veinte mil libras en efectivo que sir Hugo retiraba cada mes.

—¿Veinte mil en efectivo al mes? ¿Estás seguro de que era tanto? —Tom observó inquisitivamente a Laura, pero ella los miraba con expresión desconcertada—. ¿Y la pensión para Alexa y Annabel? —preguntó Laura—. ¿Se pagaba con eso?

—No. Cuando Hugo se divorció de Annabel, creó algunos fondos para que uno de ellos mantuviera a Alexa el resto de su vida, y otro para pagar la pensión de Annabel. —Laura aún parecía perpleja, pero permaneció en silencio—. Veamos; en cuanto al testamento, había hecho algunas provisiones para ti, aunque las condiciones son algo complejas. Básicamente, se te permite vivir aquí hasta que Alexa cumpla veintiún años, momento en el que ella pasa a ser la residente legal de Ashbury Park. Si permaneces aquí hasta entonces, la propiedad de Italia pasa a ser tuya; de momento está a nombre de Hugo y se transferirá a la empresa hasta esa fecha. En ese momento puedes venderla para comprarte una casa en Inglaterra o quedarte a vivir allí. Si decides irte de esta casa antes de que Alexa cumpla los veintiuno, pierdes el derecho a la casa de Italia y se te prohíbe tener contacto con Alexa. En este caso, Annabel debería atenerse estrictamente a los deseos de Hugo sobre este punto. Si no lo hace, también perderá una considerable porción de su herencia. Por lo que sé de la exesposa de Hugo, supongo que será rigurosa en el cumplimiento de estos términos. Mientras tanto, deberás pasar al menos diez meses al año en esta casa y procurar que esté en condiciones para Alexa cuando llegue la hora.

Tom estaba observando la expresión de Laura con atención. Había elegido expresamente un sillón en un lado que le permitía seguir sus reacciones sin ser visto. Pero, aparte de su reacción a las retiradas mensuales de dinero en efectivo, los restrictivos términos del testamento no parecían sorprenderla ni angustiarla. Que no era el testamento considerado de un esposo afectuoso era algo que resultaba evidente para cualquiera de los presentes.

—El fondo se hará cargo de todos los gastos de la casa y tú recibirás una pensión adicional de cincuenta mil libras anuales para tus gastos, que subirá con la inflación, siempre que te ciñas a las condiciones mencionadas con anterioridad. Si abandonaras la casa antes de la fecha del vigésimo primer cumpleaños de Alexa, perderías también tu pensión anual. Las condiciones del fondo son específicas. La pensión anual solo puede gastarse en comida, ropa y algún viaje. Con permiso de los administradores del fondo, puedes recibir sumas adicionales de dinero para compras concretas; por ejemplo, si necesitas un coche nuevo.

—¿Hay dinero destinado a redecorar la propiedad o arreglar el jardín? —preguntó Laura, como si estuviera considerando la posibilidad de vivir en aquel mausoleo durante los próximos diez años.

—El fondo se encargará de eso; tiene instrucciones concretas de que cualquier reforma debe limitarse a reparar y renovar la propiedad siguiendo los criterios y el estilo actual del lugar.

Laura se mostró horrorizada ante esta perspectiva, y Tom no podía culparla; para convertir aquella casa en un hogar del siglo XXI se necesitaba una reforma integral.

—¿Hay algo que me impida utilizar mi propio dinero para cambiar el aspecto de la casa? —preguntó Laura, echándose hacia delante con ansiedad. Brian Smedley se mostró aún más incómodo.

—No sé si lo comprendes, Laura. El único dinero que tienes es el que paga el fondo, y solo puedes gastarlo en lo que Hugo ha especificado.

—Pero ¿y si tuviera mi propio dinero, Brian? ¿Dinero que poseía antes de casarme con Hugo?

Una expresión esperanzada le iluminó la cara, y la máscara controlada que Tom estaba seguro que había estado cultivando desde la autopsia desapareció. No pudo evitar pensar que estaba encantadora.

Brian miró al abogado, que hasta el momento no había dicho nada, aparte de pedir un whisky al llegar.

—¿Tenía sir Hugo conocimiento de la existencia de ese dinero, lady Fletcher? —preguntó.

—Se lo dije cuando vendí mis acciones de la empresa donde había trabajado, pero no le interesó porque para él era una cantidad insignificante. Desde entonces no lo volví a mencionar y lo invertí. No tenía casi nada mejor que hacer y me volví muy experta en compra y venta de acciones. Ahora tengo sin duda dinero suficiente para redecorar la casa, varias veces en realidad. ¿Me estaría permitido?

El abogado revisó sus notas.

—Se trata de un testamento largo y muy completo, lady Fletcher. Revisaré con atención los términos, así como las condiciones del fondo que ostenta la propiedad de la casa. Sin duda, la intención de sir Hugo era que no se cambiara nada; de eso estoy seguro. Pero está claro que no tenía ni idea, o sencillamente lo había olvidado, de que usted poseía su propio dinero. También debo mencionar que cualquier matrimonio o cohabitación posteriores están sujetos a las mismas condiciones: abandona la casa, pierde la propiedad de Italia y se le prohíbe cualquier contacto en el futuro con Alexa.

La crueldad innata de Hugo debía resultar tan evidente para todos los presentes en la habitación como lo era para Tom. Sintió una inmensa simpatía por Laura, pero vio que ella sonreía con ironía. El abogado no había terminado.

—¿Cree que cumplirá sus deseos, lady Fletcher?

—No me queda más remedio —respondió ella.

Sir Hugo estaba convencido de que la casa de Italia lo garantizaría.

—Pues es una pena que él no esté aquí —dijo Laura, recostándose en el sillón—, porque me habría encantado decirle que no tiene nada que ver con la casa. No me quedo por eso. Lo hago por Alexa.

Tom estaba asombrado con la compostura de Laura, y pensaba que Hugo había resultado ser un cabrón que no tenía nada que ver con la imagen pública que todos admiraban y respetaban. La máscara de Laura volvió a ocupar su lugar mientras escuchaba el resto de las condiciones.

Después de conocer a Annabel, Tom entendía el deseo de Laura de proteger a Alexa. Pero dictarle que no podía casarse ni cohabitar con un hombre durante al menos diez años, momento en el que ya habría sobrepasado casi la edad de tener hijos, era de una extrema crueldad.

El abogado empezó a hablar de otros aspectos del testamento. Estaba claro que quería restar importancia a algunos de los legados menores; en vista de que Laura no insistía, suspiró aliviado y pasó a las condiciones relacionadas con Annabel. Pero, en opinión de Tom, saltaba a la vista que había algo que incomodaba al abogado. Tenía que conseguir una copia del testamento. Tal vez alguien más se beneficiaba, pero si Laura siguiera siendo sospechosa, estaba claro que no lo había matado por su dinero.

Annabel tampoco estaría contenta. Para recibir su más que generosa pensión tenía que aceptar que Alexa viviera con Laura en Ashbury Park al menos tres meses al año que podían distribuirse en fines de semana y vacaciones escolares, algo en lo que podían ponerse de acuerdo las dos mujeres. Teniendo en cuenta que durante la semana la niña permanecía interna en una escuela en Oxfordshire, en la práctica aquello significaba que no estaría nunca con su madre. Tom tuvo la desagradable sensación de que a Annabel le importaría un comino mientras siguiera recibiendo su dinero. También se determinaba que si se aceptaban las condiciones del testamento, la casa de Portugal pasaría a manos de Annabel cuando Alexa cumpliera veintiún años.

Sin embargo, fue la última parte del testamento la que a Tom le pareció más interesante. Hugo Fletcher había visitado a su abogado el día antes de morir y había añadido un codicilo. Había insistido en esperar en el despacho del abogado hasta que el codicilo se redactara y firmara. Estipulaba que Annabel lo perdería todo si era responsable de comentarios difamatorios sobre Hugo o su familia que se hicieran públicos en algún medio de comunicación, en la actualidad o en el futuro.

Tom suspiró aliviado. El día anterior Annabel le había confesado detalles sobre Hugo que sin duda podían considerarse difamatorios. Por suerte, solo se lo había contado al comisario Sinclair. Confiaba en su equipo, pero aquella información tenía un potencial tan grande de atraer una apetitosa suma de la prensa amarilla que probablemente la herencia de Annabel habría desaparecido en una nube de humo.

El abogado y Brian Smedley se marcharon poco después, y a pesar de que a Tom le habría gustado acompañarlos para evaluar la reacción de Annabel, decidió que era previsible y mandó a Becky en su lugar. No había tenido tiempo para hablar con Laura, y tenía un número cada vez mayor de desconcertantes enigmas por resolver.

Laura había acompañado a la puerta a los dos abogados, y cuando regresó a la sala Tom se había convencido a sí mismo de que estaría muy trastornada por lo que había oído. Si albergaba alguna esperanza acerca de los sentimientos de Hugo por ella, acababa de desvanecerse en público, y estaba preocupado por ella. Pero también era su deber hurgar bajo la superficie y descubrir cualquier secreto que ocultara aquella familia. Cuanto más supiera acerca de las turbulentas emociones de las personas que lo rodeaban, más posibilidades tendría de entender a Hugo; y, en consecuencia, más probabilidades de encontrar a su asesino. Mostrarse comprensivo en aquel momento cargado de emociones podía quebrar un poco las defensas de Laura.

—¿Estás bien, Laura? Tal vez no sea de mi incumbencia, pero esto ha sido brutal.

Le sorprendió ver una sonrisa sincera en su rostro cuando ella se sentó frente a él. Parecía casi divertida, y le pareció raro.

—Gracias por ser tan amable, Tom, pero estoy bien. Pensó en todo, ¿eh? No tengo intención de dejar a Alexa a merced de la indiferencia de Annabel. La pobrecilla ya tiene bastante.

»Pero cometió un error —añadió, con un brillo malicioso en los ojos—. Esperaré a ver qué dicen los administradores, y entonces cambiaré esta casa de arriba abajo, y me va a dar un placer enorme. He tenido años para pensar lo que podía hacer. Sé que gastaré mi propio dinero en algo que al final no será mío, pero no puedo vivir diez años más así. Alexa merece algo mejor que esto, y todavía me sobrará dinero para cuando no tenga casa.

Le da exactamente igual, pensó Tom asombrado. Pero no era solo el arresto domiciliario virtual lo que resultaba cruel.

—¿Qué hay de no casarse o vivir con un hombre? Es un poco extremo, ¿no?

Laura se rio y pareció que hablaba de corazón.

—No, gracias. Nunca más. Para mí, eso no es un castigo.

—Pero se ve que quieres mucho a Alexa. ¿No te habría gustado tener hijos?

Tom lamentó haber estropeado el ambiente, porque la expresión de Laura se transformó.

—Sí, me habría encantado tenerlos. Pero no fue posible.

En aquel momento sonó el teléfono de Tom, que maldijo en voz baja. Había sido lo más cerca que había estado de la auténtica Laura. Pero cuando vio que era Kate quien llamaba, no tuvo más remedio que contestar. Se disculpó, se levantó y se acercó a la ventana, dando la espalda a Laura. Habló un par de minutos, en voz baja, y luego colgó.

—Perdóname. No era un buen momento para que me interrumpieran, pero tenía que contestar. —El ambiente había cambiado, y Tom se sintió frustrado. ¡Kate siempre tan oportuna! Laura lo miró expectante, como si esperara que fueran novedades sobre el caso pero al mismo tiempo no supiera si le estaba permitido preguntar—. Se trataba de un asunto personal que necesitaba resolver. Me temo que no hemos avanzado mucho en la investigación del asesinato de tu esposo.

Laura lo miró curiosamente aliviada. Quizá la hacía sentir mejor saber que no era la única que tenía problemas.

—Bueno, ahora los sentimientos de mi marido hacia mí son del dominio público, así que si puedo ayudar en algo, adelante. Me ayudará a distraerme y no pensar en el desastre en que se ha convertido mi vida.

Tom estaba tomando asiento cuando se percató con repentina intensidad de lo solo que estaba. Antes ni siquiera se lo había planteado. Nunca le había importado estar solo, pero desde que se había mudado a Londres no tenía a nadie con quien salir, como no fuera para tomar una cerveza ocasional o jugar una partida de squash. Trabajaba muchas horas, veía a Lucy siempre que podía y pasaba el resto del tiempo en su extravagante pero frío apartamento. Sus amigos de verdad estaban a más de trescientos kilómetros, pero en los últimos dos años había perdido a su mujer y a su mejor amigo: su hermano.

Laura lo observaba con sincero interés, y Tom pensó que la mayoría de las personas con las que hablaba últimamente se limitaban a mirarlo con expresiones de educada indiferencia. No podía ignorar ese gesto de apoyo, y descubrió que tampoco quería hacerlo.

—Era mi ex, Kate. Estamos divorciados. Fue una época muy deprimente para mí, porque cuando se marchó se llevó a nuestra hija. Pero ahora parece que su relación no va bien y ha decidido que quiere volver conmigo —dijo Tom, resumiendo al máximo y mirando el fuego como si la solución a sus problemas residiera en las llamas.

—¿Estás enamorado de ella? —La pregunta de Laura traicionaba una emoción que Tom no supo identificar. Se volvió a mirarla y notó que se le habían empequeñecido los ojos. Sin saber lo que eso significaba, contestó a la pregunta.

—No. Lo estuve durante mucho tiempo, pero no es por eso por lo que quiere que estemos juntos. A Kate le gusta el dinero; bueno, al menos le gusta gastarlo. Resulta irónico, la verdad, después de haber escuchado la lectura del testamento de Hugo y haber visto tu reacción. Kate estaría gritando y quejándose a causa de la injusticia que supone.

—Hace mucho tiempo que aprendí a no gritar por las injusticias de Hugo. Ya habría desgastado mis cuerdas vocales. —Sonrió para restar importancia a sus palabras—. Entonces, para Kate, ¿tú eres ahora el hombre del dinero?

—Sí, pero no por mis méritos. Un inspector jefe no gana mucho. Mi hermano me dejó mucho dinero… en su testamento —dijo con dificultad.

Laura se mostró sinceramente apenada por aquella noticia.

—Cuánto lo siento. No veo a mi hermano a menudo, pero si le sucediera algo me rompería el corazón. ¿De qué murió, si me permites que te lo pregunte?

Tom permaneció en silencio unos instantes. Después de tantos meses, seguía costándole hablar de ello.

—Mi hermano era inteligente, pero no de una forma convencional. No tuvo ningún interés en ir a la universidad, y desde los catorce años siempre estaba haciendo algún experimento de electrónica en su habitación. Yo era el sensato y estudioso. Su primer ordenador fue un aparatito llamado ZX Spectrum, del que seguro que no has oído hablar, pero a pesar de sus limitaciones él conseguía que aquel ordenador hiciera cosas increíbles. A los dieciocho le pagaban por crear programas para toda clase de gente, y a los veinticinco había ganado su primer millón. Creó una empresa de seguridad en Internet multimillonaria y la vendió pocos meses antes de morir.

Tom miró a Laura para ver si estaba hablando demasiado. Pero ella permanecía echada hacia delante con los codos sobre las rodillas, la barbilla apoyada en las manos unidas, y parecía sinceramente interesada.

—Le entró una locura consumista poco característica en él y, entre otras cosas, se compró el barco más veloz que encontró. Y eso fue todo. Hubo un accidente, algo muy raro según los fabricantes, y murió. Nunca encontraron su cadáver. —Habló con calma, intentando disimular la emoción, pero se imaginaba que no podía engañar a Laura. Se permitió un momento de silencio que Laura respetó—. Ahora que estoy forrado, Kate quiere volver. Si no acepto, amenaza con llevarse a Lucy a Manchester. Me mudé aquí para estar cerca de ellas, y ahora me chantajea otra vez. Ésta es la cuestión. ¿Debo aceptar por Lucy? —Miró a Laura—. Tú pareces dispuesta a hacer un gran sacrificio por una niña que ni siquiera es tu hija, así que ¿debería yo ser capaz de vivir con Kate por el bien de mi hija?

Tom observó a Laura con atención para calibrar su reacción. Ella esperó un momento antes de hablar.

—Mira, soy la última persona que puede dar consejos sobre relaciones. Pero recuerdo que de pequeña vivía en una casa con mis padres y que los amaba a los dos. El problema era que ellos no se amaban. Lo intentaban, sí, y no eran desagradables entre ellos, aunque hubo algunas discusiones brutales. Pero el amor no se veía por ninguna parte. Will y yo tuvimos una vida estable, pero creo que en resumen era un hogar desprovisto de alegría. Pienso que los niños necesitan esa alegría en su vida. Si viven en un mundo en el que siempre ven a sus padres tratándose con guantes de seda, aunque no se peleen, crecen con unos valores falsos. En perspectiva, preferiría haber vivido con un solo progenitor que fuera realmente feliz que con dos que pasaban tanto tiempo afilando el hacha que casi podías oír el chirrido.

A Tom le pareció una apreciación muy perspicaz. Él había crecido en un hogar de clase media feliz, con dos padres que trabajaban mucho pero que se hacían reír más a menudo de lo que se hacían llorar. Ésa era la clase de relación que él había deseado.

Pero aquella conversación ya había durado demasiado. No tenía tiempo para regodearse en sus problemas. Maldita Kate. Tom creía que los días en que ocupaba su pensamiento habían terminado. No se podía decir que hubiera hecho mucho trabajo detectivesco en los últimos cinco minutos. Se puso serio.

—Lo siento, no estamos aquí para hablar de mí. Discúlpame, Laura. No debería haber mencionado mis problemas personales.

Laura lamentó que aquella intimidad acabara. Escuchar a Tom le había recordado que otras personas tenían problemas también, aunque no fueran de la misma magnitud. Había sentido una punzada de envidia cuando empezó a hablar de su exesposa, imaginando cómo sería estar casada con aquel hombre ligeramente hosco pero sensible. Pero ahora era otra vez el policía, y ella debía centrarse.

—Hay una serie de cosas de las que quiero hablar contigo, pero tras la noticia del testamento no sé si te verás con ánimos —dijo Tom—. ¿Cómo estás?

—Perfectamente. Pregunta. —Laura sabía que necesitaba un momento para pasar de ser la amiga comprensiva a la esposa afligida—. Pero antes déjame abrir una botella de vino. Creo que me lo merezco; suponiendo, claro, que su señoría no haya decretado que no se me permita beber vino. ¿Te apetece?

—No debería, pero no creo que una copa me haga ningún daño. Es una gran idea. Gracias.

Laura dejó a Tom consultando sus notas. Las preguntas eran inevitables, y estaba segura de que Tom no comprendía su indiferencia hacia el testamento de Hugo. ¿Cómo explicarle que sabía que no sería bueno con ella, sin parecer más débil aún a ojos de Tom?

Volvió a la sala con una botella de vino y un par de copas y lo sirvió mientras Tom seguía consultando sus notas. Le dio una copa y propuso un breve e irónico brindis por Hugo. No le pasó por alto que Tom apenas había bebido un sorbo y se sintió culpable.

—Perdona —dijo—. Debería haber pensado que estás trabajando. Ha sido poco considerado por mi parte.

Tom le sonrió tranquilamente.

—No te preocupes. No iba a dejarte beber sola.

Por consentimiento silencioso y mutuo, se sentaron de nuevo. Laura se preparó anímicamente para las preguntas, recordándose que, por considerado que fuera Tom Douglas, seguía siendo policía.

—¿Qué puedes decirme de la familia de Hugo? —empezó—. Sabemos que su madre murió el año antes de que os casarais, pero ¿qué sabes de ellos como familia?

Qué pregunta tan rara, pensó Laura. ¿Qué puede creer Tom que tenga que ver aquello con el asesinato de Hugo? Respondió con toda la simplicidad que pudo.

—No mucho, la verdad. Esta casa está llena de retratos de antepasados ya olvidados, pero de sus padres nunca supe gran cosa. Estaba muy unido a su madre. Eso lo sé, pero nunca me enseñó fotos de ella. Murió de cáncer poco antes de que nos conociéramos, y creo que al final fue muy duro. Llevaba años confinada en la cama. Parece que no se levantaba de la cama casi nunca desde la muerte del padre de Hugo. Annabel fue su enfermera una temporada, pero ella decía que no le pasaba nada, y que si hubiera nacido en una clase inferior se habría levantado y lo habría superado. No sé si son solo cosas de Annabel. Al final parece que enfermó de verdad, y creo que sufrió mucho con la quimioterapia.

—Dices que su padre murió. ¿Sabes qué le ocurrió?

Hugo solo se lo había mencionado de pasada antes de que se casaran, y con un tono tan asqueado que ella debería haber percibido ya entonces que la empatía no era su punto fuerte. Pero lo había achacado a su disgusto; como siempre, excusó los rasgos menos favorecedores del carácter de Hugo.

—Se suicidó. Se ahorcó en el bosque. Hugo culpa a su hermana, Beatrice, que por lo visto huyó cuando tenía solo quince años, y a su padre le rompió el corazón. Unos meses después se fue al bosque con una soga.

—¿Y Beatrice? No hemos encontrado ni rastro de ella, pero ¿tú sabes si volvió a aparecer alguna vez?

—Hugo solo habló de ella en una ocasión. Dijo que quería zanjar aquel tema. Nunca supieron nada de Beatrice desde aquel día. Ha pasado tanto tiempo que sospecho que nadie la encontrará, a menos que ella quiera ser localizada, claro.

Tom fingía que leía sus notas, pero Laura se percató de que no lo estaba haciendo. Miraba la página, y ella supo que intentaba encontrar las palabras adecuadas para formular la siguiente pregunta. Sintió un estremecimiento en la espalda.

—Necesito abordar aspectos más personales de vuestra vida, Laura. Puede que no te parezca relevante, pero me gustaría entender mejor tu enfermedad. Espero que no sea demasiado doloroso para ti. —No era una pregunta directa, así que Laura no supo cómo responder. Pero Tom no había terminado, y lo siguiente que dijo casi la deja sin respiración—. Becky también me ha dicho que esta mañana os ha oído hablar. No pretendía espiar, pero le dio la impresión de que no lamentas la muerte de Hugo. También oyó hablar de Rohypnol. Puede que sean temas delicados, pero debemos hablar de ello.

Laura fijó su expresión en una máscara pétrea y se conminó a mantener la calma. Su salvación llegó de una fuente inesperada, porque el móvil de Tom volvió a sonar.

Lo oyó maldecir en voz baja, pero después de mirar la pantalla se disculpó con Laura y respondió. Ella solo pudo oír una parte de la conversación, pero de repente Tom parecía mucho más animado.

—Gracias, Ajay, es muy interesante. Hablaremos luego. Mantenme informado. —Colgó y miró a Laura con los ojos brillantes de excitación—. Perdona. Me gustaría volver al tema de antes dentro de un rato. —Sonrió como si fuera a darle buenas noticias—. Tenemos un resultado. Encontramos un cabello rojizo en Egerton Crescent. Cabello humano, pero de una peluca. Una de las fabricantes de pelucas nos ha revelado que la madre de Hugo fue cliente suya en los últimos años de su vida, cuando perdió el cabello a consecuencia de la quimioterapia. Vino aquí varias veces a tomarle medidas para pelucas nuevas, y dice que confeccionó cinco en total. —Tom hizo una pausa, pero Laura sabía exactamente qué iba a decir y se tensó—. También dice que todas se hicieron con cabellos rojizos humanos.