Noviembre

—Dijiste que has tenido noticias de Mark por fin.

—Sí.

—¿Aún está en California?

—Sí, sigue en California. En Los Angeles.

—¿Con esa chica?

—¿Cómo se llamaba?

—Annis.

—Es un nombre raro de mujer. ¿O es el apellido?

—No lo sé. Me dijo que al fin trabajaba; ha encontrado un empleo en el servicio de mantenimiento de algo llamado escuela libre. Y por lo visto Annis recibe un poco de dinero cada mes.

—¿Crees que se casarán?

—No sé si ella querrá.

—Me imagino que eso significa que le estás liberando, Lily.

Ella hizo un gesto de desdén y se concentró de nuevo en su novela. Cuando estuvo segura de que él no la miraba, echó una ojeada al cuadro de Sisley que colgaba al otro lado de la habitación. Magnus se lo había comprado en octubre, y ocupaba el lugar del caballo dibujado por Stubbs, a pesar de que ella prefería este último, que había sido relegado al comedor.

—Mark ha acabado por encontrar su lugar —decía Magnus—. Servicio de mantenimiento; eso quiere decir hombre de la limpieza. Me sorprende que en la ciudad de Los Angeles esa ocupación no reciba el título de ingeniero de mantenimiento.

—También dijo que va a clases de yoga en el instituto.

—Y pertenece a la Liga Revolucionaria de Tácticas de Ajedrez Che-Mao-Lumumba, no te quepa duda. ¿No te contó antes de la investigación que fue el yoga, esos condenados ejercicios lo que le llevó al desequilibrio? Creo que debería mantenerse alejado de este tipo de cosas.

—Sabes muy bien que no fue por esa razón. No me parece que deba entrar en detalles.

—No, por favor —dijo Magnus, con un tono más bien ofendido—. Pero dijo que eso había influido en su crisis.

—Julia influyó mucho más —dijo Lily con malicia.

—Me parece haberte dicho que no necesito que me lo recuerdes. Fue un golpe bajo descubrir que mi mujer había pasado la última noche antes de suicidarse en la cama de otro hombre. Especialmente en la cama de ese lunático. Y el condenado imbécil no tuvo ni el sentido común necesario para ver lo que le estaba pasando a Julia —Magnus miró sus manos firmemente enlazadas sobre el regazo.

—Podemos estar muy agradecidos de que dejara aquella… carta —dijo Lily, empleando la última palabra en lugar de nota—. Contribuyó mucho a aclarar las cosas. Creo que el forense tenía razón, ¿no te parece?, al considerar que aquello era una prueba del desequilibrio mental de Julia y un claro indicio de intento de suicidio.

—Me irrita ver que alguien influye en un jurado hasta ese punto —gruñó Magnus—. Los forenses tienen demasiado poder en este país; son unos pequeños dioses. Pero sí, Lily, por enésima vez te digo que sí, creo que el forense estaba en lo cierto. Claro que tenía razón, no hay duda alguna; cualquier tonto que viera en qué estado se encontraba aquella casa y el coche de Julia podía comprender que había perdido el juicio. Y ahora, ¿te parece que podemos tomar un poco de té? En realidad prefiero algo más fuerte. ¿Puedes servirme una copa? No, ya me lo preparo yo mismo. —Se levantó y se acercó al carrito de las bebidas.

—Come un poco de queso y galletas, Magnus; en el aparador hay un pedazo de Stilton.

—Hoy en día ya no se puede encontrar Stilton de verdad —dijo él—, sólo la porquería que venden en los supermercados. ¿Has visto o, Dios no lo quiera, has probado lo que tienen el descaro de llamar Sage Derby? Es como comida para pájaros; un cerdo decente ni lo tocaría.

—Sólo pensé que te gustaría comer un poco de buen queso y unas galletas —dijo ella, viéndole llenar un vaso con whisky. Magnus se sirvió más de lo que Lily esperaba—. No pretendía molestarte.

—No estoy… no estoy… molesto.

—Magnus, ya sabes que te estoy muy agradecida por no haberte dejado influir por mi tontería del último día. Tu firmeza fue sencillamente notable. Perdí la cabeza, me comporté como una mema, y tú fuiste tan fuerte que no te afectó en lo más mínimo, por eso te estoy enormemente agradecida. Te agradezco tu claridad de ideas y tu firmeza de carácter.

El la miró y bebió un largo trago.

—No tendrías que agradecerme el que evitara hacer el tonto. Ese es un cumplido negativo. Pero ella advirtió que se había calmado.

—Y nunca dejaré de estar agradecida por el hecho de que ella escribiera esa nota —dijo ella—. Si no lo hubiera aclarado todo al mencionaros a los dos, pues…

—Pues —dijo él—, para decirlo claro, Lily —cruzó de nuevo la habitación y se sentó con precaución en su butaca. A Lily le daba la impresión de que Magnus aumentaba de peso cada día que pasaba—, me habría encontrado en apuros, al menos hasta que hubieran intentado «colgarle» el asunto a Mark.

—¿Sabes una cosa?, creo que comprendo cómo se sentía ella. No respecto a ti o a Mark, como es natural, sino cómo debía sentirse frente a la vida. Ese día en que yo me comporté de una forma tan inconsciente, experimenté la más increíble sensación de desesperación y abatimiento totales. Me sentí absolutamente triste y rendida, como si todo lo que es brillante quedara muy detrás de mí; Julia debió de sentir algo por el estilo.

—Julia no se encontraba en situación de razonar. Ninguno de nosotros puede saber lo que pensaba acerca de nada, y mucho menos acerca de algo tan vago como la vida. —La miró agriamente—. Tú no viste en qué estado se encontraba aquella casa.

—Me era imposible ir allí —replicó ella—; era del todo incapaz. —Desvió la conversación hacia un tema mucho más seguro—, ¿Has tenido suerte con lo de la casa?

—Nadie compra casas ahora, en especial casas tan criminalmente caras como ésa. El tipo de Markham y Reeves me ha dicho que el mercado está en el peor momento de los últimos quince años.

—¿Has visitado ya el cementerio, Magnus? —Ella había ido unos días antes, para ocuparse de las flores.

—No, la verdad. No he vuelto desde el funeral. No soporto el cementerio de Hampstead. Parece un suburbio de Melbourne.

—A Julia tampoco le gustaba.

—Cuento. Puro cuento. ¿Cómo puedes pretender que sabes una cosa así?

—Porque me lo dijo el día del funeral de Kate. Me dijo que le hubiera gustado que enterraran a Kate en un cementerio más antiguo. En Highgate.

—No creo que Julia tuviera una opinión muy firme sobre un cementerio que sólo había visto una vez, y aquel día estaba además tan agotada que casi no se tenía de pie.

Lily se encogió de hombros, irritada con él.

—En cualquier caso, al parecer nadie quiere esa maldita casa —dijo él. Eso era una manera indirecta de disculparse ante ella, y Lily volvió a echar una ojeada al cuadro de Sisley. Él siguió hablando—: La gente la va a ver y, por alguna razón, nunca les llega a gustar. ¿Te dije que el tal McClintock escribió para preguntar si Julia aceptaría volver a venderle los muebles? Decía que en las Barbados no le es posible encontrar un mobiliario así. Se habría llevado un buen susto si hubiera visto cómo quedaron sus queridos muebles.

—Este tema me da miedo —dijo Lily—, por favor no hables de ello.

—No iba a hablar de nada más —dijo él, y volvió a beber—. ¿Dan algo bueno en la caja boba esta noche?

—Nada —dijo ella—. Pensaba leer uno de esos libros que tenía Julia. Estoy a punto de acabar esta novela, y se me ha ocurrido empezar una de las suyas. Es una curiosa coincidencia, ¿verdad? Nunca había tenido tiempo para mirarlos, y además tampoco quería hacerlo. Pero me parece una lástima que se queden sin ser leídos. Hay uno muy bonito y largo sobre un arco iris. Creo que voy a empezar por ése, parece un libro muy agradable. Tenía muchos libros, ¿no es cierto?

—Porque no tenía amigos —dijo Magnus categóricamente.

—¿Cómo puedes decir algo así, Magnus? —preguntó ella con auténtica sorpresa—. Julia tenía amigos; tú y yo lo éramos, y supongo que Mark también, en cierto modo.

—Condenado Mark. Espero que le atropelle un autobús.

—Mark ha sufrido mucho.

Magnus desvió la mirada con impaciencia.

—¿Estás segura de que no hay nada interesante en la tele? Esta noche me gustaría ver algo.

Lily sabía que aquello significaba que quería pasar la velada en su compañía, y que la pasaría insultando a la televisión y a quienes la miraban. Deseó que se marchara; Magnus tenía uno de sus días criticones, lo cual la molestaba más en estos últimos tiempos que en el pasado.

—Nada que te pueda interesar, Magnus; tú aborreces la televisión, y ambos lo sabemos. Pero —agregó, más por costumbre que por reales ganas—, puedes quedarte a cenar. Hoy me toca régimen vegetariano; prepararé una buena ensalada.

Magnus se estremeció.

—Puedo ir a buscar algo a algún restaurante y traerlo. No me gustan estos martes tuyos sin carne.

—Como quieras —dijo ella en un tono tan neutro como le fue posible.

—De acuerdo, entonces.

Exasperada, Lily dejó caer el libro y se acercó a la ventana que daba a la terraza. Las flores aún tenían un aspecto vigoroso, y sus vivos colores resplandecían en el húmedo aire gris. A los ojos de Lily eran como banderitas llenas de satisfacción… decían: «Nosotras, al menos, no tenemos problemas».

A sus espaldas, Magnus carraspeó.

—Sólo por curiosidad, querida. ¿Aún asistes a tus reuniones?

Lily fijó la mirada en las verdes copas de los árboles.

—Con menos frecuencia —dijo ella.

—¿Por qué? ¿Es que no te gusta el nuevo gurú?

Lily deslizó la mirada por los ásperos y rugosos troncos de los árboles. En aquel frío y triste día de noviembre era poca la gente que vagabundeaba por el parque, y los hombres y mujeres caminaban apresurados por el largo camino, con las manos hundidas en los bolsillos de sus abrigos. Tenían un aspecto gris y vacío al lado de los grandes árboles, como de humo arrastrado por el viento.-Oh, mistress Venable es aceptable —dijo ella sin prestar mucha atención a sus palabras—, lo que pasa es que ya no siento el mismo interés por las sesiones. —Ahora estaba mirando a una criatura con abrigo y capucha que circulaba imprudentemente en bicicleta por el sendero, lo cual estaba prohibido. Ninguno de los demás transeúntes parecía darle importancia, como si sus opiniones fueran también humo—; pero no quiero desilusionar al resto del grupo —prosiguió. La personita bajó de la bicicleta y la dejó apoyada contra un árbol. Lily advirtió que era una bicicleta de niña—. Rosemund Tooth es una anciana tan adorable, y Nigel Arkwright puede ser encantador cuando no se pone a parlotear —siguió diciendo. La criatura del camino se había vuelto y daba la impresión de estar buscando algo en el suelo; la capucha le daba un aire de monje enano—; pero ya no me interesa como antes —dijo Lily—. Mistress Venable está especializada en ponerse en contacto con los difuntos, a través de un comunicante llamado Marcel, y yo siempre he creído que era una ficción… ¿sabes? —Magnus soltó un bufido de modo irritante, englobando a Lily dentro del grupo de gente que buscaba información de comunicantes llamados Marcel. Lily veía ahora el pálido brillo del rostro de la criatura, que estaba mirando hacia adelante como si reconsiderara algo. Luego alzó la cabeza y miró directamente a Lily. Tenía los ojos azules e inexpresivos. Con ambas manos, sin dejar de mirar fijamente a los ojos de Lily, se echó la capucha hacia atrás, dejando al descubierto un cabello de un dorado casi blanco.

Lily se apartó de la ventana de un salto, se volvió y dijo lo primero que le vino a la cabeza.

—Nunca debimos enterrar a Julia en el cementerio de Hampstead.

Magnus preguntó:

—¿Qué dices?

FIN