5
—Estaba a punto de comprenderlo todo —dijo Julia—. Estaba en la cama, leyendo el libro que me regalaste, y al llegar a la parte en que habla de Heather y Olivia Rudge, supe que me encontraba en el buen camino para entender lo que me pasa, porque no me lo he inventado, Lily. Está todo relacionado con Kate y una niña que vi antes de desmayarme, me faltaba tan poco para comprender, que sentía una increíble energía y estuve en un tris de llamarte, de tantas ideas que tenía. Mistress Fludd vio algo en la casa, y eso tiene importancia por lo que Magnus hizo a Kate. De alguna manera, la energía de la casa está dirigida contra mí debido a eso. Mistress Fludd sabía que se encontraba en peligro, y me dijo que yo también. ¿Te convences de que no se trata de una invención mía?
Hubo una larga pausa en la comunicación mientras Lily sopesaba el efecto de varias frases. Finalmente dijo:
—Querida, mistress Fludd ha muerto en un accidente. Muy cerca de su casa, la atropelló un coche que se dio a la fuga. Por lo visto iba andando desorientada entre la circulación de Mile End Road, y el coche desapareció antes de que nadie se diera cuenta de lo ocurrido. Siempre es mejor buscar una explicación razonable, racional, antes… antes de decidirse por otra.
—Ya lo sé. Pero hay cosas que no tienen una explicación racional.
—Querida, por trágico que sea, un atropello no tiene nada de sobrenatural.
—El mal no es racional. Lily, sé que hay algo que me odia… algo en esta casa. Mistress Fludd también lo sintió y me lo repitió sin cesar. Estaba tan cerca de entenderlo todo la noche que leí lo de las Rudge… Casi lo logré; tenía todas esas ideas, podía percibir el pasado a mi alrededor. El pasado está en esta casa. ¿No te das cuenta de que estoy relacionada con esa historia por causa de Kate? Ella es la clave de todo.
—Bueno, en cuanto a eso de la clave de todo —empezó a decir Lily, pero luego se calló. Le había prometido a Magnus (lo habían decidido los dos juntos, ayudados por el severo consejo del médico de Julia) que no iba a llevar a Julia a ese terreno; si Julia debía llegar alguna vez a admitir la verdad sobre la muerte de Kate, tendría que hacerlo por sí misma. Así pues, acabó la frase diciendo—: Creo que todo es producto de tu estado mental.
Al instante se arrepintió de las palabras que había usado.
—¿Mi estado mental? Eso sí que es amable de tu parte, Lily. Gracias.
—No lo he dicho con esa intención, querida, de verdad.
—Me cuesta creer que precisamente tú te niegues a considerar la posibilidad de que esté sucediendo algo fuera de lo común, Lily. ¿El que mistress Fludd pudiera ver o sentir algo, tal como sucedió, no está precisamente dentro de la línea de tus creencias? ¿No es justamente el tipo de cosa que tú aceptas?
—Sólo en las circunstancias adecuadas, Julia. Ya sabes que creo firmemente en lo sobrenatural, pero…
—¿Y qué me dices de Heather y Olivia? Lily, no existen las casualidades. ¡No existen las casualidades! Todo eso me ha ocurrido por alguna razón. Puede que fuera necesaria una coincidencia para que todo empezase, puede que exista una especie de plan. No lo sé, pero he estado investigando mucho el caso de las Rudge durante los últimos días, y estoy segura de que he de seguir por ese camino. Me he enterado del nombre de la clínica en que se encuentra Heather Rudge; es la clínica Breadlands, y le he escrito para que me permita visitarla.
—¿Cómo lo has averiguado?
—En un Times antiguo. Mi vecino, Perry Mullineaux, me dio un pase de lector para la hemeroteca del Museo Británico, y me pasé los tres últimos días entre periódicos viejos. ¿Recuerdas que me dijiste que necesitaba interesarme por algo? Pues te aseguro que ya lo hago. Te lo aseguro. A veces casi puedo verlas a las dos, puedo sentirlas en la casa; oigo la música que ellas escuchaban, en ocasiones tengo la impresión de que acaban de salir de la habitación apenas un momento antes de entrar yo… ¿Sabes lo de la calefacción? La tenía que apagar sin que la hubiera encendido, eso lo hacía otro. Creía que era Magnus, pero al final la única habitación donde sucedía era en la mía, fijé el interruptor en la pared con cinta adhesiva, pero el radiador no dejó de funcionar. Así que corté los cables, y el radiador todavía está en marcha. Eso no tiene mucha importancia, ya lo sé, pero además está lo de la mancha de sangre en mi vestido de algodón azul, que no se iba y se hacía cada vez más grande, está lo de las apariciones fugaces de alguien que veo en los espejos, y el agua sale tan sucia que apesta, es como caca, como diarrea llena de dinero, a veces huele a centavos americanos viejos y grasientos; hace una semana que no me baño. Además está lo de los ruidos y todo el ambiente de la casa; quiere que yo esté aquí pero no le agrado. Lily, ¿por qué he comprado esta casa? ¿Precisamente esta casa? ¿No te parece que tengo todo el derecho de averiguarlo? Es ésa la razón por la que mistress Fludd fue asesinada. Es horrible, espantoso, mataron a esa inteligente anciana para evitar que yo lo descubra todo demasiado pronto. Voy a visitar a Heather Rudge, y a buscar a todo el que sepa algo de Olivia… Veo continuamente maldad en los niños, no simples travesuras, sino auténtica maldad, Lily. Kate está detrás de todo esto. Ahora que está muerta es malvada y tengo que ocuparme de ella, tengo que hacer lo que pueda, es tan injusto…
—Julia —dijo Lily cuando la voz de Julia se quebró hipando con excitación—, quiero que vengas a vivir conmigo. No creo que debas estar sola.
—No puedo. Todo lo que me interesa está aquí.
—Julia, ¿has estado bebiendo?
—No mucho, ¿por qué? No tiene importancia; Magnus también bebe.
—Quiero que vengas a mi casa, Julia.
—Tiene gracia, todo el mundo quiere que vaya a vivir a su casa. Soy muy popular en la familia Lofting. No puedes imaginarte lo querida que me siento.
—¿Duermes bien?
—Ya no necesito dormir, estoy demasiado excitada para poder hacerlo. Bueno, supongo que duermo un par de horas cada noche. He tenido los sueños más increíbles; sueño continuamente con esa niña que vi en Holland Park. Es una especie de imitación a Kate, supongo. Parece carecer de toda virtud que compense su maldad.
—Julia, el sentimiento de culpabilidad no debe…
—No me siento culpable; eso se lo dejo a tu hermano.
Julia colgó.
Preocupada, en su pequeña pero completa cocina, Lily cogió la regadera y la llenó con agua del grifo. Salió a la terraza y empezó a regar las flores que mostraban los efectos de la sequedad del último mes, particularmente caluroso para un verano londinense. El tiempo acabaría por cambiar, supuso. Lily no recordaba un tiempo tan bochornoso desde un verano hacía veinte años; lo recordaba porque fue el año en que Magnus compró la casa de Gayton Road. En aquella época, él no estaba tan gordo, y le había dicho que le gustaba ir a Hampstead Heath y tomar el fresco. Un día le encontró en Gayton Road y le acompañó a Hampstead Heath. En la verde pendiente de un valle, Magnus se quitó la camisa y te quedó dormido al sol. A los ojos de ella, tenía un aspecto enorme, hierático, con su gran tórax sonrosado y la hermosa e imponente cabeza sobre la hierba verde y brillante. Lily le estuvo mirando una hora entera, admirada de que hasta dormido Magnus pareciera más autoritario y poderoso que otros hombres. Claro que era cruel, pero no con ella. «Magnim», había dicho ella, tocándole una de las hirsutas cejas; era su hombre en el lenguaje particular de los dos. Le gustaba que él tuviera mujeres, pero se sentía igualmente contenta de que no pareciera ser capaz de casarse. En aquellos tiempos, Lily pensaba que la mayoría de las mujeres tenían suficiente criterio como para no querer casarse con Magnus.
Lo de Julia había sido una sorpresa. Por entonces era una muchacha inocente y radiante, con un precioso pelo y una actitud modesta que contrastaba absurdamente con su saludable aspecto, y encajaba con el tipo de mujer a la que Magnus seducía (físicamente, era una especie de Sonia Mitchell-Mitchie, entonces Hoxton, en versión americana), pero distaba mucho de ser la clase de mujer que él debiera haber elegido como esposa. Por algún motivo, Lily siempre creyó que si Magnus se casaba lo haría con una mujer mayor que él. «Es por sus ojos a lo Burne-Jones», había sugerido Mark, el pobre Mark, tan envidioso de cualquier mujer a la que Magnus conquistara, aunque fuera un esperpento. Luego, Lily se enteró de la magnitud de la fortuna de Julia, y el matrimonio de Magnus le resultó más comprensible.
Pero no por eso fue menos doloroso durante años. Lo cierto es que Kate había ayudado a la reconciliación, o quizá la propiciara, puesto que Magnus, que poco había cambiado en otros aspectos, reveló una sorprendente capacidad para la paternidad. Era tanto lo que quería a Kate, que Lily no pudo sino hacer lo mismo, y con el tiempo, ella y Julia se hicieron amigas. El que Julia desde el primer momento hubiera deseado y alentado esa amistad ayudó mucho; pero tal vez el cambio se produjo una mañana en que Lily llegó y se encontró con una Julia que amamantaba a su hija y que en lugar de leer un manual de puericultura leía Middlemarch. Julia podía ser absurdamente joven y casi demasiado rica, pero al menos tenía buen gusto en la elección de sus lecturas. Lily acabó por prestarle algunos libros sobre ocultismo (recomendados por míster Carmen y miss Pinner) y se había sentido complacida de que Julia los leyera con atención. (Si bien mostró mayor interés en el Roheim y Mircea Eliade de míster Carmen que en los libros de proyección astral de miss Pinner). Más adelante, tendría mayor razón de sentirse agradecida a Julia, aunque ésta lo ignorara, ya que había comprado el piso de Plañe Tree House en gran parte con el dinero que Magnus le diera de su cuenta conjunta. Del mismo modo que sabía, sin preguntar que Magnus compraba con el dinero de Julia, la mayoría de los costosos regalos que le hacía a ella.
Lo más importante, pensaba Lily, era conseguir que Julia volviera con Magnus; no importaba el dinero que se perdiera por la casa y lo que había en ella. Los dos necesitaban la reconciliación. Lily sabía perfectamente bien que a veces sentía celos de Magnus por ser hombre, y de Julia por haberse interpuesto entre ella y su hermano como ni siquiera Mark había hecho jamás, pero era necesario para todos que ambos hicieran las paces. Esa última semana, Magnus había estado peor que nunca. En ciertos momentos hasta parecía odiar a Julia (si bien, orgulloso como era, no precisaba de ayuda sobrenatural para ello), aunque deseaba con desesperación que se restableciera y que regresara con él.
Y Julia necesitaba a Magnus más aún que él a ella. Había empezado a tener un aspecto terriblemente débil y enfermo, su maravilloso pelo se había vuelto opaco y lacio, y la cara como abandonada, con bolsas. En ocasiones no parecía estar escuchando lo que se le decía. Julia se mantenía activa por pura energía nerviosa. No era extraño que viera niños malvados por todas partes o que se hubiera imaginado una malsana historia sobre Kate.
Y ahora esa obsesión con el caso Rudge, que era perfectamente explicable a la luz de lo que Julia se obstinaba en reprimir. Lily se imaginó a Julia en la biblioteca, hojeando febrilmente antiguos periódicos, tomando notas absurdas; debía de parecerse a Ofelia flotando corriente abajo por un mar de papel impreso.
«Tengo una deuda con Julia y conmigo misma», pensó Lily. Cuando acabó de regar, dejó la regadera en la terraza y entró para telefonear a Magnus.
Lo más importante era mantener a Julia lejos de Mark. A Mark le faltaba algo, una parte de su moral que estaba llena de resentimiento hacia Magnus. Lily sabía que Mark no desperdiciaría la menor oportunidad para humillarle. Julia, debilitada y quizá histérica, se mostraría más receptiva a los requerimientos de Mark. Había que evitarlo.
Llamó primero a Gayton Road. Al no obtener respuesta, probó en el bufete, donde una secretaria le dijo que no le había visto en todo el día y tenía instrucciones de no esperarle. Sabía lo que aquello significaba. Lily llamó a varios clubs adonde él solía ir a beber, y por fin le localizó en el Marie Lloyd, señal segura de problemas. Una vez, en el Marie Lloyd, el menos agradable de todos los pequeños clubs que él frecuentaba en la ciudad, empezó a buscar camorra; otra oportunidad había tumbado a un camionero ante la puerta del club porque éste le había sonreído burlonamente. Tenía que calibrar con cautela el estado de embriaguez de su hermano, y de acuerdo con eso controlar sus propios comentarios. Además de ser su espía, se veía a sí misma como su protectora. Las primeras palabras que pronunció él le bastaron para saber que sería peligroso irritarle, así que Lily le contó la conversación con Julia omitiendo casi todo lo referente a las Rudge.
—Sí, está mucho mejor —dijo ella—. Creo que se desmayó de agotamiento, y ha estado descansando. Tiene un proyecto en el que quiere empezar a trabajar; eso la mantendrá ocupada. Parece tratarse de algo del todo inofensivo. Magnus, no debes ir más por esa casa; es una táctica absolutamente equivocada.
—¿Estabas tú con ella cuando se desmayó? ¿La viste? —Eso significaba, Lily lo sabía, que Magnus no quería seguir su consejo.
—Un vecino la vio desmayarse —dijo Lily. Ahora no era el momento apropiado para informar a Magnus de que Mark había llegado allí instantes después—. Alguien me avisó y la metimos en casa. Se había olvidado las llaves dentro pero las ventanas de atrás estaban sin cerrar y entramos por allí.
—Esas malditas ventanas están siempre abiertas —rezongó Magnus—. Iré a verla, y a llevármela a casa.
—Yo no lo haría —intervino con rapidez Lily—. En su estado, eso sólo empeoraría las cosas.
—Tonterías.
—Creo que deberías irte a casa, y dejar las cosas como están, por unos días, cariño, hasta que se haya tranquilizado un poco. Es una chica terriblemente desorientada.
—Tiene un aspecto horrible —dijo Magnus—. Ya la vi. Pero ¿quién no está desorientado?
—Magnus, pronto tendrá que afrontar la verdad de lo que le pasó a Kate. Ya sé que es espantosamente injusto que te culpe a ti por lo ocurrido y, querido, sé lo que te duele, pero creo que lo mejor que puedes hacer ahora es irte directamente a casa, y tal vez telefonearla luego, para hablarle con calma. Estoy segura de que a la larga es la mejor táctica.
—Tengo el presentimiento de que me ocultas algo, Lily.
—No, no es cierto.
—¿Cuál es ese proyecto? —Magnus soltó un sonoro eructo—. ¡Dios mío!, tengo que ir a hacer pipí. ¿Cuál es ese proyecto en el que está metida?
—Me parece que tiene algo que ver con la casa.
—¡Santo cielo! —exclamó Magnus, y colgó el aparato con brusquedad.
Mientras colgaba el teléfono, Julia se sentía todavía excitada por la alegría. Eso tenía poco que ver con el alcohol, a pesar del comentario de Lily, porque sólo había bebido un poco de whisky con agua por la tarde, a su regreso de la hemeroteca de Colindale. No obstante, su estado era similar al de una borrachera; era una sensación eufórica e impulsiva, de que se había puesto en marcha, de que la solución estaba próxima. No le cabía duda de que ésta estaría relacionada con las Rudge; ellas la ayudarían a exorcizar a Kate, a que por fin Kate pudiera descansar en paz. Cómo iba a suceder eso era algo que ignoraba, pero estaba segura de que sucedería. En todo caso, ya no le quedaba otra posibilidad; estaba obligada a descubrir la verdad sobre Olivia Rudge.
Los ejemplares antiguos del Times y el Evening Standard que había leído la habían convencido al menos de algo: Olivia Rudge había sido una psicótica. Un miembro de su grupo, la pandilla de niños de Holland Park, que la prensa mantenía en el anonimato, había declarado que Olivia era «retorcida». Un periodista la calificaba de «inquietante». Si Julia conseguía establecer la verdad sobre el asesinato del pequeño Geoffrey Braden, quizá Kate se apaciguara. ¿No era prueba de eso el notable cambio de humor que ella había experimentado al leer aquellas páginas de El barrio real de Kensington?
Todavía le resultaba difícil concentrarse para recordar lo que se suponía que tenía que hacer en cada momento, pero se sentía como si cabalgara sin defensa sobre la cresta de una gran ola.
Se le quemaba la comida, dejaba tazas de café a medio terminar por toda la casa, pero desde que le había pedido a Perry Mullineaux un pase de lector, contaba con un objetivo alentador; hasta Magnus resultaba menos importante. Que siguiera acechándola por el barrio; él estaba simplemente en el presente; no tenía relación con lo que verdaderamente importaba.
Mientras se dirigía hacia el comedor y a las puertas que daban al jardín, satisfecha de sí misma por el modo brusco en que había despedido a Lily, Julia recordó algo que se le había ocurrido al final de su jornada en la biblioteca. Antes de hablar con Heather Rudge (estaba segura de que ésta daría señales de vida), revisaría ejemplares antiguos de The Tatler. Sin duda, en la época en que daba aquellas fiestas había sido fotografiada para la revista, incluso era posible que aparecieran fotos tomadas en sus fiestas.
Recordó entonces algo que Mark había dicho cuando apareció, casi por arte de magia, junto a ella, al desmayarse. Al recobrar el conocimiento se había encontrado en brazos de Hazel Mullineaux y con Mark cogiéndole la mano. Incluso entonces, mareada y confusa, pudo darse cuenta de que a mistress Mullineaux no se le pasaba por alto la presencia de Mark, y que hacia todo lo posible por mantener su iniciativa a la misma altura que él. Mark la había sujetado por la mano con mayor fuerza y le dijo a Hazel Mullineaux:
—No sé quién es usted, pero ya que es tan amable, ¿podría atravesar el parque para ir a buscar a la cuñada de Julia, Lily Lofting? —Le dio la dirección de Lily y dijo que él se quedaba para cuidar a Julia.
Algo perpleja, pero satisfecha por sentirse útil, Hazel les dejó solos.
—Me ha salido redondo, ¿no te parece? —preguntó Mark.
—¿Las mujeres hacen siempre lo que les dices?
—Casi siempre. Son suficientemente sensatas para no llevarme la contraria. Pensé que ibas a morirte. La expresión fúnebre de tus ojos me ha recordado, como siempre, a la muchacha del cuadro de Burne-Jones que está en la Tate.
—¿Ojos fúnebres? ¿Burne-Jones? ¿De qué me estás hablando? Ya me encuentro mejor —Julia se enderezó, casi recuperada.
—La muchacha del cuadro El rey Cofetua y la pordiosera. Tenéis los mismos ojos. Me di cuenta hace años, cuando te vi por primera vez. ¿Qué te ha pasado?
Luego le había contado lo de la niña rubia del parque, apresurándose en acabar la historia antes de que llegara Lily. El incidente era tan secreto que, al menos por entonces, sólo podía compartirlo con Mark.
Julia metió algunas cosas en el bolso y se precipitó a la calle justo cuando aparecía un taxi en la esquina más alejada de Ilchester Place. Al aproximarse, le hizo una seña y dijo al taxista:
—A la Tate Gallery, por favor. —Era mejor que ir en su coche. Se sentía demasiado excitada para conducir el Rover.
Cuando el taxi se detuvo frente a la Tate, Julia pagó con un billete de una libra y subió de prisa los grises escalones de piedra, cruzándose con los habituales grupos de turistas, y entró. Le preguntó a un vigilante:
—¿Podría indicarme dónde están los pre-rafaelitas? Busco un cuadro determinado, un Burne-Jones.
El hombre la informó detalladamente, y Julia bajó las escaleras llegando por fin a la sala indicada. Encontró el cuadro inmediatamente. La muchacha estaba sentada en un largo banco, recostada en un almohadón, y sostenía con timidez unas flores; el rey, sentado en un trono de oro más abajo, miraba hacia lo alto. Ella se parecía a la muchacha pintada por Burne-Jones. Ojos fúnebres. ¿Los suyos eran tan redondos? Pero el rey, el rey, dejando aparte su corta y puntiaguda barba era Mark. Julia quedó boquiabierta de placer. Permaneció ante el cuadro por espacio de diez minutos, y luego, sin dejar de admirarlo, fue a sentarse a un banco desde el que podía seguir contemplándolo. Por la pequeña sala desfilaron varias oleadas de visitantes, que se aglomeraban y tras dar una vuelta salían de nuevo. Julia cambiaba de sitio si alguien se interponía entre ella y el cuadro. Al final, sola en la sala, se echó a llorar en silencio.
Tenía a Mark; al menos contaba con él. Ambos eran víctimas de Magnus. La frase de Mark condensaba la fútil historia de su matrimonio. Julia no sabía si estaba llorando por los nueve años desperdiciados o por el alivio de que Mark le hubiera indicado, aunque someramente, el camino para salir de ellos.
Mark, Mark.
Cuando la siguiente hornada de visitantes entró en la sala, Julia se enjugó los ojos, subió las escaleras y, después de pasar por varias galerías, llegó a la entrada. Salió a la luz, al calor y al ruido del tráfico en el exterior; descendió la escalera de piedra, atravesó la calle dirigiéndose al malecón y empezó a pasear a lo largo, del río. Al cabo de un rato se detuvo y, apoyándose en la baranda, se puso a mirar el lento discurrir del agua gris. La marea baja había dejado varados en el barro y la grava del lecho del río hierbajos, un neumático de bicicleta, una maltrecha muñeca y un gorro de niño. Julia estaba segura de que pronto tendría noticias de Heather Rudge; se sentía curiosamente ajena a su cuerpo, como si flotara por encima de la suciedad del río. Se sorprendió a sí misma adoptando la expresión de la muchacha del cuadro.
«Esta chica se está derrumbando —pensó Lily—, y en ese caso nos va a perjudicar a todos». Mientras se secaba las manos, trató de recordar si se le había dado alguna explicación por la presencia de Mark junto a Julia. ¿Había sido invitado? ¿Acostumbraba a visitarla? La primera posibilidad era menos inquietante que la segunda, aunque sólo de una manera superficial. En todo caso, tendría que llamarle la atención a Julia, rescatarla de su estado de ánimo violento e irracional. Era casi seguro que Julia había sido dada de alta en el hospital demasiado pronto; Magnus se encargaría de ponerle remedio a eso. La muchacha se había obsesionado con el sórdido caso Rudge, del que Lily sólo tenía un vago recuerdo. Había ocupado las páginas de los periódicos durante varias semanas hacía ya mucho tiempo, ahora que lo recordaba. Ocurrió el mismo verano en que Magnus había comprado su casa. Pero sólo había sido uno de esos escándalos periodísticos, sin ninguna relación con ella. El que Julia se hubiera obsesionado por esa vieja historia era un síntoma seguro de su desequilibrio.
Sin relación. A menos que… no, eso era imposible. A pesar de las frenéticas aseveraciones de Julia, las casualidades y coincidencias era algo que ocurría todos los días. Bastaba pensar en Rosa Fludd para convencerse. Pobre Rosa Fludd. Pobre Rosa. Su detestable sobrina había sido muy descortés con Lily cuando hablaron por teléfono.
Lily atravesó la sala en dirección al dormitorio, deteniéndose para contemplar el dibujo de Stubbs, el regalo de cumpleaños que le había hecho Magnus. Tal vez aún pudiera persuadir a Julia para que durmiera en la alcoba disponible. Tenía que convencerla de algún modo; todos habían sido demasiado benevolentes, demasiado indulgentes con la mujer de su hermano. Lily se la imaginaba como una mariposa golpeándose contra una ventana; para preservar sus colores, había que colocar la mariposa bien apretada entre dos cristales. Cuando Julia se encontrara a salvo en el dormitorio vacante de Plane Tree House, Magnus podría venir y hacerla entrar en razón. Mientras pensaba esto, se le ocurrió que preguntaría a Magnus sobre la coincidencia que un momento antes le había llamado la atención, para saber si podía ser cierto; y si lo era, ¿podría descubrirlo Julia? Lily se contrarió por los pocos detalles que conocía de la vida privada de Magnus. ¿Adónde había ido con exactitud cuando frecuentaba Ilchester Place? ¿Pero no sería llevar las cosas demasiado lejos el suponer…? Lily apartó la idea de su cabeza y se volvió hacia el ropero. Había decidido cambiarse de ropa.
Cuanto más discreta se vistiese, más convincente resultaría. Rebuscando entre sus vestidos, Lily sacó uno de hilo azul oscuro; lo tenía desde hacía ocho años, y aún resultaba elegante. Luego abrió el cajón de los pañuelos, suspiró, y empezó a cambiarse.
Vestida con el traje azul y una blusa de color blanco crudo que Julia le había regalado el año anterior, Lily regresó junto al cajón de los pañuelos. Se probó tres antes de decidirse por uno rectangular y largo de Hermès con un estampado rojo y blanco; contempló entonces su aspecto en el alargado espejo. Parecía una mujer un poco más práctica que de costumbre, como una abogada retirada o la esposa de un próspero profesional. Ahora debía ensayar lo que iba a decir a Julia. Consultó el reloj y vio que había pasado media hora desde que había hablado con ella por teléfono. Seguramente aún estaría en casa.
«Usa la historia de Rose —se advirtió Lily a sí misma—. Recuérdale que mistress Fludd le dijo que abandonara la casa». Este era el momento de dominarse, de ser firme, antes de que las cosas se salieran totalmente de cauce. No debía mencionar a Kate a menos de que Julia lo hiciera primero. Era monstruosamente injusto para Magnus, pero, tal como Lily se recordó a sí misma, él había seguido la sugerencia del médico con mayor rapidez que la propia Julia; Lily iba a poner punto final a la fantasía de Julia.
Lily consideró que debería haber utilizado el plural. Una fantasía había engendrado media docena. «Lo que necesita es que le echen un poco de agua fría por encima», murmuró, y comprobó en el espejo cómo le quedaba la falda. Estaba lista.
Ya en la calle, bajo el cálido sol, se dirigió hacia el parque. Era viernes por la tarde, y Holland Park siempre parecía más lleno entonces que cualquier otro día de la semana. La pulcra imagen de Lily, con el bolso oscilando al compás de sus tacones, se movía entre las hordas de gente joven, holgazanes en su mayoría. Estudiantes; si bien no habría sabido decir cuándo estudiaban. «Claro que hay una asignatura muy popular», pensó, viendo a una pareja que se besaba en la hierba. Magnus debía haberse casado con alguien de su edad; un hombre como Magnus necesitaba una mujer respetable como esposa. Y desde luego no una americana; los americanos no alcanzaban a comprender muchas cosas a pesar de todos sus coches y cepillos de dientes eléctricos. Ahora, Magnus ya sería Consejero de la Reina, pero toda esperanza se le había ido al traste cuando Julia se convirtió en mistress Lofting. Sin duda era una chica adorable, y nadie podía decir que todo aquel dinero no hubiera sido útil, pero incluso eso tenía su lado negativo. El viejo sinvergüenza que lo había ganado era una especie de pirata, según Lily había oído decir. El bisabuelo de Julia había sido uno de esos implacables magnates del ferrocarril de fines de siglo; en opinión de Magnus, tenía las manos llenas de sangre hasta los codos. Al parecer, el abuelo estaba cortado por el mismo patrón; había hecho talar bosques enteros, envenenado ríos, provocado guerras, quebrado empresas y matado a hombres para aumentar su fortuna. Había una mancha, una mancha histórica en el dinero de Julia. Lily alzó la cabeza y se adentró en el parque, con los tacones repiqueteando sobre el asfalto.
Al bajar un corto tramo de escaleras junto a los jardincillos, Lily vio a una niña rubia saltar desde uno de los bancos en los que la gente de edad tomaba el sol y echar a correr en la misma dirección que ella. Unos metros, más adelante, la niña se puso a andar, «Qué monada de niña, con ese aire tan anticuado», pensó Lily; hasta se parecía un poco a Kate, al menos vista por detrás. Al cabo de un instante descubrió que eran los pantalones lo que le daba ese aspecto pasado de moda; eran de cintura alta y elástica, como los que llevaban los niños veinticinco años atrás. La niña casi parecía guiar a Lily hacia la casa de Julia. Empezó a saltar por delante de ella, volviendo a caminar cuando se alejaba más de quince o veinte metros, y luego, al aproximarse Lily, brincó y echó a correr de nuevo; «es como si la llevaran atada con una cuerda», pensó Lily.
Cuando llegaron a la zona de juegos infantiles, desde donde se veía la casa de Julia, la niña desapareció. Lily la buscó con la mirada por un momento, atónita. Miró a los niños que jugaban en la arena y correteaban junto a los árboles, pero no vio el brillo de aquel sorprendente pelo, aquel pelo igual al de Kate. A su izquierda, en la larga franja de césped, sólo había tres niños pequeños lloriqueando, y ninguno de ellos era la niña.
Lily miró de nuevo a uno y otro lado, luego se encogió de hombros y se disponía a reanudar su camino cuando sintió un súbito escalofrío en todo el cuerpo. Había visto, estaba viendo ahora, de perfil, a una robusta mujer mayor sentada en un banco verde. Era Rose Fludd. Se encontraba lejos, a la derecha de Lily, mirando hacia adelante, inmóvil. Vestía el horrendo abrigo de lana que llevaba la noche de la última reunión. Lily se volvió lentamente en dirección a la mujer; sentía el estómago agarrotado y un hormigueo en las puntas de los dedos. Advirtió que era incapaz de hablar.
Con un gran esfuerzo de voluntad, Lily desvió la mirada de mistress Fludd hacia los niños. Estos seguían jugando, revolviendo la arena. Sus voces le llegaban claras y dulces. Miró de nuevo hacia el banco y lo encontró vacío; al igual que la niña, Rose Fludd había desaparecido.
Lily fue recobrando poco a poco el aliento, como si éste hubiera permanecido frente a ella, en suspenso, durante unos minutos. Enderezó con cuidado la espalda y se palpó la parte posterior de la cabeza. Volvió a mirar hacia el banco: no había nadie sentado en él. Ninguna señora gorda de aspecto gris y triste. Por supuesto, allí no había habido nadie; «qué cosa más increíble —pensó Lily—. ¡Mira que tener una alucinación precisamente cuando me disponía a hacer entrar en razón a Julia!». Una persona menos equilibrada que ella habría empezado a fantasear como Julia, condenándose para siempre a la irrealidad. Lily se permitió una sonrisa al pensar en cómo reaccionarían miss Pinner o miss Tooth si mistress Fludd resucitara. Luego se preguntó qué debía ser exactamente lo que miss Pinner había visto en el cuarto de baño aquella extraña noche. Entonces se recordó a sí misma que no debía, por ningún motivo, tocar ese tema con Julia. Se encontraba, reflexionó, en la posición de un sacerdote tomando una actitud severa respecto a los milagros frente a un recién converso demasiado entusiasta.
Lily se sentía ya recuperada; bueno, casi recuperada. La experiencia había sido decididamente desagradable. Echó una última mirada hacia el banco (vacio) y prosiguió su camino con paso firme.
En la esquina de Ilchester Place se detuvo, intentando poner en orden sus argumentos. No tenía pensadas las palabras exactas, pero sabía que necesitaba algo en qué apoyarse; debía obligar a Julia a abandonar esa casa. Tal vez podría utilizar a Magnus. Era necesario hacer alguna velada amenaza. Si pudiera dejar caer la palabra «hospital» de un modo adecuado… Lily permaneció inmóvil un momento, disfrutando del poco frecuente sabor del poder y la complicidad.
Levantó la vista hacia las ventanas del dormitorio de Julia. ¿O tal vez fueran las de las habitaciones que no se utilizaban? La casa parecía deshabitada; «más ficción», pensó Lily. Aquella maldita alucinación la había perturbado. De todas formas, por las ventanas laterales comprobó que al menos en la mitad de la sala no había nadie. Desde la acera opuesta podría ver hasta el jardín posterior: y si las cortinas estaban corridas, ¿no significaría eso que Julia se encontraba en casa? Lily se sintió extremadamente reacia a iniciar su campaña de inmediato.
Recorrió los diez pasos que separaban ambas aceras y miró a través de la doble serie de ventanas hacia el jardín que se reflejaba con suavidad, como reducido a escala, enmarcado por éstas. Tendría que tocar el timbre. ¿Por qué aquella extraña resistencia? Un recuerdo se agitó en el fondo de su conciencia y surgió a la superficie: mistress Weatherwax en un cóctel después de la guerra (en el Albany, recordó). Una mujer gigantesca, la esposa de un ministro, la reina de su grupo; mistress Weatherwax se había mostrado de un humor particularmente desagradable, e instalada en un sofá, con la desaprobación pintada en el rostro, casi había desafiado a todo el que se le acercaba. Era absurdo, pero la casa le recordaba a mistress Weatherwax, emanando hospitalidad desde el floreado sofá del Albany. Esas flores aplastadas a lo largo de la casa, ¿habían sido una especie de retruécano visual? Retruécano o no, la impresión resultó clara y viva.
«Qué absurdo», pensó Lily, y dio un paso sobre la calzada. Entonces vio aparecer la cara de Magnus en el luminoso rectángulo de hierba del jardín trasero, y se quedó paralizada en el momento en que iba a dar un segundo paso. Retrocedió con rapidez. Un instante después se hizo a un lado tanto como pudo, sin perder de vista las ventanas de la parte trasera de la casa. Magnus estaba forcejeando con el pomo y farfullaba algo. Mientras Lily le observaba consternada, él extrajo de la billetera algo parecido a una tarjeta y la introdujo en la ranura donde se unían las dos hojas de la ventana. Movía el brazo de arriba abajo con rapidez; la ventana se abrió de par en par, y Magnus trepó al interior de la casa. Lily no pudo ver nada más.