12
Hubo un tiempo en que había sido diferente. Había existido una mujer joven, atractiva y más bien plácida llamada Julia Lofting, que vivía en la zona norte de Londres con su brillante marido y su hermosa hija, y los tres habían llevado una vida despreocupada, feliz y tranquila, cada uno entregado a la unidad que formaban, cada uno entregado al otro… En un tiempo existió una muchacha muy rica llamada Julia Freeman, que se casó con un hombre de más edad, un inglés llamado Magnus Lofting, y vivió con él en Londres, tolerando sus indiferencias y arrebatos por amor a la hija de ambos (su hija)… En un tiempo una confusa e insegura mujer americana llamada Julia vivió en una casa con su hija, y veía a su marido cuando éste regresaba tarde por la noche de los clubs que frecuentaba…, había existido una niña hermosa y llena de imaginación llamada Kate Lofting… pero murió… Una vez existió una pareja, Magnus y Julia, que vivía en una bonita casa, aunque no tan bonita como hubieran podido permitirse porque ambos (ella) detestaban el despilfarro, que tenía dos coches y una hija, con pocos amigos aparte de la familia, debido a que a mucha gente no le gustaba Magnus y porque Julia era un poco tímida y su hija era todo lo que necesitaban, en realidad… en cierta ocasión una muchacha americana se había unido a un hombre llamado Magnus con el que tuvo una hija, y ella utilizaba su propio dinero para hacer que él durmiera con ella (se casara con ella)… Hubo un tiempo en que existió una muchacha a la que todo el mundo quería. Julia contempló el agrietado techo del dormitorio, pensando en la joven que había sido, la niña mimada de su padre (lo más bonito de su físico era el cabello). Y esperó. Lo mejor y más auténtico de ella pertenecía al pasado, que le había enviado a Olivia Rudge. Con cuyo padre se había casado. Estaba demasiado fatigada para moverse de la cama, y su pensamiento saltaba de una versión a otra.
De la planta baja le llegó el ruido de un estropicio; podía oír vidrios rompiéndose, una serie de explosiones huecas y ruidos de algo que rasgaba, de tela desgarrada. Los ruidos habían empezado en la cocina y luego se trasladaron al comedor. Ahora eran como los de sillas lanzadas contra la pared. «Yo quería liberarte —pensó Julia—, quería que pudieras obtener la paz; pero no es paz lo que tú quieres. Lo que tú quieres es dominar. Nos odias a todos nosotros, y también a esta casa. Te he liberado, pero en un sentido equivocado». En algún rincón de la casa la madera se rajó, y al seco sonido le siguió de inmediato otra serie de explosiones. Eran las tazas del comedor. Luego el ruido más intenso y apagado de platos rotos. ¿Era una botella de algo lo que acababa de estrellarse contra la pared? ¿De vino? ¿De whisky? Julia, medio aturdida, olió el ambiente pero sólo un leve olor a excrementos.
—Ya está arreglado.
—¿Cómo?
—Necesitamos un certificado firmado por su médico y por otro. Dos médicos del hospital, el doctor No-sé-cuántos y otro están dispuestos a firmar. Luego la internarán y pasará un período en examen. Es una orden temporal, pero me dará tiempo para buscar el medio de mantenerla encerrada y fuera de peligro. ¿Estás satisfecha?
—En estos momentos no sé lo que me puede satisfacer.
—Lily, no me vengas con pamplinas. Esto ha sido idea tuya, ya lo sabes.
—Se me ocurrió por tu bien, querido hermano.
—Por el nuestro. Y por el de ella.
Magnus miró al otro lado de la habitación, hacia donde Lily estaba sentada en su elegante sofá, junto al biombo persa. Ella le miraba a su vez de una forma extraña; sus ojos parecían más grandes de lo habitual, y los iris color avellana daban la impresión de nadar en el blanco circundante. Estaba totalmente pálida.
—Por amor de Dios, Lily —dijo él—, ¿aún estás enfadada conmigo por esa desdichada criatura? Te lo estás imaginando todo, yo no te he mentido. Jamás vi a esa niña; cualquiera pudo haber sido el padre.
—Cualquiera no lo fue.
—Es un poquito tarde para realizar una prueba de sangre.
—Me gustaría que no fueses tan obtuso a veces.
Él la miró totalmente desconcertado.
—Lily, deja que te explique nuestra situación. Julia puede ser internada en el hospital tan pronto como yo cuente con las firmas de los médicos, lo que será el martes a más tardar. Tengo poderes sobre todo el capital, ya sea de cuentas conjuntas o separadas, en caso de que Julia sea hospitalizada o muera. Menciono esto último como caso extremo. El punto legal en cuestión es la incapacidad mental, que deberá ser probada con la autorización de los médicos a nuestra solicitud de hospitalización involuntaria. Es muy sencillo.
—Telefonéale —ordenó Lily—; ahora mismo.
—¿Qué? ¿Quieres que venga aquí? Ahora ya no es necesario, dado que los médicos…
—Telefonéala.
—Lily, ¿qué diablos está pasando?
—Estoy aterrada, pedazo de idiota —dijo ella—. Nos ha estado diciendo la verdad todo el tiempo, y yo he sido demasiado estúpida y presuntuosa para darme cuenta. Está en peligro de muerte.
—¿Qué diablos…? —Magnus la miró incrédulo—. ¿Me estás diciendo que ahora crees en toda esa mandanga? ¿Acaso no me aseguraste hace dos días que no eran más que fantasías? ¿No me lo dijiste?
—Sí —admitió ella—, pero estaba equivocada. Tenemos que intentar salvarla. Por favor, Magnus, llámala. Quiero saber si todavía no le ha ocurrido nada.
Magnus se levantó de la butaca con desgana y se dirigió con paso cansino hacia el teléfono. Marcó el número de Julia y escuchó en silencio durante un rato.
—No contesta —dijo él—. ¿A qué viene todo esto, Lily?
—Venganza —respondió ella—. Olivia Rudge se está vengando.
«Era eso», pensó Julia, mientras escuchaba los ruidos infernales que venían de abajo. Olivia detestaba que la contrariasen, y Heather había puesto fin a su carrera, así que Heather formaba parte de su venganza. Mistress Braden encerrada entre las paredes de su habitación era parte de su venganza, como también lo eran todos los componentes de su pandilla, que habían visto sus vidas destrozadas o reducidas a polvo, sin conseguir llevar nada a cabo como no fuera con el máximo esfuerzo.
A ella le había correspondido comprar la casa; Olivia la había buscado y encontrado; era la única mujer capaz de devolverla al mundo.
Si Kate no hubiera intentado tragar aquel pedazo de carne… Si ella y Magnus hubieran esperado más tiempo a que llegara la ambulancia… Julia no parecía estar tendida sobre la cama, sino hallarse suspendida sobre una costa llena de rocas afiladas y batida por aguas embravecidas. Le ardía la piel como si tuviera fiebre. Se imaginó que llevaba a Kate en brazos; pero Kate se encontraba en ese reducido y profundo hoyo, dentro de una pequeña caja en el profundo, profundo hoyo, en el espantoso cementerio de Hampstead. Deseaba sacar a Kate de allí; flotar con ella, lejos del mar y las rocas.
Entonces vio a Kate de espaldas, como la había visto antes de que mistress Fludd interrumpiera la sesión. «Soy la responsable», pensó, sin saber lo que quería decir.
Un pájaro negro sobrevoló la cabeza de Mark y le murmuró un mensaje, tal como lo hubiera hecho a otra ave. Era una sola palabra. «Breve», tal vez, o «libre». O «sé». Contempló cómo el pájaro describía círculos en el brillante espacio por encima de las copas de los árboles, donde el cielo era de un color rosado irreal. Las espesas nubes, que acababan de descargar una fina lluvia, parecían filtrar un color incandescente a través de ellas. Era como si las hubiera pintado Turner, y Mark, pensando en esto, se conmovió hasta las lágrimas. Sintió un cosquilleo en el cuero cabelludo; los pájaros le hablaban y él caminaba bajo las nubes de Turner. Desde que había realizado su última meditación, se sentía feliz hasta unos extremos casi insoportables, incómodos… Había alcanzado el éxtasis. A su alrededor los colores de la hierba y los árboles estallaban como si fueran proclamados por altavoces. ¡Tantos verdes distintos! Sintió que nunca antes había reparado verdaderamente en ninguno de estos matices, meciéndose los unos al lado de los otros, saltando hacia adelante o retrocediendo en el espacio. El color era un regalo estupendo.
Julia había manchado de sangre sus sábanas. Aquello también parecía ser una bendición. La sangre después de hacer el amor. Sintió como si Julia fuera su otra mitad, como si compartieran los mismos miembros o el mismo corazón. Julia había sacado los zapatos del armario, ahora ya sabía con qué amor él se los había llevado del jardín la mañana en que los encontró. Había sentido la necesidad de ver la casa de ella, y la recorrió, pasando las manos por encima de los ásperos ladrillos, casi desmayándose. Ni siquiera el dolor de cabeza lograba mermar su felicidad. Julia había abandonado a Magnus, y sería de él.
Era suya. Anduvo con aire abstraído por Holland Park, casi solo por los senderos, alborozado por sus reflexiones. Se había deslizado hasta lo más profundo de ella; conocía sus huesos y articulaciones. Julia era luz y clarividencia; y una criatura de sangre, un abismo de sangre. El pájaro le había dicho «Sé». Viajar hacia Julia era como viajar hacia la bienaventuranza. Se sintió embriagado por un puro y violento júbilo; ella le estaba aguardando, majestuosa. «Sé». El impacto que aquello le produjo le hizo tambalear.
Una muchacha que caminaba por delante suyo bajó el paraguas con un movimiento tan grácil que casi le hizo sollozar. Reconoció aquella cabeza y la nuca, por la que el negro cabello caía hasta un chaquetón de cuero marrón. Mark salvó con paso rápido la distancia que les separaba y enlazó sus brazos por detrás con los de ella. Cuando la muchacha se giró, sorprendida y algo asustada, besó aquella boca conocida y sintió que su espíritu se expandía con un grito de felicidad.
—No lo puedo creer —dijo Magnus, con el teléfono aún en la mano—. Fui yo quien intentó convencerte de que en la historia de Julia podía haber algo de cierto, ¿te acuerdas? Y tú estabas segura de que todo era fruto de su imaginación. Me convenciste; y ahora no puedes volver a convencerme de lo contrario, Lily. —Colgó con gran suavidad, de una forma que Lily conocía muy bien; aquello significaba que Magnus estaba a punto de franquear la frontera entre el fastidio y la abierta irritación.
—Puede que no —dijo ella—; poco importa que estés o no convencido. Pero intenta recordar, Magnus… ¿Qué viste el día que creíste ver a Kate?
—¿Cómo quieres que te conteste? No sé lo que vi. Debía de ser el reflejo de una nube, un rayo de sol en la ventana…
—No, quiero decir, ¿qué es lo que tú pensaste que era?
El la miró disgustado.
—No voy a permitir que me tomes el pelo, Lily.
—Dímelo. Sólo dime lo que viste.
—A Kate; de pie junto a la ventana del dormitorio de Julia.
—¿Cómo sabes que era Kate? ¿Estaba de cara a ti?
—No era necesario. La verdad es que la niña que me pareció ver estaba de espaldas a la ventana, y sólo pude verle la cabeza por detrás.
—¡Tal vez no era Kate! ¡Puede que fuera otra! —Lily dio un respingo en su butaca—. Fue eso, Magnus. Viste a Olivia Rudge; quería que tú la vieras y que la tomaras por Kate. Quería hacerte sufrir y confundirte.
—Lily —pronunció Magnus con lentitud—, nunca me he inmiscuido en tus asuntos esotéricos, ni me he burlado de ello, pero si lo que me estás diciendo es que vi una aparición en aquella ventana…
—¿Qué sentiste al entrar en su casa aquel día? ¿No dijiste que estabas aterrado?
—Estaba impresionado, tú misma me lo aclaraste; y también bebido.
—No, Magnus; la sentiste a ella. Sentiste su maldad; también te odia a ti.
—Dios mío —dijo Magnus—, esto es un nido de chiflados. ¿Qué fundamento tiene todo esto? ¿Por qué habría de regresar ese pequeño monstruo? ¿Por qué ese pequeño monstruo del pasado tendría que volver a aparecer de repente?
—Por Julia —dijo ella—. Necesitaba a Julia para que la liberara. Tus dos hijas fueron acuchilladas por sus madres. Necesitaba a Julia.
«Primero tuve a Kate —pensó Julia—, y después a Olivia. Pero en mí todavía hay una parte de Olivia; yo la completo». Los somníferos y la falta de alimento hacían que su mente vagara en torno a un único foco, la percepción de los ruidos procedentes de abajo. Seguían rompiéndose cosas; el sofocante calor que le resecaba la garganta y le provocaba ardor en los ojos parecía levantarla unos centímetros por encima de la cama y mantenerla flotando sobre un vasto espacio indefinido en el que podía caer en cualquier momento. Julia sabía que esto se debía a una deformación, a un repliegue de su mente que pertenecía a Olivia. Deseaba leer, reincorporarse a la gravedad, pero estaba demasiado débil para coger uno de los libros de la mesita de noche. Por la casa pareció pasar un soplo de aire cálido, africano. El cristal de uno de los cuadros de los McClintock se hizo añicos, acompañado por carcajadas. Luego Julia oyó el ruido sordo del lienzo al ser pateado.
«Puede que todo esto sólo sea producto de mi imaginación —pensó—. ¿Acaso sería menos real por eso?». La verdad era que todo cuanto existía en el mundo parecía estar metido en su cabeza. El olor a fieras y a piel quemada volvió a inundarla.
—¿Es una violación, Mark? Nunca hubiera pensado que ése fuera tu estilo. —Annis estaba ante él, respirando algo agitada y con el rostro congestionado. Mark podía ver la marca que le había dejado en el gordezuelo labio inferior al morderla—. De todas maneras, llegué a creer que me habías despedido —dijo ella.
—Mi adorable y dulce Annis —exclamó Mark, volviéndola a abrazar—. Mi querida, adorable, deliciosa y excitante Annis, ¿cómo te podría despedir? —La absurdidad de ella y la que él sentía bullir en su interior le hicieron reír.
—¿Es la meditación lo que te produce estos cambios de humor? Me parece que te convendría descansar un poco. ¿Estás así porque te has tomado algo?
—Es por ti, Annis, por ti —salmodió él, y le hizo dar una vuelta.
Ella le apartó los brazos.
—Mark, déjame. Mark, no me gusta esto.
El rió alborozado, viéndose a sí mismo desde dentro y desde fuera y casi se cayó.
—¿Vas a alguna parte? Vayamos a un pub. Vayamos a un pub y cojámonos de la mano. Estaba pensando que el cielo parece pintado por Turner, ¿no crees?
Ella miró hacia el cielo medio interesada medio en broma.
—Parece un techo de pizarra si quieres conocer mi opinión. Ya sabes que no tienes que actuar de este modo conmigo; estoy perfectamente dispuesta a volver a salir contigo. Pero pensaba que tenías un nuevo interés en tu vida.
—Al contrario, querida Annis, estoy quitándome de encima algunas cosas que antes me interesaban. He decidido dejar la enseñanza. Voy a viajar durante un tiempo. Vente conmigo, Annis. Estarías preciosa en un barco. —Se echó a reír de forma incontenible, y cayó sentado sobre un banco. Annis y Julia eran la misma persona y, presa de vértigo, Mark pudo ver las facciones de Julia en la cara de la otra. Cuando la joven se separó de él, irritada, la cogió por la muñeca y la obligó a sentarse a su lado—. Te lo digo en serio, vamos a tomar una copa y a hablar del asunto. —Miró la ancha, hermosa y ávida cara de ella y se sintió electrizado. El rostro de Annis se estrelló contra él como una ola.
—Verás —dijo ella—, ahora tengo que ir a un sitio. ¿Qué te parece si comemos juntos, a la una?
—Comer a la una, qué ilusión —cantó él—. Sólo falta una hora. —La alegría parecía volver a estallarle en el pecho, y cogió a Annis por la mano—. Nombra dos países a los que te gustaría ir, Annis.
—Bueno, pues nunca he estado en California —dijo ella—. No se me ocurre otro sitio.
—¿Europa?
—Europa es aburrida; me decido por California.
—Está hecho.
—¿Pero no costaría mucho dinero un viaje así?
—¿No sabías que todo se consigue a través de la meditación? Buda provee, Annis. El Dios Buda provee.
—Lo vamos a conseguir todo —dijo Magnus, ahora ya decididamente enfadado—. Vamos a quedarnos con todo el dinero, y tú vas y te pones misteriosa y enigmática. ¿Es que no vamos a obtener todo lo que querías? Tengo una esposa loca a la que van a encerrar por Dios sabe cuánto tiempo, pero tú vas a sacar toda la tajada, Lily. ¿Qué es lo que pretendes ahora?
—La autocompasión no es tu rasgo más atractivo —dijo ella—. Lo que pretendo hacer, como tú dices, es decir la verdad por fin. Mira, Magnus, imagina que Julia viene con alguna idea sobre un asunto legal en el que has estado pensando durante meses. Imagina que te lo menciona a la hora del desayuno.
—Déjate de analogías —dijo él, todavía más enfadado y dándole más miedo del que podía permitirse mostrar.
—Te diré lo que harías. No le harías caso, y te disgustaría su intromisión en tu especialidad. Así es como yo me sentí.
—¡La ley no es un ridículo montón de mentiras y fantasías! —gritó él.
Lily se limitó a mirarle, sin atreverse a seguir hablando. Cuando él se volvió y asestó un puñetazo sobre el mostrador, Lily aguardó a que se calmara; podía ver cómo bajaba los hombros hasta su altura normal y el cuello se le descongestionaba, como si le sacaran capas de tejido.
—Prueba a llamarla otra vez. Temo por ella, Magnus.
—Maldita seas —dijo él, pero con serenidad.
Ella dijo a su espalda:
—Alguien ha matado a dos hombres, y Julia lo sabía antes de que lo publicaran los periódicos.
—¿Estás segura? Ella no es una adivina.
Lily reconsideró la última conversación que había mantenido con Julia.
—Creo que sí. Lo que es seguro es que me habló del segundo, del tal Swift. Ella estaba en su piso.
—Entonces me alegro de que muriera.
—Fue allí a prevenirle sobre Olivia Rudge… Me parece que eso es lo que me contó. O puede que lo dedujera yo.
—Ya son dos cosas de las que no estás segura; no resultas muy convincente.
—Y mataron a mistress Fludd porque vio a Olivia.
—Absurdo. Un momento. ¿Has dicho que Julia se encontraba en casa de Swift cuando le mataron?
—Eso es lo que ella me dijo.
—¿Te dijo que le vio… qué? ¿Morir? ¿Cómo le asesinaban? ¿Qué fue lo que dijo?
—No me acuerdo. Ella dijo que estaba allí.
—Maldita sea —exclamó Magnus elevando la voz—. ¿No avisó a la policía?
—No creo que la considerara muy útil frente a un fantasma.
—Los fantasmas no asesinan a la gente —dijo Magnus, y volvió rápidamente al teléfono. Tras marcar el número y escuchar tenso a la vez que movía los labios hacia afuera y adentro, dijo—: Sigue sin contestar.
—Entonces es que se ha tomado pastillas para dormir o que ha salido —dijo Lily—. Magnus, tenemos que hacer algo inmediatamente. Olivia la persigue; lo sé. Ya ha intentado matarla en una ocasión.
—Me pregunto si tú no estarás más loca que Julia. Tendrían que encerraros a las dos. —Reflexionó un momento, conteniendo su ira—. Piensa en lo que te voy a decir, Lily. Si Julia estuviera en lo cierto, ¿no corremos peligro todos? ¿Tú y yo, lo mismo que Julia? Después de todo, también estamos al corriente de lo de Olivia.
—Nos afecta a todos, todos estamos mancillados —le respondió ella—, y supongo que Mark también. Podemos correr el mismo peligro que ella.
—Tonterías.
—Recuerda cómo te sentiste en esa casa —dijo ella—. También te odia a ti, Magnus. Disfruta torturándote.
Julia llevaba a Kate en brazos, un bulto tan ligero como un montón de ramitas y hojarasca; la llevaba al hospital. Kate se había herido, y era urgente que Julia encontrara un hospital inmediatamente; sentía que un cálido líquido le empapaba las mangas de la blusa. Transitaba por calles desiertas y sucias, buscando el nombre del hospital sobre puertas atrancadas. Era culpa suya que no lo encontrara, que en lugar de ello estuviera deambulando por aquellas pedregosas y desoladas calles, mirando agotada en el interior de los patios sucios y sombríos, adoquines mugrientos… Había fracasado, y sabía que Kate ya estaba muerta, que la más leve brisa se iba a llevar por los aires aquel cuerpo, como una pluma. Pronto se encontraría en la vacía azotea, rodeada por la pérdida y el fracaso que llevaba en su interior. Se vio a sí misma desviando el cuchillo del cuerpo de Kate para volverlo contra sí.
Oyó unos pasos que corrían por la casa, y se intensificó el calor y el olor a fieras.
Caminaba perdida por las calles, en busca del hospital que pudiera deshacer lo ya hecho.
—¿Adónde vas? —Ella le miró tensa mientras él se movía apresurado por el piso, recogiendo el impermeable y el paraguas.
—Tengo que salir de esta habitación —dijo él con tanta tranquilidad como pudo—, antes de que rompa algo adrede. Voy a dar un paseo. Llámala tú.
—¿Volverás? Magnus, por favor…
—Volveré —respondió con acritud, casi gritando. Mientras ella le observaba, medio encogida, desde la puerta de la cocina, él cruzó la habitación a toda prisa, como un bisonte, y al salir cerró la puerta con tanta fuerza que astilló un pedazo del quicio.
Julia fue recobrando poco a poco cierta lucidez, con el corazón palpitante, percatándose de que la mano que se había dirigido hacia ella no era la de Magnus. Era una mano de mujer, como la de ella. Era la suya. Su boca se inundó de dolor y de un residuo como de alquitrán, y momentos después se dio cuenta de que se había mordido la lengua, profundamente. Había reconocido su propia mano en el sueño.
Tragó un hilo de sangre, sintiendo dolor sólo durante el tiempo que tardó en reconocer como suya la mano que en su visión sujetaba el afilado cuchillo. En lugar de dolor, en la lengua tenía una sensación de tamborileo. Su cuerpo entero parecía estar tan seco como el cuarteado lecho de un río. El cuerpo delgado de Kate, liviano como una pluma, se alzó de sus brazos. Los labios se le entumecieron.
Inmediatamente volvió a caer en un estado de sopor y estaba subiendo por una sucia escalera hacia la sombría azotea. Conocía cada decoloración y cada mancha de las paredes, la conformación de cada peldaño.
Mark estaba tumbado sobre la húmeda hierba, sintiendo el fresco contacto del suelo en los hombros y las nalgas. Se apercibió vagamente de las bruñidas punteras de sus botas nuevas, reluciendo en el extremo de su cuerpo con un rico color dorado oscuro. Tenía la cabeza llena de pájaros. El que acabara de encontrarse y hablar con alguien le parecía un milagro, un increíble esfuerzo de coherencia y voluntad.
«Pero yo también la he visto —pensó Lily, aún de cara a la puerta y escuchando a Magnus bajar ruidosamente la escalera—. Fue el día que vi a Rose Fludd sentada en el banco del parque. Me condujo por el parque. ¿Estaba Rose realmente allí, o ella la conjuró? Ella quería que yo sintiera esa desilusión. Quizá Rose vino a prevenirme; ya había advertido a Julia y ese día vino a prevenirme a mí». Lily se apoyó contra el mostrador y notó cómo el reborde metálico de la superficie de madera se le hundía en la cadera.
Mark se movía en el centro de un brillante halo dorado, como un cuenco que descendiera sobre él mientras yacía sobre la húmeda hierba. Sabía que aquella aura dorada y zumbante era la forma externa de su dolor de cabeza, causado por sus meditaciones más logradas, y su belleza cambiante era la prueba de la rareza y de lo inmensamente valioso de su mente. Asimismo probaba el valor absoluto de sus ejercicios, incluso el de los dolores de cabeza, dado que eran éstos los que le habían transportado en forma corpórea a la euforia, al paraíso.
Los árboles que encontraba a su paso ardían ante él; se levantaban ampollas en las cortezas ante sus ojos y las hojas crujían. Ya había experimentado aquello antes, pero no recordaba cuándo. Sus botas hicieron temblar el suelo. Si taconeaba con suficiente fuerza podría abrir una grieta que llegara al hirviente y rojo centro del planeta.
Dormida ahora, Julia llegó la puerta de la azotea y salió, pisando el ardiente alquitranado que se le adhería pegajoso a las suelas de los zapatos. El cielo por el que ella se movía era un liso campo gris cruzado por rayas de un rosado vibrante y zumbador. La extraña unión de colores hizo que se le contrajera la boca del estómago y que sintiera los intestinos cargados y acuosos. La boca le latía llena de una amarga sustancia semejante a jugo de tabaco. Una aguja de pino le pinchó la lengua. Quería a Kate presente, pero Kate estaba muerta. Abajo, en la desierta casa, Olivia hacía estragos riéndose a gritos. Incluso en la azotea, presa de desesperación, podía oír el ruido que venía de allí, los discordantes alaridos y gritos y los destrozos. Ya no tenía ninguna importancia. Se contemplaba a sí misma como en un espejo; una vergüenza anticipada le quemaba la piel.
Lily se apartó del mostrador y se dirigió con paso vacilante a la sala de estar. Se arrodilló junto al teléfono y marcó el número de Julia con mano temblorosa. En vez del zumbido oyó tan sólo el espacio infinito, lleno de las reverberaciones de la estática que preceden a la señal de marcar. Apretó el botón, y el espacio sin fondo y gris permaneció en el auricular. Cuando volvió a oprimir el botón, aquel sonido inescrutable dio paso al de la línea. Volvió a marcar el número de Julia, y oyó conectarse los dígitos; luego, un sonido como el de un hombre cayendo por un profundo abismo, alejándose en espiral de la vida.
Lily colgó con fuerza el aparato, aguardó hasta recobrar suficiente ánimo para volver a descolgarlo y, asegurándose de que oía el tranquilizador y entrecortado tono grave de marcar, marcó el 100. Dio el número de Julia a la operadora y esperó.
—Lo siento —volvió a oírse la voz nasal de la operadora un minuto después—, este número está temporalmente fuera de servicio.
—¿Por qué? —preguntó Lily—. ¿Qué quiere decir que está fuera de servicio?
—No estamos autorizados a dar ese tipo de información —dijo en tono despectivo la operadora—. Puede hablar con el supervisor.
—Sí.
—No se retire, por favor.
Lily se pasó la lengua por los labios y siguió esperando. El silencio en el teléfono era espeso y denso, más sólido que el anterior. Lo estuvo escuchando durante lo que le parecieron varios minutos hasta que no resistió más la espera y colgó. Luego paseó nerviosa por la habitación, aguardando el regreso de Magnus. No tenía intención de ir sola a Ilchester Place.
Algo corrió precipitadamente por el pasillo del piso de arriba, algo infinitamente angustioso.
Despacio, con un propósito misericordioso, el cuchillo que sostenía en la mano se hundió en la garganta de Kate. Su mano, la mano que en sueños había dirigido contra sí, sujetaba el pequeño y brillante cuchillo entre el pulgar y los demás dedos, con el filo dirigido hacia arriba. Kate profirió un ruido ahogado, medio consciente, y abrió los ojos en el instante en que Julia empezaba a cortarle la garganta.
Los ojos de Kate eran como nubes. La escena brilló ante ella desde donde tenía lugar, en el borde de la azotea, como si se reflejara en un espejo; dos figuras unidas y encorvadas en una torpe parodia del acto amoroso. Oyó abrirse con violencia la puerta del dormitorio, y le llegó una ardiente ráfaga de viento que oscureció la escena que se desarrollaba ante sus ojos y el cielo veteado de rosa, como un espejo. El ser que la buscaba estaba con ella; Julia se volvió y en la azotea sólo vio desolación, el suelo de asfalto sucio y un cielo devastado. Hacia ella se aproximaba una blanca columna de aire. Podía ver polvo y pedazos de papel girando vertiginosamente en su interior. De algún lugar de las calles, abajo, o de un rincón de la habitación, le llegó una risita alegre y contenida que reconoció como la de una niñita negra cuyo nombre no lograba recordar. Unos fuertes brazos la estrecharon, la invadió el ardiente olor de Olivia y la blanca columna de aire la arrastró en su torbellino, junto con polvo y pedazos de viejos periódicos, polvo y papel.