IV
Robin regresó a su casa el martes por la noche. Había tres mujeres en la casa cuidando a Boomerang: Millie, que enarcó las cejas y repitió lo de sus oraciones por Robin; Hedda, que entró cojeando en la cocina y le preguntó si quería comer algo; y Shakie, que estaba en el piso de arriba acostando a Boomer.
— Gracias, Shake —le dijo Robin, agradecido.
Shakie le dio unas palmaditas en el brazo.
— ¿Cómo está Tully?
Shakie fue la única de las tres que le preguntó por Tully. Tal vez las oraciones de Shakie sí que eran para Tully.
— Bien —le contestó Robin—. Pronto podrás ir a verlas a las dos.
— ¿Sigue inconsciente?
— Menos inconsciente —le dijo Robin forzando una sonrisa.
— No parecías tan animado cuando telefoneaste esta tarde —observó Shakie—. ¿Está bien de verdad?
— Sí, bien. Probablemente estaba un poco cansado, eso es todo. —Robin fingió un bostezo—. Bueno, es tarde.
Minutos más tarde se sentó en la cama de su hijo.
— ¿Cómo está mamá, papá?
— Está mejor, Boomer. Perdón, Robin. Pronto volverá en sí.
— Vaya, se quedará asombrada cuando vea que ha tenido una niña, ¿eh, papá?
— Pasmada —aseveró Robin.
— La niña es muy mona… ¿Cuándo empezará a hablar y hacer cosas?
— Dentro de poco. Quizá la semana que viene.
— ¿La semana que viene? ¡Anda, papá! Se lo preguntaré a mamá, tú no sabes nada de niñas pequeñas.
Robin esbozó una sonrisa. Más adelante, ella también diría: «¡Anda, papá!» Y entonces pensó: ¿me lo dirá a mí?
— Robin Júnior —susurró—, tengo una suerte enorme de tenerte, hijo.
— Papá… —protestó Boomerang, y apartó la cabeza—, deja ya de darme besos. Buenas noches.