VII

Shakie dio a luz a un niño y una niña, con cesárea, el día de Nochebuena de 1983. Cuando Tully fue a visitarla al Hospital de Topeka con Robin y Boomerang, Shakie estaba menos preocupada por sus dos bebés que por el hecho de que llevaría una cicatriz durante el resto de su vida.

— Les he pedido que me ligaran las trompas, ¿sabes? —le confió Shakie cuando tuvieron ocasión de quedarse solas.

Mejor, pensó Tully.

— ¿Cómo los vais a llamar?

— Al niño, Anthony, y a la niña… —Shakie sonrió a Tully con cariño, y le cogió las manos—: Natalie.

— ¡Natalie! —exclamó Tully—. Natalie… —repitió en voz baja. Luego abrazó a Shakie.

— Nada, nada. Siempre me ha gustado el nombre. Incluso antes de conocerte.

Pero Tully la seguía abrazando.

— Oye, ni siquiera tú te llamas Natalie. Nadie te llama Natalie. Basta ya. Me duelen los puntos. —Shakie bajó la voz—. Le llamé hace unos días para desearle feliz Navidad. Está aquí.

— Ya me lo figuraba. —La mirada de Tully se endureció.

— Quería decirle cómo me sentía. Pero él no estaba en casa —continuó Shakie—. Pensaba si podrías llamarle tú… Ya sabes, sin darle importancia: «Hola, ¿cómo estás? Shakie ha tenido gemelos» y tal.

Como Tully no protestó, Shakie se apresuró a continuar:

— Tal vez pudierais venir los dos a visitarme. Juntos. O sea, por separado, pero a la vez. Así nadie se sorprendería. ¿Qué te parece? No estaría mal, ¿verdad? Por favor…

Tully puso los ojos en blanco.

— Parece una misión de guerra. Tráemelo, vivo o muerto. Mejor vivo…

— ¿Lo harás? —Shakie le cogió las manos.

— Sí, lo haré.

Shakie le apretó los dedos.

— Pero llámame, llámame antes de que vengáis. Como dos o tres horas antes. Para que me arregle.

— Sí, para que te pongas un camisón limpio.

Tully no tuvo que telefonear a Jack. Le vio en St. Mark's el domingo, con un ramo de rosas blancas.

— ¿Cómo está la señora Mandolini? —le preguntó Jack al cabo de unos minutos.

— No demasiado bien, creo. —No le molestaba hablar con él—. Hace años que no la ve nadie. Tony no habla mucho de ella. Sólo dice que no está muy bien. Hace algún tiempo me dijo que bebía mucho.

— Supongo que se está atontando del todo con Southern Confort —dijo Jack—. Yo también lo haría. ¿Y tú?

Ella le miró directamente a los ojos un instante. Oh, sí. Todos nos hemos estado atontando durante los últimos cinco años. Completamente. Por toda clase de caminos. Suspiró y se estremeció.

— Hace bastante frío, ¿verdad? —le dijo Jack. Estaban junto al Camaro.

— Como si fuera a helar, diría yo. ¿Dónde está ese océano que dulcificaría este tiempo de Kansas?

— Demasiado lejos. ¿Por qué no te vienes a tomar un café bien caliente conmigo?

— No, gracias —repuso Tully, rápida y secamente. Sacó las llaves del coche. Entonces recordó su encargo y suspiró. Intentando zona tan jovial e intrascendente como pudo, le dijo—: Ah, por cierto, ¿sabes que Shakie ha tenido gemelos? Un niño y una niña.

Jack abrió mucho los ojos.

— ¡Gemelos! —Se echó a reír—. Bien por Shakie. ¿Y le ha puesto mi nombre al chico?

Tully no se lo podía creer.

— Dios santo, ¡qué cara! Como si fuera a hacer tal cosa…

— Tully, Tully… Estás perdiendo el sentido del humor. Sólo era una broma. Y Shakie, si pudiera, lo haría.

— No lo creo.

— ¿Y cómo le ha puesto a la niña?

Cuando Jack vio la cara de aturdimiento de Tully se echó a reír. A carcajadas. Carcajadas ahogadas e intensas, y Tully no pudo reprimir una sonrisa. Jack se inclinó, miró a Tully a los ojos y le preguntó:

— ¿Le ha puesto Tully?

Tully casi le dijo que se olvidara de todo el asunto.

— La verdad, no quiero discutir esto contigo. No, le ha puesto Natalie, desde luego.

— Desde luego —repitió él, sonriendo—. Bueno, Natalie, ¿qué te parece si vamos a ver a Shakie y a sus dos niños?

Tully enarboló una expresión indignada. No comprendió por qué. Le habían asignado una misión, y él se dejaba atrapar en la red. Sin embargo, no podía evitar la indignación.

— Pero ¿tú crees que es apropiado que vayas a visitarla?

Jack se enderezó y se metió las manos en los bolsillos.

— De ahora en adelante te voy a llamar Natalie Makker Estrechademiras. Será perfectamente apropiado. Le llevaré regalitos. Llegare contigo y sólo me quedaré un rato. No pasará nada. Venga…

— Natalie DeMarco Estrechademiras —le corrigió ella mientras arrancaba el Camaro, que seguía siendo azul celeste y reluciente.

— Natalie DeMarco Estrechademiras y Jodida —rectificó Jack.

Tully soltó una carcajada.

Al principio, Jack estaba completamente perdido en Macy's, recorriendo las filas de mostradores de juguetería y ropa del departamento infantil. Al final, no obstante, no necesitó la ayuda de Tully, y por poco compra todas las existencias de la planta infantil, bajo la mirada de Tully. Míralo, pensó ella, no he tenido ni que librar batalla.

— Salid, por favor —les dijo Shakie cuando entraron—. Tengo que arreglarme.

Tully se volvió para salir, pero Jack no se movió. Al contrario, entró y se sentó en la cama, mirando a Shakie.

— Shake, tienes el aspecto de quien acaba de tener un niño… dos. ¿Cuántas veces vas a tener este aspecto en tu vida? ¿Nueve, diez veces?

— Nunca más —respondió Shakie meneando la cabeza—. Tully tenía razón.

Tully se sentó en un sillón y se quedaron allí un rato. Shakie abrió los regalos. Jack estaba sentado en la cama, aunque en ocasiones se levantaba y daba una vuelta. Cada dos minutos, sin embargo, cuando Jack miraba a Tully o consultaba el reloj, Shakie intentaba atusarse el celo. Tully esperaba que Shakie no advirtiera la inquietud de Jack. Está tan contenta de que haya venido, se dijo Tully… Pero él piensa que ya ha cumplido. Ya está, y ahora se quiere marchar. Y cuando Shake se muera, él irá dos veces al año a llevarle flores a la tumba. Y dos veces al año son más que suficientes. Tully se miró las manos y deseó estar en otra parte.

Entró una enfermera con los niños. Shakie preguntó a Jack si quería dar de comer a uno de los bebés. Jack se quedó pasmado. Tully sofocó una risita.

— Pero si yo no tengo pechos… —objetó Jack.

— No les damos el pecho, les damos biberón —dijo Shakie.

El seguía poco convencido. Sobre todo cuando comprendió que tendría que coger a la niña en brazos para darle el biberón. Tully puso los ojos en blanco.

— Mira, Jack —le dijo—, se hace así.

Se inclinó sobre la cuna y cogió a la pequeña Natalie. Luego se la tendió con cuidado a Jack.

— Cógela contra el pecho, así… ¿Eres diestro? Muy bien, entonces, cógela en el hueco del brazo izquierdo, así… Y ahora, sujeta el biberón así y méteselo en la boquita. Ya está.

Tully se le acercó lo suficiente para olerle el pelo. Cerveza de barril. Cerveza de barril y Polo. Es completamente rubio, pensó. Jack miró a Tully y le sonrió.

— Tú ya eres veterana en estas cosas. ¿Qué tal lo hago?

— ¡Fantástico! —intervino Shakie. Su mirada danzaba de Tully a Jack—. ¿Qué va a saber Tully de biberones? Si creo que aún no ha destetado a Boomerang, y ya tiene casi dos años.

— ¿Todavía no? —preguntó Jack.

— Todavía no. —Tully no sostuvo la directa mirada de Jack.

Shakie los observaba y Tully se sintió incómoda. Se levantó.

— Bueno, me tengo que ir.

— Yo también —dijo Jack.

— Felicidades, Shakie. —Tully le dio un beso en la mejilla.

Jack le dio otro beso en la mejilla.

— Si, Shake, enhorabuena…

Una vez en la calle, Tully lanzó un suspiro de alivio.

— ¿Qué pasa? —le preguntó Jack.

— Oh, nada. ¿Quieres que te lleve a algún sitio?

— Sí. ¿Qué te parece la Casa del Sol? Te invito a almorzar.

— No, gracias. —Tully meneó la cabeza—. Tengo que irme a casa.

— Bueno, entonces no te preocupes. Iré a casa dando un paseo.

Estaban a un metro de distancia uno de otro, en el aparcamiento, y por alguna razón Tully recordó la vez que había bailado con él. No en la boda de Shakie, sino en el banquete de fin de estudios, hacía cinco años. Jack tenía otra vez esa expresión de complicidad en los ojos, y aquello la confundió.

Una semana más tarde, Tully fue a St. Mark's. Jack no estaba allí, pero la lápida de Jennifer estaba totalmente cubierta de rosas blancas. Las flores estaban frescas, a pesar de que llovía a mares, o tal vez por eso. Tully se sentó.

Tu Jack, Mandolini. Tal vez le haya juzgado mal. ¿Dónde estás ahora? ¿Nos ves? ¿Descansas cuando yo no puedo dormir? ¿Sonríes cuando yo no puedo sonreír? ¿Cómo es estar libre de deseos? Espero que donde estás haya paz, porque aquí no conseguimos ni una pizca de tranquilidad, maldita sea. Bueno, nos las arreglamos, seguimos adelante, todos menos tu madre. Trabajamos, nos casamos, hasta tenemos hijos y pintamos casas y recorremos este inmenso país. Pero en ocasiones, un par de veces al día, regresa el dolor. Nos acostamos con él y cuando nos levantamos sigue ahí, mirándonos desde la almohada. Yo sigo sin haberme liberado, como si no tuviera ya bastante con mis ataduras, mis cadenas y mi ceguera. Mandolini, maldita seas, eres la cruz que tengo que llevar a cuestas. Y cuando alguien me pregunta, yo contesto: ¿Qué cruz? Y ellos me dicen: Vaya, Tully, tú eres una superviviente, cómo aguantas, y esto y lo otro… Muy bien, dice Tully, cogiendo un manojo de las rosas mojadas de Jack y hundiendo la cara en ellas. Tully no lleva ninguna cruz. Tully anda ligera. Tully se ha liberado del dolor.