III
Cuatro meses más tarde, el día de Navidad de 1984, Tully se encontró con Jack en la iglesia. Ella había ido con toda la familia, los hermanos de Robin, sus cuñadas y sus hijos, que iban a reunirse a celebrar la Navidad en la casa de Texas Street, con pavo «a la Millie». Jack, impertérrito como siempre, estrechó la mano a todo el mundo, ocluida Tully, y también saludó a Ángela, que estaba por allí cerca echando un vistazo. Tully se reía por dentro: nunca hubiera imaginado que Ángela fuera tan fisgona…
— Ángela, ¿dónde está Julie? —le preguntó Tully.
— No me lo recuerdes. —Meneó la cabeza—. Están en Ohio. La familia de Laura vive allí, creo. Ahora ya no viene ni en Navidad.
Tully se sintió incómoda, pero Jack sacó una rosa de su ramo y se la dio a Ángela.
— Feliz Navidad —le dijo.
Ángela sonrió. Tully clavó los ojos en su propio ramo.
Al cabo de unos minutos de charla convencional, Robin miró las flores de Tully y luego las de Jack y les dijo tranquilamente:
— ¿Por qué no lleváis las flores? Nos tenemos que ir…
En el cementerio, Tully preguntó a Jack si había llegado ese día.
— Hoy es domingo. Siempre vengo los domingos.
— Eres muy amable, ¿verdad? Darle una rosa a Ángela…
Jack bajó la cabeza para mirarla atentamente.
— Eh, Tully, cuidado —le dijo en voz baja—, estás a punto de sonreír.
Colocaron las flores con cuidado.
— Pero si ya has plantado un rosal, ¿para qué traes más flores?
— En invierno el rosal no tiene hojas y las flores están secas. Yo traigo flores frescas.
Ella se encogió de hombros y después de un momento le preguntó:
— ¿Has visto a Shakie?
— ¡Pues claro que no! ¿No te parece que son unas rosas blancas preciosas?
— ¿De dónde las sacas? —inquirió Tully, un poco nerviosa—. Es difícil encontrarlas en invierno, en Topeka.
— Pues sí. Son bonitas, ¿verdad?
— Sí, mucho. —Luego Tully apartó la mirada—. Bueno, me tengo que ir.
— Muy bien. Yo me quedaré un rato. Hasta otro día, Tully.
Ella se alejó sin contestarle, pero cuando llegó al camino, Tully se volvió. Jack estaba sentado en la silla, con las manos entre los muslos.
Al verle allí, Tully sintió una leve punzada… una vinculación casi familiar con Jack. Iban a presentar sus respetos a un pariente común. Pero el vínculo no era cálido, era más bien como las hojas heladas bajo los pies descalzos cuando era niña. Olían bien pero la sensación en la piel era desagradable.
Tully no vio a Jack el domingo siguiente, porque era el día de Año Nuevo y Tully y Robin se quedaron en la cama con una resaca tremenda. A principios de enero volvió a encontrarse con Jack y él la invitó a tomar café. Tully no aceptó, pero no quería volver a casa todavía, así que se quedaron fuera, y más tarde se sentaron en la tapia de piedra de la iglesia, charlando un rato. Estaban helados, soplaba un viento glacial. Transcurrió una hora y Jack volvió a preguntarle:
— ¿Estás segura de que no quieres un café?
— Sí. Me tengo que ir.
A finales de enero, Jack le dijo a Tully:
— Esto se está poniendo muy frío para mí. Buscaré un lugar más templado.
Más templado. Un lugar donde secarse los pies y deslizar los dedos por la arena. Me pregunto si cuando llega a California consigue desembarazarse del abismo rocoso donde yo me ahorco cada noche.
— No te lo reprocho —le dijo Tully, mirando sus flores, encantada con su modo de arreglarlas.
Habían trenzado las rosas y los claveles con las ramas peladas del rosal, y parecía que estaba en flor.
Después no volvió a verle y el 19 de enero de 1985 Tully cumplió veinticuatro años. Cuando fue a St. Mark's pocos días después, se arrodilló en la nieve frente a dos docenas de rosas blancas, las rosas más frescas, grandes y tiesas que había visto nunca.
Algo se le derrumbó por dentro y Tully soltó un gemido, hundiéndose más en la nieve. Entonces vio una tarjeta blanca colgada de una de las ramas desnudas del rosal.
«Tully, éstas son para ti. Feliz Cumpleaños. Jack.»
Tully se quedó gratamente sorprendida. Gracias, Jack, pensó.
Gracias por no olvidarla a ella. Algún día quizá te lo pueda decir de viva voz. Gracias. Por no olvidarla.
Y algún día tal vez te diga por qué me resulta tan difícil mirarte a los ojos.
Porque cuando te miro, cuando hablo contigo, cuando veo tu pelo rubio y tus ojos… ¿azules?, cuando escucho tu voz y tu risa, no es a ti a quien veo, Jack Pendel.
Pienso que, hace sólo un instante, en la eternidad donde está ahora, ella te miró como yo te miro ahora, te oyó reír como yo te oigo ahora, escuchó tus palabras como las escucho yo ahora. Verte es casi… casi como sentir que ella me tira del pelo.
Que Dios nos ayude. Tú sigues rondando por la tierra, mientras yo lucho por vencer la tundra de mi propia alma, pero qué más da, siempre que ella haya encontrado la paz.
Tully se levantó. Gracias por las flores.