CAPÍTULO 22
Hotel W, Paseo de Juan de Borbón (Barcelona)
22 de mayo de 2016
Se despertó tras once horas de descanso ininterrumpidas. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue el color del Mediterráneo y eso le hizo sentirse bien, cómodo, en casa. El W, además de un lujoso hotel de la ciudad, era también un icono que siempre aparecía en las postales barcelonesas, ya que se encontraba a escasos metros de la playa de San Sebastián catalana. Por la ventana se podía observar el final del muelle y la infinidad del mar. Al arquitecto le gustaban las vistas y el diseño modernista de las habitaciones, aunque discrepaba con la atrevida decoración de colores y estampados imposibles. Con el torso desnudo y musculoso, comprobó la hora y vio que eran las once de la mañana, buen momento para empezar el día con energía. Caminó hasta el cuarto de baño, se lavó la cara y después agarró el teléfono móvil. Comprobó el correo electrónico y las noticias de los diarios alemanes. El escándalo había llegado a las portadas nacionales, aunque ningún titular hacía mención al español o a su estudio. Eso le calmó, pues significaba que la pesadilla había terminado. Corrió la pantalla hacia abajo con el dedo y encontró una noticia que le llamó la atención. El magnate francés había muerto a causa de una parada cardiorespiratoria. Las autoridades habían encontrado en su habitación un cargamento de cincuenta kilogramos de cocaína, dos armas semiautomáticas, pasaportes ilegales y documentos relacionados con la compraventa de inmuebles que pertenecían a otras entidades. Cuando la Policía irrumpió en la habitación del francés, se toparon con la inesperada visita de Sempala Osayande, conocido traficante nigeriano con orden de detención en más de siete países. La noticia explicaba que todo apuntaba a un trato mal cerrado. Finalmente, el diario alemán Bild hacía un reportaje exclusivo sobre la estafa que Baumann y Ferrec habían cometido para librarse de Meier y vender los dos inmuebles de la capital. Los cargos hacia Don y la constructora que trabajaba con ellos habían sido retirados. El Fondo de Inversión inglés seguía adelante con la construcción del piso y las obras de la reforma se pondrían de nuevo en marcha en breve.
Satisfecho, una vez más, el arquitecto se había salido con la suya. Demasiada casualidad, pensó al no encontrar noticia alguna sobre la desaparición del suizo. Algo no encajaba en todo aquello. Demasiado fácil. Le extrañó que no hubiera, ni siquiera, un obituario. Cuando desbloqueó el modo avión, una decena de mensajes de voz hicieron vibrar el aparato. Eran mensajes de Grace y Marlena. Entendió que se hubieran preocupado durante su ausencia. Don no había dejado constancia de nada.
—¡Ricardo! —Exclamó la inglesa al otro lado cuando este marcó su número—. ¿Dónde demonios has estado?
—Hiciste un buen trabajo, Grace —respondió, una vez más, eludiendo las preguntas innecesarias—. ¿Cómo se lo tomaron?
Ella gruñó molesta. El arquitecto era un hueso duro.
—Eso no importa —respondió ella entrando en el juego—. Les interesa el dinero. Todo está en orden.
—Me alegro —dijo el español y caminó hasta la pared de cristal de su habitación—. Me alegra que todo haya quedado en un malentendido.
—¿Estás bien, Ricardo?
—Nunca he estado mejor, Grace —dijo y sonrió pensando en Baumann y en el francés—. Cuídate.
Antes de que ella continuara haciendo preguntas impertinentes, el arquitecto cortó la conversación, sin importarle lo que la abogada pudiera pensar. De un modo u otro, sabía que terminaría irritándola.
Se sentó en el borde de la cama y se imaginó a sí mismo unos días atrás, en Stuttgart, junto a la cabeza de la ingeniera. No le había dado señales de vida, aunque ella sí había dejado varios mensajes en el contestador. Una vez se hubo asegurado que había llegado con vida a Madrid, decidió esperar y aparecer por sorpresa. La chica había estado a la altura, más allá de toda expectativa que podía imaginar. Don jamás pensó que encontraría una mujer así, valiente y leal. Se preguntó si todo aquello cambiaría con el tiempo. La experiencia le había dejado constancia de ello, aunque tal vez, todo hubiese sido un ejercicio preparatorio hasta encontrarse con Marlena. No sabía qué pensar. Le costaba mucho confiar en alguien, compartir sus sentimientos. A diferencia de los hombres, las mujeres eran las únicas que podían llegar a ciertas partes de él que habían permanecido, toda su vida, ocultas. Como a cualquier persona humana, Don ardía en deseos de poder contar su dilema, porque para él no era una enfermedad ni un problema. Tan solo, eso. Él no estaba enfermo, tampoco se consideraba un asesino. Un dilema. Por el contrario, sabía que, en el momento en el que lo hiciera, esa persona se apartaría de él para siempre, sin pensar en las peores consecuencias.
Así lo había perdido todo.
Pensó que era demasiado temprano para torturarse, por tanto, se dio una ducha y se vistió para salir a desayunar al Bravo24, un selecto restaurante que ocupaba las inmediaciones del hotel con su terraza y una rica cocina de productos frescos. Se moría por unos huevos revueltos con jamón ibérico.
Al salir al exterior para respirar la brisa marina de la mañana, se encontró con una visita inesperada.