5

El sonido de los tacones de esa mujer, la llevaron hasta una planta superior. Allí se encontraba el centro de operaciones de una de las divisiones del CNI.

Un espacioso salón que albergaba la unidad compuesta de dieciséis agentes, tanto de campo como de investigación, que trabajan a destajo frente a las pantallas de ordenador. Los equipos estaban separados por islas de escritorios que, a su vez, se dividían por compartimentos para fomentar la concentración.

Allí dentro, supuestamente, estaban los hombres y mujeres más preparados del país. Dana se sintió eufórica, pero también muy pequeña. Desconocía lo que estaba por llegar.

La agente Escudero la guio hasta una mesa vacía en la que había un ordenador de sobremesa y una silla giratoria de oficina.

—Será provisional, pero puede instalarse aquí, por el momento, agente —dijo sin entusiasmo. Después se cruzó de brazos y apoyó el trasero en el canto de la mesa. Su mirada midió por un instante a la novata. Dana se preguntó si sería un examen—. He leído su informe. Es estupendo, pero de poco le servirá si no abre bien los ojos.

—Lo sé, agente.

—No, no lo sabe. De hecho, no sabe nada —contestó y tensó la mandíbula. Se acercó a ella como una serpiente y bajó el tono de voz—. Este es un mundo de hombres. Tanto dentro, como fuera. No se deje engañar por ninguno. Lograr méritos, le costará el doble que a ellos. Hundirse, la mitad.

—Entiendo.

—Si no se ha dado cuenta ya, pronto lo hará —sentenció—. Parece talentosa, Laine. Demuéstrelo y no se convierta en una agente de segundas.

—¿De segundas? —preguntó. Dana miró al resto de la oficina. En efecto, la mayoría de mujeres destacaban por su físico. Eran los atributos que todas tenían en común, indiferentemente de sus aptitudes como agentes profesionales. Entendió lo que esa mujer quería transmitirle—. Gracias por el consejo.

De pronto, notaron la presencia de un tercero.

Era un hombre vestido de traje, moreno, de ojos negros, con el pelo ondulado, corto, y peinado hacia un lado. Tenía una expresión amable, inofensiva y una mirada seductora.

A Dana le pareció atractivo, pero le ahuyentaba su pose de galán. Los bíceps le apretaban las mangas de la chaqueta. Uno de los rasgos de muchos agentes era que no tenían el aspecto de hombres de gimnasio. Cuanto más mundanos y comunes parecieran, mejor. No obstante, todos debían mantener una forma física adecuada.

—¿Interrumpo algo? —preguntó, abriéndose paso en la conversación.

Escudero lo miró. Dana percibió un pequeño detalle. Era rápida e intuitiva. Confiaba bastante en las primeras impresiones que tenía y solía darse cuenta de hechos que pasaban desapercibidos para la gran mayoría.

La forma en la que la agente Escudero miró al agente, fue suficiente para notar que existía algo entre los dos. Una milésima de segundo fue suficiente para delatar lo que pretendía ocultar. Ella era la superior, pero se sentía atraída por él. La simple presencia del hombre, la colocaba en un aprieto. Dana desconocía hasta qué punto, él era consciente de su ventaja.

Las palabras de esa mujer cobraban más sentido.

—Así es —respondió Escudero fingiendo molestia. El temple había sido sustituido por una tensión muscular en su cuello—. Agente Laine, este es el agente de campo Rodrigo Ponce. Le acompañará en la misión y se encargará de que no le pase nada.

—Puede llamarme Ponce, agente —dijo él, siendo el primero en presentarse—. Primer día, ¿cierto?

—Así es —contestó Laine sonriendo. Ahora que lo tenía más cerca, observó lo guapo que era, pero no se dejaba impresionar por una cara bonita.

—Puede llamarme Ponce.

—Entendido —agregó Dana.

La respuesta confundió al agente, que esperaba un poco más de simpatía por parte de la nueva.

—Perfecto. Podemos empezar —intervino Escudero antes de que la presentación se alargara demasiado—. Les espero en mi despacho en dos minutos.

La mujer dio media vuelta y se marchó por un largo pasillo con paso firme.

Dana se fijó en su figura. La agente Escudero cuidaba su cuerpo y no le extrañó que más de un hombre, allí dentro, hubiera intentado un acercamiento, si es que eran lo suficientemente valientes como para abordarla.

—¿Eres española? —preguntó Ponce, rompiendo la formalidad que habitaba en el edificio. Estaba de brazos cruzados, apoyado en el otro extremo del escritorio—. ¿Cómo te llamas?

Dana se sintió desprotegida con tanta pregunta.

—Dana. Y sí, soy española.

—¿Procede de Daniela? —preguntó él y se rio de su propio comentario. Ella lo ignoró—. No es muy español.

De haber ocurrido en otro lugar, la agente le habría respondido con crudeza para quitárselo de encima pero, en su primer día, no podía hacerlo así. Tenía presente que, cada conversación, sería una prueba más que superar si no quería que la encasillaran.

—Cierto. No lo es —contestó finalmente.

Ponce retrocedió. Se dio cuenta del error.

—Perdona, se me dan muy mal las presentaciones —respondió buscando una muestra de complicidad que rebajara la tensión generada—. Supongo que Escudero ya te ha puesto al tanto de todo, con ese discurso que…

—Está bien, no tiene importancia —respondió ella, cortándole de sopetón. Su actitud se había vuelto predecible. Era muy común en la clase de hombres que se mostraban demasiado seguros aunque, en realidad, no lo fueran. La proactividad no era su fuerte pero, en apenas unos minutos, ya se había cansado de escuchar a ese cretino. Si iban a ser compañeros, lo mejor era mantener las líneas rojas bien marcadas—. Han pasado los dos minutos. Será mejor que no hagamos esperar a Escudero. No quiero arruinar mi primera impresión.


El despacho de la agente Escudero era amplio, aunque no más que el del jefe de Subdirección.

Una mesa para trabajar y otra para monitorizar los movimientos de las operaciones. Dos pantallas alargadas ocupaban parte del segundo escritorio que había en la habitación.

Escudero no tenía decoración alguna en su despacho. Ni fotos familiares, ni tampoco ninguna clase de recuerdo. Dana entendió que estaría soltera o divorciada y que, como ella, tendría una relación difícil con su familia.

En las pantallas aparecían las mismas imágenes que Navarro le había entregado en el informe de papel, esta vez ampliadas y con una resolución mejor. Además, la superior había añadido fotografías antiguas de Pototsky, en las que cambiaba su apariencia hasta convertirse en un rostro irreconocible.

—Este es el hombre con el que se reunirá mañana —dijo señalando al sujeto—. Supongo que Navarro ya le habrá explicado a qué clase de personaje se enfrentará.

—Sí. Olek Pototsky —dijo ella—. ¿Cuáles son los pasos a seguir?

—Primero, tendrá que reconocerlo —aclaró—. Hace unos días, un agente infiltrado, como diplomático en la embajada española de Varsovia, informó de la salida de prisión del ucraniano. Al parecer, el Gobierno polaco iba a mantenerlo en secreto, pero alguien le chivó la noticia a un periodista del Gazeta Wyborcza. Con Pototsky en el punto de mira, lo siguiente que supimos era que se dirigía a Francia en coche, para volar después a Madrid. No tenemos la menor idea de qué va a hacer aquí, la verdad.

—¿No ha sido posible detenerlo?

—No ha sido necesario, la verdad. Lo más probable es que viaje con un pasaporte europeo falso y su aspecto sea irreconocible. Las agencias vecinas tampoco han revelado información acerca de él.

—¿Cómo están seguros de que Pototsky no buscará protección en otros países?

Ponce se cruzó de brazos.

—No lo hará. Es su naturaleza. Pototsky apoya a Putin. Es un nostálgico y detesta todo lo que huela a Europa.

—Eso no es del todo cierto, Ponce —replicó la jefa—. Pototsky es un pirata. Se vende a quien más le ofrezca. No podemos competir contra Rusia, un país que le ofrece inmunidad. Además, su dinero, allí, vale mucho más. En cualquier caso, por esa razón necesitamos su cooperación, agente. El hecho de que hable en su idioma, será la barrera que rompa el escepticismo de este sujeto.

—Entiendo —respondió, aunque desconfiaba de que fuera suficiente para convencer a un tirano de ese calibre.

—Ha de hacerle creer que es una infiltrada —dijo Ponce—, y que necesita de su cooperación. Una vez se haya ganado su confianza, procederá a instalarle el geolocalizador. De ese modo, podremos saber dónde se encuentra, monitorizar sus movimientos, sus conversaciones y entender qué demonios intenta.

—Así es —afirmó Escudero. La mujer parecía más relajada. Confiaba en que Dana hiciera el trabajo sin complicaciones. Por el contrario, eso elevaba la presión en la agente—. Pototsky se hospedará en el Hyatt de Gran Vía. Mañana acudirá a un evento privado en la azotea del hotel. Entre los invitados, habrá embajadores, personajes públicos y empresarios internacionales. Y entre ellos, ustedes dos. La falsa invitación ha sido nuestro cebo y parece haberlo mordido.

Dana miró a Ponce.

—Me haré pasar por diplomático de la embajada y mi invitado será la embajadora de Chile en España. A nombre de un documento falso, habrá dos habitaciones reservadas. Una de ellas será para usted, lugar al que llevará a Pototsky una vez se hayan conocido en la fiesta.

Dana asentía. Podía anticiparse a los hechos.

—Se supone que…

—No —dijo Escudero rotundamente—. Por su bien, no se acueste con él.

—No pensaba hacerlo.

—Escudero tiene razón —argumentó el agente Ponce—. Seducir es engañar, distorsionar su realidad, en lugar de entregarse sin dificultad alguna. Es un error que muchas agentes cometen y una forma rápida de delatarse. Pototsky es un jugador. Le gustan los retos. Le gusta ganar. Las mujeres no significan nada para esta clase de hombres. Su mundo, más allá de los estereotipos que se puedan conocer, no facilita las cosas en cuanto a la intimidad se refiere. Usted lo sabe, conoce de sobra la cultura de estos criminales. Por tanto, si va a hacerse pasar por una agente moscovita, debe comportarse como si lo fuera. Sin excepción alguna.

Dana fruncía el ceño. La habían llamado para seducir a un criminal.

Los cantos de sirena nunca habían sido su mayor destreza.

—Si se diera la situación en la que tuviera algún imprevisto… —comentó Escudero.

—No lo tendré. Sé cómo defenderme.

Se formó un tenso silencio entre los tres.

—Perfecto, en ese caso… —añadió Ponce, rompiendo el vacío.

—Agente Laine —dijo la jefa, poniendo toda su atención en la joven—. Sé que es su primera intervención y que, posiblemente, piense que aún no ha completado su entrenamiento, pero no se preocupe. Nunca se está preparada cuando llega la primera vez. Confiamos en usted porque así lo ha demostrado. Haga su trabajo, confíe en sus habilidades y también confíe en nosotros. Es importante que Pototsky esté vigilado.