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Preludio

La resistencia no era suficiente para que las manos se apoderaran de su cuello. Sintió como los dedos le apretaban la garganta con más y más fuerza. Estaba aplastada contra la pared, como un clavo oxidado atravesado en el cemento, que fija su destino para siempre.

Lo último en lo que podía pensar, era en encontrarle una explicación a cómo había terminado así. En esos momentos, solo primaba la supervivencia.

Estiró los brazos en busca de algo con lo que defenderse, pero la pared era lisa y sus pies parecían estar a punto de despegarse del suelo.

Frente a ella, su némesis, la imagen de un infierno difícil de imaginar. El fin que espera a la vuelta de la esquina, ese vértice al que nunca se desea llegar.

Poco a poco, se ahogaba en sus pulmones, incapaz de permitir que el aire recorriera su cuerpo. Las manos que la sujetaban se volvían más y más pesadas, y ella comenzaba a sentir una sensación de ligereza.

No quería rendirse, dejarse llevar por esa sombra que esperaba tras el marco de la puerta, pero la sensación de flotar como un globo, francamente, la seducía.

Cuando pestañeó, estaba sola en la habitación. Tenía la frente empapada y el corazón le latía muy rápido. Desorientada, se incorporó de golpe, sintiendo el sudor frío que recorría su pecho, fruto del delirio, y comprobó que, tras la puerta, ella dormía en su habitación.

Su ángel, su protectora.

Pronto, el pulso recobró la normalidad, las ansias se desvanecieron y el nudo del estómago se deshizo. Una lágrima se escapó de sus ojos. Había sido tan real como horrible, pero ahora la calma reinaba en el interior de aquel apartamento, al que entonces le llamaba hogar.

Asustada, se acercó las manos al cuello y volvió a pestañear.

No logró diferenciar un recuerdo de una premonición.