4. Un periódico peleón
EL sábado, a las cinco menos cuarto de la tarde, una señora y un señor llamaron a mi puerta. Me miraron de arriba abajo y dijeron:
—Buenas tardes, ¿no hay nadie en casa?
Hice como que no había escuchado —si yo no era nadie, ¿cómo iba a contestar?— y me dirigí directamente a Shyam, que se encontraba entre los dos con una mano fuertemente agarrada a cada uno de ellos. Shyam me sonrió muy contento e intentó soltarse, pero el señor y la señora, a saber, sus padres adoptivos, no querían dejarlo allí en mi casa, con «nadie», y repitieron su pregunta, yo creo que de manera más correcta, porque dijeron que si había «alguien más» en casa.
Les dije que mis padres habían salido y que solo estaba yo esperando a Shyam y al resto de los compañeros que íbamos a hacer un periódico.
Entonces empezaron a hablar entre ellos y, sin soltar a Shyam, se dieron la vuelta diciéndome algo así como que en esas circunstancias sería una irresponsabilidad dejar al niño. Shyam empezó con lo de «periódico gustar», a lo que fue añadiendo una serie de infinitivos, cada vez más enfadado y con la voz más alta: «No ir, quedar, gustar»…
Al ver que le arrastraban escaleras abajo, me miraba con ojos suplicantes y gritaba: «Alejandro ayudar, ayudar»… Pensé que un director de periódico debe salir siempre en defensa de sus periodistas. Así que intenté tirar de él mientras explicaba a sus padres que los míos iban a regresar muy pronto (era mentira, pero había oído decir a mi padre que en periodismo, para sacar una gran verdad, a veces hay que mentir un poco. ¿Lo habría entendido bien?). El caso es que me parecía una mentira justificada.
En esas estábamos, cuando se presentaron el resto de los redactores, que, sin pensárselo dos veces, se pusieron todos de mi lado y empezaron también a tirar de Shyam. Me enterneció tanto ver su incondicional apoyo, como comprobar que todos traían su cuaderno y su bolígrafo. Estos detalles hicieron que les empezara a coger cariño. ¡Iba a ser un gran periódico! ¡Un periódico peleón!
Y la primera pelea la ganamos. Los padres de Shyam accedieron a que este se quedara. Pero, eso sí, «¡con condiciones!». Empezaron a recitar una lista muy larga de las cosas que Shyam NO podía hacer. Me gustó mucho que Yolanda, sacando su cuaderno, dijera: «Un momento que tomo nota». Me pareció un detalle muy profesional. Muy de periodista. La reunión había empezado un poco ajetreada, pero prometía.
En cuanto a las cosas que Shyam NO podía hacer, ¿para qué explicarlas? A aquel niño no le estaba permitido hacer o comer prácticamente nada. Solo tenía permiso para estar listo a las ocho en punto, hora a la que vendrían a recogerlo, no sabíamos si para llevarlo de nuevo a prisión. Shyam se limitó a decir: «Gustar, gracias, volver tarde». Y sus padres se hincharon a darle besos y besos con tanto sentimiento, que empecé a creer que en realidad no íbamos a hacer un periódico, sino partir a la guerra.
Creo que a todos nos dio un poco de pena Shyam, con unos padres tan empalagosos, pero él nos dijo: «Querer mucho, ser mejor tener que no tener». Se refería a sus padres adoptivos y por primera vez pasó por mi cabeza la idea de lo que ocurriría si yo no tuviera padres… y en el estómago se me hizo un agujero tan grande, que para rellenarlo propuse que merendáramos antes de empezar la reunión. La propuesta causó verdadero entusiasmo.
Nos comimos y bebimos todo, incluidos un montón de dulces que María había traído ¡para repartir! Estaba claro que ser colegas del periódico era un vínculo muy fuerte.
La merienda estuvo amenizada por un montón de conversaciones cruzadas y muy animadas, aunque mejor no las cuento, porque ¿qué interés pueden tener, por ejemplo, la sofocada discusión entre Abdul y Ricardo sobre si era bueno o no comer cerdo, o las bobadas de Pablo para enfadar a María y Yolanda con tonterías como que «las niñas sois tontas de atar y no tenéis remedio»? Sé que son tonterías, pero la verdad es que entre una cosa y otra, yo me lo estaba pasando bien. Tan bien, que por poco se me olvida el motivo del encuentro: el periódico.
Pasamos a mi habitación para empezar la reunión. ¡Y vaya! Otro nuevo motivo de distracción. Nada más entrar, después de enterarse de que esa habitación era para mí solo, se pusieron a discutir todos a la vez. Así que la tarde estaba llena de sorpresas para mí, porque yo ¡tampoco nunca en mi vida había pensado en mi habitación! Por primera vez descubría que las habitaciones no eran todas iguales y que la mía les parecía particularmente distinta. Por lo visto, era inmensa y estaba llena de cosas estupendas. Según Abdul «es tan enorme, que cabe toda mi casa dentro y en mi casa somos cinco». Menos mal que Shyam dijo «yo igual que Alejandro», porque empezaba a sentirme culpable de no sé qué delito y estaba a punto de invitar a todos a compartir conmigo la habitación para el resto de nuestros días. Y una cosa es ser colegas periodistas y otra vivir eternamente juntos.
—¿Empezamos o no ya de una vez? —grité por encima de sus gritos. Y, sorprendentemente, todos se callaron y, como avergonzándose, se sentaron en corro sobre la alfombra, cada uno con su cuaderno y su bolígrafo en la mano. Debía de ser grande la habitación, porque cabía toda la redacción de un periódico.
Saqué mi bloc de notas y dije:
—Queridos redactores, lo primero que tenemos que decidir es qué nombre vamos a poner al periódico. Yo he pensado…
Y no pude continuar.
Mi padre me había hablado de los redactores pelotas, que ríen todas las gracias de su director y le dicen que sí a todo lo que propone. Eso será en los periódicos de adultos. En mi periódico no había ni un solo redactor pelota. Y, sinceramente, creo que un poco de peloteo hasta lo habría agradecido, porque mis redactores no solo no estaban dispuestos a reír las gracias de su director, sino ni tan siquiera a mostrar el más mínimo respeto.