20. La vergüenza del periodismo

NO había manera de poner atención en clase. Todo eran codazos, cuchicheos y hasta la profe Paquita se distraía a media explicación mirando por la ventana. Y mientras nos pedía atención y silencio, en realidad ella tampoco estaba atenta a la lección. A mí me preguntó algo así como:

—A ver, Alejandro, entonces el subjuntivo de… no sé si van a poder vender la escuela con tantísima gente que se está reuniendo en la puerta… Entonces ¿cuál es?…

—Creo que son los padres que vienen a protestar…

—Esto es por la noticia de El Trueno…

—Sí, porque al ver las fotos todo el mundo se lo ha creído…

—Sí, sí… El director me dijo que estaba muy preocupado porque era verdad que querían vender el colegio y… ¿me dices o no cuál es el subjuntivo?

—Ahí llegan los del Patronato que nos dijeron que era mentira…

Y mientras se producía esta conversación inconexa, en la que ninguno de los dos ponía atención en lo que decía el otro ni atendía al tema de la clase, todos los compañeros fueron desplazándose hacia la ventana y ya nadie se acordaba del subjuntivo, hasta el punto de que solo quedamos frente a frente la profe Paquita y yo, aunque sin mirarnos. Y de repente se giró hacia mí, diciendo:

—Bueno, bueno, vamos a dejar el subjuntivo y pasemos al futuro. Se acabó la clase, todos fuera a ver qué pasa.

Y coincidió con que el resto de las clases también empezaron a salir antes de tiempo y nos fuimos amontonando todos los alumnos y profesores del colegio dentro del patio. Por su parte los padres, que habían acudido para pedir que no vendieran el colegio, impedían desde fuera la entrada de los señores del Patronato. Los alumnos mayores empezaron a gritar frases de «¡educación, sí, negocio, no!» y en diez minutos se había armado un revuelo tremendo.

Con tanto follón, la verdad es que no nos enteramos muy bien de lo que pasó. Parece que un grupo de padres logró entrar por fin en la sala donde se reunía el Patronato y consiguió que les firmaran un papel en el que se comprometían a no vender el colegio. Los empresarios, al ver el lío que se había montado, salieron corriendo diciendo que la ciudad estaba llena de terrenos en los que se podían construir casas sin tanto barullo.

La noticia fue recibida con aplausos por todos los profesores, padres y alumnos que estábamos en el patio. Todo el mundo estaba tan contento que por la tarde se celebró una fiesta improvisada en la que el director habló para todos, dando las gracias por el apoyo de los padres y alumnos al colegio. Dijo que era una gran noticia que se hubiera conseguido mantener el colegio abierto y también dijo, que lo oyó todo el colegio:

—Y creo que es justo que demos especiales gracias a nuestros reporteros de El Trueno Informativo, estos magníficos periodistas que han logrado…

Y siguió felicitándonos, pero yo ya no escuché nada más, porque veía como mi sueño se hacía realidad, lo estaba viviendo allí mismo… El director hablaba de El Trueno Informativo y yo pasaba muchísima vergüenza.

¡Cómo no iba a tener vergüenza si de todo lo que había ocurrido durante el día no teníamos ni una foto, ni una declaración, ni nada de nada! ¿Cómo dejábamos pasar las noticias ante nosotros sin tomar nota? ¿Qué clase de periodistas éramos?… Lo que oí en mis sueños: «la vergüenza de la profesión». Ni más ni menos.

Por eso cuando al día siguiente los compañeros de clase aplaudieron a la redacción de El Trueno Informativo y leímos que alguien en la pizarra había escrito «El Trueno mola», casi no disfruté. Menos mal que mis redactores, Yolanda, Shyam, María, Ricardo, Abdul y Pablo, a los que nadie había considerado hasta entonces, sonreían orgullosos. Si hasta Beatriz me lo dijo:

—Lo del periódico está muy bien. El próximo año ¿podré ser yo la directora?

Intenté explicarle que eso de ser director…, en fin, que es un cargo que no dura, a ratos lo eres y a ratos no, que depende de lo que digan los redactores.

—¿Esos? —dijo incrédula.

—No te enteras —le contesté yo.