13. Encuesta en el comedor
EL día 28 de mayo del año pasado, cincuenta alumnos del colegio entraron en el comedor con un papel en la mano en el que habíamos escrito siete preguntas, una inventada por cada redactor:
- ¿Te gustaron los tallarines pegajosos de la comida del lunes?
- ¿Qué harías, si pudieras, con el arroz con leche que nos dan todos los jueves?
- ¿Por qué crees que las lentejas del colegio están aguadas y las de casa saben buenas?
- Entre las siguientes, señala la frase que te parece más
adecuada:
- Los filetes empanados me gustan.
- Los filetes empanados están duros.
- Los filetes empanados están durísimos.
- Los filetes están tan duros que a lo mejor son de carne de un animal prehistórico.
- En tu opinión, el pescado rebozado que nos sirven ¿a qué animal acuático pertenece?
- ¿Serías capaz de encontrar cuatro sinónimos que expresen tu opinión sobre la comida que se sirve en el comedor del colegio? Escríbelos.
- Reflexiona y define con tus propias palabras el sabor de las croquetas.
Rellena esta encuesta y entrégala a la salida del colegio a los redactores de «El Trueno Informativo», que se encontrarán debidamente apostados en la puerta de salida.
Estábamos francamente orgullosos de nuestra encuesta. Y yo particularmente de la frase «los redactores se encontrarán debidamente apostados». Las primeras preguntas las hicimos así, a boleo. Pero a partir de la tercera, Abdul propuso que copiáramos el tipo de frase que suelen poner en los libros de texto y nos quedó una encuesta muy de periódico serio.
De hecho, mi padre la leyó y yo creo que intentó buscar algún defecto, pero no pudo y al final dijo exactamente:
—Correcta. Sí, señor, muy correcta.
Eso, para ser mi padre, es como «¡Fantástico! ¡Maravilloso!».
Y qué decir de mi madre, que es tan exigente para estas cosas. Literalmente dijo:
—¡De auténticos profesionales! ¡Impactante!
Y lo fue. Para empezar, los que habían conseguido la encuesta empezaron a leerla en voz alta durante la comida, lo que provocó unas conversaciones animadísimas, muy por encima del tono habitual del comedor, que ya de por sí suele ser bastante alto.
El resultado fue que los profesores que ese día vigilaban el comedor lograron coger una y en corro se pusieron también a comentarla muy animadamente. La mala suerte hizo que en ese momento pasara el director por el comedor y se enterara del motivo del barullo. Riñó a todos. A los alumnos, por gritar y no comer, y a los profesores, por leer y no vigilar. Se acordaba de nosotros, de los redactores de El Trueno Informativo, porque su mirada recorrió todas las mesas y se posó al fondo a la derecha, donde justamente estábamos sentados los siete. Entonces dijo, precisamente citando la mejor frase de la encuesta:
—Y los redactores esos de El Trueno Informativo, si no quieren vérselas conmigo, que se abstengan muy mucho de estar debidamente apostados recogiendo los papelitos estos a la salida del colegio. Los voy a recoger yo mismo y ahora mismo.
Yo pensé que si hubiera estado mi padre le habría dicho que se expresaba muy mal con eso de «muy mucho, yo mismo y ahora mismo». Vale que pudiera ser director del colegio, pero como director de periódico, no tenía ni idea.
Este oficio es duro y no está hecho para cualquiera. Prueba de ello es que apenas había empezado a ejercer mi profesión y ya estaba recibiendo amenazas. Y lo que es peor, veía cómo requisaban nuestro material, porque acabó diciendo:
—Y ahora todo el mundo me entrega de inmediato estos folios difamatorios.
Vi a Pablo cómo abría su cuaderno de periodista y escribía «difamatorios» en su lista de «palabras periodísticas interesantes».
El director se paseó por todas las mesas y recogió cuatro encuestas. Tres eran de tres alumnos despistados, que siempre los hay como dice mi profe «con reacciones lentas, que si seguimos esperando a que contestes nos vamos a dormir». Y la cuarta encuesta era la de la profesora Paquita, que intentó hacerse la despistada, pero la pilló. El resto, las otras cuarenta y seis encuestas desaparecieron. Nadie vio cómo, ni los profesores ni los alumnos. El director se dirigió a mí preguntándome si había más encuestas en el comedor. Y yo, que no puedo mentir, de director a director, le contesté:
—Yo no veo ninguna más, señor director.
Y noté como Ricardo, María, Shyam, Yolanda… en fin, mis redactores, se aguantaban la risa y Abdul me daba una patada de ánimo.
El misterio de la desaparición de las encuestas se resolvió de manera natural al terminar las clases, cuando a la salida del colegio cuarenta y seis niños nos buscaron y nos entregaron los cuestionarios ya contestados. La verdad es que recibimos cincuenta y tres folios. Eran cuarenta y seis encuestas y siete papeles en los que alumnos de diferentes clases nos escribían cosas como:
Todos nosotros también queremos contestar la encuesta, pero nos falta el papel, ¿podéis repartir más?
Y firmaban un montón de alumnos.
—El poder tiembla ante la verdad —fue la frase misteriosa de mi padre esa noche, cuando le conté lo que había pasado.
¿El poder tiembla? ¡El director de El Trueno Informativo, ese sí que temblaba! Temblaba y le sudaban las manos cuando a la mañana siguiente repartía cincuenta nuevas encuestas en la puerta del colegio.
Al terminar las clases, recibimos otras cuarenta y nueve encuestas contestadas. La que faltaba llegó a las manos de la redacción de El Trueno Informativo dos días más tarde con una nota que decía:
Perdón por el retraso, pero me puse enfermo y me tuve que ir a casa, que creo que la comida me sentó fatal y me dio diarrea.
Y es que tenían razón los resultados de la encuesta: la comida era asquerosa.