DOMINGO, 23 DE AGOSTO
Patrick
El sueño que Patrick tenía con su esposa siempre era el mismo. Era de noche y ella estaba en el agua. Tras dejar a Sean en la orilla, él se sumergía y nadaba y nadaba hacia ella, pero, por alguna razón, en cuanto estaba suficientemente cerca para alcanzarla, Lauren se alejaba más y él tenía que seguir nadando. En el sueño, la poza era más ancha que en la vida real. No era una poza, era un lago, un océano. Él tenía la sensación de estar nadando durante horas, y solo cuando se sentía tan agotado que estaba seguro de que él mismo terminaría ahogándose, conseguía alcanzarla y tirar de ella. Al hacerlo, el cuerpo de su esposa rotaba despacio en el agua hasta que su rostro quedaba a la vista y, entonces, él advertía que en su desfigurada y ensangrentada boca había una sonrisa. Siempre era igual, solo que, anoche, cuando el cuerpo giró en el agua, el rostro era el de Helen.
Se ha despertado presa de un terrible pavor y con el corazón latiéndole con tanta fuerza como si fuera a estallar. Se ha sentado en la cama con la palma de la mano en el pecho y sin querer reconocer su propio miedo ni que este se mezclaba con una profunda sensación de vergüenza. Ha descorrido las cortinas y ha esperado que el cielo se aclarara y pasara del negro al gris antes de ir a la habitación de Helen. Luego ha entrado en ella con sigilo y, después de coger cuidadosamente el taburete que había junto al tocador, lo ha colocado al lado de la cama y se ha sentado en él. Ella le daba la espalda, igual que en el sueño, y él ha reprimido el impulso de apoyarle la mano en el hombro y despertarla sacudiéndoselo para asegurarse de que su boca no estuviera llena de sangre y dientes rotos.
Cuando por fin se ha movido y se ha dado la vuelta, Helen se ha sobresaltado al ver a Patrick ahí sentado y se ha dado un fuerte golpe contra la pared al echar la cabeza hacia atrás con violencia a causa del susto.
—¡Patrick! ¿Qué sucede? ¿Le ha ocurrido algo a Sean?
Él ha negado con la cabeza.
—No. No pasa nada.
—Entonces…
—Yo… ¿me dejé algo en tu coche? —ha preguntado—. Me refiero al otro día. Recogí algunas cosas en la casita de campo y quería tirarlas, pero entonces la gata… me distrajo y creo que me dejé la bolsa en el coche. ¿Es así?
Ella ha tragado saliva y ha asentido. Tenía los ojos negros: sus pupilas estaban tan dilatadas que apenas se veían sus iris de color castaño pálido.
—Sí, yo… ¿En la casita de campo? ¿Cogiste esas cosas en la casita de campo? —Ella ha fruncido el ceño como si estuviera tratando de encontrarle sentido a algo.
—Sí. En la casita de campo. ¿Qué hiciste con ellas? ¿Qué hiciste con la bolsa?
Helen se ha incorporado.
—La tiré —ha dicho—. Era basura, ¿no? Parecía basura.
—Sí, solo basura.
Ella ha apartado la mirada y luego ha vuelto a mirarlo.
—Papá, ¿crees que había vuelto a empezar? ¿Que él y ella…? ¿Crees…?
Patrick se ha inclinado hacia delante y le ha apartado el pelo de la frente.
—Bueno, no estoy muy seguro. Quizá. Creo que es posible que fuera así. Pero ahora ya ha terminado, ¿no? —Él ha intentado ponerse de pie, sin embargo sus piernas han flaqueado y ha tenido que apoyarse con una mano en la mesilla de noche. Podía notar que ella estaba mirándolo y se ha sentido avergonzado—. ¿Quieres una taza de té? —le ha preguntado entonces.
—Ya la prepararé yo —ha dicho Helen apartando las sábanas.
—No, no. Quédate donde estás. Yo me encargaré. —Al llegar a la puerta, se ha vuelto hacia la cama—. ¿Al final te libraste de ello? ¿De esa basura? —ha preguntado.
Helen ha asentido.
Entonces, poco a poco, con las extremidades entumecidas y una tirantez en el pecho, Patrick ha descendido la escalera y, tras entrar en la cocina, ha llenado el hervidor de agua y se ha sentado a la mesa con gran pesar. Que él supiera, Helen nunca antes le había mentido, pero estaba bastante seguro de que acababa de hacerlo.
Tal vez debería estar enfadado con ella, pero sobre todo lo estaba con Sean, porque había sido el error de este lo que los había conducido a esa situación. ¡Helen ni siquiera debería estar en esa casa! Debería estar en su hogar, en la cama de su marido. Y él no debería haberse encontrado en esa posición, la ignominiosa posición de tener que limpiar el desaguisado de su hijo. La indelicada posición de dormir en la habitación contigua a la de su nuera. De repente, ha sentido un picor debajo del vendaje del antebrazo y se ha rascado distraídamente.
Y, sin embargo, si era honesto —y siempre intentaba serlo—, ¿quién era él para criticar a su hijo? Todavía recordaba lo que significaba ser un hombre joven indefenso ante los vaivenes de la biología. Él había escogido mal y todavía se avergonzaba de ello. Eligió una belleza, una débil y egoísta belleza, una mujer que carecía de autocontrol en casi todos los aspectos. Una mujer insaciable que se embarcó en un rumbo autodestructivo y, cuando pensaba ahora en ello, la única cosa que lo sorprendía era que hubiera tardado tanto en suceder. Patrick sabía que Lauren nunca había comprendido cuántas veces había estado peligrosamente cerca de perder la vida.
Ha oído unos pasos en la escalera y se ha dado la vuelta. Helen estaba en el umbral, todavía vestida con el pijama y con los pies desnudos.
—¿Papá? ¿Estás bien? —Él se ha puesto de pie para preparar el té, pero ella le ha colocado una mano en el hombro—. Siéntate. Yo lo haré.
Él había escogido mal la primera vez, pero no la segunda. Porque Helen, la hija de un colega tranquilo, sencillo y trabajador, había sido la elección de él. Patrick supo ver de inmediato que ella sería una mujer estable, cariñosa y fiel. Tuvo que convencer a Sean. Este se había enamorado de una mujer a la que había conocido cuando todavía era aprendiz de policía, pero su padre sabía que eso no duraría y, cuando se alargó más de lo previsto, él le puso fin. Ahora miraba a Helen y sabía que había escogido bien para su hijo: ella era honesta, modesta e inteligente, y no estaba nada interesada en las trivialidades de los famosos y los cotilleos que parecían consumir a la mayoría de las mujeres. No perdía el tiempo viendo la televisión o leyendo novelas, trabajaba duro y no se quejaba. Era una persona de trato afable y sonrisa fácil.
—Aquí tienes. —Estaba sonriéndole cuando le ha dado la taza de té—. ¡Oh! —ha exclamado y, tras aspirar aire con fuerza entre los dientes, ha añadido—: Eso no tiene buena pinta. —Estaba mirando su brazo, el lugar en el que él se había apartado el vendaje y se había rascado. Debajo, la piel estaba roja e hinchada y la herida oscura.
Tras coger agua caliente, jabón, antiséptico y vendajes nuevos, Helen le ha limpiado la herida y ha vuelto a vendársela. Cuando ha terminado, Patrick se ha inclinado hacia delante y le ha dado un beso en la boca.
—Papá —ha dicho ella, apartándolo cuidadosamente.
—Lo siento —ha dicho él—. Lo siento —y ha vuelto a sentir vergüenza, ahora de forma abrumadora, y también ira.
Las mujeres siempre lo decepcionaban. Primero Lauren y más tarde Jeannie, una y otra vez. Pero no Helen. Ella no. Y, sin embargo, esa mañana le había mentido. Lo había visto en su rostro, su cándido rostro desacostumbrado al engaño, y él se había estremecido. Ha vuelto a pensar en el sueño: Lauren rotando en el agua, la historia repitiéndose a sí misma, solo las mujeres empeorando.
Nickie
Jeannie le ha dicho que ha llegado el momento de que alguien haga algo al respecto.
—Para ti es fácil decirlo —le ha respondido Nickie—. Y has cambiado la cantinela, ¿no? Antes siempre decías que debía mantener la boca cerrada por mi propio bien. ¿Ahora me pides que abandone toda precaución? —Jeannie no ha contestado—. Bueno, en cualquier caso, lo he intentado. Sabes que lo he hecho. He estado señalando la dirección adecuada. Y le dejé un mensaje a la hermana, ¿no? No es culpa mía si nadie me hace caso. ¿Que soy demasiado sutil, dices? ¡Demasiado sutil! ¿Qué quieres?, ¿que vaya largándolo todo por ahí? ¡Mira adónde te llevó a ti eso! —Se han pasado toda la noche discutiendo al respecto—. ¡No es culpa mía! No puedes decir que lo es. No era mi intención que Nel Abbott se metiera en problemas. Le conté lo que sabía, eso es todo. Como tú me habías estado diciendo que hiciera. No puedo ganar contigo, es imposible. No sé ni por qué me molesto.
Jeannie estaba sacándola de quicio. No se callaba. Y, lo peor de todo, bueno, lo peor no, lo peor era no dormir nada, pero lo segundo peor era que con toda probabilidad tenía razón. Nickie lo había sabido desde el principio, desde esa primera mañana, sentada junto a su ventana, cuando lo sintió. Otra. Otra nadadora. Entonces ya lo pensó. E incluso consideró la posibilidad de hablar con Sean Townsend. Pero, a juzgar por cómo había reaccionado este cuando le mencionó a su madre —rápidamente gruñó enojado y su máscara de amabilidad desapareció—, había hecho bien en morderse la lengua. Al fin y al cabo, era hijo de su padre.
—Entonces ¿quién? ¿Quién, hermanita? ¿Con quién se supone que he de hablar? La mujer policía, no. Eso ni siquiera lo sugieras. ¡Son todos iguales! Iría directa a su jefe, seguro.
Si la mujer policía no, entonces ¿quién? ¿La hermana de Nel? Nada en esta le había inspirado confianza. La chica, sin embargo, era distinta. «No es más que una niña», le ha dicho Jeannie.
—¿Y qué? Tiene más brío en su dedo meñique que la mitad de la gente de este pueblo —ha replicado Nickie.
Sí, hablaría con la chica. Pero todavía no estaba segura de qué iba a decirle.
Nickie aún tenía las páginas de Nel. Aquellas en las que habían trabajado juntas. Podía enseñárselas a la chica. Estaban escritas a máquina, no a mano, pero seguro que Lena reconocía las palabras y el tono de su madre, ¿no? Por supuesto, en ellas no se contaban las cosas tal y como Nickie creía que deberían haberse contado. Ese era uno de los motivos por los que habían reñido. Diferencias artísticas. Nel se había ofendido y había dicho que si Nickie no podía contarle la verdad estaban perdiendo el tiempo, pero ¿qué sabía ella de la verdad? Estaban todos simplemente contando cuentos.
«¿Todavía estás aquí? —le ha preguntado Jeannie—. Pensaba que ibas a hablar con la chica».
—Está bien. Tranquila. Ya lo haré. Más adelante. Cuando esté lista —le ha respondido Nickie.
A veces deseaba que Jeannie se callara de una vez y otras anhelaba más que nada que estuviera allí, en la habitación, sentada con ella junto a la ventana. Deberían haber envejecido juntas, sacándose de quicio en persona en vez de tener que pelearse a través de las ondas espaciales como hacían ahora.
También le habría gustado que, cuando se imaginaba a su hermana, no la viera con el aspecto que tenía la última vez que había ido a ese apartamento. Sucedió un par de días antes de que Jeannie se marchara de Beckford para siempre. Apareció en su puerta todavía pálida por el shock y temblando de miedo. Había acudido para contarle que Patrick Townsend había ido a verla y le había dicho que, si seguía hablando, si seguía haciendo preguntas, si continuaba intentando arruinar su reputación, se aseguraría de que le hicieran daño.
—No lo haré yo —le había dicho—. Yo no te tocaría por nada del mundo. Haré que otro se encargue del trabajo sucio. Y no solo uno. Me aseguraré de que sean unos cuantos y que cada uno de ellos se tome su tiempo. Ya sabes que conozco a mucha gente, ¿verdad, Jean? No tienes ninguna duda de que conozco a personas capaces de hacer cosas así, ¿verdad, chica?
De pie en esa misma habitación, Jeannie le había hecho prometer a Nickie, le había hecho jurar que lo dejaría estar.
—No hay nada que podamos hacer ahora. No debería haberte dicho nada.
—Pero… el chico —había dicho Nickie—. ¿Qué pasa con el chico?
Jeannie se secó las lágrimas de los ojos.
—Ya lo sé. Ya lo sé. Me pone enferma pensar en ello, pero tenemos que dejarlo ahí. Tienes que permanecer callada y no decir nada. Lo que Patrick pueda hacerme a mí, Nicks, también te lo hará a ti. No está bromeando.
Jeannie se marchó un par de días después y ya nunca regresó.
Jules
«Vamos, sé honesta. ¿No hubo alguna parte de ti a la que le gustó?».
Me he despertado con tu voz en mi cabeza. Era media tarde. No puedo dormir por las noches, esta casa se balancea como un barco y el sonido del agua resulta ensordecedor. Por alguna razón, de día no es tan malo. En algún momento, debo de haberme quedado dormida porque me he despertado con tu voz en mi cabeza, preguntándome: «¿No hubo alguna parte de ti a la que le gustó?». ¿«A la que le gustó» o «que lo disfrutó»? ¿O era «que lo deseaba»? Ahora no puedo recordarlo. Solo recuerdo retirar la mano que sujetabas con la tuya y alzarla para pegarte, y la expresión de incomprensión en tu rostro.
Arrastrando los pies, he recorrido el pasillo hasta el cuarto de baño y he abierto el grifo de la ducha. Estaba demasiado agotada para desnudarme, de modo que me he quedado ahí sentada mientras el vapor iba acumulándose en la estancia. Luego he vuelto a cerrar el grifo y me he acercado al lavamanos y me he mojado la cara. Cuando he levantado la mirada, he visto que habían aparecido dos letras en la condensación que se había formado en la superficie del espejo: una «L» y una «S». He sentido tanto miedo que me he echado a llorar.
Entonces he oído que se abría la puerta de la habitación de Lena y luego que llamaba a la puerta del cuarto de baño.
—¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Julia?
He abierto la puerta furiosa.
—¿Qué estás haciendo? —le he preguntado—. ¿Qué estás intentando hacerme? —He señalado el espejo.
—¿Qué? —Parecía molesta—. ¡¿Qué?!
—Lo sabes muy bien, Lena. No sé qué crees que estás haciendo, pero…
Ella me ha dado la espalda y ha comenzado a alejarse.
—Joder, estás completamente pirada.
Me he quedado mirando las letras. No eran imaginaciones mías, estaban definitivamente ahí: «LS». Era el tipo de cosas que tú solías hacer todo el tiempo: dejarme mensajes fantasmales en el espejo o dibujar diminutos pentagramas con laca de uñas roja en la parte trasera de la puerta de mi habitación. Dejabas cosas para asustarme. Te encantaba aterrorizarme y debes de habérselo contado. Debes de haberlo hecho, y ahora ella también lo hace.
¿Por qué «LS»? ¿Por qué Libby Seeton? ¿Por qué esa obsesión con ella? Libby era una joven inocente, una mujer arrojada al agua por hombres que odiaban a las mujeres y que las culpaban de cosas que ellos mismos habían hecho. Sin embargo, Lena pensaba que tú te habías tirado por voluntad propia, de modo que, ¿por qué, Libby? ¿Por qué «LS»?
Envuelta en una toalla, he recorrido el pasillo hasta tu dormitorio. Parecía estar igual que siempre, pero había un olor distinto en el aire, algo dulce. No se trataba de tu perfume, sino de otra cosa. Algo empalagoso y con un marcado y exagerado aroma a rosas. El cajón de tu mesilla de noche estaba cerrado y, cuando lo he abierto, todo estaba como antes, con una excepción. El encendedor en el que habían grabado las iniciales «LS» había desaparecido. Alguien había estado ahí. Alguien se lo había llevado.
He regresado al cuarto de baño y, tras mojarme la cara, he borrado las letras del espejo. Al hacerlo, te he visto detrás de mí con ese mismo gesto de incomprensión en el rostro. Me he dado la vuelta y Lena ha alzado las manos como protegiéndose.
—Dios mío, Julia. Tranquilízate. ¿Se puede saber qué te pasa?
Yo he negado con la cabeza.
—Yo solo… Yo solo…
—Tú solo ¿qué? —Ha puesto los ojos en blanco.
—Necesito un poco de aire.
Pero en el escalón de la entrada casi vuelvo a llorar porque había unas mujeres —dos— en la verja, vestidas de negro e inclinadas, con los miembros entrelazados de un modo extraño. Una de ellas ha levantado entonces la mirada hacia mí. Era Louise Whittaker, la madre de la chica que había muerto. Se ha separado de la otra mujer, gritándole enfurecida mientras lo hacía:
—¡Déjame! ¡Déjame en paz! ¡No te acerques a mí!
La otra le ha dicho adiós con la mano; u hola a mí, no lo tengo claro. Luego ha dado media vuelta y se ha alejado lentamente por el sendero.
—Maldita chiflada —ha dicho Louise mientras se acercaba a la casa—. Es una amenaza, esa Sage. No le haga caso. Ni la deje cruzar la puerta de su casa. Es una mentirosa y una timadora, lo único que quiere es dinero. —Se ha quedado un momento callada para recobrar el aliento y ha fruncido el ceño—. Bueno. Tiene usted un aspecto casi tan malo como mi estado de ánimo. —He abierto la boca para decir algo, pero he vuelto a cerrarla—. ¿Está su sobrina en casa?
La he acompañado dentro.
—Voy a avisarla —he dicho, pero Louise ya estaba al pie de la escalera, llamando a Lena. Luego ha ido a la cocina y se ha sentado a la mesa para esperarla.
Al cabo de un momento ha aparecido Lena. Su típica expresión, esa combinación de altivez y aburrimiento que tanto me recuerda a ti, había desaparecido. Ha saludado a Louise dócilmente, aunque ni siquiera estoy segura de si esta se ha dado cuenta porque estaba mirando hacia otro lado, al río o a algún sitio más allá. Lena se ha sentado a la mesa y se ha recogido el pelo haciéndose un nudo en la nuca. Luego ha levantado la barbilla ligeramente, como si estuviera preparándose para algo, una entrevista. O un interrogatorio. Yo bien podría haber sido invisible a juzgar por la atención que me prestaban, pero de todos modos me he quedado en la cocina, junto a la encimera, en tensión y apoyando el peso sobre el metatarso del pie por si tenía que intervenir.
Louise ha parpadeado despacio y por fin su mirada se ha posado sobre Lena, que se la ha sostenido un segundo antes de bajar la suya a la mesa.
—Lo siento, señora Whittaker. Lo siento mucho.
Louise no ha dicho nada. Las lágrimas han comenzado a caer por los surcos de su cara, siguiendo los cauces formados tras meses de implacable dolor.
—Lo siento mucho —ha repetido Lena. Ahora ella también estaba llorando. Se había vuelto a soltar el pelo y había comenzado a enrollar un mechón en un dedo como una niña pequeña.
—Me pregunto si alguna vez sabrás lo que supone darte cuenta que no conocías a tu propia hija —ha dicho Louise al fin y, con un estremecimiento, ha respirado hondo—. Tengo todas sus cosas. Su ropa, sus libros, su música. Las fotografías que atesoraba. Conozco a sus amigos y a la gente que admiraba. Sé qué le gustaba. Pero esa no era ella. Porque no sabía a quién amaba. Tenía una vida, toda una vida, de la que yo no sabía nada. La parte más importante de ella no la conocía. —Lena ha intentado decir algo, pero Louise ha seguido hablando—: La cosa es, Lena, que tú podrías haberme ayudado. Podrías habérmelo contado. Podrías habérmelo dicho cuando te enteraste. Podrías haber venido a mí y haberme avisado de que mi hija se había metido en algo, algo que no era capaz de controlar, algo que tú sabías, tenías que saberlo, que terminaría resultando perjudicial para ella.
—Pero yo no podía… no podía… —De nuevo, Lena ha intentado decir algo y, de nuevo, Louise no la ha dejado.
—Incluso si hubieras sido lo suficientemente ciega o lo suficientemente estúpida o negligente para no ver lo delicada que era la situación en la que se había metido, podrías haberme ayudado a mí. Podrías haber venido a verme después de su muerte y haberme dicho que no se había debido a algo que yo hubiera hecho o dejado de hacer. Que no era culpa mía ni de mi marido. Podrías haber evitado que nos volviéramos locos. Pero no lo hiciste. Elegiste no hacerlo. Durante todo este tiempo, no has dicho nada. Durante todo este tiempo, tú… Y, lo que es peor, todavía peor, has dejado que él… —Su voz se ha alzado y luego se ha desvanecido en el aire como si fuera humo.
—¿Se saliera con la suya? —Lena ha terminado la frase. Ya no estaba llorando. Ha levantado la voz, y su tono ya no era débil, sino fuerte—. Sí. Lo hice. Y es algo que me pone enferma, me pone jodidamente enferma, pero lo hice por ella. Todo lo que he hecho ha sido por Katie.
—No pronuncies su nombre delante de mí —ha dicho Louise—. No te atrevas.
—¡Katie, Katie, Katie! —Lena se ha medio levantado y se ha inclinado hacia delante hasta que su cara ha quedado a unos pocos centímetros de la nariz de Louise—. Yo la quería, señora Whittaker —ha dicho luego volviendo a sentarse—. Usted sabe lo mucho que la quería. Hice lo que ella deseaba que hiciera. Hice lo que me pidió.
—No te correspondía a ti, Lena, tomar la decisión de ocultar algo tan importante como eso a mí, su madre…
—¡No fue decisión mía, sino suya! Sé que usted piensa que tiene derecho a saberlo todo, pero no es así. Ella no era una niña, no era una niña pequeña.
—¡Era mi niña pequeña! —La voz de Louise ha pasado a ser un gemido, un aullido.
Me he dado cuenta entonces de que mis manos estaban aferradas con fuerza a la encimera y de que también yo estaba a punto de llorar.
Lena ha vuelto a hablar en un tono más suave, casi suplicante.
—Katie tomó una decisión. Tomó una decisión y yo la respeté. —Y, en un tono todavía más suave, como si supiera que se encontraba en terreno peligroso, ha añadido—: Y yo no soy la única. Josh también lo hizo.
Louise ha alzado la mano y ha pegado a Lena una vez, muy fuerte, en la cara. El bofetón ha resonado en las paredes de la cocina. Yo he dado un salto adelante y he agarrado el brazo de Louise.
—¡No! —he exclamado—. ¡Ya basta! ¡Ya basta! —Y he intentado ponerla de pie—. Tiene que marcharse.
—¡Déjala! —ha dicho entonces Lena. El lado izquierdo de su cara estaba completamente rojo, pero su expresión era serena—. No te metas en esto, Julia. Puede pegarme si quiere. Puede arrancarme los ojos o tirarme del pelo. Puede hacer lo que quiera. ¿Qué más da ya?
Louise tenía la boca abierta y he podido oler su aliento agrio. La he soltado.
—Josh no dijo nada por tu culpa —ha dicho—. Porque tú le dijiste que no dijera nada.
—No, señora Whittaker —le ha contestado Lena con mucha tranquilidad al tiempo que se apoyaba la palma de la mano derecha en la mejilla para aliviar el dolor—. Eso no es cierto. Josh guardó su secreto por Katie. Porque ella se lo pidió. Y luego, más adelante, porque quería protegerla a usted y a su padre. Pensó que les haría demasiado daño saber que ella había estado… —Ha negado con la cabeza—. Todavía es pequeño, pensó…
—No me digas lo que pensaba mi hijo ni lo que intentaba hacer —ha replicado Louise—. No lo hagas. —Se ha llevado una mano a la garganta. Un acto reflejo. No, no ha sido un acto reflejo: ha cogido el pájaro azul que colgaba de su cadena con el pulgar y el índice—. Esto… —ha dicho, aunque ha sido más un bufido que una palabra— no se lo regalaste tú, ¿verdad? —Lena ha vacilado un momento antes de negar con la cabeza—. Es de él, ¿no es cierto? Fue él quien se lo regaló a ella. —Louise ha empujado su silla hacia atrás arrastrándola por las baldosas, se ha puesto de pie y, de un tirón, ha roto la cadena y la ha dejado con fuerza sobre la mesa, delante de Lena—. Él se la regaló y tú has dejado que yo la llevara puesta alrededor de mi cuello.
Lena ha cerrado los ojos y ha vuelto a negar con la cabeza. La dócil y pesarosa chica que había entrado en la cocina arrastrando los pies unos pocos minutos antes había desaparecido y en su lugar había otra persona, alguien mayor, alguien adulto en comparación con la desesperación y la desmesura infantiles de Louise. De repente, he tenido un claro recuerdo de ti cuando eras un poco más joven de lo que Lena es ahora. Fue una de las pocas ocasiones en las que diste la cara por mí. Había una profesora en la escuela que me acusó de haber cogido algo que no me pertenecía, y recuerdo que la regañaste. Con serenidad y sin alzar la voz, le dijiste que se equivocaba al acusarme sin pruebas, y ella se sintió intimidada por tus palabras. Recuerdo lo orgullosa que me sentí de ti, y ahora he tenido la misma sensación y la misma calidez se ha extendido por mi pecho.
Louise ha vuelto a hablar otra vez en un tono de voz muy bajo.
—Explícame una cosa entonces —ha pedido sentándose de nuevo—. Ya que la conocías tan bien, ya que la comprendías tan bien…, si Katie quería a ese hombre y si él también la quería a ella, ¿por qué, entonces? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Qué le hizo él para empujarla a llevar a cabo algo así?
Lena se ha vuelto hacia mí. Parecía asustada, creo, o quizá tan solo resignada. No he podido interpretar bien su expresión. Me ha mirado un segundo antes de cerrar los ojos, exprimiendo unas lágrimas que han comenzado a caerle por las mejillas. Cuando ha vuelto a hablar, su tono de voz era más alto y más tenso que antes.
—Él no la empujó a ello. No fue él. —Ha suspirado—. Katie y yo discutimos —ha dicho—. Yo quería que lo dejara, que dejara de verlo. No me parecía que estuviera bien. Pensaba que iba a meterse en problemas. Pensaba… —Ha negado con la cabeza—. Solo quería que dejara de verlo.
Un destello de comprensión ha aparecido en el rostro de Louise; en ese momento ha caído en la cuenta, y también lo he hecho yo.
—La amenazaste —ha dicho—. Con hacerlo público.
—Sí —ha afirmado Lena en un tono de voz apenas audible—. Lo hice.
Louise se ha marchado sin decir una palabra más. Lena se ha quedado sentada, mirando el río por la ventana, sin llorar ni hablar. Yo no tenía nada que decirle, ningún modo de establecer contacto con ella. He reconocido en ella algo que sé que yo también tenía, algo que quizá todo el mundo tiene a esa edad: una inaccesibilidad esencial. He pensado en lo raro que es que los padres crean conocer y comprender a sus hijos. ¿Acaso recuerdan lo que era tener dieciocho años, o quince, o doce? Te recuerdo a ti con diecisiete y a mí con trece y estoy segura de que nuestros padres no tenían ni idea de quiénes éramos.
—He mentido. —La voz de Lena ha interrumpido el hilo de mis pensamientos. No se había movido, seguía mirando el agua.
—¿A quién? ¿A Katie? —Ella ha negado con la cabeza—. ¿A Louise? ¿Sobre qué?
—No tiene ningún sentido contarle la verdad —ha dicho ella—. Ahora ya no. Es mejor que me culpe a mí. Al menos, yo estoy aquí. Necesita algún sitio en el que verter todo ese odio.
—¿Qué quieres decir, Lena? ¿De qué me estás hablando?
Ella ha vuelto sus fríos ojos verdes hacia mí y me ha parecido todavía mayor que antes. Tenía el mismo aspecto que tú la mañana siguiente a que me sacaras del agua. Cambiada, cansada.
—No amenacé a Katie con hacerlo público. Nunca le habría hecho eso. Yo la quería. Parece que no comprendéis lo que significa eso, es como si no tuvierais la menor idea de lo que es el amor. Habría hecho cualquier cosa por ella.
—Entonces, si tú no la amenazaste…
Creo que sabía la respuesta antes de que contestara.
—Fue mamá —ha dicho.
Jules
La habitación parecía más fría; si creyera en espíritus, habría asegurado que te habías unido a nosotras.
—Como he dicho, discutimos. Yo no quería que siguiera viéndolo. Ella afirmó que no le importaba lo que yo pensara, que eso era irrelevante. Me dijo que era una inmadura, que no comprendía lo que era tener una relación de verdad. Yo la llamé zorra; ella a mí, virgen. Fue una pelea de esas. Estúpida, horrible. Cuando Katie se marchó, me di cuenta de que mamá estaba en su habitación, justo en la puerta de al lado. Había pensado que se encontraba fuera, pero no. Lo había oído todo. Me dijo que tenía que contárselo a Louise. Yo le supliqué que no lo hiciera, le expliqué que arruinaría la vida de Katie. Y ella sugirió entonces que quizá lo mejor sería hablar con Helen Townsend, pues al fin y al cabo Mark estaba haciendo algo indebido y Helen era su jefa. Dijo que tal vez podían hacer que lo despidieran sin que el nombre de Katie saliera a la luz. Yo le dije que eso era una estupidez, y ella supo que tenía razón. No podían despedirlo sin más, debía hacerse de forma oficial. La policía se implicaría. Y el caso iría a los tribunales y se haría público. E incluso si el nombre de Katie no aparecía en los periódicos, sus padres lo descubrirían y todo el mundo en la escuela se enteraría… Este tipo de cosas no pueden mantenerse en privado. —Lena ha respirado hondo, exhalando lentamente—. En ese momento le dije a mamá que Katie preferiría morir antes que pasar por todo eso.
Lena se ha inclinado hacia delante y ha abierto la ventana de la cocina, luego ha metido la mano en el bolsillo de la sudadera con capucha que llevaba puesta y ha sacado un paquete de cigarrillos. Ha encendido uno y ha expulsado el humo fuera.
—Se lo supliqué. Lo digo en serio, se lo supliqué de verdad. Mamá me dijo que tenía que pensarlo. Y que yo debía convencer a Katie para que dejara de verlo, que se trataba de un abuso de poder y que estaba muy mal. Me prometió que ella no haría nada, que me daría tiempo para persuadir a Katie. —Ha aplastado el cigarrillo apenas empezado en el alféizar de la ventana y lo ha tirado al agua—. Yo la creí. Confiaba en ella… —Se ha vuelto hacia mí—. Pero un par de días después, la vi en el aparcamiento de la escuela con el señor Henderson. No sé de qué estaban hablando, pero no parecía una conversación amigable, y supe que tenía que decirle algo a Katie, por si acaso, tenía que saberlo, estar preparada… —Su voz se ha quebrado y ha tragado saliva—. Murió tres días después.
Lena ha sorbido por la nariz y luego se la ha limpiado con el dorso de la mano.
—La cosa es que, cuando hablamos luego de ello, mamá me juró que ni siquiera le había mencionado a Katie a Mark Henderson. Me dijo que estuvieron hablando sobre mí, sobre los problemas que yo estaba teniendo en clase.
—Entonces… Un momento, Lena, hay algo que no entiendo. ¿Estás diciendo que tu madre no los amenazó con sacarlo a la luz?
—Yo tampoco lo entendí. Ella me juraba que no había dicho nada, pero podía ver que se sentía muy culpable. Yo sabía que era culpa mía, pero ella no dejaba de actuar como si fuera suya. Dejó de nadar en el río y se obsesionó con la idea de contar la verdad. No paraba de decir una y otra vez que estaba mal tener miedo a afrontar la verdad o a que la gente supiera la verdad, no dejaba de hablar sobre ello…
(No estaba segura de si eso era algo extraño o perfectamente consistente: tú no contabas la verdad, nunca lo hacías; las narraciones que habías estado escribiendo no eran la verdad, eran tu verdad, acorde con tus motivaciones. Si alguien debería saberlo, soy yo. He estado en la parte sucia de tu verdad la mayor parte de mi vida).
—Pero no lo hizo, ¿no? No se lo contó a nadie, ni escribió sobre Mark Henderson. En su… relato sobre Katie no lo menciona.
Lena ha negado con la cabeza.
—No, porque no le permití hacerlo. Discutimos y discutimos y yo no dejaba de decirle que me encantaría ver a ese desgraciado de mierda en la cárcel, pero que eso habría roto el corazón de Katie. Y que, además, supondría que había hecho lo que había hecho por nada. —Ha tragado saliva—. A ver, ya lo sé. Sé que lo que Katie hizo fue una estupidez, algo jodidamente inútil, pero estaba intentando protegerlo. Y acudir a la policía habría supuesto que su muerte no significara nada. Sin embargo, mamá seguía hablando sobre la verdad y no paraba de decir que era una irresponsabilidad dejarlo estar. Ella…, no sé… —Ha levantado los ojos hacia mí y, con una mirada tan fría como la que le había dedicado antes a Louise, ha añadido—: Habrías sabido todo esto si hubieras hablado con ella, Julia.
—Lo siento, Lena, lo lamento tanto…, pero no sé por qué…
—¿Sabes cómo sé que mi madre se suicidó? ¿Sabes por qué estoy segura de ello? —Yo he negado con la cabeza—. Porque el día que murió tuvimos una discusión. Comenzó por nada, pero terminó tratando sobre Katie, como todo. Yo empecé a gritarle y a decirle que era una mala madre y que si hubiera sido una buena persona podría habernos ayudado, podría haber ayudado a Katie, y que nada de eso habría pasado. Ella me respondió que había intentado ayudar a Katie, que un día la había visto a última hora de la tarde regresando a pie a casa y que había detenido el coche a su lado y se había ofrecido a llevarla. Me explicó que Katie estaba muy alterada y que no quería contarle por qué, y mamá le contestó: «No tienes por qué pasar por esto tú sola —le dijo—. Puedo ayudarte —y añadió—: y tu madre y tu padre también pueden». Cuando le pregunté por qué no me lo había contado antes, no quiso decírmelo. Le pregunté entonces cuándo había sucedido eso, y me dijo que el día del solsticio de verano, el 21 de junio. Esa fue la noche en la que Katie fue a la poza. Sin querer, mi madre terminó de empujarla a hacerlo. Y, con ello, Katie hizo lo propio con mi madre.
He sentido que me acometía una oleada de tristeza tan violenta que me ha parecido que iba a caerme de la silla. ¿Ocurrió así, Nel? Después de todo eso, ¿te arrojaste y lo hiciste porque te sentías culpable y desesperada? ¿Estabas desesperada porque no tenías a nadie a quien acudir? (No a tu enojada y dolorida hija y, desde luego, no a mí, pues sabías que si me llamabas yo no te contestaría). ¿Tan desesperada estabas, Nel? ¿Te tiraste?
He sentido la mirada de Lena y he sabido que ella podía percibir mi vergüenza y darse cuenta de que finalmente lo pillaba, que comprendía que también yo tenía parte de culpa. Aun así, no parecía victoriosa ni satisfecha, sino solo cansada.
—No le conté a la policía nada de esto porque no quería que nadie lo supiera. No quería que nadie culpara a mi madre, o, en cualquier caso, no más de lo que ya lo hacen. Ella no lo hizo por odio. Y ya había sufrido bastante, ¿no? Sufrió por cosas que no debería haber sufrido porque no eran culpa suya. Ni suya ni mía. —Una pequeña y triste sonrisa se ha formado en sus labios—. Tampoco tuya. Ni de Louise o de Josh. No fue culpa nuestra.
He intentado abrazarla, pero ella me ha rechazado.
—No —ha dicho—. Por favor, yo solo… —Sus palabras se han ido apagando poco a poco. Ha levantado la barbilla—. Necesito estar sola un rato. Voy a dar un paseo.
He dejado que se marchara.
Nickie
Nickie ha hecho lo que Jeannie le ha dicho que hiciera y ha ido a hablar con Lena Abbott. Había refrescado —un indicio de que ese año el otoño llegaría antes—, de modo que se ha puesto su abrigo negro, ha metido las páginas en el bolsillo interior y ha emprendido el camino hacia la Casa del Molino. Cuando ha llegado, sin embargo, ha descubierto que había otras personas y no estaba de humor para multitudes. Menos todavía después de lo que le había dicho esa mujer, Louise Whittaker, acerca de que lo único que le importaba era el dinero y explotar el dolor de los demás, lo cual no era nada justo. Esa no había sido nunca su intención; si alguna vez la gente la escuchara… Se ha quedado un rato fuera de la casa, observando, pero las piernas le dolían y tenía la cabeza llena de ruido, de modo que ha dado media vuelta y ha regresado a su apartamento. Algunos días nota la edad que tiene, y otros, la de su madre.
No tenía estómago para afrontar el día y el esfuerzo que conllevaba. De vuelta en su habitación, se ha echado una cabezada en su sillón y luego se ha despertado y ha pensado que le había parecido ver a Lena dirigiéndose hacia la poza, pero debía de haber sido un sueño, o una premonición. Más tarde, sin embargo —mucho más tarde, cuando ya estaba oscuro—, ha estado segura de que había visto a la chica cruzando la plaza como un fantasma. Un fantasma con un propósito, avanzando a toda velocidad. Incluso desde su pequeño y oscuro apartamento, Nickie ha podido sentir el aire abriéndose a su paso y la energía que despedía su cuerpo, y eso le ha levantado el ánimo y ha hecho que se olvidara de su edad. Aquella era una chica con una misión. Tenía fuego en su interior, era peligrosa. Alguien con quien era mejor no meterse.
Ver a Lena así le ha recordado a sí misma años antes, y le han dado ganas de levantarse y bailar, de ir a aullarle a la luna. Y, sí, era posible que sus días de bailoteos hubieran terminado, pero, con o sin él, ha decidido que esa noche iría al río. Quería sentir de cerca a todas esas mujeres y chicas conflictivas, peligrosas y vitales. Quería sentir su espíritu, bañarse en él.
Se ha tomado cuatro aspirinas y, tras coger su bastón, ha descendido lenta y cuidadosamente por la escalera y ha salido al callejón que da a la parte trasera del colmado. Luego ha cruzado la plaza en dirección al puente.
Ha tenido la sensación de que tardaba mucho rato; últimamente, tarda mucho en hacer cualquier cosa. Nadie la advertía a una de ello cuando era joven, nadie le decía lo lenta que se volvería y lo mucho que la aburriría su propia lentitud. Nickie ha pensado entonces que tal vez debería haberlo previsto, y se ha reído para sí en la oscuridad.
Podía recordar una época en la que sus piernas eran veloces como las de un galgo. Por aquel entonces, cuando era joven, ella y su hermana solían hacer carreras río arriba. Corrían a toda velocidad con las faldas metidas en las bragas y notando cada roca y cada grieta del duro suelo bajo las finas suelas de sus playeras. Eran imparables. Más adelante, mucho más adelante, más viejas y un poco más lentas, solían encontrarse en el mismo sitio, río arriba, y paseaban juntas, a veces durante kilómetros, a menudo en silencio.
En uno de esos paseos vieron a Lauren sentada en los escalones de la casa de Anne Ward con un cigarrillo en la mano y la cabeza reclinada en la puerta. Jeannie la llamó y, cuando Lauren levantó la mirada, vio que un lado de su cara tenía el color de la puesta de sol.
—Es un demonio, su marido —dijo Jeannie.
Dicen que, cuando una habla del demonio, siente su calor. Y, en efecto, mientras Nickie estaba ahí de pie, recordando a su hermana con la mirada puesta en el río, los codos apoyados en la fría piedra del puente y la barbilla descansando sobre las manos, lo ha sentido. Lo ha sentido antes de verlo. No había pronunciado su nombre, pero tal vez los susurros de Jeannie habían conjurado al Satanás del pueblo. Nickie ha vuelto la cabeza y ahí estaba, caminando hacia ella por el lado este del río, con un bastón en la mano y un cigarrillo en la otra. Nickie ha escupido al suelo como siempre hace y ha recitado su invocación.
Lo normal sería que lo hubiera dejado ahí, pero esa noche —y quién sabe por qué, tal vez estaba sintiendo el espíritu de Lena, o el de Libby, o el de Anne, o el de Jeannie— se ha dirigido a él.
—Ya falta poco —ha afirmado.
Patrick se ha detenido y ha levantado la mirada como si estuviera sorprendido de verla.
—¿Cómo? —ha preguntado con un gruñido—. ¿Qué has dicho?
—He dicho que ya falta poco.
Él ha dado un paso hacia Nickie y ella ha vuelto a sentir cómo el espíritu furioso y ardiente que notaba en su cuerpo se extendía y pasaba de su estómago al pecho y de este a la boca.
—Últimamente han estado hablando conmigo.
Patrick ha hecho un gesto con la mano como desestimando su comentario y ha respondido algo que ella no ha podido oír. Luego ha seguido su camino, pero ella continuaba sin poder acallar al espíritu, de modo que ha vuelto a dirigirse a él:
—¡Mi hermana! ¡Tu esposa! Y Nel Abbott también. Todas ellas. Han estado hablando conmigo. Y ella tenía tu número, ¿verdad? ¿Nel Abbott?
—Cierra la boca, vieja chiflada —ha soltado Patrick.
Ha hecho un amago de abalanzarse sobre ella y Nickie se ha sobresaltado. Entonces él se ha reído y se ha dado de nuevo la vuelta.
—La próxima vez que hables con tu hermana —ha dicho por encima del hombro—, salúdala de mi parte.
Jules
He esperado en la cocina a que Lena volviera a casa. La he llamado al móvil y le he dejado mensajes de voz. Estaba muy preocupada y, en mi cabeza, me has regañado por no haber ido detrás de ella, como tú habrías hecho conmigo. Tú y yo contamos nuestras historias de formas distintas. Eso lo sé porque he leído tus palabras: «Cuando tenía diecisiete años, salvé a mi hermana de morir ahogada». Tú eras heroica, sin contexto. No escribiste sobre cómo había llegado yo allí, ni sobre el partido de fútbol, ni sobre la sangre, ni sobre Robbie.
Tampoco sobre la poza. «Cuando tenía diecisiete años, salvé a mi hermana de morir ahogada», dices. ¡Menuda memoria más selectiva, Nel! Todavía puedo sentir tu mano en mi nuca, forcejear contigo, la agonía de mis pulmones al quedarse sin aire, el frío pánico cuando, incluso en mi estúpido, desesperado y ebrio estupor, me di cuenta de que iba a ahogarme. Eras tú quien impedía que saliera de debajo del agua, Nel.
No durante mucho rato. Cambiaste de parecer. Rodeaste mi cuello con el brazo y me llevaste a la orilla, pero siempre he sabido que una parte de ti había querido dejarme ahí.
Me dijiste que nunca hablara de ello, me hiciste prometerlo «por mamá», de modo que lo aparté de mi mente. Supongo que siempre pensé que algún día, en un futuro lejano, cuando fuéramos viejas y tú fueras distinta y lo lamentaras, volveríamos a hablar del tema. Hablaríamos sobre lo que sucedió, sobre lo que hice yo y lo que hiciste tú, sobre lo que dijiste y cómo terminamos odiándonos la una a la otra. Pero nunca me dijiste que lo lamentabas. Y nunca me explicaste por qué me trataste a mí, tu hermana pequeña, como lo hiciste. Nunca cambiaste, tan solo fuiste y te moriste, y ahora siento como si me hubieran arrancado el corazón del pecho.
Estoy desesperada por volver a verte.
He estado esperando a Lena hasta que, derrotada por el agotamiento, finalmente me he ido a la cama. Desde que he regresado a este lugar me está costando mucho dormir y estoy comenzando a pagar las consecuencias. Me he desplomado sobre el colchón y he permanecido en un estado de duermevela hasta que he oído la puerta en la planta baja y los pasos de Lena en la escalera. Luego he oído cómo entraba en su dormitorio y ponía música lo bastante alta para que yo pudiera oír a una mujer cantando.
That blue-eyed girl
Said «No more»
And that blue-eyed girl
Became blue-eyed whore.
Lentamente, he vuelto a quedarme dormida. Cuando he vuelto a despertarme, seguía sonando música, la misma canción, ahora todavía más alto. Quería que parara, me moría por que lo hiciera, pero era incapaz de levantarme. Me he preguntado incluso si estaba despierta; pues, en ese caso, ¿qué era ese peso que sentía en el pecho, aplastándome? No podía respirar, no podía moverme, solo oía a la mujer.
Little fish, big fish, swimming in the water.
Come back here, man, gimme my daughter.
De repente, el peso ha desaparecido y me he levantado de la cama furiosa. He salido a trompicones al pasillo y, a gritos, le he dicho a Lena que bajara la música. Cuando he llegado a su habitación, sin embargo, he visto que no había nadie dentro. Las luces estaban encendidas, la ventana abierta, y había cigarrillos en el cenicero y un vaso junto a la cama vacía. La música parecía sonar cada vez más alta y la cabeza me palpitaba y me dolía la mandíbula. He encontrado el puerto del iPod y lo he desenchufado de la pared de un tirón y, al fin, al fin, lo único que he podido oír ha sido el sonido de mi propia respiración y las pulsaciones en mis sienes.
He regresado a mi dormitorio y he vuelto a llamar a Lena. Al no obtener ninguna respuesta, he telefoneado a Sean Townsend, pero me ha saltado el contestador. En la planta baja, la puerta de entrada estaba cerrada con llave y todas las luces estaban encendidas. He ido de habitación en habitación apagándolas una a una, caminando a trompicones como si estuviera borracha o drogada. Luego me he tumbado en el asiento de la ventana en el que solía sentarme a leer libros con mamá y donde hace veintidós años tu novio me violó, y he vuelto a quedarme dormida.
He soñado que el río crecía. Yo estaba en el piso de arriba, en la habitación de nuestros padres, tumbada en la cama con Robbie al lado. Fuera, llovía a cántaros y el río no dejaba de crecer y, de algún modo, sabía que la planta baja de la casa estaba inundándose. Al principio poco a poco, apenas un hilillo de agua que se filtraba por debajo de la puerta. Luego más rápidamente: el agua sucia abría de golpe todas las puertas y las ventanas y, tras anegar la planta baja, alcanzaba los escalones. De algún modo, podía ver el salón sumergido en un agua verde y turbia; el río reclamaba la casa, el agua llegaba al cuello del Perro semihundido, solo que ahora ya no era un animal pintado, sino real. Tenía los ojos blancos abiertos como platos por el pánico y hacía todo lo posible para no morir ahogado. Yo trataba de levantarme de la cama para ir a salvarlo, pero Robbie lo impedía tirándome del pelo.
Me he despertado con un sobresalto, todavía asustada por la pesadilla. He consultado la hora en el móvil: eran las tres pasadas. He oído algo, a alguien moviéndose por la casa. Lena estaba aquí. Gracias a Dios. He oído el ruido de sus chanclas golpeando los escalones mientras bajaba. Al llegar a la puerta de la cocina, se ha detenido. El marco encuadraba su figura y la luz que había a su espalda iluminaba su silueta.
Entonces ha comenzado a caminar hacia mí diciendo algo, pero yo no podía oírla, y he advertido que no llevaba las chanclas, sino los zapatos de tacón que se había puesto el día del funeral y el mismo vestido negro, que estaba empapado. El pelo se le pegaba a la cara y tenía la piel muy gris y los labios amoratados. Estaba muerta.
Me he despertado con un grito ahogado. El corazón me latía con fuerza y el asiento debajo de mí estaba completamente mojado de sudor. Confundida, me he incorporado y, al mirar los cuadros que tenía delante, he tenido la sensación de que se movían y he pensado: «Todavía estoy dormida, no puedo despertarme, no puedo despertarme», de modo que me he pellizcado la piel tan fuerte como he podido, clavándome las uñas en la carne del antebrazo hasta que he visto auténticas marcas y he sentido auténtico dolor. La casa estaba a oscuras y en silencio salvo por el débil rumor del río. He llamado a Lena.
Luego he subido corriendo al piso de arriba. La puerta de su habitación estaba entreabierta y la luz, encendida. El interior se veía exactamente igual que unas horas antes; nadie había tocado el vaso de agua ni la cama sin hacer ni el cenicero. Lena no estaba en casa. No había estado en casa. Se había marchado.