JUEVES, 20 DE AGOSTO

Lena

Lo del señor Henderson comenzó como una broma. Un juego. Ya lo habíamos hecho antes con el señor Friar, el profesor de biología, y también con el señor Mackintosh, el entrenador de natación. Solo había que lograr que se sonrojaran. Nos turnábamos para intentarlo. Una de nosotras dos iba y, si no lo conseguía, le tocaba a la otra. Podíamos hacer lo que quisiéramos y cuando quisiéramos, la única regla era que la otra tenía que estar presente, ya que, si no, no sería verificable. Nunca incluimos a nadie más. Era algo nuestro, de Katie y mío. No recuerdo de cuál de las dos fue la idea.

Con Friar, yo fui primero y me costó apenas treinta segundos. Me dirigí a su escritorio y le sonreí y me mordí el labio cuando él estaba explicando algo sobre la homeostasis. Me incliné hacia delante para que se me abriera un poco la blusa y ¡bingo! Con Mackintosh costó un poco más porque estaba acostumbrado a vernos en bañador, así que tampoco iba a perder el juicio por un poco de piel. Sin embargo, al final Katie lo consiguió mostrándose dulce y tímida y un poco avergonzada al hablarle de las películas de kung-fu que sabíamos que le gustaban.

Con el señor Henderson, en cambio, la historia fue distinta. Katie fue primero porque había ganado la ronda del señor Mac. Esperó hasta después de clase y, mientras yo guardaba mis libros muy despacio, se acercó a su escritorio y, tras sentarse en el borde, se inclinó un poco en su dirección con una sonrisa y comenzó a hablar. Él, sin embargo, empujó la silla hacia atrás y se puso en pie de golpe. Ella siguió con su número, pero ya sin entusiasmo. Luego, cuando nos estábamos marchando, Henderson nos miró como si estuviera furioso. Cuando lo intenté yo, bostezó. Me esforcé al máximo acercándome a él y sonriendo y tocándome el pelo y el cuello y mordisqueándome el labio inferior, pero él bostezó abiertamente. Como si estuviera aburriéndolo.

No podía quitarme de la cabeza el modo en que me había mirado, como si yo no fuera nada, como si yo no fuera en absoluto interesante. Ya no quería seguir jugando. No con él. No era divertido. Se comportaba como un gilipollas.

—¿Eso crees? —preguntó Katie, y yo le dije que sí, y ella dijo que de acuerdo. Y eso fue todo.

No descubrí que había roto las reglas hasta mucho después. Meses después. No tenía ni idea, de modo que, cuando Josh vino a verme el día de San Valentín con la historia más hilarante que había oído nunca, le envié a Katie un mensaje con la imagen de un pequeño corazón.

«Me he enterado de lo de tu churri —escribí—. KW & MH xra siempre». Unos cinco segundos después, recibí un mensaje que decía: «Borra eso. No lo digo en broma. Bórralo». «¿Q coño t pasa?», le contesté, y ella volvió a escribirme: «Bórralo ahora o juro que nunca volveré a hablar contigo». «Joder —pensé—. Tranquilízate».

A la mañana siguiente, en clase, me ignoró. Ni siquiera me dijo «hola». Al salir, la agarré del brazo.

—¿Katie? ¿Qué es lo que sucede? —Ella me metió en el lavabo prácticamente a empujones—. ¿Qué cojones pasa? —dije—. ¿A qué venía eso?

—Nada —repuso en voz baja—. Solo me pareció que era cutre, ¿vale? —Y me miró de esa forma tan habitual en ella últimamente, como si ella fuera una adulta y yo una niña—. ¿Por qué me escribiste eso?

Estábamos al fondo del cuarto de baño, debajo de la ventana.

—Josh vino a verme —le expliqué—. Me contó que os había visto a ti y al señor Henderson cogidos de la mano en el parque… —dije, y comencé a reír.

Katie no se rio. Se dio la vuelta y se quedó delante del lavamanos, mirando su imagen en el espejo.

—Y ¿qué te contó exactamente? —me preguntó al tiempo que sacaba el rímel de su bolso. Su voz sonaba extraña. No parecía enfadada ni molesta. Era más bien como si tuviera miedo.

—Me dijo que había estado esperándote después de la escuela y que te había visto con el señor Henderson, y que ibais cogidos de la mano… —Comencé a reír otra vez—. Por el amor de Dios, no es para tanto. Solo estaba inventándose historias porque quería una excusa para venir a verme. Era el día de San Valentín, de modo que…

Katie cerró los ojos.

—¡Dios! Eres tan jodidamente narcisista… —declaró en voz baja—. Siempre crees que todo está relacionado contigo.

Me sentí como si me hubiera abofeteado.

—¿Qué…? —Ni siquiera supe qué contestar.

Eso era impropio de ella. Todavía estaba intentando saber qué decir cuando ella dejó caer el rímel en el lavabo, se agarró al borde del mismo y rompió a llorar.

—¡Katie…! —Coloqué la mano en su hombro y ella sollozó todavía más fuerte. Luego la rodeé con los brazos—. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué sucede? ¿Qué ha pasado?

—¿Es que no te has dado cuenta de que las cosas son distintas? ¿No te has dado cuenta, Lenie?

Claro que me había dado cuenta. Desde hacía algún tiempo se comportaba de un modo diferente, más distante. Siempre estaba ocupada. Tenía deberes, de modo que no nos veíamos después de clase; o iba a comprar con su madre, así que no podía venir al cine; o tenía que hacer de canguro de Josh, de manera que no podía venir a casa esa noche. También se comportaba de forma distinta en otras cosas. Estaba más callada en la escuela. Ya no fumaba. Había comenzado a hacer dieta. Parecía desconectar de nuestras conversaciones como si le aburriera lo que estuviera contándole, como si tuviera mejores cosas en las que pensar.

Claro que lo había notado. Y estaba dolida. Pero no iba a decir nada. Mostrarle a alguien que una está dolida es lo peor que puede hacerse, ¿no? No quería parecer débil o necesitada. Nadie quiere estar al lado de una persona así.

—Yo pensaba… No lo sé, K, pensaba que estabas aburrida de mí o algo así.

Ella lloró todavía más fuerte y yo la abracé.

—No —dijo—. No estoy aburrida de ti. Pero no podía contártelo. No podía contárselo a nadie…

De repente, se deshizo de mi abrazo, se dirigió al otro lado del cuarto de baño y se puso de rodillas. A cuatro patas, comprobó que no hubiera nadie en ningún cubículo.

—¿Katie? ¿Qué estás haciendo?

Hasta entonces no me di cuenta. Así de perdida estaba.

—¡Oh, Dios! —dije al tiempo que ella volvía a ponerse de pie—. ¿Estás…? ¿Estás diciendo que… —bajé el tono de voz— hay algo entre vosotros? —Ella no respondió, pero se me quedó mirando directamente a los ojos y supe que era cierto—. Joder. ¡Joder! No puedes… Esto es una locura. No puedes. No puedes, Katie. Tienes que ponerle fin… antes de que suceda algo.

Ella me observó como si yo fuera algo tonta, como si sintiera lástima por mí.

—Ya ha sucedido, Lena —repuso con una media sonrisa, y comenzó a secarse las lágrimas de la cara—. Ha estado sucediendo desde noviembre.

A la policía no le he contado nada de eso. No era asunto suyo.

Han venido a casa por la noche, cuando Julia y yo estábamos cenando en la cocina. Corrección: yo estaba cenando. Ella estaba jugueteando con la comida del plato como siempre hace. Mamá me había explicado que a Julia no le gustaba comer delante de otras personas; era algo que le venía de cuando estaba gorda. Las dos permanecíamos en silencio. No habíamos dicho nada desde que llegué a casa ayer y la encontré hurgando entre las cosas de mamá, de modo que ha sido un alivio que sonara el timbre.

Cuando he visto que eran Sean y la sargento Morgan —o Erin, tal y como se supone que he de llamarla ahora que nos vemos tanto—, he pensado que debía de ser por lo de las ventanas rotas, aunque me ha parecido asimismo que el hecho de que vinieran los dos era algo exagerado. He optado por admitir mi culpa de inmediato.

—Pagaré los daños —he dicho—. Ahora puedo permitírmelo, ¿no?

Julia ha fruncido los labios como si considerara que yo era una decepción para ella. Se ha puesto de pie y ha recogido los platos a pesar de que no había comido nada.

Sean ha levantado su silla y ha rodeado la mesa con ella para sentarse a mi lado.

—Ya llegaremos a eso —ha señalado con una expresión triste y seria en el rostro—. Primero tenemos que hablar contigo sobre Mark Henderson.

Me he quedado helada y el estómago me ha dado un vuelco como cuando una sabe que está a punto de suceder algo realmente malo. Lo sabían. Me he sentido devastada y aliviada al mismo tiempo, pero me he esforzado para que mi rostro permaneciera inexpresivo e inocente.

—Sí —he dicho—. Ya lo sé. Me he cargado sus ventanas.

—Y ¿por qué lo has hecho? —ha preguntado Erin.

—Porque estaba aburrida. Porque es un gilipollas. Porque…

—¡Ya basta, Lena! —me ha interrumpido Sean—. Deja de hacerte la tonta. —Parecía estar bastante cabreado—. Sabes que no es de eso de lo que estamos hablando, ¿verdad? —Yo no he respondido y me he vuelto hacia la ventana—. Hemos tenido una conversación con Josh Whittaker —ha dicho, y el estómago ha vuelto a darme un vuelco. Supongo que siempre había sabido que Josh no sería capaz de permanecer en silencio para siempre, pero esperaba que destrozar las ventanas de la casa de Henderson lo satisficiera al menos durante un tiempo—. ¿Lena? ¿Me estás escuchando? —Sean se ha inclinado hacia delante. He advertido que las manos le temblaban un poco—. Josh ha hecho una acusación muy seria sobre Mark Henderson. Nos ha dicho que mantuvo una relación con Katie Whittaker, una de carácter sexual, en los meses anteriores a la muerte de esta.

—¡Menuda estupidez! —he replicado, y he intentado reírme—. Eso es una auténtica estupidez. —Todo el mundo estaba mirándome y me ha resultado imposible no sonrojarme—. Es una estupidez —he repetido.

—¿Por qué iba a inventarse una historia así, Lena? —me ha preguntado Sean—. ¿Por qué razón el hermano pequeño de Katie habría de inventarse una historia como esa?

—No lo sé —he dicho—. No lo sé. Pero no es cierto. —Estaba mirando la mesa mientras intentaba pensar una razón, pero mi rostro estaba cada vez más sonrojado.

—Está claro que no estás diciendo la verdad, Lena —ha dicho Erin—. Lo que está menos claro es por qué diantre mientes sobre algo así. ¿Por qué proteges a un hombre que se aprovechó de tu amiga de ese modo?

—Oh, por el amor de Dios…

—¿Qué? —ha preguntado, acercando su cara a la mía—. Por el amor de Dios, ¿qué? —Había algo en ella, en el hecho de que se hubiera aproximado tanto y en la expresión de su rostro, que hacía que me dieran ganas de abofetearla.

—Él no se aprovechó de ella. ¡Katie no era una niña!

Erin se ha mostrado entonces muy satisfecha consigo misma y me han entrado más ganas aún de abofetearla. Ella ha continuado hablando.

—Si no se aprovechó de ella, ¿por qué lo odias tanto? ¿Estabas celosa?

—Creo que ya es suficiente —ha dicho Julia, pero nadie le ha hecho el menor caso.

Erin seguía hablando, buscándome las cosquillas.

—¿Lo querías para ti? ¿Es eso? ¿Estabas cabreada porque pensabas que eras la más guapa y deberías haber sido tú quien recibiera toda la atención?

Y entonces ya no he podido más. Sabía que si no se callaba iba a pegarle, de modo que lo he soltado:

—Claro que lo odiaba, maldita zorra. Lo odiaba porque la alejó de mí.

Todo el mundo se ha quedado un momento callado. Luego Sean ha dicho:

—¿La alejó de ti? ¿Cómo hizo eso, Lena?

No he podido evitarlo. Estaba jodidamente cansada y estaba claro que se iban a enterar de todos modos ahora que Josh había abierto su bocaza. Aunque, sobre todo, estaba harta de seguir mintiendo. De modo que, sentada ahí, en la cocina, al final he traicionado a Katie.

Se lo había prometido. Después de discutir, después de que ella me jurara que habían roto y que ya no estaban viéndose, me hizo prometerle que, sucediera lo que sucediese, lo que fuera, nunca le revelaría a nadie la relación que habían tenido. Fuimos juntas a la poza por primera vez desde hacía siglos, nos sentamos en un lugar debajo de los árboles donde nadie podía vernos y ella lloró cogida a mi mano.

—Sé que piensas que está mal y que no debería haber estado con él —dijo—. Lo entiendo. Pero lo amaba, Lena. Y todavía lo amo. Él lo era todo para mí. No quiero que le hagan daño. No quiero. No podría soportarlo. Por favor, no hagas nada que pueda hacerle daño. Por favor, Lenie, guarda el secreto por mí. No por él. Sé que a él lo odias. Hazlo por mí.

Y lo he intentado. De verdad. No he dejado de morderme la jodida lengua. Incluso cuando mi madre vino a mi habitación para decirme que la habían encontrado en el agua; incluso cuando Louise vino a casa medio muerta de dolor; incluso cuando ese desgraciado de mierda declaró a los periódicos locales lo buena estudiante que era y lo mucho que la querían y la admiraban estudiantes y profesores por igual; incluso cuando se acercó a mí en el funeral de mi madre y me ofreció sus condolencias.

Pero llevo meses mordiéndomela y mordiéndomela y mordiéndomela y, si no dejo de hacerlo, terminaré arrancándomela de cuajo y atragantándome con ella.

Así que se lo he contado. Sí, Katie y Mark Henderson tenían una relación. Comenzó en otoño. Acabó en marzo o abril. Volvió a comenzar a finales de mayo, creo, pero no por mucho tiempo. Ella terminó la relación. No, no tengo pruebas.

—Iban con mucho cuidado —les he explicado—. No se enviaban correos electrónicos, ni mensajes de texto, ni se escribían por Messenger, ni usaban ningún medio electrónico. Era una regla que tenían. Eran muy estrictos al respecto.

—¿Los dos, o él? —ha preguntado Erin.

La he fulminado con la mirada.

—Bueno, nunca lo hablé con él. Eso fue lo que ella me dijo, que era su regla.

—¿Cuándo lo descubriste, Lena? —ha preguntado Erin—. Tienes que remontarte al principio de todo.

—No, en realidad no creo que tenga que hacerlo —ha dicho de repente Julia, de pie junto a la puerta. Se me había olvidado incluso que estaba en la cocina—. Creo que Lena está muy cansada y deberían dejarla en paz por ahora. Podemos ir mañana a la comisaría y seguir con esto, o, si lo prefieren, pueden venir ustedes aquí, pero por hoy ya es suficiente.

Me han entrado ganas de abrazarla. Por primera vez desde que la conozco, he tenido la sensación de que Julia estaba de mi parte. Erin iba a protestar, pero Sean ha intervenido:

—Sí, tiene razón —y se ha puesto de pie y han salido todos al pasillo.

Yo he ido detrás de ellos.

—¿Os dais cuenta de lo que supondrá esto para su madre y su padre cuando se enteren? —he preguntado cuando han llegado a la puerta.

Erin se ha vuelto hacia mí.

—Bueno, al menos ahora tendrán una explicación de por qué lo hizo —ha contestado.

—No, no la tendrán. No tendrán ninguna razón —he replicado—. No había ninguna razón para que hiciera lo que hizo. Lo estáis demostrando vosotros ahora mismo. Con vuestra presencia aquí, estáis demostrando que lo que hizo no ha servido para nada.

—¿Qué quieres decir, Lena?

Se han quedado todos mirándome fijamente, expectantes.

—No lo hizo porque él le hubiera roto el corazón o porque se sintiera culpable ni nada de eso. Lo hizo para protegerlo. Pensaba que alguien los había descubierto. Pensaba que iban a denunciarlo y que aparecería en los periódicos. Pensaba que habría un juicio, que sería condenado y que iría a la cárcel por agresión sexual. Pensaba que le pegarían, o lo violarían, o lo que sea que les pase a los hombres como él ahí dentro. De modo que decidió librarse de la prueba —he explicado.

Para entonces, había empezado a llorar y Julia se ha acercado a mí y me ha rodeado con los brazos sin dejar de susurrar:

—Chisss, Lena. No pasa nada, chisss.

Pero sí que pasaba.

—Eso es lo que estaba haciendo —he dicho—. ¿No lo entendéis? Estaba librándose de la prueba.