El amor también está en el cerebro
(Mensaje hallado en el móvil de X)
–Nos gusta mucho su relato sobre las funciones de la mente y el cerebro. Pero no sabemos qué título ponerle -me dijo el director de la editorial Aguilar, después de haber estudiado el manuscrito.
–Está clarísimo: El alma está en el cerebro -fue, sin dudarlo un instante, mi respuesta.
Estoy convencido de que con el título elegido estaba conectando con las fibras más íntimas, mágicas y desnutridas de los lectores potenciales. El siglo xxi será recordado, sin duda, como el siglo de la ciencia de la mente, pero, entretanto, no sabemos casi nada de esa caja oscura que es el cerebro.
Por supuesto que el alma está en el cerebro, pero también el amor lo segregan sus células nerviosas. El amor es el fruto apasionado y prohibido de tres cerebros no del todo integrados todavía: el de los reptiles y el de los mamíferos, envueltos por la membrana de la neocorteza, de creación más reciente. Al cerebro no le interesa la búsqueda de la verdad, sino sobrevivir. Es su gran destreza. Y si el amor es, desde tiempo inmemorial, el recurso fundamental para sobrevivir, ¿dónde iba a ubicarse, sino en el cerebro? Ningún lector se extrañará, después de haber leído este capítulo, de que el autor lo haya titulado El amor también está en el cerebro.
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grabado del siglo XVIII.
Toda la trama de Las desventuras del joven Werther, el más personal y emotivo de todos sus libros, parte de un error neurológico: la separación entre enamorarse – to fall in love o tomber amoureux, como dicen, con mayor precisión, los anglosajones o los franceses- y estar enamorado. Siendo dos partes del mismo proceso, el joven Werther estima, o quiere creer, que ambos procesos pueden subsistir por separado.
Su gran amor era Carlota, la prometida de su amigo Albert, a la que conoce en un baile. El amor es fulminante y cada día -con la esperanza de que ella también llegue a quererlo- es un martirio. En casa de Carlota -su amigo está de viaje- dedica horas y horas a platicar y entretener a sus hermanos. Las cartas que escribe a un tal Wilhelm -cuyas respuestas no conoceremos jamás- son un tesoro de la creación literaria y la creatividad de Goethe: «… mis sueños son reales, pero el mundo es un sueño».
El amor, que como se verá a continuación es una fuente de sentido y sosiego, vacía y convierte en algo horrible el mundo de Werther. Enamorarse -nos demuestra hoy la neurobiología- es un paso indispensable para que florezca el amor. Pero son dos cosas distintas y sólo puede consumarse si a la primera fase le sigue la segunda etapa. En el camino a esta etapa había dos vallas que Werther no podía salvar: su propia amistad con Albert y el sentido común de Carlota.
El suicidio del protagonista sí anticipaba, en cambio, un descubrimiento reciente: la conexión entre los efectos específicos que forman parte del concepto neurobiológico del amor por una parte y, por otra, numerosas componentes no específicas e interrelaciones simultáneas del mecanismo amor-placer. El impulso básico de fusión con otro organismo, así como la generación de vínculos profundos de afecto, comparten un amplio entramado de señalizaciones y características fisiológicas del amor romántico o del amor maternal con el amor sexual y otras actividades necesarias para hacer frente al estrés o a la supervivencia. El amor platónico por sí mismo no se sustenta. Esas conexiones desembocaron en el suicidio de Werther.