¿Por qué somos como somos?
(Texto de una pancarta en el primer partido de España en el Mundial de fútbol de 2006)
Me extrañaría sobremanera que al final de este capítulo el lector no sacara conclusiones parecidas a las mías, y que anticipo enseguida para no generar falsas expectativas.
Somos una especie de homínidos extremadamente afable. Damos las gracias a perfectos desconocidos, cedemos el paso, simplemente, para dar prioridad a los extraños y, casi siempre, respetamos los pasos de cebra a favor de gentes de otras edades y condición. Las azafatas, las taquilleras, los acomodadores, las dependientas y las empleadas de hotel no dejan de sonreír mucho antes de que nada haya empezado. Ninguna otra especie da señales similares. Desde luego ningún reptil saluda. Entre los mamíferos, los perros, de entrada, ladran a otros perros. Entre los primates, el primero en el escalafón se desahoga dando patadas al último mono. Nosotros, en cambio, somos muy amables.
Ahora bien, ejercemos el poder de manera abyecta. Los chimpancés también pueden matar sin compasión a miembros de la tribu enemiga -como observó consternada en África la paleóntologa Jane Goodall-; eso sí, con una condición: haberse declarado la guerra abierta. A nosotros, sin embargo, nos basta con estar en guerra con nosotros mismos.
Podemos sacar la pistola y agujerear la frente de un balazo no anunciado al cajero de un banco. Podemos disimular, sonriendo a la persona que vamos a enterrar en cal viva dentro de unos instantes. Las instituciones enmascaran el sufrimiento infligido mediante textos legales que convierten en verdaderos laberintos para que los ciegos nunca den con la salida. Si alguien llama la atención sobre el peligro de muerte que puede causar seguir apretando la tuerca, arrojar una colilla o rebasar los límites permitidos de velocidad, pocos se arredran por ello. Hasta que la depresión hunde al que se tortura psicológicamente, el bosque arde aniquilando a especies desprevenidas y miles de personas se tragan el volante por la boca rodeados de niños muertos.
Pero también podemos romper las barreras del espacio y el tiempo. Soñar que volamos como los descendientes de los dinosaurios. Creer en Dios. Amar al prójimo más que a uno mismo. Navegar contra corriente empujados por nuestro caudal de emociones insospechadas. Encontrarnos a fin de año en el lugar preciso que habíamos planeado nosotros y no donde nos habían figurado los demás. A veces, la conciencia planta cara a los genes y decide abandonar a la amada para alistarse en una guerra de salvación nacional. Hemos descubierto por qué brillan las estrellas desmenuzando la naturaleza átomo por átomo, aprendido a combatir el estrés con la acupuntura y, desentrañando neurona a neurona el cerebro, la locura.
Somos contradictorios. Tomados individualmente, del todo impredecibles pero, en agregados, nos comportamos al son de dictados tan irresistibles como las leyes físicas. No es de extrañar que prosiga la búsqueda de por qué somos como somos. Lo que sigue no es sino un exponente impregnado por el pensamiento de paleontólogos y psicólogos evolucionistas. Es la versión más plausible, porque se desprende tras haber profundizado en la concepción geológica del tiempo, en lugar de reflexionar sobre imágenes instantáneas. No son digresiones en torno a arquetipos supuestamente estáticos, sino un testimonio de la evolución de la diversidad que nos ha marcado.
Es cierto que cada nuevo desafío agudiza la inteligencia. Así ocurrió con nuestros antepasados cuando tuvieron que abandonar la selva y adentrarse al descubierto en la sabana africana. Pero mucho peor -o mucho mejor, como se verá- que cualquier sabana es convivir con el prójimo. El mayor desafío con el que se enfrentó el ser humano fue su manía de convivir con otros.
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encuentros humanos (y del autor).
Se nos repite constantemente que somos primates sociales. Y es cierto que, desde hace diez mil años, vivimos apelotonados como en un enjambre. Podemos pasar meses sin hablar con el vecino, pero convivimos con él y con muchos más en la escalera. La curiosidad, que en muchas especies constituye un instrumento de supervivencia, en los homínidos puede ser absolutamente gratuita. Curiosear la vida del vecino sobrepasa el nivel de la sociabilidad implícita en las sesiones de grooming, característica de los chimpancés. Hay animales tan curiosos como nosotros, pero no tan chismosos.