Capítulo trece
El clan del Cruce del Caribú estaba más que despierto. Una hoguera ardía con fuerza, visible desde kilómetros de distancia. El coro de voces de lobo y humanas que la rodeaba podía escucharse desde aún más lejos. Cuando Ojo de Tormenta hubo coronado la colina que se alzaba al sur del túmulo, al borde de las señales olfativas que delimitaban el poblado, pudo ver las siluetas de Homínidos, Glabro y Crinos que danzaban alrededor del fuego. Los Garou Lupus formaban una manada numerosa a unos cincuenta metros de distancia, llamando a las bestias y a los espíritus con un aullido solemne. Una de las canciones sonaba más nítida que las demás; de alguna manera, capturaba la resonancia del viento y la piedra con exactitud, y parecía que el mismísimo aire vibrase. No era el aullido más alto ni el tono más agudo, pero Ojo de Tormenta reconoció sin ningún problema la voz de Oído por Gaia.
Corrió a paso largo hacia la manada de cantantes. Su primer instinto fue el de unirse al coro, levar su propio relato al viento y al firmamento. Somos los guerreros de Gaia, los hijos de Grifo y Uktena, de Caribú y Luna, aullaban. También ella lo era y anhelaba proclamarlo de viva voz… pero se contuvo. Se contuvo porque resonaban otras canciones en sus gachas orejas de lupino, canciones que hablaban de vergüenza y desdén. Ojo de Tormenta Más Sabia que Gaia, la zaherían aquellas canciones desde el coro de su recuerdo. La que convierte a los lobos en hombres. Ojo de Tormenta se tumbó en la colina y asistió al majestuoso concierto, forastera entre los suyos.
Su taciturnidad impidió que lo apreciara al detalle pero, al parecer, la asamblea era un acontecimiento sonado. Además de a Oído por Gaia, el grupo de voces lupinas incluía a otra media docena de Galliard de rango elevado, todos ellos cantando acerca de sus propios túmulos y manadas, diseminados por el norte de Canadá. Los hombres lobo de menor rango (en su mayoría Garras Rojas u otros descendientes de lobos) respaldaban con sus voces a aquellas personalidades insignes. Los descendientes de homínidos se concentraban alrededor de la hoguera. Entre ellos se contaban varios Uktena, a juzgar por las marcas tribales que exhibían, así como algunos Wendigo y Furias Negras. Una mujer, su pelaje de Crinos negro y plateado a la luz del fuego, empuñaba un klaive grabado con las inscripciones de Uktena y Caribú. Resultaba evidente que ostentaba cierta posición y era merecedora de deferencia, puesto que incluso un joven Wendigo Ahroun, atrapado por el frenesí de la danza del fuego y la luna llena prendida en lo alto, se apartó cuando ella quiso salir del círculo.
Ojo de Tormenta tardó algunos minutos en percatarse de que la Uktena acudía a su encuentro. La mujer se encogió a su forma de Glabro cuando hubo llegado a escasos pasos de distancia y se arrodilló para observar a Ojo de Tormenta.
—El viento susurra historias acerca de ti, cachorra extraviada.
Hacía muchos inviernos que nadie llamaba cachorra a Ojo de Tormenta, y no le hizo ninguna gracia. Antes de que tuviese tiempo de reflexionar, estaba enseñando los dientes en actitud de protesta. La Uktena apenas parpadeó ante aquel reto, se limitó a sostener la mirada de la enorme loba iracunda y a hablar con voz sosegada.
—¿Quieres acobardarme igual que haces con los lobos, cachorra?
La rabia y la vergüenza se mezclaron en el interior de Ojo de Tormenta, convirtiéndose en pesar. Su cabeza volvió a pegarse al frío suelo.
—Antes de que hagas lo impensable, cachorra, recuerda que antaño te llamaban Hija de Dos Mundos. No es poca bendición. —La Uktena se incorporó y comenzó a alejarse. Cuando se hubo reincorporado al baile cerca del fuego, añadió—: Te sugiero que procures merecértela.
Al día siguiente, cuando los bailes y las canciones se hubieron terminado y los celebrantes se encontraban descansando, Ojo de Tormenta se acercó al Garras Rojas Galliard que había venido a ver desde tan lejos. Sabía que el propósito real de la asamblea (sin duda algo de suma importancia, para haber congregado a tantas personalidades) comenzaría sin retraso al caer la noche. Si quería disponer de la atención de Oído por Gaia, tendría que ser en ese momento. Encontró al gran lobo gris y marrón merodeando cerca de los restos de las hogueras, olisqueando las cenizas.
Levantó la cabeza y la miró cuando ella se hubo acercado a diez metros de él, gesto que indicaba tanto que había sabido que ella estaba allí desde el principio y que se apresuraba a proclamar su posición de superioridad. Ojo de Tormenta apartó la mirada y la clavó en el suelo, indicando que se daba por apercibida. Cuando también él hubo apartado la mirada, se acercó.
Saludos, cantante, saludó, con afecto contenido, tu voz es fuerte y clara.
El Galliard acarició a Ojo de Tormenta con el hocico, como si de una cría se tratara.
Saludos para ti, hija.
Hacía varios inviernos que Ojo de Tormenta no veía a su padre, desde que Mephi Más Veloz que la Muerte y ella hubiesen partido para vengarse de Socava al Wyrm, desde que había vuelto a correr con los lobos. Debería rendirse a él como alfa, como habían hecho los cachorros ante Lucha contra el Oso. En vez de eso, su corazón se aceleró al sentir su roce cariñoso.
Estás preocupada, hija.
Ojo de Tormenta se tensó, como dispuesta a atacar. Su padre estaría en su derecho si la inmovilizara contra el suelo y le aplicara una severa reprimenda.
Has escuchado el viento.
El viento cuenta muchas historias, repuso Oído por Gaia con un zangoloteo ausente de la cola y un gañido, que precedieron a una dura mirada que atravesó a Ojo de Tormenta. Cuéntame la tuya.
Así lo hizo. Sin disculpas ni adornos, sin vacilación ni desafío. Cómo había corrido junto a la manada de lobos que la había visto nacer y se había sentido más libre que en ninguna lucha contra el Wyrm o la Tejedora como Garou. Cómo se había unido a Lucha contra el Oso y había esperado tener cachorros con él. Cómo le había asaltado la tristeza al ver que decaía su salud, en estridente contraste con el inmerecido vigor de ella. Cómo sabía que él sería olvidado por lobos y hombres lobo por igual cuando no consiguió regresar de la caza; cuán injusto era aquello. Cómo se merecía una muerte heroica, mucho más que ningún lobato alocado que pereciera en alguna insignificante escaramuza en un pozo del Wyrm para ser celebrado como mártir de Gaia. Quería que su hermano lobo tuviera lo que se mereciera, al diablo con la tradición. Que los vientos la llamaran estúpida, no se avergonzaba de ello.
Cuéntame, repitió su padre, con una firme mirada.
Ojo de Tormenta se esforzó por encontrar los gestos y las miradas que pudieran comunicar lo que sentía, las profundas verdades que exigía su padre. Por fin, recurrió al idioma de los Garou.
—Sólo que recuerdo cómo siempre me desafiaba, hasta que lo acobardé. Él no quería ir, y yo le obligué. Ahora, nadie va a cantar su canción y… Y no sé. —Las palabras, tan humanas, amargaban en su boca de loba.
Oído por Gaia se sentó y su pelaje claro y plateado comenzó a fluctuar. Crecieron los brazos y los hombros, se retrajo el hocico. Cambiaron los ojos y las orejas se replegaron a los costados de su cabeza mientras cambiaba a forma homínida ante la mirada de su hija. El pelaje se ocultó bajo la piel y una larga melena negra y gris se derramó de su cabeza. La trenzó mientras hablaba, antes de echarse un grueso abrigo sobre los hombros.
—¿Has oído la historia de las grandes piedras erectas, hija?
Ojo de Tormenta ladeó la cabeza tan sólo para decir «No», pero no podía ocultar la ansiedad que le producía ver a su padre con piel humana. ¿Era el mayor bardo lunar de aquellas tierras e iba a contar un relato con voz humana? Aquello no le parecía nada apropiado.
Oído por Gaia cerró los ojos por un segundo, antes de comenzar el relato.
—Hace mucho tiempo, antes de que hubiera ciudades en esta tierra, antes del Impergium y la Guerra de la Rabia, antes de que la Tejedora extendiera tanto sus redes, muchas cosas eran distintas. Entre estas cosas se contaban las piedras. —Movió el brazo como si quisiera abarcar el horizonte—. Has visto las grandes piedras que se yerguen en las llanuras del norte.
Así era. Inmensos cantos de entre nueva y doce metros de diámetro que se erguían lejos de cualquier curso de agua y de cualquier otra piedra en medio de las estepas subárticas donde cazaban los lobos del norte. Algunos decían que habían sido depositadas allí hacía mucho tiempo por los glaciares, aunque había quien defendía otras versiones. Al parecer, su padre era uno de éstos.
—En la antigüedad, las piedras eran igual que los lobos o los osos, grandes cazadores. Eran temibles, y poderosas, y rebaños enteros de caribúes les servían de alimento. Surcaban las llanuras y la tierra se estremecía. Ningún lobo podía atravesar su piel de piedra, por lo que cazaban a su antojo. Incluso los Garou tenían que inclinarse ante su poder. Mas, como tantas grandes criaturas, las piedras pecaban de orgullosas. —Oído por Gaia bajó la mirada, cariacontecido—. Creían que era indigno de ellas seguir a los rebaños de caribúes, siempre tras los pasos de unos insignificantes herbívoros. Se cansaron de aquello, alzaron el rostro hacia sus montañas abuelas y dijeron: «Ellos no siguen a los rebaños de caribúes. Si ellos no lo hacen, nosotros tampoco». Y así, dejaron de hacerlo. Se sentaron allí mismo, para descansar. Se sintieron de maravilla. ¿Acaso no llevaban caminando tras los rebaños de caribúes desde que Gaia las invocara? ¿Acaso no habían demostrado su superioridad frente a las demás bestias, no se merecían un descanso por ello? ¿Acaso no podían volver a caminar de nuevo, si así se les antojaba? ¿Quién era nadie para decirles lo que tenían que hacer?
Se detuvo, como si esperara que su hija respondiera a la pregunta, pero Ojo de Tormenta no sabía qué decir.
—Exacto —continuó Oído por Gaia—. Nadie era quién. Los caribúes continuaron con sus migraciones y los lobos siguieron cazándolos. Las piedras sintieron hambre al principio, pero su fuerza era tal que incluso podían olvidarse del hambre. Y así, siguieran sentadas. Y siguieron. Y siguieron. Hasta que, un buen día, una de las piedras vio a un águila que planeaba y deseó volver a caminar. El águila volaba veloz, y la piedra se dio cuenta de que añoraba ver lugares nuevos y recorrer las llanuras. Por eso, intentó moverse de nuevo. —El Galliard hizo una pausa, para mayor efecto dramático—. Pero, se preguntó, ¿cómo se mueve uno? Parecía algo de lo más complicado, y ya había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que lo hiciera. Escarbó en su memoria, pero no conseguía acordarse. Sabía que se había movido en el pasado, sabía que era capaz de ello, pero no podía recordar cómo hacerlo. Intentó acordarse durante muchos años, mas nunca lo consiguió. No tardó en olvidarse también del águila, y decidió que, para empezar, nunca había querido moverse. Por eso las piedras permanecen sentadas, inmóviles. Para siempre.
Oído por Gaia le dedicó una sonrisa a su hija y se incorporó. Se marchó para ocuparse de los detalles de la asamblea, dejando a Ojo de Tormenta sola con sus pensamientos.
Dedicó las horas siguientes a observar cómo se reunía la asamblea. La Uktena que hablara con ella era, sin duda, una Theurge de alto rango. Desempeñaba un papel importante en las convocatorias y los ruegos que acompañaban a todas las congregaciones de Garou. Mientras la luna despuntaba en el horizonte y el sol se hundía cada vez más, dirigió a los demás lunas crecientes en un gran Rito de Apertura del Puente, invocando a las Lúnulas para que abrieran un trémulo portal a otro emplazamiento sagrado. Ojo de Tormenta podía ser muchas cosas, pero maestra de la invocación de espíritus no era una de ellas. Con todo, incluso ella sabía reconocer un gran puente cuando lo veía.
Se concentró, cerró el ojo bueno y se obligó a ver con el otro. En su interior se abrió la consciencia y, cuando volvió a abrir el ojo sano, la Celosía se apartó para permitirle atisbar la Umbra. Tan al norte, el Wyrm y la Tejedora quedaban muy lejos, y el frío Kaos ofrecía un hermoso espectáculo en su forma más pura. Las estrellas relucientes brillaban incluso más que en la oscuridad física. Un inmenso puente lunar se estaba formando en el centro del túmulo. Las Lúnulas, enardecidas por la luna llena, surcaban el firmamento espiritual, formando un gran puente refulgente. La profética estrella roja brillaba a lo lejos; Ojo de Tormenta pensó que parecía mucho más radiante que la última vez que se había fijado en ella.
Ojo de Tormenta permitió que la maravilla del mundo espiritual la bañara igual que una brisa refrescante. Hacía mucho que no viajaba al otro mundo, e incluso el mero hecho de espiar por la Celosía constituía una delicia. Al mirar hacia abajo desde la majestuosidad de los cielos, podía ver que el suelo de la Umbra estaba marcado por millares de huellas de pezuñas, marcas de los grandes rebaños de caribúes espíritus que se reunían en aquel lugar sagrado. Veía un racimo de ellos a lo lejos, pero conocía los relatos que hablaban del increíble número que se reunía allí durante el solsticio de verano. Contempló la gloria de Gaia hasta que el puente se hubo solidificado y escuchó que daba comienzo la asamblea.
—Guardianes de Gaia, invitados del Cruce del Caribú —comenzó el anciano Philodox de blanco pelaje, Thomas Ojos Serenos—. Bienvenidos. ¡Somos la Nación Garou y no conocemos la derrota! —Los hombres lobo reunidos, una treintena larga, vitorearon y aullaron a modo de respuesta, levando sus voces al cielo—. Nos encontramos aquí porque ha recorrido el norte la noticia de que se está celebrando una asamblea en tierras de los Fenrir. Existe una disputa entre los Fenrir y los Hijos de Gaia, y hay quien sostiene que Lord Arkady El que Conoce al Wyrm es el responsable. Cuentan que será prendido para pagar por sus crímenes. Nos han pedido que enviemos a un representante.
—Disculpe —intervino una voz joven, fuerte y humana—, pero ¿a nosotros qué nos importa? —El que así hablaba, pronunciando la pregunta que afloraba a muchos labios, era un joven de larga melena negra. Estaba sentado en el suelo, en forma de Homínido, cubierto tan sólo por unos vaqueros andrajosos. Adornaba su pecho el enorme tatuaje de un cuervo, dibujado al estilo de las tribus nativas de tierras lejanas. La primavera se aproximaba al verano, pero aquel era el norte y las noches distaban de resultar cálidas. No obstante, parecía sentirse de lo más cómodo al frío aire, y su carne conservaba un tono saludable, protegida quizá por algún espíritu del invierno. O por pura testarudez.
Ojos Serenos se tomó su tiempo antes de responder.
—Has viajado hasta aquí para aprender algunas de las costumbres de nuestro pueblo, los Wendigo, John Hijo de Viento del Norte, y las preguntas forman parte del aprendizaje. Pero también escuchar. —Se volvió para dirigirse a la multitud—. Hay un precio de sangre que saldar en todo esto, un Hijo de Gaia acogido que debe morir porque un Fenrir pereció mientras estaba al cuidado de su tribu. El líder de este túmulo de los Fenrir es Karin Jarlsdottir.
Ojo de Tormenta observó que muchos de los presentes reconocían el nombre, al igual que Ojos Serenos.
—Algunos de nosotros trabamos amistad con ella hace varios inviernos, cuando se embarcó en un viaje por las tierras del norte, un viaje de aprendizaje similar al de John. Quizá otros hayan oído hablar de sus logros tras asumir el lugar de su padre como alfa del clan de la Forja del Klaive. Todos sabréis que es una mujer sabia con la misión de ser juez y madre para una manada complicada.
—Querrás decir un puñado de chauvinistas malhumorados, anciano —añadió la Uktena Theurge, con una carcajada.
—Es una forma de decirlo, Sarah Camina por el Río —repuso Ojos Serenos, con una sonrisa—, pero este asunto reviste la mayor gravedad. El que un Garou asesine a otro Garou no es algo que deba tomarse a la ligera, ni tampoco los cargos contra Lord Arkady, acusado de ayuntamiento con el Wyrm. Karin Jarlsdottir desea que asistan delegados al juicio, a fin de que las lenguas obsequiosas y los negros corazones no propaguen difamaciones acerca de sus actos. Sabia decisión cuando las tribus del hombre están implicadas.
Ojo de Tormenta no podía estar más de acuerdo. Los rumores, los escándalos y las mentiras eran legados que los Garou habían aprendido de sus antepasados humanos.
—Por tanto, Sarah Camina por el Río ha abierto un puente al túmulo de la Forja del Klaive, en las tierras del norte que los humanos llaman Escandinavia. Sólo necesitamos elegir a un observador que nos represente. Alguien que pueda viajar entre nuestro mundo y el de la Camada, que sepa utilizar los dones del juicio y la sagacidad. ¿Quién será?
Ojo de Tormenta pensó en los paisajes de la Umbra que había visto y en los largos viajes que había emprendido junto a los Garou. Hacía tanto tiempo, ya casi se le había olvidado cómo era… igual que una piedra a la que se le hubiese olvidado cómo caminar. No se dio cuenta de que se había ofrecido como voluntaria hasta que hubo reparado en la agitación de la cola de su padre.