Capítulo tres

El Himno de Guerra de los Fenrir era algo hermoso y terrible cuyo sonido recordaba al aullido de una tormenta invernal que descendiera sobre una solitaria aldea costera. Por desgracia, en esta ocasión la aldea era el propio clan de la Forja del Klaive de la Camada, y la tormenta era la furia desatada del Wyrm.

Ojo de Tormenta partió de la Casa del Vuelo de Lanza a toda la velocidad que le permitía su forma lupina, en dirección a la guarida de Toren Guardián de la Tejedora. Karin Jarlsdottir le había ordenado que defendiera del asalto a Mari Cabrah, que aún se debatía, y eso era lo que pensaba hacer. El sonido de la batalla procedía de todas partes, próximo y lejano a un tiempo; los gritos de guerra, casi jubilosos, competían con los terribles y estridentes chillidos de los condenados Danzantes de la Espiral Negra. Ojo de Tormenta comprendía ahora por qué habían sido tan pocos los Fenris reunidos en el Vuelo de Lanza: ya habían dispuesto una férrea defensa del túmulo, defensa que ahora estaba cosechando sus frutos en sangre de Danzante y gloria para los Fenrir.

Coronó la colina más cercana al hogar de Guardián de la Tejedora y se le pusieron los pelos de punta. Dos de los asaltantes del túmulo, seres vetados por Gaia, se alzaban ante ella en su propia versión corrompida de la forma guerrera de Crinos. Resultaba obvio que uno de ellos era una hembra, puesto que pendían de su torso lampiño hileras de mamas oscilantes. Su rostro estaba cubierto por tal cantidad de costra que Ojo de Tormenta se preguntó cómo era posible que pudiera ver nada. El otro Danzante, un macho, exhibía un pelaje de escamas verdosas y las membranosas orejas de un reptil. Avanzaban hacia la choza pese al asalto por parte del mismísimo terreno escarchado. Ambos cubrían distancias palmo a palmo entre los puñales de hielo y nieve que se formaban alrededor de sus pies a cada paso, efecto sin duda de los espíritus guardianes apostados por Guardián de la Tejedora.

Ojo de Tormenta no perdió impulso. De un poderoso brinco, planeó varios metros por los aires hasta cruzar el terreno abierto que rodeaba al hogar de Guardián de la Tejedora. Con la rabia hirviendo en su interior, dobló su peso y su tamaño mientras volaba, adoptando la sobrecogedora forma lobuna del Hispo. Aterrizó convertida en una avalancha de pelaje y colmillos encima del macho, derribándolo gracias a su inercia y cerrando las temibles mandíbulas alrededor de su hombro. Su sangre sabía a larvas y a putrefacción.

La Danzante profirió un alarido que recordaba al sonido del cristal al romperse y laceró el costado de Ojo de Tormenta con su zarpa. El dolor prendió como una llama viva, lo que no consiguió más que enardecer su cólera. Tras soltar al macho herido, se volvió para enfrentarse a su compañera, desnudos los dientes ensangrentados. La Danzante alzó la mano derecha, mostrándole a Ojo de Tormenta su propia sangre adherida a los aserrados garfios metálicos que remataban los dedos hinchados donde deberían haber estado las garras. Ojo de Tormenta sabía que el macho aún no estaba fuera de combate, pero ahora era la hembra la que constituía la amenaza inmediata.

La Danzante dio un paso de lado, en círculos, procurando incitar a Ojo de Tormenta a alejarse de su compañero herido, pero se veía entorpecida por los espíritus que continuaban combatiéndola. Cada paso era una ardua tarea y, cuando bajó la mirada para volver a liberar su pierna, Ojo de Tormenta saltó. Fue directa a por la garganta de la Danzante, pero el esbirro del Wyrm reaccionó a tiempo de levantar los brazos y sacudirse de encima a la enorme loba feroz. Aquello le costó varios cortes y patadas que le propinó Ojo de Tormenta con los cuartos traseros, pero nada más.

Ojo de Tormenta terminó al otro lado de su enemiga, que se volvió y ululó un grito de batalla, al tiempo que se contoneaba en un baile alienígena. Aquel malévolo encantamiento consiguió alejar a los espíritus y le proporcionó a la Danzante sitio para pelear, para matar. Tras ella, su compañero comenzaba a incorporarse del suelo congelado, con el brazo izquierdo oscilando inerte de un hombro desgarrado y triturado. Una enorme lengua negra se escurrió entre sus fauces para lamer la inmundicia que le había salpicado el rostro. La sangre manaba de las heridas del costado de Ojo de Tormenta, heridas que se negaban a sanar. Sola contra dos Danzantes, se enfrentaba a una feroz batalla, pero la batalla era algo que nunca había asustado a Ojo de Tormenta. Y tampoco estaba sola.

El primero en llegar fue Mephi Más Veloz que la Muerte, haciendo honor a su nombre mientras surcaba la colina en su esbelta forma negra de Crinos. La Danzante, a todas luces el enemigo a batir, reparó en él a pesar de sus contoneos e intentó herirlo con sus garras metálicas. Mephi, pese a estar corriendo más rápido de lo que cabría esperar de ningún chacal o Garou, esquivó su ataque sin dificultad, giró en redondo, se detuvo y trazó un arco ascendente con sus zarpas. Mephi, Galliard y viajero, no tenía fama de ser un guerrero excepcional, pero sus largas garras de Crinos abrieron a la Danzante en canal de un solo tajo.

El siguiente en coronar la colina fue Grita Caos. Apareció en forma de Lupus, aullando su propio grito de guerra. El Danzante se volvió para encararse con él, pero ya era demasiado tarde para el pobre diablo. Grita Caos ni siquiera redujo el paso para cambiar a la forma guerrera de Crinos. Las pequeñas astas de carnero de su ceño lobuno, la marca que señalaba su condición de metis nacido de dos Garou, crecieron a la par que el resto de su cuerpo. Agachó la cabeza y embistió al Danzante, enviándolo por los aires sobre el campo helado hasta un soto de árboles, donde uno de ellos lo esperaba con una rama extendida que empaló a la bestia.

El silencio que acontece tras el fragor y los aullidos de la batalla siempre es enorme. Los tres Garou permanecieron inmóviles durante unos instantes, sintiendo la ebullición de su rabia. Mas el silencio no era absoluto. Lo rompió un caótico trino apenas audible, procedente de las inmediaciones de Mephi… ¡la hembra!

La Danzante de la Espiral Negra, tendida en un charco de su propia sangre negra, al parecer ajena a los anillos de intestinos enroscados en su bajo vientre, estaba cantando de nuevo. Como antes hiciera con los espíritus del calvero, su canción apeló a los corazones de los Garou. Cuando la pécora sostuvo en alto un roñoso trozo de cadena envuelta en alambre de espino y anzuelos aserrados, Ojo de Tormenta sintió que se inflamaba la herida de su costado. El dolor era lo único que sentía, y la canción de la Danzante, lo único que oía. Parecía que consistiese tan sólo en estridentes balbuceos, salvo por una terrible palabra que culminó el crescendo del oscuro ensalmo:

—Jo’cllath’mattric.

Ojo de Tormenta acababa de reparar en la cadena dentada que descendía hacia el suelo escarchado cuando la canción fue interrumpida de repente por un sobrecogedor aullido. Ojo de Tormenta y la Danzante alzaron la vista al unísono para ver cómo una Garou en forma de Crinos, martillo en mano, caía del cielo. Ojo de Tormenta había visto antes a Karin Jarlsdottir en su forma guerrera, pero entonces había estado de cuclillas, protegiendo a una Mari derrengada. Ahora era una inmensa mole de furia y músculos, brotando de la Penumbra en las alturas para aplastar a la bestia del Wyrm que se atrevía a amenazar a su túmulo y su clan. Su martillo de juez la acompañaba, y no cabía duda acerca de la terrible finalidad del veredicto de aquella mujer sabia. En el preciso instante en que sus pies rematados en garras tocaron el suelo entre Mephi y la Danzante, trazó un arco con el martillo, utilizando hasta el último ápice de su impulso para incrustarlo en el cráneo y el corpachón de la invasora. Golpeó el suelo con un estrépito ensordecedor, semejante a una montaña que se desplomara sobre una mosca, y la perra del Wyrm dejó de existir. Ojo de Tormenta podía oír cómo los demás Fenrir aullaban su Himno de Guerra en respuesta al atronador martillazo; sin duda no era la primera vez que escuchaban a su Greifynya en combate.

—¡Adentro! —ladró Jarlsdottir a los Garou, con el gruñido lleno de rabia propio de la forma guerrera. Se volvió para mostrar el camino, salpicados su pelaje plateado y su gran trenza con la sangre de adversarios derrotados. Dejaron los cadáveres de los Danzantes al cuidado de los espíritus.

En el interior del robusto hogar de madera de Guardián de la Tejedora, el sonido de la batalla se amortiguó en parte, aunque Ojo de Tormenta estaba segura de que el enemigo no estaba lejos. No se veía al anciano Theurge por ninguna parte, pero Mari Cabrah yacía donde la habían dejado. Tenía la camiseta y los vaqueros empapados de sudor. Sus ojos giraban enloquecidos bajo los párpados cerrados mientras se enfrentaba al ser de su interior. Una tosca gargantilla le rodeaba el cuello; probablemente un talismán o un fetiche que Guardián de la Tejedora habría dejado allí para ayudarla en su empresa. El brazalete de dientes de Garou seguía constriñéndole la muñeca.

—De lado —dijo Jarlsdottir en cuanto hubo escudriñado la única estancia de la casa. Extendió su enorme martillo y los cuatro Garou observaron su superficie reflectora; de algún modo, las heces de la batalla no se adherían a él. El mundo físico no tardó en hendirse y se encontraron en el reflejo del túmulo en la Penumbra. No era un espectáculo agradable.

Las imponentes paredes cubiertas de runas de las fortificaciones de la Umbra se erguían a su alrededor, pero el cielo que los cubría ya no se encontraba en calma. Un sobrecogedor tifón espiritual, como Ojo de Tormenta nunca había visto (pese a su nombre), rugía en el firmamento de la Umbra. Guardián de la Tejedora estaba en lo alto de las almenas, agitando una gran lanza en dirección al cielo y las negras sombras que lo surcaban. A su alrededor bregaban espíritus de halcones, lobos y vientos que obedecían su voluntad y se enfrentaban a la arrolladora tempestad. En un segundo se había percatado de su llegada y bajó de un salto para unirse a ellos.

—Este ataque no es fortuito, Greifynya —informó. El Theurge era anciano y su pelaje de Crinos encanecía, pero sus ojos brillaban cargados de energía. Las runas y las inscripciones que cubrían su piel resplandecían de poder; los espíritus guardianes que comandaba le fortalecían para la batalla. Su lenguaje corporal delataba las emociones que bullían en su interior: a partes iguales, preocupación por la seguridad del lugar sagrado que estaba a su cargo y anticipación ante la gran batalla para la que habían nacido todos los Fenrir—. Estos esbirros del Wyrm andan buscando algo.

—Opino lo mismo —convino Karin, cuya voz sonaba más diáfana en la Umbra, pese a su forma de Crinos—. Los Danzantes del reino físico pretendían distraernos mientras los espíritus se apropiaban de lo que habían venido a buscar. ¿Qué son estas cosas, Perdiciones? —añadió, indicando con un gesto las negras formas que ocupaban el cielo tormentoso.

—Yo nunca las había visto así, Greifynya.

—Pero yo sí —interrumpió Mephi—. Ésos son los seres que brotaron del erial próximo al Tisza. Me… me parece que han venido a por mí. —Admitir tal cosa suponía un trago amargo para un Garou que se había forjado su reputación eludiendo al Wyrm. Si había puesto en peligro al túmulo, su vida estaría en entredicho.

—O a por ella —sugirió Guardián de la Tejedora, señalando a la sombra de Mari en la Umbra—. El ser de su interior está vinculado a esa tormenta, de alguna manera.

Ojo de Tormenta, perdida en esa conversación, observó el caos arremolinado del cielo de la Umbra sobre sus cabezas. Podía ver cómo la nube espiritual destrozaba y reducía a pedazos los brillantes puentes lunares que habían unido a la Forja del Klaive con otros túmulos. Comenzaba a caer una lluvia de seres negros, espíritus tan abominables como hambrientos.

—Hay multitud de objetivos posibles. ¿Has conseguido serle de alguna ayuda?

—He hecho lo que he podido, Greifynya, pero esa batalla sólo puede perderla o ganarla la Furia.

—Le restas importancia a los beneficios de tus cuidados, como siempre, amigo mío. —La amplia sonrisa de Karin al borde de un asalto a su túmulo daba cuenta de su intrepidez—. Ahora, regresa a las almenas. Pronto me reuniré contigo.

Guardián de la Tejedora recibió la orden con un pequeño gañido y volvió a planear las corrientes de la Umbra de regreso a las murallas. No tardó en concentrar su atención en lo que a Ojo de Tormenta le pareció un lobo espíritu de algún tipo, aunque negro y ensañado con el Theurge como si de un esbirro del Wyrm se tratara. Cuando volvió a fijarse en sus compañeros, éstos estaban siguiendo a Jarlsdottir de regreso al reino físico. Se unió a ellos.

La Greifynya había retomado su forma de Homínido y sostenía a Mari en sus brazos, apartado por un momento el gran martillo, cuando Ojo de Tormenta anduvo de lado.

—Mephi Más Veloz que la Muerte, ya has dejado atrás a estas Perdiciones en el pasado y te voy a pedir que lo hagas de nuevo, esta vez con algo de sobrepeso. —Su voz volvía a sonar diáfana.

—Um… ¿adónde?

—Lleva a Mari hasta el rey Albrecht por la ruta que juzgues oportuna. Mari tendrá más posibilidades de librar su batalla rodeada de amigos y en su hogar; quizá también puedan proporcionarle algo de ayuda. Además, deberás correr la voz de lo que aquí acontece entre los demás clanes. Plantaremos cara ante el Wyrm durante tanto tiempo como nos sea posible, pero nos hará falta ayuda si queremos volver la batalla en su contra.

—Vale, me parece bien. —Mephi cogió un rollo de cuerda de lino de su mochila y envolvió a Mari con ellas de forma estratégica para crear un cabestrillo que le ayudara a transportarla. Parecía un bebé acunado en sus largos y delgados brazos de Crinos.

—Vete ya. El guardián no podrá mantener abiertos los puentes lunares durante mucho más tiempo. Haz honor a tu nombre, Caminante. —Dicho lo cual, Mephi Más Veloz que la Muerte desapareció.

Voy con él, añadió Ojo de Tormenta en lengua de lobo, con un simple giro de cabeza. Ya casi había salido de la casa cuando la detuvo la orden de Karin.

—No, Ojo de Tormenta, tengo otra misión para ti. —La Greifynya le dio a la Garras Rojas la oportunidad de darse la vuelta antes de proseguir—. Es posible que las Perdiciones hayan venido en busca de Mari o de Mephi, pero no lo creo. Hay alguien más en quien podrían estar interesadas.

Volvió la mirada hacia Grita Caos, que la observaba con la boca abierta.

—Pero…

—Llévalo junto a Antonine Gota de Lágrima, a los Estados Unidos —dijo la Greifynya—. Procura que esté a salvo.

Ojo de Tormenta sintió cómo una rabia acíbar se acumulaba en su interior. Se le erizó el lomo. ¿Cómo podía pedirle la mujer que protegiera a ese estúpido? No hacía tanto, cuando llegó a la Forja del Klaive, Ojo de Tormenta se había contado entre los que exigían la ejecución inmediata del metis, sin ceremonias, así de débil había sido la resolución del párvulo frente a acusaciones sin fundamento. ¿Ahora tenía que velar por él? ¡Era absurdo! Era…

Miró de soslayo a Jarlsdottir, que sin duda había leído sin problemas el lenguaje corporal de Ojo de Tormenta y mantenía clavados en ella sus ojos fríos e inflexibles. Era una orden de la Greifynya del túmulo donde ella era una invitada. Era una orden de la alfa, y la Letanía estipulaba que no se debía cuestionar al líder en tiempos de guerra. Ojo de Tormenta bajó la mirada, acatando así la orden de la cabecilla Fenrir, y se volvió hacia Grita Caos. No le sorprendió ver que aquel metis Hijo de Gaia, una violación ambulante de la Letanía, no lo veía todo tan claro.

—¡No! ¡Tengo que quedarme para defender el túmulo junto al resto de vosotros! ¡Ahora éste es mi hogar! No puedo marcharme.

—Grita Caos —comenzó Karin, con voz calma, aunque templada por la rabia suprimida—, el Contemplaestrellas Gota de Lágrima dijo que tú habrías de formar parte de una tercera manada, necesaria para derrotar esta amenaza. Sin esa tercera manada, muchos de los mejores guerreros de este clan ya han fallecido, y me temo que serán muchos los que se unan a ellos antes de que termine la batalla. Aprecio tu deseo de defender la Forja del Klaive, pero será mejor que vayas junto a Gota de Lágrima. Así que vete.

—Pero…

Jarlsdottir hubo adoptado su forma de Crinos antes de que los demás la vieran moverse. Su mano derecha saltó a la garganta de Grita Caos y su pie izquierdo avanzó hacia detrás de la pierna derecha del joven. Empujó hacia delante y Grita Caos cayó de espaldas, con las garras de Karin en la tráquea.

—¡Vete!

Ojo de Tormenta sacudió la cola, admirada. Para ser un Homínido, Jarlsdottir sabía comunicarse como un lobo cuando hacía falta. El crío de Gaia (que en esta compañía parecía más niño que nunca, pese a la corpulencia de su forma de Crinos) se levantó en cuanto lo soltaron y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, volvió a mirar a la mujer que lo había vapuleado tan a las claras.

—Ten cuidado —se despidió Karin, antes de caminar de lado.

En lobo, le dijo Ojo de Tormenta al muchacho. Observó cómo cambiaba hasta convertirse en un pequeño y delgado lobo gris, aún con pequeños cuernos de carnero. Sígueme, añadió, tras lo que salieron y se encaminaron hacia la Colina de las Lamentaciones, donde estarían afianzados los puentes de luna que aún se tuvieran en pie.

Aún les quedaba medio kilómetro para llegar cuando el aire se abrió encima de sus cabezas con un sonoro chirrido. Un ser de pesadilla saltó del tajo practicado en la Celosía. Su forma era la de un enorme lobo, pero parecía hecho de pura oscuridad, resaltada por Perdiciones como hilos que reptaban por su interior. Sus ojos ardían con un malévolo fulgor verde y en sus fauces sostenía un jirón ensangrentado de carne de Garou.

Ojo de Tormenta reconoció el pelaje gracias a las runas que lo cubrían.