Capítulo nueve

La rabia de Ojo de Tormenta la llevó muy lejos aquella primera noche fría de primavera tras abandonar a la manada de lobos. Alternando entre la grácil velocidad de su natural forma de loba y el sobrecogedor poder del feroz lobo Hispo, seguía rastros de olor entre los territorios de distintas manadas.

Sabía que así era como sobrevivían los lobos solitarios, recorriendo los límites territoriales establecidos entre manadas. Al contrario que la mayoría de los solitarios, ella era capaz de derrotar en combate a toda una manada de lobos, pero no quería mancharse las manos con esa sangre. No, los límites también ocultaban las sendas que recorría su otra familia, los cambiapieles, los Garou, para llegar a su lugar sagrado. El túmulo de los Pinos Celestiales no era grande ni majestuoso, en honor a la verdad, pero pocas cosas asociadas con la tribu de los Garras Rojas lo eran. En la curva de un río todavía cubierto por el hielo se alzaba un soto de pinos mucho más altos que cualquier otro que creciera en aquel confín del norte. Su altura era tal que tocaban el cielo, según cantaban los Galliard, y los videntes de la luna confirmaban que los espíritus del viento y de las estrellas apreciaban a aquellos árboles majestuosos. Hacerles daño alguno constituiría una grave ofensa y, por tanto, los Garou se afanaban en su protección.

En la espesura de aquellas vastas tierras de verde perenne, los Garras Rojas del clan de los Pinos Celestiales celebraban sus asambleas y veneraban a sus tótems. Durante seis inviernos tras su cambio, aquel había sido el hogar de Ojo de Tormenta. Allí había aprendido las costumbres de la piel cambiante, la Letanía y las tradiciones de las tribus de Luna. Había observado, embelesada, cómo Huele la Verdad condenaba al traidor Socava al Wyrm, procurando aprender todo lo posible del egregio anciano que compartía su signo lunar: Philodox, el juez.

Cuando los árboles despuntaron sobre el horizonte y Ojo de Tormenta hubo captado la señal olfativa que anunciaba a las claras «Esta es tierra de Garou», intentó concentrarse en aquel momento. No lo consiguió; su mente retrocedió a lo acontecido hacía tres inviernos. Junto al resto de la manada del Sol Estival, se había enfrentado a Socava al Wyrm cuando éste regresaba acompañado de sus aborrecibles hermanos Danzantes. Aquel día había visto muchas atrocidades (hinchados jabalíes del Wyrm que escupían sangre y gusanos, la deforme Perdición que el traidor tenía por mascota), pero los Danzantes de la Espiral Negra habían sido lo peor de todo. Garou que se habían sometido al gran devorador, que se habían convertido en lo que habían nacido para combatir.

La batalla fue tremenda aquella noche de verano, y numerosas las pérdidas. Socava al Wyrm y los demás habían vertido una enorme cantidad de sangre de Garou con sus manos, pero el túmulo resistió. El que aquella supuesta victoria, que tanto le había costado a Ojo de Tormenta, todavía le supusiera una gran gloria nunca le había ofrecido demasiado consuelo.

Seguía echándolos de menos.

Se dio cuenta de que había dejado de correr, de que se había quedado plantada en el intersticio, impregnado de olores, que dividía el territorio del clan propiamente dicho de los de las diversas manadas de lobos de la Parentela que lo rodeaban. Allí, con las marcas de varios lobos y Garou flotando en el plácido aire de la mañana, se había perdido en los recuerdos. Mas no había venido hasta aquí para dejar su propia impronta. Inclinó la cabeza hacia atrás y comenzó a aullar.

Ojo de Tormenta, antaño llamada Juez de los Árboles, acude a los Pinos Celestiales, anunció. Traigo la historia de un héroe de Gaia, para que la entonen espíritus y Garou por igual. ¿Quién protege este túmulo?

Nosotros, fue la respuesta, primero de una voz, luego de un coro de lupinos, la manada de la Estrella Más Radiante defiende este lugar del Wyrm y la Tejedora.

Nosotros, se escuchó una segunda melodía de aullidos, la manada de los Seis Inviernos también cuida de los árboles de los espíritus del cielo y los protege de todo mal.

Ojo de Tormenta corrió a lo largo de la orilla del río en dirección al curso de agua y a los altos pinos de las cercanías. No hubo transcurrido mucho tiempo antes de que aparecieran varios lobos para darle la bienvenida. El primero fue el párvulo Garras adecuadamente bautizado como Veloz como el Vendaval, que saltó ante ella, risueño, ostentando su posición de Garou adulto sin por ello retar a Ojo de Tormenta. No tardaron en unírseles otros, entre ellos el Wendigo Philodox Escucha a la Noche y la Garras Theurge Habla por los Árboles. Destacaba por su ausencia el anciano de la manada de los Seis Inviernos, el Galliard Oído por Gaia, el guardián de las costumbres más veterano del clan.

Durante la siguiente media hora, Ojo de Tormenta retozó con los demás lupus Garou, correteando por los alrededores y revolcándose con ellos en batallas fingidas igual que cachorros que jugasen a establecer rangos. Todo aquello poseía un talante indudablemente lobuno, con la excepción de que, como Garou, era bien recibida sin reservas en aquel territorio. Una loba solitaria que entrara en el territorio de otra manada de lobos podía tener la seguridad de que le dispensarían un recibimiento mucho más letal, como ella bien sabía. Incluso aquellos que descendían de homínidos eran bienvenidos al túmulo, siempre y cuando se integraran con sus primos lupus. Ojo de Tormenta se regocijó en el recuerdo de aquel orgulloso Uktena Ahroun que había sido incapaz de jugar a cuatro patas y que se había marchado corriendo entre bufidos.

El sol llegó a lo más alto del cielo mientras los hombres lobo se presentaban; al cabo, se impuso la seriedad. Mientras establecía que aún ostentaba un alto rango, si bien no el más alto entre los Garou de los Pinos Celestiales, Ojo de Tormenta confirmó que Oído por Gaia se encontraba ausente del túmulo. No había escuchado ninguna endecha por aquel gran aullador de la luna, por lo que dudaba que hubiese perecido en combate. De todos los Garras de los Pinos Celestiales, ella habría sido la primera en sentir su muerte.

Oído por Gaia está lejos, dijo Habla por los Árboles. Se ha ido a visitar el túmulo del Cruce del Caribú. Aquel lugar sagrado, protegido por Garras Rojas y varios Uktena, quedaba a varios días de viaje hacia el norte. Pese a su carácter sacrosanto, se le atribuía un oscuro pasado, de ahí la presencia de una manada de Uktena Cuidadores de Perdiciones.

¿Por qué? Es un largo viaje para tan anciano bardo.

El viento le contó a Oído por Gaia que se iba a celebrar una importante asamblea en una tierra lejana. Si a Habla con los Árboles le molestaba que los espíritus hubiesen elegido al Galliard como receptor de su mensaje, no daba muestras de ello. Hay quien sostiene que había que enviar emisarios, y Oído por Gaia ha partido para propagar nuestra opinión. Tenemos que montar guardia en el túmulo hasta su regreso.

Por último, la Theurge preguntó:

Y, ¿para qué has venido?

Una parte de Ojo de Tormenta se dio cuenta de la brusquedad que entrañarían esas mismas palabras para oídos humanos; sin pretensión de cortesía, sin falso servilismo, tan sólo una pregunta directa. Tales eran las costumbres de los lobos, y así había de ser para los Garou.

He venido para que se cante la Endecha por los Caídos por mi compañero de manada, Lucha contra el Oso, y para que se cante por mí el Rito del Ultimo Cachorro.

Escucha a la Noche, el imponente Philodox blanco y gris que había sucedido a Huele la Verdad como juez principal del túmulo, fue el siguiente en tomar la palabra.

Lucha contra el Oso era un lobo, no un Garou. Era una aseveración, no una pregunta. ¿Cómo murió?

Combatiendo al Wyrm, contestó Ojo de Tormenta, con un aullido orgulloso y una postura aún más altiva. Cazamos a un asesino de lobos y falleció matando al hombre.

¿Un lobo ha matado a un hombre?, preguntó Habla por los Árboles, con un gañido ansioso, como expresaban sorpresa los lupus. ¿Cómo? ¿Porqué?

Ojo de Tormenta era consciente de cómo la observaba Escucha a la Noche, con la punta negra de su cola enhiesta y las patas plantadas en el suelo. No había enseñado los dientes ni se le había erizado el pelaje, pero no hacía falta. Era una mirada de evaluación. Quiso responder «Porque sí», pero el idioma de los lobos no se prestaba a medias verdades ni a hechos encubiertos. Es una lengua de pequeños movimientos, olores excretados, respiraciones rítmicas y ladridos ocasionales, de ojos algo mohínos.

Porque yo se lo pedí.

Se acercaron otros Garou, rellenando así el silencio subsiguiente con sus siluetas de depredador. Aumentaba la tensión y los jóvenes hombres lobo se paseaban nerviosos imitando, sin darse cuenta, la reacción de la manada de lobos ante la misma noticia.

Los lobos no matan hombres, proclamó Escucha a la Noche con un rápido ladrido. Los matamos nosotros. Es uno de los mandamientos de Gaia.

El hombre merecía morir. Era un asesino de lobos. Las respuestas de Ojo de Tormenta vinieron enunciadas por su pelo erizado y sus gruñidos desafiadores.

En ese caso, ¿por qué no lo mataste tú, Hija de Dos Mundos?. El que Habla por los Árboles empleara el antiguo nombre de Ojo de Tormenta, el que narraba la historia de por qué su ojo herido miraba ahora hacia dentro para atisbar las profundidades de la Umbra y, así, la verdad, significaba que la Theurge estaba dándole una oportunidad.

—Se merecía la gloria que concede la muerte de un guerrero. —Aunque quería hablar en la lengua de los lobos, había muchos conceptos que sólo encontraban voz en el idioma Garou. Se dio cuenta de que los lobos no sabían cómo decir «gloria» ni «guerrero»—. Era un alfa —continuó, al tiempo que avanzaba un paso y encontraba cómo expresar la idea en palabras de lobo—: Su deber consistía en defender el territorio de la manada.

Escucha a la Noche permaneció inmóvil durante varios minutos, recriminando a Ojo de Tormenta en silencio, con su férrea mirada. Al cabo, se dio la vuelta y gañó, diciendo:

Ésa no es nuestra costumbre.

Aquellas palabras, procedentes del juez máximo del túmulo, no constituían un mero reproche. Eran una condena, y el resto de los Garou allí reunidos no tardó en comprenderlo así.

Oh, espíritus, comenzó el aullido de Habla por los Árboles, escuchad el relato de Ojo de Tormenta Más Sabia que Gaia. Lo que algún cachorro podría haber confundido por un título honorífico era, sin lugar a dudas, una crítica elevada a todos los Garou allí presentes: Sólo los necios se creen más sabios que la madre Gaia. El resto de los hombres lobo no tardaron en sumar sus aullidos al de la anciana Theurge, cargando la vergüenza de Ojo de Tormenta a lomos del viento. La que está ciega en dos mundos, la llamaron. Peor aún: La que convierte a los lobos en hombres. Si existía una condena peor para una Garras Rojas Philodox, a Ojo de Tormenta no se le ocurría cuál podía ser.

La rabia se acumuló en su interior, partió en dirección al norte, consciente de que los espíritus del viento y la luz de luna transportaban su infamia mucho más rápido de lo que ella podría correr jamás.