Capítulo uno
—Jo’cllath’mattric.
Ojo de Tormenta permanecía en silencio, inmersa en la fronda de coníferas y en el gélido viento otoñal que envolvía a la Colina de las Lamentaciones, el cementerio sagrado de los Camada de Fenris que llamaban hogar al clan de la Forja del Klaive. Aquí era una visitante, apenas convencida de que el viaje a través del Ártico hubiese merecido la pena, pero éste era el lugar donde un amigo ocasional pasaba su tiempo en el túmulo y aquí era donde ella había esperado verlo.
En su lugar se había encontrado con una asamblea de aspecto ominoso. Había tres Garou en la colina, todos ellos en forma de Homínido. Dos eran oriundos del clan, y no dos Fenris cualquiera: el hombre era Faldas de Montaña, el recién designado guardián del túmulo. La mujer era Karin Jarlsdottir, líder del clan. Pese a ser homínida y Fenrir, Jarlsdottir era también una juez de la luna, de prestigio nada desdeñable. Ojo de Tormenta, nacida bajo la media luna al igual que ella, había oído hablar bien de ella en el seno de su propia tribu, al otro lado del polo, en lo que los humanos llamaban Canadá. Los Garras Rojas no tenían fama de lisonjeros.
El tercero de los presentes, también una mujer lobo, acababa de musitar aquella única y temible palabra antes de desplomarse en los brazos de Jarlsdottir. Ojo de Tormenta la reconocía como a otra visitante procedente del otro lado del Atlántico, una Furia Negra estadounidense llamada Mari Cabrah. Como tantos otros, había acudido aquí para asistir a una importante asamblea pero, en lugar de regresar a su hogar, había acompañado a una manada de Fenris en una expedición hacia el corazón de Europa. Su misión consistía en corroborar las historias que hablaban acerca de una amenaza del Wyrm. El que estuviera ahí, sin duda herida y sola, no podía significar nada bueno para los guerreros Fenrir que habían viajado con ella.
—Gaia misericordiosa, ellos también no.
La voz, apenas un susurro incluso para el oído lobuno de Ojo de Tormenta, procedía de unos cuantos metros de distancia. De no haber hablado, Mephi Más Veloz que la Muerte podría haber permanecido oculto por tiempo indeterminado, aun cuando fuera él al que Ojo de Tormenta había venido a buscar. Mephi, trotamundos y explorador, no tenía rival en lo que atañía a moverse con sigilo, ni siquiera entre los miembros de su tribu, los Caminantes Silenciosos.
Más bajas, dijo Ojo de Tormenta, sin palabras, al tiempo que se acercaba a su antiguo compañero. Nacida loba y criada como tal, al igual que todos los Garras Rojas genuinos, Ojo de Tormenta hablaba el idioma de los lobos, consistente en gestos, miradas y movimientos. Siempre, más bajas.
—Intenté prevenirles —repuso Mephi, en la lengua de los Garou, curiosamente universal, una combinación de palabras humanas y movimientos lupinos que era uno de tantos dones cedidos por la madre Gaia a sus favoritos. Parecía abatido, lleno de un profundo pesar que Ojo de Tormenta conocía de sobra. También él había partido de aquel lugar junto a una manada para desvelar trazas del Wyrm en Europa, y también él había regresado solo, con relatos que hablaban de la masacre de la manada, de un río corrupto y de un terrible espíritu del Wyrm que se revolvía en el sur—. Debería haber evitado…
—¡Mostraos! —La orden, medio grito, medio gruñido, procedía de la cima de la Colina de las Lamentaciones. Ojo de Tormenta se maldijo en silencio por haberse distraído. Tendría que haber sabido que el guardián Faldas de Montaña, pese a su reciente incorporación al cargo, no pasaría por alto la presencia de intrusos en ese lugar. Mephi y ella salieron de la espesura a largas zancadas. Ambos comprendían la conveniencia de acatar los dictados de un guardián enfurecido.
Faldas de Montaña levantaba unos sobrecogedores tres metros de alto en su forma guerrera de Crinos. Parecía que su pelaje gris reluciera en la noche, como si reflejara su rabia interior al tiempo que cubría al hombre lobo en que se había convertido. En cada mano aferraba una enorme hacha nórdica; sus fauces lobunas restallaban amenazadoras y terribles. También Karin había asumido su forma de Crinos, aunque su tamaño era menor que el de Faldas de Montaña. Permanecía agazapada junto a la maltrecha Mari, para protegerla.
El impulso de plantar cara y pelear fluyó a través de Ojo de Tormenta con la caricia familiar de un antiguo amigo, mas sabía que aquello era una estupidez. El guardián era un guerrero nato armado hasta los dientes. Más importante aún, cumplía con su deber. Aquel era territorio Fenrir, terreno sagrado incluso, y ella, como forastera, tenía que mostrar la debida deferencia. Agachó la cabeza y el rabo, antes de tumbarse en el suelo en señal de acatamiento de aquel hecho. Observó que Mephi, pese a permanecer en forma homínida, bajaba la mirada y extendía las manos con las palmas hacia fuera, algo alejadas del cuerpo.
—Basta, guardián. —Karin Jarlsdottir retomó forma humana antes de continuar hablando—. Ambos son invitados del clan, no enemigos.
Faldas de Montaña compuso un gesto burlesco durante un segundo y se tragó su rabia, antes de asumir a su vez la forma de hombre. Las dos hachas ahora parecían inmensas en sus manos encogidas, aunque él no demostraba que le costara esfuerzo ninguno cargar con ellas.
—Más Veloz que la Muerte, lo conozco, pero no a la loba.
Ojo de Tormenta, respondió la aludida con un rápido aullido, enviada de los clanes de los Pinos Celestes y el Cruce del Caribú.
—Bienvenida, Hija de Dos Mundos —añadió Jarlsdottir—. No nos sobra tiempo para presentaciones. Me temo que hemos perdido a los mejores de entre nosotros, y debemos pertrecharnos para las inminentes batallas. Guardián, prepara las defensas del túmulo y diles a todos aquellos de los que puedas prescindir que se reúnan conmigo en la Casa del Vuelo de Lanza. Voy a llamar a los videntes y a los demás invitados.
Ojo de Tormenta se preguntó por qué habría empleado su nombre de guerra la cabecilla de los Fenrir. Sólo sus compañeros más allegados y aquellos que habían acudido a ella en busca de dictamen la llamaban Hija de Dos Mundos. De haber procedido de cualquier otra, se lo habría tomado como una afrenta pero, de labios de Jarlsdottir, constituía una muestra de respeto.
—Por favor —añadió la Fenrir—, conducid a Mari ante el Theurge Guardián de la Tejedora. Él cuidará de ella.
Ojo de Tormenta miró a Mephi de soslayo y rezó para que no la obligara a hacer algo que sólo podía acabar mal. Sólo una forma resultaba apropiada para transportar a salvo a una persona herida, y no era una con la ella se sintiera cómoda.
—Está bien. Entendido. —Mephi cogió a Mari con cuidado de brazos de Karin Jarlsdottir y partió en dirección a la choza del vidente de los Fenrir. Ojo de Tormenta trotaba a su lado, con el hocico siempre vuelto hacia el viento. No tardaron demasiado y, al cabo, Mephi depositaba a Mari sobre una tosca cama en el hogar tradicional de Toren Guardián de la Tejedora. Las paredes estaban cubiertas de inscripciones Garou y runas nórdicas, epopeyas del mundo de los espíritus y de sus defensores. Cuando Guardián de la Tejedora hubo comenzado a auscultar a Mari, Mephi comentó:
—Me parece que está en coma, completamente inerte.
No, ladró Ojo de Tormenta. Sigue combatiendo. ¿Cómo podía haberla sostenido en sus brazos sin sentirlo? ¡Maldita fuera esa ciega forma de Homínido! Quizá sus músculos se mostraran relajados, pero su corazón palpitaba igual que una nube de tormenta. El inconfundible y sutil aroma de la determinación y la concentración emanaba de ella de un modo que cualquier lobo podría oler. Estaba concentrada por entero en una batalla que se libraba en su interior, empleaba toda su energía en mantener algo a raya. Un fetiche de algún tipo, dos grandes dientes de lobo, se hincaban en su muñeca y contribuían a concentrar sus esfuerzos. ¿Cómo era posible que no lo vieran? ¿Cómo era posible que Mephi se atreviera a decir tan a la ligera que estaba gravemente herida, quizá más allá de toda ayuda? Aquel era un túmulo de la Camada y se tomaba muy en serio el mandamiento de la Letanía que rezaba que no debía permitirse que nadie cuidara de uno en los momentos de debilidad.
—Tienes razón —dijo Guardián de la Tejedora, con una voz cálida que desmentía la reputación que tenía su tribu de antisocial, así como su imponente constitución. Sus ojos grises atravesaron a Mari, desenfocados; señal de que el Garou estaba escrutando el mundo de los espíritus—. Hay un espíritu del Wyrm que tira de ella, pero lo está combatiendo. He de ser testigo de la batalla y ofrecerle todo el apoyo que me sea posible.
—Oh, no —dijo Mephi, con la mirada fija en una de las bandas reflectoras que le rodeaban los brazos. Desapareció de la vista cuando atravesó la Celosía para adentrarse en la Penumbra.
Ojo de Tormenta vaciló por un instante antes de imitarlo. Sintió cómo la sedosa Celosía la traspasaba y vio que el reino espiritual cobraba vida a su alrededor. Menudo espectáculo. La sencilla choza de Guardián de la Tejedora crecía en la Penumbra hasta convertirse en una fortaleza cuyas inmensas empalizadas se cernían sobre Ojo de Tormenta y Mephi. Las inscripciones y las runas se perdían en el infinito y recorrían las paredes, defensores además de vigías. En el centro de la cabaña se apreciaba el tenue perfil de la forma reclinada de Mari Cabrah. Era inusitado que un Garou presente en el reino físico se reflejara en la Umbra, pero peor aún era que dentro de su perfil se apreciara una astilla de maldad. El esbirro del Wyrm, pese a sus escasos treinta centímetros de longitud, seguía constituyendo una visión terrible, una serpiente negra enroscada dotada de membranosas alas de murciélago y de unas voraces fauces compuestas por tres mandíbulas.
—Oh, no —repitió Mephi—. Son ellos. Tengo que prevenir a los demás. —Dicho lo cual, regresó al reino físico. Cuando Ojo de Tormenta lo siguió, más despacio, tuvo que apresurarse para darle alcance mientras corría hacia la Casa del Vuelo de Lanza, desde donde Karin Jarlsdottir guiaba a su clan.
Los Fenris ya se encontraban inmersos en sus planes para cuando llegaron al salón. Alrededor de una docena de Fenrir, en pie, se encontraban dispuestos en círculo, junto a una media docena aproximada de forasteros que, al igual que Ojo de Tormenta y Mephi, había acudido a la Forja del Klaive para asistir a la reciente asamblea. Aquella solemne reunión había comenzado como una especie de juicio y había finalizado con una profecía en la que tres manadas de Garou se enfrentaban a una misteriosa amenaza del Wyrm, donde las dos primeras habían sido ya poco menos que aniquiladas. Aquello no había sentado bien dentro de la Camada.
—¡Esto apesta a ese chaquetero de Arkady vendido al Wyrm! —exclamó alguien que Ojo de Tormenta no pudo ver, ganándose el estruendoso beneplácito de gran parte de la multitud.
—Bjorn Bardo de la Tormenta tiene razón, Greifynya —añadió alguien al que Ojo de Tormenta sí que reconoció—. La sangre de Arne Ruina del Wyrm ya salpicaba su abrigo, y ahora Brand Garmson y el Viento Helado se suman a su lista de víctimas.
Ojo de Tormenta se esforzó por suprimir un sonoro gruñido. El orador, un mozo marcado por dos astas de carnero que sobresalían de su ceño, se llamaba Grita Caos. También él había copado las miras de los asistentes a la asamblea. Era un acogido de la Camada que procedía de los Hijos de Gaia del clan del Alba, al que se le había pedido que reparara con su vida la muerte de Arne Ruina del Wyrm, el Fenris que había ocupado su lugar entre los de Gaia. Por medio de alguna incomprensible tradición Fenrir, había pagado ese precio de forma simbólica y se había sumado al clan en lugar de Arne. Ojo de Tormenta enseñó los dientes por un segundo, en señal de repulsa; vaya cachorro llorón, y qué afrenta más descarada contra la Letanía.
—Vengaremos a las manadas del Viento Helado y el Viento Errante —repuso Karin Jarlsdottir, con voz tan sosegada como firme, refiriéndose no sólo a los que se habían perdido con Mari Cabrah sino también a los desaparecidos compañeros de Mephi—. Pero, si nos precipitamos, no conseguiremos más que aumentar las victorias del Wyrm. —Se encontraba sentada en una alta silla de madera, sosteniendo el enorme martillo que simbolizaba su oficio. Ojo de Tormenta sabía que muchos de los Fenris allí reunidos cuestionaban su liderazgo, que les zahería que fuese una mujer la que les diera órdenes. ¡Bobadas de humanos! ¿Acaso las manadas de lobos no estaban encabezadas por dos alfas, un macho y una hembra? En cualquier caso, en estos tiempos aciagos, parecía que todos le prestaban atención, como cabía prever en época de guerra—. La Furia Mari Cabrah consiguió regresar de Serbia trayendo una única palabra: Jo’cllath’mattric. Nuestros hermanos de sangre murieron por esta palabra, así que debemos averiguar lo que significa.
Todos los Garou congregados arrastraron los pies, cabizbajos, escarbando en sus mentes para encontrar alguna respuesta. Ojo de Tormenta no había tenido tiempo de pensar en la palabra desde que se la escuchara pronunciar a Mari, pero aguijoneaba en el interior de su mente igual que un brote de urticaria. Desprendía el hedor de la lengua del Wyrm, pero no sabría decir si se trataba de un conjuro, de un nombre o de alguna especie de raza corrupta. Al fin y al cabo, el Wyrm poseía muchos rostros.
—Tiene que ver con el Tisza. Debe ser eso —dijo Mephi. Todos los Garou volcaron su atención en él—. La manada del Viento Errante pereció combatiendo a un grupo de Danzantes que estaban invocando al espíritu de ese río. Estaba completamente corrompido, era igual que una Perdición enorme o algo así. Recuperamos la piedra del sendero tras la que íbamos, pero no conseguimos detener la invocación. Vi cómo aquel ser se alzaba para romper una inmensa cadena de la Tejedora y, cuando ésta hubo caído, comenzaron a brotar Perdiciones de la tierra.
Al contrario que la manada del Viento Helado, la del Viento Errante no había estado constituida por Garou residentes en la Forja del Klaive, pero eso no impidió que una oleada de ira y pesar bañara a los Fenris reunidos ante la mención de la muerte de valientes guerreros de Gaia.
—Cabrah combate a uno de esos seres en este mismo momento. Está dentro de ella, o algo así.
—No es para tomárselo a broma —intervino otra voz. La mujer era joven y parecía fuera de lugar en el adusto salón nórdico de la Camada. Su atuendo comprendía todo lo que era aborrecible para Ojo de Tormenta: un diseño absurdo nacido del sentido de la estética de los humanos y tejidos infestados por la Tejedora. Resultaba evidente que se trataba de una de esas condenadas Moradoras del Cristal—. Lo normal cuando se pilla uno de estos bacilos del Wyrm es que sea juego, set y partido. Si está consiguiendo apañárselas, es que su reputación no le hace justicia.
—Bien dicho. —Karin miró a la Moradora del Cristal durante una fracción de segundo—. Julia, ¿verdad? ¿De Inglaterra?
—Julia Spencer del clan de la Antigua Ciudad, para ser más precisos. —Esbozó una sonrisa cargada de lo que a Ojo de Tormenta le pareció irrespetuoso desdén, pese a lo que Karin no se crispó lo mínimo.
—Las presentaciones fueron demasiado breves durante la asamblea. —Aquello parecía zanjar cualquier posible tensión entre ambas—. Pero estás en lo cierto, Mari Cabrah es una feroz guerrera espiritual. Ha de serlo para estar a la par de alguien como Jonas Albrecht. —Los Fenris congregados profirieron en sonoras carcajadas al escuchar la lacónica puya lanzada por su cabecilla contra el «rey» estadounidense de los Colmillos Plateados. La frivolidad y el sarcasmo no eran algo que interesara demasiado a Ojo de Tormenta, pero sabía apreciar la importancia de unir al clan ante un peligro inminente—. Si las dos manadas que partieron de aquí se enfrentaron al mismo enemigo, hemos de esperar que ese enemigo responda.
La conclusión de Jarlsdottir demostró ser más que acertada cuando el silencio que siguió a sus palabras fue taladrado primero por un poderoso aullido, y luego por otro. El primero advertía del acercamiento del Wyrm, y el segundo llamaba a los Garou a las armas.
El clan de la Forja del Klaive estaba siendo atacado.