IX

EL PARTE DE ARANDA

LOS franceses, mientras tanto, estaban inquietos. Al día siguiente de llegar el comandante de Aranda a la Vid, a las diez de la noche recibió un parte de su segundo, redactado así:

Al comandante Bontemps.

Comandante:

En este momento acabo de recibir aviso de la llegada del cura Merino con una numerosa partida al pueblo de Hontoria de Valdearados. Una avanzada de caballería enemiga se ha estacionado en el lugar de Quemada, a tres cuartos de legua de Aranda. Su objeto, indudablemente, es cortar la retirada a las tropas de usted para cuando intenten volver a esta ciudad.

Prepárese usted en seguida para un posible sitio.

Por ahora no puedo enviar más fuerza.

Como sabe usted, aquí dispongo de trescientos hombres que no me bastan. Tengo cien para defender el puente, la casa del Ayuntamiento y el Juzgado. Estoy dispuesto a perder la vida antes de que entren los brigantes en Aranda. No puedo tampoco enviar víveres, porque la comunicación está cortada y no los tengo. He pedido socorros.

El comandante interino del cantón de Aranda.

Courtois.

Disposiciones de Bontemps

El parte alarmó extraordinariamente a Bontemps. Temía ser cortado y atacado en el monasterio. Al instante hizo fortificar el parapeto mandado construir a su llegada por Bremond y formar otro en el extremo del puente próximo al monasterio. Colocó cincuenta soldados de infantería para defender estos dos puntos.

Suponía que, ayudados por los fuegos de las ventanas del convento, podrían resistir largo tiempo en caso de asalto. Pocos hombres en este sitio bastaban para contener a Merino si se presentaba.

Luego montó a caballo, corrió a Vadocondes con una escolta de diez húsares, decomisó los carros que pudo y cerró también allí la cabeza del puente.

Había hecho de antemano salir del monasterio cincuenta soldados de infantería y mandado le siguieran.

Cuando llegaron estos, la barricada del puente de Vadocondes se hallaba concluida.

Volvió después Bontemps a la Vid y envió un pelotón de húsares y de gendarmes a patrullar por el camino de legua y media que va del puente de la Vid al de Vadocondes. Consideraba imposible el paso de los españoles por el Duero; el río venía muy crecido por las lluvias.

Como todavía le quedaba gente disponible, ordenó a una partida de húsares rondase San Juan del Monte, en observación del camino de Aranda, por la derecha del río y las avenidas del monasterio.

Mientras tanto, Merino, poco decidido a probar fortuna, o no queriendo deslucir la jornada de Hontoria, después de alarmar los contornos nos ordenó la vuelta a la sierra.

El comandante Bontemps, al pasar dos días y no verse atacado, exploró él mismo el camino de Aranda y lo vio, con sorpresa, sin enemigos.

Temía una emboscada; pero como le iban faltando los víveres, decidió partir al día siguiente con todas las tropas y con el coronel herido.

El abad don Pedro de Sanjuanena le prestó cincuenta hombres de las Granjas de Guma y de Zuzones, colonos del convento.

Remudándose a cortos trechos, llevarían al coronel herido hasta Aranda.

Bontemps pensaba marchar con toda la velocidad posible y recorrer en cinco o seis horas las tres leguas y media que hay desde la Vid a Aranda de Duero.

Hechos los preparativos, al anochecer se retiraron los húsares de la avanzada de San Juan del Monte y se unieron con los expedicionarios.

Colocaron en la camilla un jergón, dos colchones y varias almohadas, para que el coronel Bremond fuese sentado. El comandante Bontemps envió un propio a los soldados del puente de Vadocondes avisándoles que por la noche se reuniría con ellos. El convoy se puso en marcha rápidamente.

Cincuenta húsares marchaban a vanguardia; después cien infantes; en medio de ellos el coronel en su camilla, y a retaguardia los gendarmes y dragones salvados del desastre de Hontoria.

El cirujano don Juan Perote iba a caballo al lado del herido.

Llegó la columna a Vadocondes y se le reunieron los cincuenta soldados de infantería que guardaban el puente.

Aseguraron estos no había novedad por los contornos; se dio un refrigerio de pan y vino a los granjeros y a la tropa, y se dispuso seguir adelante.

El comandante del convoy ordenó a un pelotón de húsares, al mando de un sargento, se adelantara hasta Fresnillo de las Dueñas y se enteraran de si el camino estaba libre.

Pronto volvieron los jinetes a decir que no se advertía nada sospechoso.

Siguió el convoy a Fresnillo, y desde allí mandó Bontemps un parte a Courtois preguntándole si pasaba algo.

Courtois contestó diciendo: «No hay novedad en la villa; se ignora el paradero de Merino; han desaparecido las avanzadas enemigas de Quemada y Zazuar. Podéis avanzar».

En vista de estas noticias, continuó el convoy su marcha y al amanecer llegaban los franceses a las puertas de Aranda. Courtois les esperaba en la cabeza del puente con parte de la guarnición.

Entraron las fuerzas en la villa, llevaron al herido a casa de don Gabino Verdugo, una de las personas más importantes de la población, y le subieron en la camilla al cuarto dispuesto para él.

Bremond mandó se repartiese su dinero entre los granjeros que le habían llevado. Bontemps y los soldados fueron a sus respectivos cuarteles.

Al día siguiente el cirujano Perote, acompañado de un médico francés de regimiento, visitó al coronel, sondaron entre los dos la herida y extrajeron la bala.

Los facultativos aseguraron que antes de un mes el coronel se hallaría completamente bien y Podría montar a caballo.