III
DISPOSICIONES DE MERINO
CUANDO se sigue el camino de Salas de los Infantes a Hontoria del Pinar y se remonta un arroyo afluente del Arlanza bordeando la peña de Villanueva, se llega a un valle no muy ancho, donde se levantan los pueblos de Villanueva, Aedo, Gete y otros más pequeños.
La peña de Villanueva, en cuya base se encuentran estas aldeas, se trunca en su cúspide, convirtiéndose en una meseta calva, llamada de Carazo, que tiene en medio y en lo alto una escotadura que la caracteriza.
Enfrente de la peña de Villanueva hay una planicie dominada por el alto de Moncalvillo y el Picón de Navas.
Esta planicie es, aunque poco honda, la depresión o cuenca producida por un arroyo que se llama el Pinilla.
A medida que se acerca uno a lo áspero de la sierra, la depresión va profundizándose y estrechándose, y al llegar a las cercanías de Hontoria del Pinar se convierte en un barranco, y este, a su vez, en un desfiladero.
El Portillo
El desfiladero de Hontoria, cubierto, en parte, de pinar, es estrecho en la entrada y en la salida, y bastante ancho en el centro.
A la entrada, después de pasar el Portillo de Hontoria (enorme hendidura del monte) tiene dos cerros, uno frente a otro; a la salida termina en lomas suaves cubiertas de hierba y de monte bajo.
Entre las dos angosturas de los extremos y en una extensión de una legua, hay lugar para un valle sembrado de grandes piedras desparramadas, que parecen restos de una construcción ciclópea, junto a las cuales nacen grupos espesos de jara y de retama y plantas de beleño y de digital. El camino, una calzada estrecha por donde apenas pueden marchar tres hombres a la par, se abre al principio, como una cortadura, entre dos paredes de roca, luego bordea el valle y huye serpenteando hasta dominar el desfiladero. El boquete de la entrada, abierto en roca, es el que se llama el Portillo de Hontoria.
En este Portillo pensó Merino preparar la emboscada y sorprender a los franceses.
Había al comienzo del desfiladero, pasado el boquete que le da acceso a la izquierda, dominando el camino, oculto por varias filas de árboles, un cerro ingente formado por peñascos. Visto por entre los árboles, parecía un castillo arruinado.
Era un verdadero baluarte, con trincheras naturales, sin subida alguna para llegar a lo alto. Merino mandó empalmar dos escaleras y ascendió al cerro.
Esta fortaleza natural hubiera dominado la calzada, si las filas de pinos que tenía delante no lo impidieran.
El cura mandó llamar a los aserradores de Hontoria y les hizo cortar aquellos árboles de una manera especial, que consistía en no serrarlos en todo su espesor, sino dejar lo bastante de corteza y de leña para que pudiesen sostenerse derechos.
Luego mandó atar cuerdas largas a la parte alta de los troncos, echándolas disimuladamente entre la maleza. El extremo de las cuerdas llegaba al mismo cerro.
El cura pretendía dejar en el castillo natural algunos de sus hombres que hiciesen desaparecer la cortina de pinos cuando a él le conviniese.
Después de preparado esto, el cura fue recorriendo el desfiladero y sus alrededores desde el Portillo de Hontoria hasta las lomas en que termina.
Iba escoltado por el comandante Blanco y por otros oficiales.
En unos puntos mandaba construir trincheras con piedras, en otros hacía que amontonaran ramas secas y cubrieran los parapetos con hojarasca, de modo que no se notasen. Era difícil preparar más hipócritamente el terreno y aprovecharse mejor de sus altos y bajos para esconder tanta gente.
Los peseteros
Después de dar sus órdenes y ultimarlo todo, hasta en sus más pequeños detalles, Merino avisó a los alcaldes de los pueblos para que en el término de un día enviasen los hombres disponibles a Hontoria del Pinar. Pocas horas después se reunieron unos cuatrocientos aldeanos, a los que se fueron alojando en la iglesia y en las tenadas de alrededor.
La mayoría eran viejos pastores y leñadores, mezclados con zagales y chicos de pocos años. Los grupos venían dirigidos casi todos por el cura de la aldea.
Las armas que traían eran escopetas viejas, palos, hoces, guadañas y retacos.
Las armas de fuego se llevaron a recomponer a casa del Padre Eterno.
Merino ordenó que se diera a los aldeanos una peseta diaria por hombre y una ración de pan, vino, carne de oveja y queso, y nombró los jefes de grupos.
A esta gente los nuestros llamaban con desdén peseteros.
Distribución de fuerzas
Al día siguiente, y a pesar de que los franceses se hallaban todavía lejos, se comenzó la distribución de fuerzas.
En el cerro o fuerte natural próximo al Portillo quedaron ciento cincuenta hombres armados de carabinas.
Después de subir todos y llevar municiones para tres días, se deshizo la escalera con el objeto de que no pudiera aprovecharla el enemigo.
En una loma enfrente de este cerro, y a una distancia de un cuarto de legua, acamparíamos los del escuadrón del Brigante ocultos en un pinar.
A la salida del desfiladero quedaría la gente del Jabalí y el pequeño escuadrón de Burgos. Uniendo estos dos núcleos de fuerzas de caballería habría un semicírculo de guerrilleros.
Estos tiradores permanecerían escondidos entre las trincheras, parapetos, peñas, aliagas y retamas.
En conjunto, las tropas de Merino trazaban una C.
En el centro de la C estaría el jefe para poder dar sus órdenes a derecha e izquierda.
Las disposiciones de Merino tenían el carácter que a todo lo suyo imprimía el cura. Con aquella colocación de fuerzas se podían hacer muchas bajas al enemigo y retirarse con facilidad y rapidez, pero no se podía vencer.
Merino no había pensado en la eventualidad de una victoria completa.
Yo, al menos, de dirigir aquel movimiento, hubiera engrosado los núcleos de la entrada y salida del desfiladero, dejando sólo un centenar de tiradores en las trincheras del valle.
Así hubiese podido oponerse al avance de los franceses, cuando estos intentaran forzar el paso, y obligarles a rendirse.
Los del Brigante nos instalamos en el pinar, donde estuvimos vivaqueando durante algunos días.
Por la mañana salíamos de descubierta hacia la Gallega, y por la noche rondábamos los alrededores del Portillo de Hontoria.
Una de estas noches se presentaron doña Mariquita con su hermana Jimena y su marido a la entrada del pinar.
El Brigante y yo las acompañamos hasta la salida del barranco.
Había a todo lo largo del desfiladero grandes fogatas, y los guerrilleros pasaban la noche alrededor de sus hogueras.
Habló doña Mariquita con Merino y luego el cura vino conmigo hasta la avanzada.
—No vamos a tener gran función —me dijo Merino.
—¿No? ¿Por qué?
—Porque no vienen más que quinientos jinetes entre gendarmes y dragones. La infantería la han dejado en Salas.
A pesar de que hacía como que si lo sintiese, en el fondo, se alegraba.
Merino se dirigió a la entrada del Portillo y despachó algunos aldeanos para que desde lejos observaran la marcha de la columna francesa y de cuarto en cuarto de hora dieran noticia de sus evoluciones.