V

CORITO Y PELLO LEGUÍA

EN este ambiente de odio político y de enemistades personales, Pello Leguía y Corito Arteaga se dedicaban a mirarse, a hablar de mil cosas insignificantes, que para ellos eran trascendentales, y a escribirse cartas por cualquier motivo.

Seguramente, ninguno de los dos encontraba en la atmósfera de Laguardia los rayos del rencor y de la maldad que cruzaban el aire. Como en el mundo físico hay interferencias, las hay también en el mundo moral para los enamorados y para los que viven en el sueño y en la ilusión.

Corito traía, desde su llegada, trastornados a los jóvenes y a algunos viejos verdes de Laguardia.

Entre los oficiales de la guarnición tenía fervientes adoradores; pero ninguno llegaba a interesarle de verdad como Pello Leguía.

—¿Qué le encuentras a ese muchacho? —le decían sus amigas—. Es guapo, sí; pero tan serio, tan soso…

—Pues a mí me es muy simpático —contestaba ella.

Siempre que salían a pasear con varias personas, Corito y Leguía venían a reunirse y a marchar juntos hablando.

Corito le preguntaba muchas veces si era verdad que iba a casarse con su prima Anita, como decían en el pueblo.

—No. ¡Ca! —contestaba él.

—Pues es una chica bonita y rica.

—Sí; pero ya tiene su novio.

La gente decía que al padre de la muchacha, a Gaztelumendi el cosechero, no le disgustaría casar a su hija con su sobrino Pedro.

Corito coqueteaba con Pello; quería sacarle de su impasibilidad habitual, y lo conseguía; pero al mismo tiempo que él se iba enamorando, ella también se interesaba cada vez más.

Antonio Estúñiga

Uno de los muchachos que se había hecho amigo de Pello, buscando su arrimo, era Antonio Estúñiga, el hijo de un rico hacendado de Viana.

Antonio Estúñiga era un mozo acostumbrado a imponer su voluntad, violento y cerril; hacía la corte a Luisita Galilea, pero con un amor un poco bárbaro y plebeyo.

Luisita era romántica; estaba bajo la influencia de Graciosa de San Mederi, y esta le había convencido de que era indispensable someter a prueba al joven Estúñiga. Según Graciosa, para conseguir el amor de una señorita distinguida había que hacer grandes méritos, soportar fatigas, penalidades, y hablar del norte del imán, del girasol; no basta decir: «Tengo tanto para vivir»; esto era una cosa grosera, vulgar, impropia de gente delicada.

Luisita Galilea estaba convencida de que Graciosa tenía muchísima razón, y, además, y esto era lo principal, le gustaba más uno de los oficiales de Laguardia que el joven Estúñiga, malhumorado y tosco.

—Pero ¿tú crees que a lo bruto se consigue el cariño de una señorita como yo? —decía Luisita—. Pues estás equivocado.

Antonio tenía, con tal motivo, un malhumor constante. Los melindres de Luisita le indignaban.

Varias veces confesó a Leguía que iba a dejarlo todo y a marcharse al campo carlista.

Pello y Corito, mientras tanto, cantaban el eterno dúo de amor. Laguardia les parecía un lugar lleno de encantos.

Muchas veces Pello tenía que salir a los pueblos próximos para los negocios; había que pasar por entre las tropas y oír el silbar de las balas.

El peligro hacía que Corito se interesase más y más por su novio. Cuando desde las alturas de Laguardia Pello indicaba por dónde había andado, Corito temblaba y se estrechaba contra él.