Capítulo 21


EN MEDIO del triunfo y la pena, las reuniones, los forcejeos, las celebraciones y los duelos, en Windy Rim de Hermes se celebró una fiesta privada, una fiesta de despedida.

Dos de los asistentes partirían pronto hacia el Sol a bordo de la Chronos: David Falkayn y Eric Tamarin-Asmundsen. Sin embargo, hacía semanas que no se veían, cada uno ocupado con diferentes aspectos de la gigantesca confusión creada. Era la primera oportunidad que tenían para hablar tranquilamente desde poco después del armisticio. Después de la cena se alejaron de los demás durante un rato.

La sala que escogieron para su conversación era un estudio, con las paredes cubiertas por paneles de madera bellamente veteada, estanterías de códices con forros de pieles, retratos de los antepasados, una panoplia con armas, un escritorio sobre el que habían sido escritas muchas decisiones importantes. Una de las ventanas se abría a la juventud de la noche. El aire era fresco, fragante, vivo, con el sonido del río abajo en el cañón.

Falkayn alzó su copa —Felicidades. —Los bordes de los recipientes chocaron. Los hombres se acomodaron en profundos sillones y bebieron, un cierto sabor a humo de turba, al mundo de donde era originaria su raza.

—Bien —dijo Falkayn—. Así que eres el nuevo embajador de Hermes.

—Oh no —replicó Eric—. Runeberg condujo nuestros asuntos con gran competencia desde todos los puntos de vista durante la guerra. Queremos que siga haciéndolo. Mi título será el de enviado plenipotenciario, cabeza de nuestros negociadores con el Mercado Común.

—¿Por qué tú? Por supuesto que no quiero ofenderte, pero ¿qué experiencia tienes en ese tipo de cosas?

Eric sonrió torcidamente:

—Yo también me lo he preguntado a mí mismo. De hecho, me opuse con fuerza, pero Madre insistió… Es un asunto político. Soy el presunto heredero después de ella, el personaje más importante que Hermes podría enviar a las negociaciones; además, ella tiene de sobra que hacer aquí. En la Tierra eso debe influir, será una prueba de que estamos muy decididos a llegar al tipo de acuerdo que queremos. Y… también aquí servirá de algo que la Gran Casa Ducal continúe ocupándose de los asuntos importantes.

—Entiendo —Falkayn estudió aquella figura fuerte y de aspecto vulgar—. Yo también creo que es una buena elección, y no lo digo por adularte. Serás mucho más que un hombre, la sangre de Nicholas van Rijn y Sandra Tamarin… Eric se sonrojó y dijo:

—Quizá. Pero no estoy entrenado en la diplomacia, no conozco la forma de hacerlo, los trucos, las dilaciones… David, amigo mío, ¿quieres ayudarme? ¿Podrás hacerlo?

—¿Cómo?

—Con consejos y… no lo sé. Tú hazlo —Eric bajó la vista y continuó—: Si es que no estás demasiado ocupado.

—Desde luego que tendré que ocuparme de muchas cosas como para poder meterme en líos. Voy a hacerme cargo de la Solar de Especias y Licores y a intentar mantenerla a flote durante todo el periodo difícil que va a venir —Falkayn dio un pequeño sorbo a su bebida, y cogió su pipa—. Ahora que lo pienso, eso hará que me meta en líos.

Eric se le quedó mirando fijamente.

—¿Y el señor van Rijn? —preguntó.

—El condenado estará recorriendo el espacio durante bastantes años reparando las vallas rotas y no dudo que construyendo algunas nuevas con piedras robadas a la competencia. Me gustaría… Ah, bueno, no puedo ir de todas formas, soy un hombre que tengo una familia —Falkayn cargó la pipa antes de continuar—: Pero sí, Eric, de alguna forma encontraré el tiempo y la energía para poder ayudarte en lo que pueda; tu trabajo es más importante que el mío. De hecho, podría decidir no cumplir con el mío si no pensase que es de algún valor para el tuyo…; quiero decir, devolver alguna estabilidad a esto que nos gusta llamar civilización. Una fuerte compañía privada bajo el liderazgo adecuado puede contribuir hacia ese fin…, por lo menos durante cierto tiempo.

—¿Qué es lo que quieres dar a entender? —preguntó Eric.

Falkayn se encogió de hombros al tiempo que replicaba:

—Cada vez comparto más la opinión de Gunung Tuan. La herida infligida en el viejo orden de cosas es demasiado profunda y no veo nada que valga la pena para reemplazarla. Nosotros dos podemos comprar tiempo, quizá incluso unas cuantas décadas, antes de que nuestras divisiones y vendajes se abran otra vez. Mientras tanto, podéis construir algo en Hermes. Y yo…, yo puedo buscar un lugar donde empezar de nuevo.

—Nunca te había visto tan triste, David —dijo Eric con voz conmovida.

Falkayn sonrió y su sonrisa era auténtica, aunque no se trataba de la sonrisa de un hombre joven.

—Bueno, yo soy básicamente optimista, como debes serlo tú. Cuando llegue el momento, espero que nosotros y nuestros seres queridos pertenezcamos al tipo de los que sobreviven. Y, hasta entonces, podemos encontrar un montón de felicidad.

Se echó hacia delante y golpeó ligeramente el hombro de su compañero.

—Piensa —le dijo—, vas a casarte con Lorna, yo vuelvo con Coya y los niños —levantó la copa—. Por ellos.

—Por ellos —respondió Eric, que había recobrado el entusiasmo.

—Ellos son todo lo que importa en la vida, ¿no es así? —dijo Falkayn, y bebió.

Van Rijn y Sandra paseaban por la terraza. De la casa llegaba una luz suavizada que se perdía pronto en la oscuridad. Por encima estaban las masas de árboles y colinas que llegaban hasta el cielo lleno de estrellas, la Vía Láctea, el brillo de una nebulosa y de otra galaxia. Se apoyaron sobre el borde de la balaustrada. Debajo corría el río, que resplandecía débilmente. El agua tintineaba.

Van Rijn dejó su jarra de cerveza y miró de reojo a Sandra. Alta, con un vestido largo azul oscuro que la convertía casi en parte de la noche; el cabello suelto caía por detrás de los hombros y brillaba con la poca luz que había en aquel momento.

—¡Dios mío, qué aspecto tienes todavía! —exclamó él—. Eres demasiado para ser solo una soberana.

Ella evadió su intento replicando mientras miraba hacia otro lado:

—Quizá no lo sea durante mucho tiempo.

—Oí que te habían soltado una lista de demandas exageradísimas.

Hacía muy poco que él regresara de Babur, donde había estado inspeccionando el desmantelamiento de las instalaciones de los Siete. Ella se lo había pedido así, sabiendo que muy pocas personas serían capaces de asegurarse de que nada fuese escondido astutamente en algún lugar de todo un sistema planetario.

—Me lo han presentado bajo la forma de una petición, pero su significado es inconfundible. La organización de Christa Broderick ha saboreado la victoria y realmente tienen derecho a nuestra gratitud. Además, el terror revolucionario ha dejado muy debilitados a las Familias y a los Leales, a toda la estructura de los dominios.

—Aún tienes muchos seguidores leales a tu persona, ¿verdad? Incluyendo al ejército.

—Claro —dijo ella—. Pero ¿es que puedo desear que Hermes se convierta en un estado-policía gobernando una población de esclavos? Las clases superiores tendrán que sacrificar sus propias libertades para conseguirlo, lo sabes.

»Ambos bandos regatearán, maniobrarán, discursearán y deformarán todas las cuestiones hasta que nadie pueda decir cómo eran en un principio. Además, serán de dos bandos; sabe Dios cuántas facciones surgirán, las discusiones seguirán durante años. No obstante, al final… Broderick está de acuerdo en que no podemos convocar una asamblea constitucional hasta que tengamos una paz en firme, y eso me da esperanzas. Pero después me temo que deba convocarla. Lo que puedo predecir de momento es que Hermes seguirá siendo un ducado de nombre, pero en la práctica será una república. Quizá sea lo mejor, ¿quién lo sabe?

—Dudo de que a la larga haya mucha diferencia —dijo van Rijn—. Autócratas, plutócratas, timócratas, burócratas, tecnócratas, demócratas, todos ellos dicen a los demás lo que deben hacer a punta de pistola. Nos encaminamos a una era de torpezas.

Su suspiro fue como si bajara la marea.

—Fue un buen tiempo mientras duró, ¿verdad? Hasta que llegó la humanidad y lo estropeó todo. Otra vez a la escuela, hijos de Adán. Quizá después de unos cuantos azotes más aprenderéis que el agua no solo corre cuesta abajo, sino que alguna vez toca fondo.

Ella volvió la cabeza hacia aquel promontorio que tenía él por perfil.

—¿Quieres decir que la Liga Polesotécnica está acabada? —le preguntó. Él asintió pesadamente.

—Sí. Oh, mantendremos el nombre, voy a danzar de un lado para otro como un hongo en la cazuela para remendar el viejo ropaje de forma que aguante los vientos más fríos hasta que aquellos que están cerca de mí hayan llegado a un puerto seguro donde no necesiten tantas metáforas. Supongo que aún durante un siglo más seguirán reuniéndose solemnes consejos de la Liga, hasta que algún émulo de Napoleón sin sentido del humor llegue y termine la farsa. La mano derecha de la mujer cogió la mano izquierda del hombre que se agarraba con fuerza a la balaustrada, como si la moviese una voluntad propia.

—¿Cómo puedes estar seguro, Nick? —preguntó suavemente—. Sí, los Siete están muy maltrechos y es posible que desaparezcan, pero las Compañías son si acaso más fuertes que nunca, y lo mismo ocurre con tus independencias, ¿no es cierto?

Él le dirigió una larga e irónica mirada.

—¿De dónde viene esa fuerza? —preguntó—. Las Compañías y el Mercado Común son una misma cosa, se han visto obligadas a preparar el establecimiento de un gran aparato militar y no lo olvidarán nunca. Los independientes están aliados contigo. En ambos casos, es lo mismo que intentaban los Siete: aliarse con un gobierno.

»Compréndelo, la Liga fue en un tiempo una asociación de empresarios libres que ofrecían bienes y servicios pero que no se los imponían a nadie. Las empresas privadas no declaran guerras, ni establecen campos de concentración, son los gobiernos los que lo hacen, porque gobiernos son aquellas organizaciones que reclaman el derecho de matar a aquellos que no hacen lo que ellos dicen. Compañías, sindicatos, partidos políticos, Iglesias, sabe Dios quién más, no importa quién se haga con el control de la máquina gubernamental: la usarán, la usarán y la usarán.

»Ah, nosotros los mortales no somos lo bastante sabios como para confiarnos el poder. La Liga… antes de que surgiera todo este problema estaba dividida y ahora ha librado una guerra civil. Strang sedujo a los Siete para que secundaran sus planes, pero no hubiera podido hacerlo de no haber estado maduros para ello. Durante cierto tiempo podremos fingir que todo sigue bien, pero el cuerpo ha desaparecido. Y el espíritu lo había hecho antes, mucho antes, cuando hombres que habían sido libres comenzaron a intentar controlar a otros hombres. Van Rijn tenía la vista perdida en la noche.

—No habrá decisiones importantes de carácter privado —predijo—. La autoridad se apodera de todo. Slogans en lugar de ideas, comenzando por los intelectuales, pero pronto llegando al hombre corriente, al trabajador. Los políticos se nombrarán a sí mismos magos que podrán garantizarnos a todos un paso agradable por la vida, aprobando leyes, imponiendo impuestos, fabricando dinero a base de aire. Los negocios e instituciones favorecidas se dividirán el territorio y estrangularán a cualquiera que pueda desear algo nuevo. Por cada desastre causado por el gobierno, la cura será más gobierno. El poder crecerá hasta que su apetito sea demasiado grande para saciarse con un solo planeta; además, quizá los problemas domésticos puedan exportarse a punta de bayoneta. Pero, de alguna forma, los verdaderos bárbaros no son nunca aquellos contra los que se lucha, hasta que es demasiado tarde: la guerra, la guerra, la guerra. Yo os aconsejaría que rezásemos a los santos, excepto que me pregunto si los santos nos han abandonado —Lanzó al aire la mitad de lo que quedaba en su jarra—. ¡Pero cómo hablo! Cuando un riachuelo se pierde en el mar, lo que queda es sal, como siempre, ¿no? —Se echó a reír—. No deberíamos malgastar el tiempo que el buen Dios nos ha concedido para beber. Mira, está saliendo una luna.

Sandra le tiró de la manga hasta que él la miró a la cara.

—¿Crees seriamente lo que estabas diciendo, Nick?

—Bueno, durante las dos generaciones siguientes quizá no sea demasiado malo para Hermes, si puedes refrescar tu régimen pronto.

—Quiero decir, en general…, te veo… —ella se esforzó en decir—. A veces he tenido el mismo tipo de ideas y… ¿Qué piensas hacer al respecto?

—Ya te lo he dicho. Poner todos los parches que pueda.

—¿Y después? Si es que aún vivimos después. Con una repentina y extraña timidez, él apartó la vista.

—No lo sé, espero que poner parches sea divertido, no sé si me entiendes. Si no quizá no lo intentase, siendo un hombre viejo y cansado como soy. ¿Después?…; la pregunta es interesante. Puede que después Atontado y yo… Usaré Muddlin Through y tendremos más de un buen juego de póquer ahí arriba… Quizá preparemos una pequeña expedición totalmente fuera del espacio conocido, a ver qué podemos encontrar.

—Te envidio —estalló ella. Él se volvió con rapidez.

—Eh, querida, maldita sea —explotó—. ¿Por qué no vienes también?

Ella levantó las manos como para defenderse de algo.

—Oh, no, imposible.

—¡Bah! —Él hizo un gesto como si cortara algo—. ¿Cómo violarías la conservación de la energía si lo hicieras? Quizá la conservación de la gravedad, quizá. Pero supón que abdicas dentro de cinco o diez años. Deja que Eric te suceda antes de que el tiempo le vuelva comodón. ¡Te vienes conmigo!

Vació su jarra, la tiró contra el suelo y le dio una palmada en la espalda mientras señalaba al cielo con un amplio gesto de la mano derecha.

—Un universo donde todos los caminos llevan al azar —continuó—. La vida nunca nos falla; nosotros fallamos a menos que la busquemos.

Ella se apartó ligeramente, mientras se reía en voz baja.

—No, no, detente, Nick. No vinimos aquí para discutir planes absurdos… o política, o filosofía…, solo para estar juntos. Necesito algo de beber.

—Yo también —dijo van Rijn—. De acuerdo, beberemos a la salud de la luna y del sol, cantaremos canciones alegres e intentaremos danzar a la música de un oratorio de Bach, y no seremos locos solemnes, sino locos honrados, solo acuérdate de lo que hemos hablado.

Le ofreció el brazo, ella lo tomó y volvieron a la casa de sus padres.

Adzel se tambaleaba a lo largo de un sendero en el acantilado que conducía hasta el río, llevando en una mano una jarra de cinco litros que le habían dado sus luchadores por la libertad. La había rellenado más de una vez con martinis y se le oía cantar desde un kilómetro de distancia, «Baw-aw-abejita-eer» abejita dum abejita baw, algo semejante a un alegre trueno. Vio a Chee sentada sobre una roca al borde del agua y se detuvo.

—Hola, pensé que te encontraría aquí.

La cynthiana volvió hacia él la boquilla de su cigarrillo, provocando el rastro de una diminuta cometa roja con su extremo.

—Y yo di por supuesto que vendrías aquí cuando hubieses bebido lo bastante para ponerte sentimental —murmuró ella—. Grandullón.

Entre los bosques, el agua y el cielo, Adzel se erguía ligeramente inestable. Se acercaba la aurora. Por encima de sus cabezas, las estrellas iban palideciendo entre los farallones del cañón, que eran aún los baluartes de la noche, y por el este subía la claridad. El torrente brillaba, resplandecía, se enroscaba sobre los troncos y espumeaba contra las piedras, abriéndose camino entre las rocas y la maraña de árboles. La voz del agua sonaba risueña de acantilado en acantilado. El wodenita aspiró largamente la fresca humedad, los olores del verano de las tierras altas.

—Bueno, nuestra última oportunidad —dijo—. Pasado mañana emprenderemos viaje de vuelta hacia nuestros hogares. Evidentemente, estoy deseando volver, sí…, pero han sido buenos años, ¿verdad? Echaré de menos a mis compañeros. Ya se lo dije a Davy. Llamé por teléfono a Atontado en Williams Fields y también se lo dije, me contestó que no estaba programado para emocionarse, pero… me pregunto si era así. Ahora te toca el turno a ti, pequeño ser —Dejó caer una mano que era lo bastante grande como para cogerla entera, pero la caricia fue muy suave y ella la recibió a cuatro patas, con la boquilla desganadamente cayendo entre los dientes—. Ven alguna vez a Woden, tu gente viaja por el espacio y tú estarás haciendo inversiones en viajes espaciales y haciéndote rica. Ven a visitarme.

—¿Con esa gravedad? ¿Con ese calor? —dijo ella despreciativamente.

—Esa salvaje y brillante llanura donde los vientos están libres y el horizonte sin fin siempre ante nosotros, donde hay flores bajo nuestros pies, una tierra que es el Nirvana viviente… Aiyu, Chee, ya sé que estoy diciendo tonterías, pero es que me gustaría compartir contigo todo lo que puedas comprender.

—¿Por qué no vienes tú a verme? Podríamos construirte un juego de propulsores para que pudieses disfrutar de un viaje de rama en rama.

—¿Crees que me gustaría una cosa así?

—Espero que fueses lo bastante inteligente para ello. La luz sobre un mar de hojas, pero llena de formas y misterios, un grito de color en las alas y en los pétalos, las cañadas por donde corren alegres los riachuelos… —La cynthiana se reprimió y exclamó—: ¡Dood en ondergang, ya estoy haciendo lo mismo que tú! Adzel sonrió entre sus colmillos, y dijo:

—Por lo menos estamos de acuerdo en que deberíamos vernos de cuando en cuando para intercambiar mentiras sobre los viejos tiempos.

Chee tiró la colilla, la enterró en la roca donde estaba sentada y pensó si debía añadir más narcótico al que ya había tomado. Sus ojos esmeralda en la máscara de su rostro se fijaron en la jarra de Adzel, agitó la cola como despidiéndose de la prudencia y recargó la boquilla con una bolsa que llevaba colgada de la cintura.

Después de encender el nuevo cigarrillo, declaró rápidamente:

—Seamos racionales durante un momento, si es que me perdonas la expresión. Creo que en los años venideros tú y yo volveremos a trabajar juntos sencillamente porque las circunstancias no nos permitirán disfrutar de nuestro ocio. No podemos volver a casa y encontrar lo que dejamos atrás en nuestra juventud; quizá esté aún allí, pero nosotros no somos los mismos, ni tampoco el resto del cosmos. Seremos ricos, poderosos, yo en términos absolutos, tú en términos más relativos con respecto a tu sociedad, mientras que en el exterior el orden de cosas establecido por el pueblo de la Tierra se desmorona en el ardiente infierno que ellos mismos están estableciendo.

»El viejo Nick sabe todo esto. Hará lo que pueda, aunque solo sea porque nunca dejó una partida mientras tuviese una pequeña baza; pero de todas formas estará haciendo lo que pueda para atajar el mal. Cynthia, Woden… ¿nos quedaremos sentados y dejaremos que se conviertan en víctimas después que hayamos muerto cómodamente? ¿O gastaremos nuestro dinero y nuestros conocimientos en ayudarles a prepararse para cuando llegue el momento? —Lanzó una nube de humo contra la enorme cabeza y prosiguió—: No me gusta el panorama —admitió—; cómo lo maldigo. ¡Yo que me imaginaba que me retiraría rodeada de confort doméstico y lujos caros! Pero estaremos en contacto, Adzel, durante el resto de nuestra vida, ya lo verás.

Un estremecimiento recorrió toda la longitud del dragón.

—Me temo que tengas razón —dijo—. Yo mismo he pensado en cosas semejantes, aunque intenté no pensar en ello, porque son cosas que atan al ser a la Rueda… Bueno, hay cosas que importan más que la inmediata salvación de uno mismo.

Chee sonrió y su sonrisa fue un relámpago en medio de la atenuada oscuridad.

—Vamos a dejar los dos de jugar a hacernos los nobles —contestó—. Mientras duró nos divertimos jugando a mercaderes. Jugar al poder es menos divertido y en el mejor de los casos, solo servirá para intentar evitar lo peor. Pero también puede ser divertido y quién sabe, puede que nuestras razas nos construyan un monumento cuando un nuevo curso de la historia haya empezado en todos los planetas.

—Será mejor que conservemos el sentido de las proporciones —aconsejó Adzel—. Puede que les ayudemos a sobrevivir. ¿Qué harán dentro de mil años?… Vuelve y velo por ti misma. La realidad es mayor de lo que somos capaces de imaginarnos.

—Claro —dijo Chee Lan—. Y supón que ahora cambiamos de tema, nos reunimos con los demás y nos divertimos un poco más antes del desayuno.

—Excelente idea, excompañera de viaje —contestó Adzel—. Sube a bordo.

Ella saltó al brazo que él le ofrecía y desde allí pasó a su espalda. Hacia oriente, unas pocas nubes se tiñeron de rojo sobre los acantilados.